LA EUCARISTÍA ES EL
SACRIFICIO DE CRISTO.
Papa Francisco nos ha dicho:
“la Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio
para los débiles.”
La Eucaristía contiene todo el bien
espiritual y toda riqueza de la Iglesia, es su Tesoro. Y la riqueza de la Iglesia
es Cristo. De manera que Jesús nos muestra un amor que llega hasta el extremo,
un amor que no conoce medida y que no tiene límites: No solamente nos dice: Tomen y coman…tomen y beban, para luego
decirnos: “Este es mi Cuerpo y esta es mi Sangre” sino que añadió que será
entregada por nosotros… derramada por nosotros (Lc 19, 20). De esta manera
la Iglesia siempre ha visto y creído que la Eucaristía es “Presencia, Banquete
y Sacrificio”. Cristo presente en la Misa nos habla y se nos da en alimento y
se ofrece por nosotros en sacrificio.
La Liturgia de La
Eucaristía dice: “Cuantas veces se celebra en el Altar, el sacrificio de la
cruz, se realiza la obra de nuestra salvación” Jesús había dicho: “he venido
para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10); “Mi vida no me la
quitan, Yo la doy, porque soy el buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn
10, 18) y no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,
13).¿Qué hace Jesús para darnos vida? Abrazó la voluntad del Padre hasta el
fondo, de modo que podemos decir que, por un acto de obediencia de Jesús al
Padre, y por un acto de amor de Jesús a los hombres, hemos sido salvados, en
ese acto de amor sin límites en el corazón de Jesús se mezclan la obediencia y
el amor al Padre y a los hombres. Eso quiere decir san Juan cuando afirma: “Nos
amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Jesús nos amó humillándose a sí mismo;
entregándose a su Pasión, sufriendo y muriendo en la Cruz.
Cuerpo y Sangre de Cristo. Al ofrecer Cristo
su cuerpo y su sangre, es toda la persona la que se está ofreciendo, no hay
división entre cuerpo y sangre. Cuerpo y Sangre, es decir, la persona de Jesús
de Nazaret. Cristo al ofrecer su cuerpo está ofreciendo todo lo que hizo, todo
lo que sucedió desde su nacimiento hasta la Cruz, sus trabajos, sus milagros,
su predicación, no se reserva nada para sí, ni siquiera a su Madre, lo entrega
todo. Y al ofrecer su Sangre significa que nos amó hasta la muerte: al ofrecer
las humillaciones, los desprecios, los rechazos, el desamor que recibe, significa
que nos amó hasta la muerte, y hasta la muerte de Cruz.
Cristo es sacerdote, víctima y altar. Sacerdote, porque
ofreció un sacrificio para sellar la Nueva Alianza de Dios con los hombres;
víctima porque se ofreció por amor a los hombres, con palabras de Pablo: “Se
humilló a sí mismo para destruir el cuerpo del pecado que nos separaba de su
Padre y nos privaba de su presencia salvadora” (Fil 2, 7-8); y Cristo es altar,
porque hizo de su corazón un altar donde se ofreció como Hostia Santa, viva y
agradable a Dios. Con su muerte y resurrección Cristo instaura en la tierra el
nuevo culto a Dios. Con el único sacrifico agradable a Dios sella la Nueva
Alianza.
La Eucaristía es la Celebración de la Muerte y
Resurrección de Cristo. En la Misa, la Iglesia celebra y hace memoria de la Pascua
de Cristo: su muerte y su resurrección, y por lo tanto, hace presente el
Sacrificio que Cristo ofrece de una vez para siempre en la Cruz, permanece
siempre actual (Hb 7, 25-27). De manera, que cada vez que se renueva en el
altar el sacrificio de la Cruz, en el que Cristo nuestra Pascua fue inmolado,
se realiza la obra de nuestra Redención (1 Cor 5, 7; CATIC 1364; LG 3). La
Eucaristía hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no se le
multiplica, lo que se repite es su celebración memorial (I. de E. 12). La
Eucaristía es entonces sacrificio en sentido propio, porque Cristo se ofrece,
no sólo como alimento a los fieles, sino que es un “don a su Padre” para sellar
la “Nueva y eterna Alianza”; es el don de su amor y obediencia hasta el extremo
de dar la vida a favor nuestro. Más aún, don a favor de toda la Humanidad
(Iglesia de Eucaristía 13).
La Eucaristía es el Misterio de la Fe. Decir que la
Eucaristía es un Misterio, es afirmar que no podemos abarcarlo con nuestro
entendimiento, por muy inteligentes que seamos. Después de la Consagración, el
celebrante dice: “Este es el Misterio de nuestra Fe”. Y esta fe es un don de
Dios que él gratuitamente da a quien se la pida con sencillez y humildad. En la
Eucaristía nos encontramos en el corazón del Misterio en el cual se funda la fe
cristiana: la resurrección del Señor Jesús. “si no hay resurrección de los
muertos, Cristo no resucitó y vana es nuestra (1Cor 15, 13-14. En cada
Eucaristía celebramos la “Muerte y Resurrección del Señor Jesús”, celebramos
nuestra Pascua.
El sacrificio de Jesús y nuestro
sacrificio. Cristo
quiso integrar a su Iglesia a su sacrificio redentor para hacer suyo el
sacrifico espiritual de la Iglesia (I. de E. 13b). En la Misa, la Iglesia, no
solamente ofrece al Padre el sacrificio de Cristo: Sacrificio Sacramental, sino
que ofrece a la misma vez, su mismo sacrificio espiritual. De manera que la
Iglesia, Cuerpo de Cristo, participa en la Ofrenda de su Cabeza, con Cristo se
ofrece totalmente. En la Misa el sacrificio de Cristo y el Sacrificio de la
Eucaristía, son un único sacrificio de manera que el Sacrificio de Cristo es
también el Sacrificio de los miembros de su Cuerpo. Nosotros en la Misa, nos
unimos con Cristo para ofrecernos al Padre, con un Sacrificio Espiritual, de
manera que podemos afirmar que sobre el altar están dos ofrendas, la de Cristo
y la de la Iglesia.
¿Qué podemos ofrecer con Cristo al Padre en la Misa?
¿Cuál es nuestro Sacrificio? Recordemos que por las Palabras de la
Consagración y por la acción del Espíritu Santo, el Pan y el Vino son
transformados en un Cristo vivo que ofrecemos como Hostia Viva al Padre por la
salvación de los hombres: “Esto es mi
cuerpo que será entregado por Vosotros, esta es mi Sangre que será derramada
por Vosotros”. “Haced esto en Memoria mía”. Este es el “Mandamiento de
Jesús”, pide que hagamos lo que Él hizo: partió el Pan, es decir, se fraccionó,
se inmoló, se entregó como ofrenda viva al Padre por los hombres. Él quiere que
nosotros repitamos su gesto: “Que nos inmolemos y ofrezcamos en la presencia de
Dios como “Hostias vivas, que ese sea nuestro culto espiritual” (Rom 12, 1). Esto
es fraccionar el pan, y es el mandato del Señor.
Ofrecemos nuestra
vida, nuestra alabanza, sufrimientos, oraciones, trabajos, humillaciones, que
todo lo que hagamos se una a Cristo, para que Él se lo ofrezca al Padre.
Nosotros ya no ofrecemos la sangre de toros ni de machos cabríos. Podemos decir
con Jesús: “Sacrificios y holocaustos no te han agradado, pero, heme aquí Oh
Dios, para hacer tu voluntad (Hb 10, 9). Nosotros hoy, podemos ofrecer con
Jesús en la Misa: nuestro cuerpo y nuestra sangre, es decir, nuestra vida para
que seamos una “alabanza de la gloria de Dios”; ofrecemos el pan y el vino que
somos nosotros; ofrecemos nuestro sufrimiento, oración, trabajo, sus fracasos y
humillaciones… (Catecismo de la Iglesia Católica 1368).
¿En qué consiste nuestro sacrificio
espiritual? “Consiste en someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios”. Para eso somos,
por amor de Cristo, sacerdotes, profetas y reyes. Al someter nuestra voluntad a
la voluntad de Dios, estamos sellando nuestra alianza y nuestra Comunión con
Dios y con la Iglesia, estamos renovando nuestro Bautismo y estamos dando
nuestro “sí” a Dios y a la Comunidad fraterna; estamos diciendo que sí queremos
ser Comunión, Alianza, Comunidad solidaria y fraterna. El sacerdote se ofrece
con Cristo al Padre e invita a los fieles a hacer lo mismo, cada uno según su
naturaleza: “Oren hermanos para que este
sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Todopoderoso”.
Por el Bautismo,
todos los bautizados, participan del sacerdocio común y real de los fieles, por
lo mismo, pueden ofrecer su sacrificio espiritual, cada uno de los
participantes de la Misa, puede ser sacerdote, víctima y altar para ofrecer un
sacrificio, ser víctimas y a la misma vez altar: ofrecerse en el altar de su
corazón, el sacrificio de someterse a la voluntad de Dios. Llevar una vida como
la de Cristo que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos
por el diablo (Hch 10, 38).
La adoración a
Dios se extiende fuera de la Misa, en un culto existencial, viviendo como hijos
de Dios y como hermanos de los demás con quienes se ha de vivir en Comunión
fraterna, solidaria y servicial. En esta comunión fraterna nos hemos de
preocuparnos de los demás; hemos de vivir reconciliándonos unos con los otros y
hemos de compartir el pan con todos. Lo anterior es vivir según la Voluntad de
Dios, lavándose los pies unos a los otros (cf Jn 13, 13) Y amándose como Jesús
nos amó y se entregó a la muerte por nosotros (Jn 13, 34; Ef 5, 2).
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