TODOS PECARON Y ESTÁN PRIVADOS DE LA GLORIA DE DIOS.
Iluminación: Es cierta y digna de ser aceptada por toda esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. (1 de Tim 1, 15)
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna todos pecaron y están privados de la gloria de Dios - y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús (Rm 3, 21- 24)
El pecado nos priva de la Gloria de Dios. Es la ofensa a Dios que nos leva a la muerte, al vacío de Dios y de amor y nos llena de soberbia, de mentira, de envidia y de lujuria. El hombre en pecado mortal se siente como vendido al poder del pecado; su corazón se siente inclinado hacia el mal. Experimenta la división dentro de él, con Dios, con los demás y con la naturaleza.
San Pablo nos lo explica al decirnos: Pues cuando erais esclavos del pecado, erais libres respecto de la justicia. ¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas que al presente os avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Rm 6, 20- 23).
Según la experiencia del Apóstol, el pecado nos divide, nos confunde, nos manipula, nos engaña y nos mata. “Embota le mente, endurece el corazón, nos pierde la moral y nos arrastra hasta el desenfreno de las pasiones” (cfr Ef 4, 17- 18).
“Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, más yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”. (Mt Rm 7, 14- 20)
Más yo soy de carne, vendido al poder del pecado.
Para san Pablo la carne es el pecado que habita en nosotros y que nos lleva y arrastra a una vida mundana, vida pagana, vida de pecado. Las obras de la carne son manifiestas: Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. (Gál 5, 19- 21). Obras que no son gratas a Dios (Rm 8, 8) P0r que son fruto de la desobediencia a la Ley santa de Dios.
La experiencia nos dice que el pecado nos engaña, nos paraliza, nos frustra y nos mata, así lo dice Pablo a los efesios: Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera... (Ef 2, 1-3).
El descubrimiento de Pablo:
¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! (Rm 7, 24- 26) Qué nos da la vida en Cristo Jesús (Rm 6, 23) Para liberarnos, en Cristo, de la esclavitud de la Ley (Gal 4, 4- 6; 5. 1)
Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - (Ef 2, 4- 5). Y por la fe de Jesucristo hemos sido justificados, es decir, perdonados, reconciliados, salvados y santificados. (cfr Rm 5, 1)
En virtud de la sangre de Cristo nuestros pecados han sido perdonados (Ef 1, 7) Y n virtud de su sangre, nuestros corazones han sido lavados de los pecados que llevan a la muerte (Heb 9, 14) Y hemos sido sacados del pozo de la muerte para levarnos al Reino del hijo de su Amor (Col 1, 13- 14; Ez 37, 12). “Y ha derramado su Amor en nuestros corazones juntamente con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado” (Rm 5, 5).
Por Gracia de Dios hemos sido salvados para que amemos a Dios y a los hombres. Nos ha sacado de la muerte y nos ha llevado a la Vida en Cristo Jesús- (Rm 6, 23) Y poder amar a Dios y al prójimo. El amor nace y brota de una fe sincera, de un corazón limpio y de una consciencia recta (1 de Tm 1, 5) Porque donde hay amor ahí está Dios (1 de Jn 4, 8).
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