TODOS LOS CREYENTES SOMOS
LLAMADO A SER TESTIGOS DE LA ESPERANZA.
Iluminación: Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine
nuestras mentes, para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su
llamamiento. (Cfr Efesios 1, 17-18)
Le Esperanza es el Perdón de los
pecados; es la Vida eterna; es del don del Espíritu Santo, es Cristo Jesús. Así
lo explica san Pablo: El Espíritu mismo se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos,
también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos
con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los
sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros. (Rm 8, 16- 18)
Las columnas de la Esperanza
Mesiánica son: la Promesa y el Acontecimiento.
La Promesa: Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor
Yahveh: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas,
pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh
cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré
mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis
que yo, Yahveh, lo digo y lo haga, oráculo de Yahveh.» (Ez 37, 12- 14)
El Acontecimiento: Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo
la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abbá, Padre! (Gál 4. 4- 6)
Dios cumple lo que promete: prometió salvación
antiguamente, hoy lo está cumpliendo. (cfr Lc 1, 55) Cristo es nuestra
Esperanza: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos unos a otros. (1 de Jn 4, 10- 11)
El Amor es el sentido de los
Mandamientos.
¿De dónde viene el amor? Viene de Dios, es su
Fuente, Viena a nosotros por la escucha y la obediencia de la Palabra: Habiendo,
pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por
nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el
acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza
de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud
probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
ha sido dado. (Rm 5, 1 - 5).
El amor es la señal que hemos pasado de la muerte
a la vida: Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte
a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. (1 de Jn 3. 14) Hemos pasado del pecado a la gracia, de
las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad. (Ef 2, 4- 6; Ef 5, 7-9;
Gál 5, 1- 13) El amor brota y nace de una “Fe sincera, de un corazón limpio y
de una recta intención ( 1 de Tim 1, 5) Esto nos confirma que la fe, la
esperanza y la caridad son inseparables, pero de las tres la más grande es la
caridad (1 de Cor 13, 13). Sin el Amor desaparece de nuestra vida la Fe y la Esperanza.
Sin el Amor nuestras oraciones y nuestras obras de caridad
no son agradables a Dios. Todo porque estamos llenos de soberbia, mentira,
envidia, hipocresía y maledicencia (1 de Pe 2, 1) Lo anterior es confirmado por
el evangelio de Mateo: No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en
el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos
me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y
entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de
iniquidad!" (Mt 7, 21- 23) La voluntad de Dios es que rechacemos el mal y
que guardemos los Mandamientos de su Ley (cfr Jn 14, 21- 23; Rm 12. 8).
¿A quién debemos amar?
Hemos de aprender amar a todos,
y a todo lo que Dios ama. Amar a Dios y amar al prójimo: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es
Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al
mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos
envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos
amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.” (1 de Jn 4,
8- 11) Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso;
pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su
hermano. (1 de Jn 4, 20- 21)
Así lo explica el evangelista san Juan: En esto
sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le
conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en
él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado
a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en
él, debe vivir como vivió él. (1 de Jn 2, 3- 6)
¿Y cómo nos amó Jesús? Nos amó
hasta el extremo, hasta la muerte (Jn 13, ¿1)?
Escuchemos la Escritura decirnos: Vosotros sabéis
lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el
bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con
poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el
Diablo, porque Dios estaba con él; y nosotros somos testigos de todo lo que
hizo en la región de los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron a matar
colgándole de un madero; a éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió
la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios
había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que
resucitó de entre los muertos. (Hech 10, 37- 41).
Nuestra Esperanza es apropiarnos de los frutos de
la Redención de Jesucristo: El perdón de nuestros pecados, la paz, la
resurrección y el don del Espíritu Santo, es decir, poseer la Vida eterna.
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