SÓLO DIOS
PERDONA LOS PECADOS DE LOS HOMBRES.
Iluminación: «¿Qué
quieres que te haga?» Él dijo: «¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te
ha salvado.» Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y
todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios. (Lc 18, 31- 43)
El relato
bíblico.
Cuando
Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se
aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él
enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando
entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente,
quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero
bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo
Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te
quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a
pensar: “¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar
los pecados sino sólo Dios?”
Conociendo
Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más
fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle:
‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el
Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados – le dijo al
paralítico –: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su
camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban
gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!” (Marcos
2,1-12)
Para Jesús primero es el Reino de Dios y después, es la añadidura. Primero
lo espiritual y después lo corporal. Jesús perdona los pecados porque él es
Dios con nosotros, es Emmanuel. Tiene poder para levantarnos del pecado para
que caminemos en la Verdad que nos hace libres de lo todo lo malo y para que
podamos amar y servir (cfr Jn 8, 32) “Levántate, toma tu camilla y vete a casa”
es decir, sé responsable, libre, capaz de amar y servir. Vive para ti mismo y
para los demás. “Trabaja y protege” (Gn 2, 15).
Jesús dice
a los que han creído en él: “Vigilad y orad para no caer en tentación”. (Mt 26,
41)
¿De qué tenemos
que cuidarnos? De los enemigos de la salvación: el mundo, el maligno y la carne.
Cuidarnos de tres demonios: el engaño, la parálisis y la frustración. El
engaño viene de la mentira que divide, confunde, manipula, sofoca y mata. Jesús
dijo que la mentira tiene al Diablo como padre. Que es un mentiroso. (Jn 8,
44). Nos invita a pasar de la Mesa del Señor a la mesa de los demonios. (1 de
Cor 10, 21).
El primer
demonio es el engaño: Le dijo a la primera mujer, Eva: “Seréis como Dios”.
Y entró la soberbia en ella y pecó. Su arma favorita es la mentira para engañar
a los hombres: “Cuánto tienes cuánto vales”. Mentira que divide a los hombres
en clases de primera, de segunda, de tercera y más. El pecado nos lleva de la
vida a la muerte, de la libertad a la esclavitud, de la Gracia al pecado, de la
Luz a las tinieblas.
El segundo demonio es la parálisis: “Pues bien sé
yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el
bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien
que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no
soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. (Rm 7, 18- 20) Me domina
el demonio de la parálisis. Entonces me apropio del texto de la Escritura: «¿Por
qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis?
¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no
oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los 5.000? ¿Cuántos
canastos llenos de trozos recogisteis?» «Doce», le dicen. (Mc 8, 17- 19)
El profeta
Isaías nos dice el porqué de la parálisis: Porque vuestras manos están
manchadas de sangre y vuestros dedos de culpa, vuestros labios hablan falsedad
y vuestra lengua habla perfidia. No hay quien clame con justicia ni quien
juzgue con lealtad. Se confían en la nada y hablan falsedad, conciben malicia y
dan a luz iniquidad. (Is 49, 3- 4) Otro profeta confirma lo anterior: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron,
Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el
agua no retienen”. (Jer 2, 13)
Según san Pablo la parálisis nos embota la mente, endurece el corazón,
se pierde la moral y nos lleva al desenfreno de las pasiones, es decir, de los
vicios (Ef 4, 17- 19) Nos lleva a una vida arrastrada, tirados al borde del
camino (Lc 18, 35-36) Estaba al margen de su realización.
El tercer demonio es la frustración: Nos lleva
y nace del “Vacío existencial”. Vacío de Dios y vacío de Amor, de Paz y de Alegría.
La vida frustrada nos deja angustia, depresión, miedos, odios, complejos de culpa
y complejos de inferioridad. Del vacío nace como de su propia casa “El
aburrimiento”; “La agresividad”; el aislamiento” y la pérdida del sentido de la
vida. Te aíslas para no dialogar, para no vivir en comunión, para no darse y
entregarse a los demás. Nadie se realiza sin los demás.
Levántate tu que duermes y la Luz de Cristo te alumbrara. (Ef 5, 14).
Jesús es el Bien Pastor que te busaca hasta encontrarte (Lc 15 4) “Andas
equivocado, vuelve al camino que lleva a la casa de mi Padre”. La clave está en
dejarse encontrar por él. La Luz de Cristo te ayuda a reconocer que no eres
feliz, que te has equivocado, que está necesitado de ayuda y que esa ayuda es Cristo
Jesús.
“Vengan a mí y tráiganme su
carga para que Yo les perdone sus pecados y les dé Espíritu Santo (Cfr Mt 11, 28)
Y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29) Con el perdón
de Cristo nacemos a la Vida Nueva, nacemos de Dios (Jn 1, 11. 12) La Vida Nueva
nos trae Amor, Paz y Alegría en el Espíritu (cfr Rm 14, 17) Ahora, hay vida
nueva se pude ver, oír hablar, caminar y descansar en Cristo por que su Palabra
es Luz en nuestro camino, es lámpara para nuestros pies. (Slm 119, 105). Su
Palabra es Palabra de Verdad, la Verdad que nos hace libres para amar y para
servir.
Cristo dio a su Iglesia el
Ministerio de la reconciliación, para que en su Nombre perdonar nuestros pecados: Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos.» (Jn 20. 22- 23) No por cuenta propia, sino, en virtud de la sangre
de Cristo y en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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