¡QUÉ BIEN LO HACE TODO! ¡HACE OÍR A
LOS SORDOS Y
HABLAR A LOS MUDOS!
La venida de Jesús. El Señor Jesús nos descubre con toda claridad el sentido de su venida de
junto al Padre: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,
10). Jesús ha venido del Padre como Luz: “Yo soy la luz del mundo, el que me
siga tendrá la luz de la vida, y no caminará en tinieblas.” (Jn 8, 12). Jesús
ha venido a unir lo que estaba separado; ha venido a reconciliar a los hombres
con Dios y entre ellos mismos; Ha venido a restaurar la dignidad de todo hombre
y a reconstruir las casas en ruina, es decir los hombres, las familias, las
comunidades y los pueblos deformados y deteriorados por el pecado. Jesús ha
venido a encender en nuestros corazones el “fuego del amor de Dios” (cfr Lc 12,
49). Pablo resume el sentido de la venida de Jesús en dos vertientes: ha venido
a rescatar, liberar a los oprimidos por la Ley y a traernos el don del Espíritu
que nos hace hijos de Dios (Gál. 4, 4- 6). Jesús mismo nos confirma el sentido
de su venida: “He venido a buscar lo que estaba perdido”.
¿Qué hace Jesús para darnos vida en abundancia? Lo primero es hacerse uno
de nosotros mediante la Encarnación en el seno de María. Toma nuestra condición
humana, igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Después de su bautismo
donde es ungido y confirmado por el Padre como su Cristo y Mesías, va al
desierto donde derrota al demonio y hace la opción fundamental de hacer la
voluntad del Padre y afirma su fidelidad mediante su triple afirmación: “Si
obedeceré, sí amaré y sí serviré”. Jesús, después de la experiencia del
desierto se lanza a invadir el reino del mal y a liberar a los oprimidos por el
diablo (Hech 10, 38).
¿Qué hace Jesús para sembrar el Reino de Dios en el corazón de los hombres? Mediante la predicación de la Buena Nueva, los exorcismos y milagros. Jesús nos da su Palabra que es “espíritu y vida”; enseña el arte de vivir en comunión con Dios, como hijos, y con los demás, como hermanos; con las cosas como amos y señores. A todos nos recuerda y nos descubre cual es el sentido de nuestra vida: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc 6, 36); “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) Jesús se gozaba en decirle a las multitudes y a sus discípulos: “Mi Padre los ama” y a su Padre oraba diciendo: “Que ellos comprendan que tú los amas tanto, como me amas a mí” (Jn 17, 23).
Jesús rompe
ataduras. “El aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por
Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron
entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las
manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le
toco la lengua con saliva. Después, mirándola cielo, suspiró y le dijo: “Effatá” que quiere decir, “Ábrete”. Al
momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a
hablar sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más
lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban
asombrados y decían: “Qué bien lo hace todo. Hace oír a los sordos y hablar a
los mudos”. (Mc 7, 31-37)
¿Quiénes son hoy día los sordos, los
mudos, los tartamudos, los ciegos, los cojos y los paralíticos del Evangelio? ¿Quiénes son aquellos que teniendo
ojos no ven, teniendo boca no hablan, teniendo pies no caminan, teniendo oídos
no oyen, teniendo manos no las usan? ¿Seremos nosotros que nos hemos dejado atrofiar
por el pecado? Ciegos porque no reconocemos la hermosa dignidad que Dios nos ha
dado a todos y cada uno de los seres humanos. Sordos porque no escuchamos la
voz de Dios y el clamor de los oprimidos: Mudos por qué no proclamamos la
verdad, no defendemos a los indefensos, no enseñamos a vivir en la libertad de
los hijos de Dios. Cojos por qué no salimos de nuestro encerramiento para ir al
encuentro de los demás. El tartamudo tenía dificultad para comunicarse con los
demás. ¿Cuál es la dificultad que encontramos en nuestra vida que nos impide
dialogar aún dentro del seno de la familia? ¿Qué es lo que nos impide tener una
sana relación con los vecinos, compañeros de trabajo, con otros? ¿Qué nos
impide vivir en relación con Jesús y con los demás?
La pregunta de
Jesús. “¿Qué quieres que haga por ti?” “¿Qué
necesitas de mí?” Todo aquel que se acerca a Cristo Jesús y se encuentra con
Él, empieza una nueva relación de comunión con el hijo de Dios que nos hace
creaturas nuevas para que proclamemos que lo viejo ha pasado y ha comenzado lo
nuevo (cfr 2 Cor 5, 17). Al sordo y tartamudo lo sacó de entre la gente, lo
llevó aparte para enseñarnos que Él no hace los milagros por simple curiosidad,
no quiere estar expuesto a la charlatanería de la gente, por eso lo saca fuera.
¿Qué hace Jesús para sanarlo? En un primer momento lo prepara metiendo sus dedos en los oídos del
enfermo y tocando su lengua. Luego, mediante su palabra poderosa da la salud al
enfermo: Effatá, que quiere decir, Ábrete. Abrirse, ¿a qué? Ábrete a la Palabra
de Dios, a la acción de Dios. Ábrete a la vida de oración, al servicio a los
demás. Ábrete a una caridad sin límites, a la verdad que libera del error.
Ábrete a la fe, que es confianza y obediencia a Dios. Ábrete al amor familiar y
a la misma vez ciérrate a los vicios, al espíritu de inmundicia, a la ambición
desmedida de las riquezas y de placer. Ciérrate al orgullo, a la envidia, etc.
Recordemos las palabras del Apocalipsis: “Yo
estoy a la puerta y llamo, quien me escucha y me abre la puerta, Yo entro, y
ceno con él, cenamos juntos, nos amamos” (crf Apoc. 3, 20)
Ábrete a la acción
de Jesús. Effatá, es la invitación de Jesús a
dejarlo entrar en nuestras vidas, él quiere ser nuestro huésped. Jesús quiere
ser el centro y la meta de nuestra vida, dejémonos conducir por Él. Él es el
Camino, la Verdad y la Vida. El Camino significa el Amor que echa fuera el odio
y la venganza. La Vida que expulsa la muerte de nuestro corazón y la Verdad que
echa fuera la mentira que es una barrera que genera divisiones entre los
hombres, como entre los pueblos. Sólo cuando Jesús está vivo por la fe en
nuestros corazones podemos tener la confianza y la seguridad que ha comenzado
en nosotros el reinado de Dios que pone fin a las presiones y explotaciones por
parte de las potencias extranjeras.
El primer fruto de la unión con Cristo
Jesús es la “hermosa dignidad de ser hijos de Dios” Ser familia de Dios. En esta Familia, todos somos iguales
y también somos hermanos y servidores de los demás hijos del Padre de nuestro
Señor Jesucristo. La comunión con Jesús nos garantiza que nuestros pecados sean
perdonados, nuestros demonios sean expulsados y que seamos establecidos por la
Obra del Espíritu en el reino de Dios.
No tengamos miedo, creer en Jesús, Él
es el “don de Dios” “el Hijo único de Dios” “Es nuestro Salvador” que nos amó y
se entregó por nosotros (cf Ef 5, 1_2) “Es nuestro Redentor” vino a liberarnos
de la esclavitud del pecado y a traernos el don del Espíritu Santo (Gál 4, 4-
6) Jesús es nuestro “Maestro interior y es nuestro Señor” que nos guía y reina
en nuestros corazones para que podamos conocerlo, amarlo y servirlo en nuestros
hermanos. No tengamos miedo dejarnos amar y conducir por Él.
Nos amó hasta el
extremo. Al final de su vida, “habiendo amado a
los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1), abrazó la cruz con amor; “Nos
amó y se entregó por nosotros como hostia viva” (Ef 5, 1) para salvarnos, para
que nuestros pecados fueran perdonados. Murió para pagar el precio por
nosotros, para sacarnos del reino de las tinieblas y llevarnos al reino de la
Luz, al reino de su amado Padre (cfr Col, 1, 13) Jesús murió en la muerte de cruz para que nuestros pecados fueran
perdonados (Rom 4, 25), nos ha redimido (Ef 1, 7), con su muerte ha vencido al
mundo, al pecado, a Satanás (Jn 17, 33), pero le faltaba por vencer al último
de sus enemigos: La Muerte. Cristo es el vencedor de la Muerte. El que murió,
ha “Resucitado” (Hech 2, 24). Ha roto las cadenas de la muerte y vive para
siempre. La resurrección es el sello del Padre a todo lo que Jesús dijo e hizo,
a lo largo de su vida terrena. Ha resucitado para darnos vida eterna, vida en
abundancia, para hacernos hijos de Dios mediante la donación de su Espíritu.
Y ¿ahora qué? ¿Qué
podemos hacer para tener vida eterna? La respuesta está a
tu alcance: Creer. ¿Creer en qué o en quién? Creer que Dios te ama, te perdona,
te salva y te da el don de su Espíritu. Creer que Cristo es el Hijo de Dios (Jn
6, 39) que se entregó y murió para perdón de nuestros pecados y resucitó para
nuestra justificación (crf Rom 4, 25). Cristo al abrazar su pasión y su muerte
nos entregó su amor, su vida, se entregó a sí mismo por mí (Gál 2, 20) “Se
entregó por nosotros” (Ef 5, 2) y por su Iglesia (Ef 5, 25). Con todo derecho
Jesús pide a sus discípulos: “Permanezcan en mi Amor” (Jn 15, 9). Creer en
Jesús es confiar en Él, obedecerlo, amarlo, pertenecerle, seguirlo y servirlo.
Sólo amando a Jesús podemos tener la certeza de que le pertenecemos.
¿Cómo permanecer en
el amor de Cristo Jesús? “Permanezcan en mi Amor” Permanecer
siendo amados: En comunión con Él, en la escucha de su Palabra, en la
contemplación y adoración; dejándolo que nos ame, nos perdone y nos salve por
medio de la Liturgia, especialmente en la Penitencia y en la Eucaristía. “Permanezcan
en mi Amor” Permanecer amando: Guardando sus Mandamientos, en la donación,
entrega y servicio a la Comunidad fraterna; en la lucha contra el mal para
afianzarnos como hijos de Dios; confiando en él, obedeciéndolo y
perteneciéndole. Salir de las manos de Dios, equivale a salirse del Amor,
bajándose de la cruz. No te bajes de la cruz (cf Gál 5, 24) Lo anterior es posible con la ayuda del Espíritu Santo y con
nuestra cooperación. Ayuda que se garantiza por la Unión con Cristo Jesús: “Si
permanecen fieles a mi Palabra, conocerán la verdad, y la verdad os hará
libres” (cfr Jn 8,32). “Sólo unidos a mí podéis dar fruto, sin mí nada podéis
hacer” (Jn 15, 5).
La invitación de
Jesús. “Vengan a mí los que están cansados y
agobiados” (Mt 11, 28). Los discípulos se acercaron a Él para escuchar sus
Palabras (Mt 5, 3) y dejarse enseñar por Él. En la Obediencia a su enseñanza
reman mar adentro y lanzan sus redes a la derecha, la pesca fue grande y
milagrosa (Lc 5-1-1). Lo que nos enseña que sólo en la obediencia a la Palabra
de Cristo Jesús podremos conocer y apropiarnos de los frutos de la Redención, y
poder así, configurarnos con Jesús de Nazareth en la práctica de la justicia,
en la misericordia, en la limpieza de corazón y en el trabajo por la paz.
Aplicación a nuestra
vida. Comenzar el día cada mañana con una
oración de acción de gracias al Señor, alabando y bendiciendo su Nombre por el
don de la vida… ser agradecidos (Flp 4, 4s). Ofreciendo y consagrando los
trabajos del día para que esté nuestra actividad impregnada de Evangelio (Rom
12, 1s). Empezar el día con la firme determinación de seguir a Cristo y vivir
de su encuentro en cada circunstancia concreta de nuestra vida para poder ver
su rostro en cada hermano (Rom 8, 29). Al final del día hacer un serio examen
para saber si las acciones realizadas fueron acordes con los criterios
cristianos (2 Cor 5, 17). Terminar el día con una lectura de la Palabra de Dios
y con un encuentro con el Señor en la Oración (2 Tim 3, 14- 17).
Creo en Ti Señor
Jesús, espero en Ti, y te amo Señor Jesús: En ti tengo puesta mi confianza.
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