PORQUE DIOS ES LA VERDAD (JER 10,10)
JESUCRISTO ES LA VERDAD (JN 14, 6)
Objetivo: Iluminar con la luz
de la verdad que nos hace libres, para que comprendamos que es una verdad que
no nos pertenece como algo propio. Ella vine de Dios, y ante su resplandor
experimentemos nuestra pobreza (Doc. De Puebla 165).
Iluminación: Profesar la fe en la Trinidad
–Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor
(cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la
plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que
en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo,
que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso
del Señor (Benedicto XVI. Carta Apostólica, 11 de octubre 2011).
Cada una de las verdades del mundo creado, son
irradiación y esplendor de la suprema verdad. El hombre, que tiene un anhelo
insaciable de verdad, por el cual tiende hacia ella con todas sus fuerzas, no
puede prescindir del alimento de la verdad, y la busca con todas sus ansias,
como lo reconoce bellamente san Agustín: "Donde he hallado la verdad allí
he hallado a mi Dios, la verdad en persona" (Conf. 24,35).“Porque Dios es
la verdad” (Jer 10,10) “Jesucristo es la Verdad” (Jn 14, 6)
Jesús pide la verdad para sus discípulos. "Padre, dijo Jesús, en la última
Cena, santifícalos en la verdad” (Jn 17, 17). "El Espíritu de la verdad,
que procede del Padre, dará testimonio de mi". El "Espíritu de la
verdad" guiará a la Iglesia "hasta la
verdad completa" (Jn 16,13). "Yo le pediré al Padre que os de otro
abogado que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El Paráclito,
el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). Así, el "Paráclito", el Espíritu de la verdad, es el verdadero
"Consolador" del hombre, el verdadero Defensor y Abogado, el
verdadero Garante del Evangelio en la historia.
Jesús es la Verdad. Al hablar de la
Verdad que nos hace libres, hablamos de Jesucristo. (cf Jn 8, 31-32) No es un
invento de los hombres, es Dios que se nos ha revelado en Jesucristo: “Camino,
Verdad y Vida” (Jn 14,6). Jesús viene de Dios que es Amor, Verdad y Vida. Viene
de arriba y nos apropiamos de él por la fe, entendida como, respuesta a la
iniciativa de Dios que encuentra su delicia en estar con los hombres como
Padre, hermano, amigo, para ayudarles a vivir en comunión fraterna y solidaria,
según las palabras del mismo Señor:
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros
permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32).
Creer
en Jesús es la clave para vivir y crecer en la Verdad. El alma de la experiencia religiosa es creer en
Jesús, permanecer en su Palabra, ser sus discípulos, conocer la verdad,
fundamento de la verdadera libertad, la interior, la del corazón. Lo anterior
exige entrar en la dinámica del “grano de mostaza” (Mc 4, 30ss), vivir el
proceso de la fe para poder crecer en el conocimiento de Dios: Padre, Amor,
Perdón y Libertad. El Dios que se nos ha revelado en Jesucristo ha tomado
rostro humano para amarnos con un corazón de hombre. Amor manifestado en Jesús,
Verbo e Hijo de Dios, que se hace hombre para acercarse al hombre y brindarle
por la fuerza de su ministerio, la salvación, “el gran don de Dios"
Lo que la Iglesia nos dijo
en Puebla. Nos proponemos anunciar las verdades centrales de la evangelización:
Cristo, nuestra esperanza, está en medio de nosotros, como enviado del Padre,
animando con su Espíritu a la Iglesia y ofreciendo al hombre de hoy su palabra
y su vida para llevarlo a la salvación integral (Puebla 166).
Los Obispos nos dijeron
en Puebla: “Vamos a hablar de Jesucristo. Vamos a proclamar una vez más la
verdad de la fe acerca de Jesucristo. Pedimos a todos los fieles que acojan
esta doctrina liberadora. Su propio destino temporal y eterno está ligado al
conocimiento en la fe y al seguimiento en el amor, de Aquel que, por la efusión
de su Espíritu, nos capacita para imitarlo y a quien llamamos, el Señor y el
Salvador de los hombres (Puebla 180).
La
pregunta fundamental "¿Y vosotros quién decís que soy yo?" (Mt. 16,15). Esta
pregunta de Jesús no está dirigida solamente
a sus primeros seguidores se dirige permanentemente a sus discípulos. Es la cuestión fundamental que hemos de responder todos los que
nos llamados cristianos y seguidores del hombre de Nazaret, el Hijo amado del
Padre. La respuesta es personal, no podemos pedirla prestada ni rebuscarla en
libros. Jesús no pide simplemente nuestra opinión, más bien nos interpela sobre
nuestra actitud ante él. Actitud que se refleja, más que en nuestras palabras
en nuestro seguimiento concreto a él. La respuesta para que sea válida, más que
doctrinal, nos pide haber hecho una “Opción radical” por Jesucristo, su
Evangelio, su Misión y aceptar el Proyecto de Dios para nuestra vida: El Reino
de Dios.
Más que decir quién es Jesús, me
he de preguntar ¿Quién soy yo para él? ¿Cómo vivo el llamado que me hace? ¿En qué o en quién realmente creo? ¿Cuál es
mi compromiso? ¿A qué se reduce mi fe? ¿A qué aspiro en esta vida? Ya que la fe
no se puede reducir a hermosas fórmulas doctrinales, para luego, vivir lejos
del espíritu que esas mismas proclamaciones piden y exigen (José Pagola). La
respuesta a la pregunta de Jesús nos pide la fe que viene de la escucha de la
Palabra de la verdad (Jn 17, 17) Fe que crece y se madura para ser Amor que
transforma (cf Gál 5,6) en hijos de la Luz, de la Verdad, de la Bondad y de la
Justicia (cf Ef 5, 7-9). La Verdad es la Luz y la Gracia que recibimos en
Jesucristo que nos lleve a crecer y madurar como personas, en la medida que la
cultivemos y la defendamos. Esto exige:
V Pensar la verdad. Rechazando toda confusión que viene de la
mentira. El hombre que aprende la verdad acepta que ésta, es el fundamento de
la sinceridad, de la honestidad y de la integridad.
V Honrar la verdad. Creer en Jesucristo, amarlo y servirlo en
los demás. Esto nos lleva a ser leales y fieles a la Voluntad de Dios y a su
Palabra poderosa.
V Caminar en la verdad. Hacer el bien y evitar el mal. Nos hace
ser generosos, compasivos y misericordiosos. Portadores de una Caridad,
sincera, alegre y hospitalaria.
V Hablar la verdad. Anunciar a Cristo y proclamar las
maravillas de Dios para conocer las lenguas amables, limpias y veraces. Fuera
toda palabra obscena, agresiva y mentirosa.
V Defender la verdad. Defender la verdad es cultivarla y
protegerla. Es luchar contra toda falsedad, maldad, hipocresía y maledicencia. Es
no ser cómplices del pecado; es no dar falso testimonio. El octavo mandamiento
dice: “No mentiras.”
La
Sagrada Escritura. “Llegada
la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió al mundo a su Hijo Jesucristo,
nacido de mujer, para liberar a los oprimidos por la Ley y para traernos el
Espíritu Santo" (Gál. 4,4- 6). La
fe de la Iglesia nos dice que Nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos, y es verdadero Hombre, nacido de
María la Virgen, por obra del Espíritu Santo. En Cristo y por Cristo, Dios
Padre se une a los hombres para amarlos y liberarlos de la servidumbre del
pecado y para darse así mismo a todos los que crean en la persona de su Hijo.
El hijo de Dios asume lo humano y lo creado para restablecer la comunión entre
su Padre y los hombres en virtud de su sangre derramada en la cruz (Ef 1, 7).
De esta manera introducir y restablecer a los hombres en el Paraíso.
La respuesta de Pedro. “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt. 16,16). Es la
respuesta de Pedro que en nombre de toda Iglesia, con la ayuda de la gracia
divina ha confesado la “Verdad de Jesús de Nazaret” como el Cristo de Dios, el
Ungido, para rescatar a los hombres de la esclavitud de la Ley y del pecado;
para dar vista a los ciegos, libertad a los oprimidos y proclamar al año de
gracia del Señor” (Lc 4, 16ss). Ungido para ser Redentor de los hombres,
ofreciéndose a sí mismo en el Espíritu Santo a favor de toda la Humanidad” (cf
Heb 9, 14). Jesucristo
es el Amor entregado del Padre a los hombres: “Me amó y se entregó por mí” (Gál
2, 20); “Amó a los hombres y se entregó por ellos” (Ef 5, 2); “Amó a su Iglesia
y se entregó por ella” (Ef 5, 25). Lo primero para conocer a Jesucristo es
creer que Dios, Padre nos ama con amor eterno (Jer 31, 3; Jn 3, 16). Amor
incondicional, personal, universal e inabarcable. Sólo después que se ha
experimentado el amor de Dios que se hace perdón, misericordia, compasión,
liberación y salvación, podemos los hombres tomar la decisión de seguir a
Cristo y hacer una opción radical por él. Sólo entonces nos adentramos en la
aventura de la fe para tomar la firme determinación de seguir a Cristo y hacer
la “opción radical” por él.
Unidad de
verdad y vida. La verdad
sobre Jesucristo pide un estilo de vida cristiano que nos propone las condiciones
básicas de la fe viva, auténtica, iluminada por la caridad y cimentada en la
verdad (cfr Gál5,6). Cuando la inteligencia y la voluntad son unidas por el
amor, la adhesión al Señor Jesús se conforma en una unidad llamada “Conciencia
Moral” que hizo decir a Pablo: “No vivo yo es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,
20). La Conciencia Moral es Cristo que habita por la fe en nuestro corazón (cfr
Ef. 3, 16) Y se manifiesta en nuestra vida en favor de los demás: “Yo estaré
con ustedes” (Mt 28, 20) Para guiarnos y darnos el discernimiento moral, la
capacidad para rechazar el mal y la fuerza para hacer el bien (cf Rom 12, 9).
La adhesión viva a
Jesucristo. La fe no es simplemente
la adhesión a un conjunto de dogmas, completo en sí mismo, que apagaría la sed
de Dios presente en el alma humana. Al contrario, proyecta al hombre, en camino
y en el tiempo, hacia un Dios siempre nuevo en su infinitud (Benedicto XVI.
Ángelus, 28 de agosto 2005). La fe es, ante
todo, la adhesión a un Alguien, a una persona viva: Jesucristo, que nos atrae
hacia él con cuerdas de amor y con lazos de ternura (cf Os 11, 1-5); es la aceptación de su Evangelio como
norma para nuestra vida; es recibir de sus manos su Misión y su Destino (Jn 20,
19- 23), para entregarse apasionadamente al estilo de Jesús a la “Obra del
Padre” (Jn 4, 34), a favor de todos. Adhesión a la que se le responde con la
vida hecha donación y entrega como discípulos de Jesús. La fe que madura se
convierte en respuesta, en disponibilidad para servir.
Confesar a Jesús con la
vida. ¿Quién soy yo para
ustedes? Podemos responder con la verdad más hermosa que salió de la boca de
Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16) A la confesión de
Pedro podemos agregar: Tú eres el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del
Mundo, nuestro Redentor, mi Señor y mi Dios (Jn 20, 28). Pero, no basta
pronunciar estas verdades para ser discípulos de Jesús. Y menos cuando son
repetidas de forma superficial y mecánica, por costumbre o por disciplina,
viviendo al margen del significado de lo que estamos pronunciando. En la
respuesta de Pedro está implícito el testimonio más hermoso que pueda salir de
la boca de un testigo del Evangelio: “Tú eres quien le ha dado sentido a mi
vida” “Tú eres quien ha venido a llenar los vacíos de mi corazón” Para hacer de
mí una “alabanza de tu sabiduría infinita” (cf Ef 1, 14).
No podemos confesar a Jesús como Señor y Rey del Universo, y
seguir viviendo de espaldas a su Persona sin que sea él, “el centro de nuestra
vida”. Cuando lo llamamos Maestro, pero, no vivimos motivados por su Palabra,
por el amor a su reinado. Nos engañamos a nosotros mismos, y no conocemos la Verdad,
no confiamos en él, no lo amamos, ni le servimos y ni le pertenecemos ni somos
sus discípulos. De esta manera damos lugar a la hipocresía religiosa de la que
advierte Jesús a sus discípulos (Mt 5, 20).
Encontrarnos
con Jesús. No
olvidemos que la fe consiste en encontrarnos con un Alguien vivo que viene a
llenar los vacíos de nuestro corazón y darle sentido radical a nuestra vida. El
encuentro con Jesús transforma nuestra vida en una nueva creación (2 Cor 5,
17), nos convierte de hombres viejos en hombres nuevos revestidos de verdad,
justicia, libertad y amor (cf Ef 4, 21- 24). Experiencia que nos da la certeza
que Jesús es la respuesta a nuestras preguntas más decisivas, a nuestros
anhelos más profundos y nuestras necesidades más íntimas. Sólo cuando vivamos de encuentros con Jesús
dejaremos de vivir una fe superficial y mediocre. Sólo en la medida que
destruyamos nuestras madrigueras y nuestros nidos (cf Lc 9, 58), para seguir
las huellas de Jesús, iremos construyendo nuestra respuesta a la pregunta:
¿Quién soy yo para ustedes? Los lugares de encuentro con Jesús resucitado son
la oración íntima, confiada, agradecida; en la lectura de su Palabra a la luz
de los Padres de la Iglesia y del Magisterio; la Liturgia, especialmente los
Sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía; el encuentro con los pobres,
con la pequeña comunidad y el apostolado libre, consciente y voluntario, hecho
por amor a Cristo y a su Iglesia.
Ser discípulos de Jesucristo pide escuchar su Palabra y
obedecerla, aceptar pertenecer a él y a su Grupo, los Doce. Ser discípulo es
vivir en comunión solidaria con él y con su pueblo, llevando una vida
samaritana (cf Lc 10, 27- 39. Sólo entonces, llenos de entusiasmo, podemos
presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las
angustias de los que le pertenecen y mostrar que él es el Cristo creído,
proclamado y celebrado por la Iglesia (Padre José Pagola).
Llamados
a reproducir la imagen de Jesús. ¿Qué imagen nos hemos hecho de Jesús de Nazaret? ¿Cómo nos
imaginamos a Jesús? Una historia de más de dos mil años, en la que nuestros
infantilismos, intereses, estilos de vida, seguridades, eso y más, contribuyen
en la elaboración de la imagen de Jesús. No podemos desfigurar, parcializar o
ideologizar la persona de Jesucristo, ya sea convirtiéndolo en un político, un
líder, un revolucionario o un simple profeta, en una cosa, en un ídolo, o ya
sea, reduciendo, a quien es el Señor de la Historia, al campo de lo meramente
privado al servicio de mis intereses.
He preguntado a grupos de personas: ¿cómo se imaginan ustedes a
Jesús? Las respuestas han ido desde me lo imagino como lo veo en los
almanaques, “Chulito” o como lo veo en los crucifijos, muerto. Otros como una
energía o fuerza positiva; como un profeta; un hombre más; mientras que a otros
no les preocupa como sea Jesús. Para unos más, es un padre bonachón que da todo
lo que le piden; como alguien muy bueno que nos consuela y nos anima; un gran
general que camina delante de sus tropas invitando a conquistar la libertad y
los más altos ideales; para otros Jesús es el buen Pastor; el amigo que nunca
falla, el abogado que nos defiende, el maestro que enseña y camina delante de
su pueblo.
También he encontrado los que piensan que creen en Jesucristo
porque aceptan los “dogmas de la Iglesia”, pero, al margen del seguimiento, del
compromiso y de la obediencia de la fe. Es pura ilusión. Probablemente, nunca
tendrán la experiencia de tener un encuentro vivo con la persona de Jesús. No
sospechan lo que Jesús podría ser para ellos: Salvador, Maestro, Señor y Dios
(Jn 20, 28); sólo entonces puede cambiar nuestra mirada, nuestra manera pensar,
de sentir, de vivir, y, podamos descubrir el rostro de Jesús en la Eucaristía,
en la Creación, en todo hombre, especialmente, en los pobres, en los enfermos,
en los que sufren (José Pagola. El camino abierto por Jesús).
Arriesgarlo
todo por Jesús. La verdad
sobre Jesucristo no está expuesta a la superficialidad, a la curiosidad o al
chismorreo. Al leer el Evangelio con espíritu de contemplación, podemos
descubrir en el corazón de Jesús tres realidades que llenaron su vida e
iluminaron su caminar en este mundo: Una
vida de intensa oración, su identificación con los pobres y su confianza total
en el Padre. Por un lado. sufre con la injusticia, las desgracias y las
enfermedades que hacen sufrir a tantos. Por otro lado, confía totalmente en ese
Dios padre que quiere arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus
hijos. Para eso ha sido enviado: “Anunciar la Buena Nueva a los pobres, liberar
a los oprimidos, dar vista a los ciegos, unirnos a todos y conducirnos a la
Casa del Padre” (Lc 4, 18).
¿Cómo
lograrlo? Amando y siguiendo
a Jesús que nos ha llamado a ser sus discípulos, a trabajar con él en la “Obra
del Padre”, siendo servidores del Reino a favor de todos, también de los que no
creen. Con los ojos fijos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe (Heb 12,
2) y olvidando lo que quedó atrás (cfr Lc 9, 62) nos vamos revistiendo con la
Verdad que nos hace libres; la Justicia que nos hace justos; la Libertad de los
hijos de Dios (Gál 5, 1); el Amor que da Gloria al Padre (Jn 15, 8), y se
comparte con los hermanos para no ser descalificados (1 Jn 2). Lo anterior pide esfuerzos, renuncias, hasta
llegar al sacrificio con la ayuda del Espíritu Santo.
A ejemplo de María, la primera creyente y
discípula de Jesucristo que nos dijo: “Hágase en mí, según su Palabra” (Lc 1,
38) Para luego darnos su evangelio: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5).
ración compartida.
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