LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL
DE LA IGLESIA.
Objetivo:
Dar a conocer estos principios para
poder caminar en el camino angosto que nos propone el Evangelio: el Amor, la
Verdad y la Justicia que nos llevan la paz (Ef 5, 8).
Iluminación. La actividad humana, así como procede del
hombre, así también se ordena al hombre. Pues éste con su acción no sólo
transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende
mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación,
rectamente entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan
acumularse. El hombre vale por lo que es y no por lo que tiene.
Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia,
mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale
más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si
dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden
llevarla a cabo. Por tanto, está es la norma de la actividad humana: que, de
acuerdo con los designios y voluntad divinos, sea conforme al auténtico bien
del género humano y permita al hombre, como individuo y como miembro de la
sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación (G S # 35).
1. La dignidad de la
persona humana.
La dignidad humana es la sede de los
derechos y deberes de todo ser humano. El peor enemigo de la “dignidad humana”
es la “inversión de valores”. Que ha sumergido y llevado al hombre a la pérdida
de los valores familiares, y por lo tanto humanos. Muchos hombres y mujeres
viven en una “gran mentira”, generada por una manera de pensar que genera
actitudes de vida anticristianas y anti- humanas: Creer que el hombre vale por
lo que tiene o por lo sabe o por lo que hace. Esta manera de pensar es la madre
del “instrumentalismo” que hace hombres y mujeres ser “instrumentos” de trabajo
o de placer.
Dignidad que grita el fundamento de
nuestro valor: “El hombre vale por lo que es”. Dignidad que encuentra su
fundamento en lo que somos: “Imagen y Semejanza” de Dios nuestro Creador, es
fundamento y sede de los valores humanos, una perla preciosa que manifiesta el
valor fundamental de la persona. La dignidad es expresada en la manera como
nosotros nos relacionamos con la vida, con Dios, con las cosas y con los demás.
2. El
principio de autoridad.
La autoridad no es poder, sino una
fuerza de carácter moral, esto es lo que hace que sea legítima y auténtica y
que tenga como finalidad el “Bien común” capaz de hacer crecer, florecer y
favorecer el desarrollo de todo lo humano que hay en todos y cada uno de la
familia. La autoridad comprendida de esta manera es un verdadero servicio:
nadie está por encima de nadie. Cuando san Pablo habla del esposo como “cabeza”
de la Iglesia, se refiere en un sentido religioso, a que él es el primero en
buscar la realización o salvación de todos y cada uno. (Ef. 5, 21ss.)
3. El principio de
subsidiaridad.
Para que el principio de autoridad
funcione es necesario ser subsidiario, esto es, ser capaz de aportar lo
necesario para el crecimiento adecuado de los demás. “Tanta libertad cuánto sea
posible, tanta autoridad cómo sea necesaria”. Le Escritura lo confirma cuando
dice: “el padre que ama a sus hijos los reprende y corrige”. “Recibe estas
arras son prenda del cuidado que tendré que no falte lo necesario en nuestro
hogar”. Sabemos que esta promesa hace referencia, no sólo a lo material, sino
también a todo lo que sea posible aportar para la realización de la persona.
Podemos pensar en comprensión, cariño, tiempo, alegría, motivaciones, etc.
4. El principio de
solidaridad.
La solidaridad exige el acercamiento
al otro, para tomar sobre sí su destino y su experiencia de dolor, pobreza o
necesidad específica. El amor es fuerza solidaria. En la familia se tiene la
exigencia de educar para la solidaridad que nos pone de frente al destino
universal de los bienes: “El que ve a su hermano pasar necesidades y no le
ayuda es peor que un pagano”, esto es, que nadie pase necesidades entre los
miembros de una misma familia. Dios ha creado los bienes para todos, de manera
aplicada a la familia: “Todo es de todos”.
5. El Bien común.
Nadie tiene derecho a apropiarse del
bien que los demás necesitan para su realización. Se debe ir en contra del
acaparamiento, del consumismo que hace gastar inútilmente y del derroche. Se
debe favorecer la austeridad y el uso debido de las cosas, del compartir, de
poner mis bienes al servicio de los demás. La solidaridad está cimentada en el
Mandamiento Regio de Jesús: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”
(Jn 13, 34). Sin Jesús nadie puede guardar el “Mandamiento Regio”.
El bien común de la familia y de la
sociedad nos lleva al reconocimiento de que Dios creó todo para todos. Dentro
de la familia cristiana nadie vive para sí mismo y nadie tiene como propio lo
que de hecho es de todos. El principio del bien común nos hace pensar en el
Mandamiento que Dios le dio al hombre en el paraíso: “Protégelo y cultívalo”
(Gn 2, 15) Lo que implica ponerlo todo al servicio de la “Civilización del
Amor”.
La “Civilización del amor” está
cimentada en tres bases que consolidan y entrelazan la estructura familiar y
comunitaria: El amor que expulsa el odio; la verdad que hecha fuera la mentira
y la falsedad; la vida que llena los vacíos de muerte. Donde hay amor, verdad y
vida ahí está Cristo. Él es el Camino (El Amor), la verdad y la Vida. La
presencia de Cristo en la familia en la Comunidad, asegura la entrega, el amor
limpio y la fuerza para vencer los obstáculos o barreras que puedan levantarse
entre los miembros de la familia, de la Comunidad o de los pueblos.
El hombre está llamado a vivir en
Comunión, es decir, en la verdad, en amor y la práctica de la justicia. Vivir
en la verdad es vivir en relación con Dios como hijo, con los demás como
hermano y con las cosas como amo y señor. Quién invierta el orden de esta
fundamental mentalidad no vive en la verdad. Por el amor el hombre está llamado
a vivir y a realizarse en la entrega de sí mismo.
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