LLAMADOS A SER SANTOS EN EL AMOR
DE CRISTO.
Iluminación: Queridos hijos: Si ustedes saben que Dios es santo, tienen que
reconocer que todo el que practica la santidad ha nacido de Dios. (1 de Jn 2,
29)
Llamados a ser hijos de Dios por la fe. (Gál 3, 26)
El amor de Dios se ha manifestad en Jesucristo nacido para nuestra salvación.
Para nacer como hijos de Dios hay que escuchar la Palabra, reconocer nuestros pecados,
arrepentirnos, recibir el perdón de nuestros pecados y recibir el don del
Espíritu Santo. La Manifestación más grande del amor de Dios a los hombres es
el Nacimiento de Jesús, tal como lo dice a Escritura: Porque tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (Jn 3, 16.
17)
La más hermosa de las verdades, ser
hijos de Dios.
“Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no
sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos
reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él. Hermanos míos, ahora somos
hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos
que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos
tal cual es.”. (1n de Jn 3, - 3)
La esperanza de ser hijos de
Dios es un llamado a la santidad.
Como hijos obedientes, no os
amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien,
así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda
vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo.
(1 de Pe 1, 14- 16). La santidad exige romper con el pecado para participar de la
Naturaleza divina ( 1 de Pe 1, 4b) Exige permanecer en el Amor de Dios, guardar
los Mandamientos y guardar su Palabra (Jn 14, 21. 23; 1 de Jn 2, 3- 5)
“Y todo el que tiene puesta en él esta esperanza, procura ser santo, como
Jesucristo es santo. Todo el que comete pecado quebranta la ley, puesto que el
pecado es quebrantamiento de la ley. Y si saben ustedes que Dios se manifestó
para quitar los pecados, es porque en él no hay pecado. Todo el que permanece
en Dios, no peca. Todo el que vive pecando, es como si no hubiera visto ni
conocido a Dios”. (1 Juan 2, 4, 6)
Santo es aquel o aquella que ha sido justificado,
sus pecados han sido perdonados y ha recibido el don del Espíritu Santo, y que
permanece en la Gracia de Dios, es un portador del Amor de Dios que habita en
él o en ella, juntamente con el Espíritu Santo (Rm 5, 1- 5) Santo es aquel que
lleva en su corazón la Ley del Amor, el Espíritu de Jesús que lo guía, lo conduce
y lo transforma de hombre viejo en hombre nuevo (Ef 4, 23- 24) Es una Nueva
Creación (2 de Cor 5, 17) Es un hombre libre en Cristo para amar y para servir
a Dios y a los demás. (Gál 5, 1; Mt 20, 25[um1] ; Jn 13, 13.
34-35).
El origen de la santidad está en Dios que envió a
su Hijo, el buen Pastor que viene a buscar lo que estaba perdido (Lc 15, 4) Que
nos da su Palabra para que tengamos vida espiritual y nos lleva al Nuevo
Nacimiento. Nos hace partícipes de su Luz, de su Poder, de su Verdad, de su
Vida y de su Santidad. Todo para salir del pecado y entrar en el Reino de su
Amor, santos e inmaculados en el amor (Col 1, 13- 14; Ef 1, 4).
El santo en el Señor es aquel que ha hecho la “Opción
Fundamental por Jesucristo”, de palabra y con su vida: “Hace la firme determinación
de vivir según a Palabra de Dios y dar la espalda al mundo”. Por eso rechaza la
malicia, la mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia (1 de Pe 2, 1)
Su esperanza lo hace caminar en la Verdad como hijo de Dios, discípulo y servidor
de Cristo; es miembro vivo de la Comunidad de Jesús. Se preocupa por sus
hermanos, se reconcilia y comparte con ellos, a quienes ama y los sirve con
alegría.
Las columnas de la santidad son amar y seguir a
Cristo, para ser sus discípulos y aprender de él a ser mansos y humildes de corazón,
y así, entrar y permanecer en su Descanso, que es Cristo Jesús. (Mt 11, 29- 30)
Donde hay amor hay seguimiento, hay, por lo tanto, Gracia de Dios. Sin seguimiento
estamos vacíos de Dios y de su Amor.
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