LA VIDA SE ACRECIENTA DÁNDOLA Y SE DEBILITA EN EL
AISLAMIENTO Y LA COMODIDAD.
Iluminación: El bien
siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza
busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda
liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás.
Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir
con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar
su bien. (EG # 9)
La experiencia personal nos ha llevado a decir al mundo
que Cristo es el Sumo Bien, que nos bendice, es
decir, nos hace partícipes de lo que él es, y de los que él tiene. Toda aquella
persona que cree en Jesús va encarnando en su propia vida la confianza que
todo, totalmente todo, aquello que le sucede es para su propio bien y el bien
de los demás (cf Rm 8, 28)
Sólo Dios y todos los que están en comunión con él, por la fe, puede sacar
cosas buenas de cosas malas. El hombre de Dios puede arrancar árboles frondosos
y plantarlos en el mar (cf Lc 17, 6) Con sentido semítico podemos decir: “Quién
tenga fe como un grano de mostaza puede cambiar la manera de pensar negativa,
pesimista y derrotista en una manera de pensar nueva: positiva, optimista y
creativa. Por la fe, el hombre ha entrado en un combate espiritual entre el
“Ego y el Amor.” Es un hombre en lucha entre los “vicios y las virtudes.” Entre
el Bien y el Mal.
Los vicios están cimentados en dos corrientes que brotan del Ego-ismo: la
sensualidad en referencia al cuerpo y en la soberbia en referencia al alma. En
cambio, las virtudes son fruto de la fe, es decir de la comunión con Cristo (cf
Jn 15, 4) y crecen con el uso de su ejercicio de frente a los demás. Sin los
otros nadie crece ni se fortalece en la virtud. La soberbia en cambio, es la
raíz de todos los vicios, y a la misma vez, la mentira es la fuerza del pecado,
y por lo tanto, de todos los vicios.
El hombre ha sido dotado del “libre albedrío” (Gn 2, 17; Dt 30, 15s; Eclo
15, 11s) El hombre “decide” hacer el bien o hacer el mal. Puede odiar y puede
amar, es decisión personal. El Señor Jesús no impone su voluntad; no obliga a
creer en él, como tampoco obliga hacer el bien ni obliga a rechazar el mal. El
hombre es libre para guardar los Mandamientos y es libre para violarlos y dar
la espalda a Dios y abrazarse de cualquier ídolo. Pero de lo que haga siempre
será responsable.
La Palabra de Dios es la semilla de todas las virtudes
morales o cristianas. “Dichosos más bien
los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11, 28) Escuchar y obedecer
es poner en práctica la Palabra, es el camino para cultivar las virtudes y
vivir de encuentros interpersonales con los demás a quienes se les debe
reconocer, aceptar y respetar como personas valiosas, importantes y dignas. Con
el vigor de la fe, salimos fuera de todo egoísmo, de todo individualismo para
ir al encuentro de una persona concreta para iluminarla con el amor del
Evangelio.
La Exhortación del Papa Francisco nos dice: “La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida
a los otros. Eso es en definitiva la misión». Por consiguiente, un
evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y
acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar,
incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que
busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena
Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o
ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor
de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo». (EG
# 10)
La verdadera felicidad es un don de Dios y una respuesta
del hombre que se decide abandonar los terrenos de la comodidad y
del consumismo, para abrir la puerta de la felicidad que se abre hacia fuera,
para hacer presencia entre los hombres necesitados del pan de vida, de la
palabra, de tiempo para ser escuchados y de una mano generosa, de una palabra
amable y de una actitud servicial. El hombre se realiza amando y el amor se
manifiesta en el servicio. Feliz el hombre que aprende a compartir lo que sabe,
lo que tiene y lo que es. Con san Pablo decimos: hay más felicidad en dar que
en recibir. Lo que nos lleva a entender el significado bíblico del amor. Amar
es darse, es entregarse, es donarse en servicio a los demás para que lleven una
vida más digna, y a la misma vez, amar es dejarse amar y servir por los demás.
En intercambio interpersonal, desde nuestra pobreza, nos enriquecemos unos a
los otros. (cf 2 Cor 8, 9) Recordemos algunas expresiones de san Pablo: «El
amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el
Evangelio!» (1 Co 9,16).
El cultivo de las virtudes tiene un itinerario que no se
puede invertir. La fe ilumina la mente y la
mirada para que yo discierna entre lo bueno y lo malo, aparece entonces para el
creyente la tarea de cultivar la “Prudencia” como quicio de las demás virtudes.
Sin prudencia se pone en peligro la fe, la esperanza y la caridad. La hija
predilecta de la fe es la “Fortaleza” sin la cual, estaremos llenos de anemia,
sin una voluntad fuerte, firme y férrea para amar. El apóstol Pablo nos
recomienda a estar fuertes en la fe para hacer el bien y para luchar contra el
mal. (cf Ef 6, 10) Esta virtud no aparece en nuestra vida de un día para otro,
pide constancia, perseverancia y tenacidad, hasta alcanzar la “Sencillez de
corazón” y la “Pureza de interior” sin la cual no habrá amor como tampoco habrá
santidad. (cf 1 Tim 1, 5)
¿Cómo se logra? Es don y respuesta. Con la Gracia de Dios y con nuestros esfuerzos renunciamos a todo lo que
impide el crecimiento del reino de Dios y de nuestra madurez humana. Con la
Gracia, nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios, vamos obteniendo una
voluntad firme, fuerte y férrea para Amar, y derrocar al “hombre viejo” para
salir a dar vida con nuestro testimonio, con la Palabra y con la práctica de
las “Obras de Misericordia”. Sin la práctica de las virtudes, el hombre es
dominado por sus vicios, y todo queda en buenas intenciones que llevan a buscar
la puerta ancha (Mt 7, 13- 14) Parábola que nos ayuda a comprender que no basta
con rezar, sino que lo esencial, es hacer la voluntad de Dios: ¿Por qué me
dicen señor, señor, pero no hacen lo que yo les digo? (Lc 6, 46)
El camino de las virtudes nos enseña la necesidad de una
vida orientada hacia la madurez en Cristo (cf Ef 4, 13) Con nuestros ojos en Jesús, el Autor y Consumador de nuestra
fe (Heb 12, 2) Lo que implica que todo nuestro ser y nuestro actuar estén
centrados en Cristo, y en nadie más. Jesús es nuestro Salvador y nuestra
Salvación; es nuestro Maestro y nuestro Señor, es a Él en quien debemos creer,
confiar, obedecer, amar, seguir y servir para llevar una vida consagrada a Él,
nuestro Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6).
La exhortación el papa Francisco nos
invita a llenarnos de alegría: Un anuncio
renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una
nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro
y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo
muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos,
«les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse
y andarán sin cansarse» (cfr Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap
14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y
su hermosura son inagotables. (EG # 11)
Con la fuerza de
Dios que se manifiesta siempre en el servicio a los demás, salgamos fuera,
caminemos con un cubo de agua, en una mano, y con una toalla, en la otra mano,
con la disponibilidad de lavar pies a nuestros semejantes. No tengamos miedo,
no estamos solos, el Señor y Maestro está con nosotros para esta Obra (Jn 13,
13- 14; Mt 28, 20) Nuestra Misión es dar vida, dar amor, dar luz, es ayudar a
reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos, su promesa es hacernos hijos
de Dios (Mt 5, 9)
La fuente de las
virtudes es caminar en la Verdad y vivir en el Amor. Los frutos de este caminar
es la sinceridad, la honestidad, la integridad, la alegría y la hospitalidad (Rm
12, 9, 10) La hospitalidad se cultiva o se rechaza en el corazón. Se ama o se
odia, se hace el bien o se hace el mal. Esta virtud nos lleva a reconocer a los
otros como familia, aceptarlos como dones de Dios y a cargar sus debilidades
como Jesús cargó nuestros pecados (cf Rm 15, 1) Recordando la Regla de oro que
Jesús, el Señor entrega a sus amigos: “Por lo tanto, todo cuanto quieran que
les hagan los hombres, háganlo también ustedes a ellos, porque está es la ley y
los profetas” (Mt 7 12) La virtudes que los cristianos cultivan, equivalen a
revestirse de Cristo (Rm 13, 14) Equivalen a la muralla que proteja la ciudad
de los ataques de los enemigos, son armas de luz, son la armadura de Dios (Rm
13, 12)
A
ejemplo de la Sagrada Familia, cultivemos las virtudes en las cosas pequeñas y
en todo lo ordinario. Virtudes como la humildad, la mansedumbre, el
desprendimiento y la generosidad. Con la Madre, pongamos en práctica y digamos
con la fuerza del Espíritu: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5) Para que entren
en su Alianza, sean sus amigos, sus discípulos y sus apóstoles. Este es el
camino de la felicidad al que somos llamados a servir para ser llamados “Benditos
de mi Padre, vengan a participar del gozo de su Señor.” Vayamos con Esperanza,
con optimismo, con alegría, como testigos del Amor de Cristo.
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