LA PASTORAL DE JESÚS,
EL SEÑOR, ES MODELO DE TODA LA IGLESIA.
Objetivo: Conocer la pastoral de
Jesús, el Buen Pastor, como modelo de toda pastoral en la Iglesia, para que siguiendo
sus huellas podamos realizar sus obras y hablar sus palabras para gloria de
Dios y bien de los hombres.
Iluminación: “Porque de Él salía un poder que sanaba a todos y por eso toda la gente
procuraba tocarle” (Lc 6,
19). “Se pasó la vida haciendo el bien y
liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38).
Jesús, es el Pastor de las
ovejas. La profecía del Siervo de
Yahvé se cumple plenamente en Jesús. Cuando Jesús comienza a predicar en
Galilea, da cumplimiento a la esperanza mesiánica: "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado
del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio
una luz grande; a los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les
brilló" (Mt 4, 15-16). Galilea de los gentiles es
símbolo de las naciones (paganas): pueblos que necesitan la luz y la encuentra
en la predicación de Jesús. Esta luz se hará, particularmente intensa, única,
en la exaltación del Siervo, en la resurrección de Jesús, que "después
de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a
los gentiles" (Hch 26, 23). Dios sale al encuentro del hombre,
enviándole a su Hijo Unigénito. Cristo enviado por el Padre se presenta como la
luz del hombre: "Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida" (Jn 8, 12; cfr. Jn 1, 9; 9, 39; 12, 35; 1 Jn 2, 8).
La venida de Cristo como luz de los hombres obliga a los hombres a pronunciarse
a favor o en contra (Jn 3, 19-21). Cristo, luz de los hombres, está presente en
su Iglesia: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28,
20; cfr. Jn 14, 18-23) para fortalecerla y conducirla hacia la Casa del Padre
como Rey y Pastor.
Jesús es el buen pastor. Él mismo se dio este
nombre (Jn 10, 11). “Él da la vida por sus ovejas y las conoce” (Jn 10, 11-14).
El conocimiento de Jesús por sus ovejas es el conocimiento bíblico y personal, pues,
conlleva la entrega amorosa y la donación por todas y cada una de sus ovejas. “Te conozco y te llamo por tu nombre”
(Is 43, 1-3) Jesús es también “La puerta
de las ovejas” (Jn 10, 7) “Camina delante de ellas” y ellas le siguen
porque conocen su voz” (Jn 10, 4). Jesús buen Pastor alimenta al rebaño con
fresca hierba y lo hace abrevar en aguas de reposo lo consuela y lo defiende
con su vara y su cayado (Sal 23), y da su vida por ellas (Jn 10, 11).
Jesús, nos dice el Concilio Vaticano II, después de
haber padecido la muerte de cruz, resucitó, se presentó por ello constituido en
Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus Apóstoles el
Espíritu prometido por el Padre. Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones
de su Fundador recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e
instaurarlo en el corazón de cada hombre y de todos los hombres (LG 6).
Cristo es el evangelizador del Padre. Para la Iglesia, Jesús mismo, es el Evangelio de Dios, y ha sido, el
primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la
perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena. Evangelizar para
Jesús es darse y entregarse hasta el extremo; es sembrar el reino de Dios en el
corazón de los hombres y de las culturas. Para Él, evangelizar es anunciar el
reino de su Padre, es liberar a los hombres de la servidumbre del pecado y del
dominio de Satanás, es reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos; es dar
vida y amar hasta el extremo (Jn 13, 1) Por eso pudo decirnos: “Vengo para que
tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) Dentro de la evangelización del Señor Jesús,
encontramos la promoción de sus discípulos, a quienes eligió por amor y formó para
que continuaran en la historia la Obra realizada y comenzada por Él: “No os
llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a
vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer” (Jn 15, 15) .
¿Cómo fue la Pastoral de
Jesús? Como núcleo y centro de su
Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación
de todo 1o que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y
del Maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él,
de verlo, de entregarse a Él . Todo esto tiene su arranque durante la vida de
Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe
ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente
realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe
cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre (EN 9) Bástenos aquí recordar
algunos aspectos esenciales.
El anuncio del reino de Dios (EN 7). Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo su reino, el
reino de Dios; tan importante que, en relación a él, todo se convierte en
"1o demás", que es dado por añadidura. Solamente el reino es, pues,
absoluto y todo el resto es relativo. El Señor se complacerá en describir de
muy diversas maneras la dicha de pertenecer a ese reino (EN 8). Reino en el que
nadie vive para sí mismo, y nadie está por encima de los otros. Todos somos
esencialmente iguales, llamados hacernos pequeños para poder ser servidores
unos de los otros a la luz del Mandamiento Nuevo (cf Jn 13, 34-35)
El amor recíproco a los
hermanos como lo confirma el Mandamiento del Amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que,
como yo os he amado, así os améis también entre vosotros. Todos conocerán que
sois discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros”
(Jn 13, 34s).
El servicio dentro y fuera
de la Comunidad: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?
Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también
debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también
vosotros hagáis lo que acabo de hacer con vosotros” (Jn 13, 13ss).
La predilección del Señor
por los más pequeños: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la
herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque
tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero
y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en
la cárcel y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor,
¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de
beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá:
‘Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis.’ (Mt 25; 34- 40)
La compasión en todo lo que
hacía. Jesús, movido por la más grande compasión a
los hombres y buscando siempre la gloria de su Padre, se dedicó a salvar a todo
el hombre y a todos los hombres, tal como aparece en el Evangelio: “Al desembarcar, vio tanta gente que sintió
compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a
enseñarles muchas cosas” (Mc 6, 34) Se preocupó por liberar al pecador del
pecado y de todas sus secuelas, sanó toda enfermedad y dolencia, “Porque de Él salía un poder que sanaba a
todos y por eso toda la gente procuraba tocarle” (Lc 6, 19). Vendó y sanó
heridas del corazón y derramó por todas partes sanidad interior de odio, miedo,
y complejos, liberó de la opresión y aún de la posesión demoníaca y fue el
modelo perfecto de oración y del ejercicio de todas las virtudes. Jesús con sus
palabras, con sus exorcismos, con sus milagros, y sobre todo con su estilo de
vida sembró el reino de Dios en el corazón de los hombres. “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el
diablo” (Hech 10, 38).
¿Qué podemos aprender de la
Pastoral del Señor Jesús?
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os
proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi
yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11,
28-30) Sólo a la luz del Encuentro con la Palabra de Dios y en la obediencia de
la fe nace en nosotros el deseo de ser como Jesús: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima
de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su
amo (Mt 10, 24-25).
a. La glorificación del Padre. Lo primero que aparece en la pastoral de Jesús es el deseo de dar gloria
a su Padre del cielo: “No sabéis que
tengo que estar en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49), “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me ha enviado y en
llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). “El
Padre no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,
27-30). “Mi Padre siempre me escucha
porque yo hago lo que a Él le agrada” (Jn 14, 31) “Yo no busco mi propia gloria. “El que habla por su cuenta busca su
propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz;
y no hay impostura en él” (Jn 7, 18) “Pero
yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y juzga” (Jn 8, 50) “En verdad, en verdad os digo «Si yo me
glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me
glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios” (Jn 8, 54). Todas
estas palabras nos muestran que el objetivo principal de la Pastoral de Jesús
fue siempre la gloria de su Padre y no su interés personal. La recompensa que
recibe es la “exaltación a la diestra de Dios, y ser proclamado como Señor y
Mesías. (cf Fil 2, 6-11).
b. Amor fraternal al hombre.
Unido a su Amor filial al
Padre existió siempre en el corazón de Cristo un amor ardiente por los hombres,
especialmente por los enfermos y pecadores. El ministerio de Jesús fue siempre
animado por la compasión: “Él tomó
nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17). “Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió
compasión de ellos y curó a sus enfermos” (Mt 14, 14). “Me da lástima esta gente, porque hace ya tres días que permanecen
conmigo y no tienen que comer” (Mt 8, 2). “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión porque estaban vejados y
abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 11, 28). En su Evangelio
Marcos nos dice: “Sintió compasión por la
gente y se puso a enseñarles muchas cosas y al final del día les dio de comer”
(Mc 6, 34ss). Por eso puede decirnos: “Sed
misericordiosos como vuestro Padre celestial” (Lc 6, 36) Y darnos el
“Mandamiento nuevo” y exhortarnos amar a los enemigos y orar por ellos (cf Lc
6, 27). El Señor Jesús todo lo hizo por amor y sin amor no hizo nada.
c. Pastoral nutrida con
intensa oración. La
eficacia pastoral de Jesús se debió a su intensa comunión con el Padre,
alimentada con una íntima, profunda, intensa y frecuente oración. La oración de
Jesús es uno de los mayores ejemplos para el ejercicio de nuestra pastoral. Jesús
oraba de noche y predicaba de día. Jesús está en oración cuando recibe la
unción del Espíritu Santo en el Jordán (Lc 3, 21). Prepara su ministerio con
cuarenta días de intensa oración y ayuno en el desierto (cf Mt 4, 1ss). “Después de despedir a la gente subió al
monte a solas para orar” (Mt 14, 23). “De
madrugada cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar
solitario, donde su puso a orar” (Mc 1, 35).
Con una noche de oración prepara la elección de los
Doce (Lc 6, 12). Con una intensa noche de oración se prepara para su Muerte de
Cruz: “Sentaos aquí, mientras que voy
allá a orar” (Mt 26, 36). “Sumido en
agonía insistía más en su oración” (Lc 22, 44). Oró por sus verdugos en la
Cruz y muere con una oración de entrega al Padre. La súplica de los discípulos
siempre ha de ser la misma: “Maestro,
enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Jesús atendió la súplica y nos dio algunas
normas para la eficacia de nuestra oración: Pedir perdón, perdonar a los que
nos ofenden y amar a los enemigos (Mc 11, 24-25; Mt 5, 44-45). La oración de Jesús nos pide practicar la
humildad: “Cuando hagáis oración no
seáis como los hipócritas que hacen oración para que los vean” (Mt 6, 5/). Y de manera especial nos invita a vigilar:
“Vigilad y orad para no caer en la
tentación” (Lc 22, 46).
d) Jesús, Pastor pobre. Jesús, Pastor pobre humilde y sencillo. Nace pobre
y vive pobre, ejerció su pastoral en tal pobreza que pudo decir: “Las zorras tienen su madriguera y las aves
del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”
(Lc 9, 58). Jesús comienza su “Carta Magna”, las bienaventuranzas, poniendo en
primer lugar a los pobres: “Dichosos los
pobres de espíritu porque de ellos es el reino de Dios” (Mt 5, 3) Pablo, al
hablarnos de la generosidad de nuestro Señor Jesucristo nos dice: “El cual, siendo rico, se hizo pobre, por
nosotros a fin de que os enriquecierais con su Pobreza.” (2Cor 8, 9).
La pobreza de Jesús es el haberse hecho uno de
nosotros; es su estilo de vida, su pasión y su muerte. Pablo nos describe la
pobreza de Jesús en el himno de la carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no reivindicó su derecho a ser
tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de
esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se
rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”
(Flp 2, 6- 8) Como también podemos decir que la riqueza de Jesús es ser el hijo
amado del Padre, el hermano universal de los hombres y ser el servidor de
todos. Por eso nos invita a ser como Él: “Manso y humilde de corazón” (Mt 11,
29). Nosotros los discípulos de Jesús, también, somos llamados a enriquecer a
otros con nuestra pobreza. Por eso el Señor nos invita a ser como él: “Mansos y
humildes de corazón” (Mt 11, 29)
Jesús nos llama a ser
testigos del amor de Dios. El primer testigo del amor de Dios en el mundo es Jesús. Él curaba,
consolaba, perdonaba porque quería dar a conocer el amor que recibía de su
Padre, porque quería que el mundo se enterase de que hay un Dios Creador de
todo y de todos que además nos ama, como un Padre misericordioso, un Padre
vigilante que cuida de nosotros, que nos sostiene, que nos guía para que
aprendamos a vivir como personas, queriéndonos los unos a otros, en una familia
universal que recuerde la familia de las personas divinas, la relación de
cariño y de ternura que Dios tiene con nosotros. Este es el camino que nos
lleva hasta Dios, el camino que nos salva de verdad y nos lleva a la Vida. La religión de Jesús es el amor, el
amor con el que amaba a su Padre y el amor con que nos quería y nos quiere a
todos. Por eso fue condenado y por eso mismo se dejó matar. “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,
13) Jesús no podía dejar de hablar de Dios como un Padre universal que quiere
igual a todos los hombres y a todos los pueblos, que perdona los pecados y se
alegra por la conversión de los pecadores.
Desde entonces los cristianos, y de forma especial
los sacerdotes, dedicamos la vida a anunciar a unos y otros que Dios es Amor,
que Dios nos quiere y que la religión verdadera, fuente de la vida y de la
felicidad es el amor que Dios nos da cuando de verdad acudimos a Él con
humildad y confianza, para luego nosotros irradiarlo en el rostro de las
viudas, huérfanos y pobres (Cf Stg 1, 27). Para el Señor Jesús todo aquel que
ama de verdad, es su amigo y es su discípulo (cf Jn 15, 15), es de los suyos,
le pertenece (cf Gál 5, 24). El Señor nos revela la clave para ser sus testigos: “Permanezcan en mi amor” como yo
permanezco en el amor de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo
permanecer en el amor del Señor? Guardando sus Mandamientos y sus Palabras,
permanecemos en su amor amando y siendo amados (Jn 14, 21. 23).
Llamados a ser Discípulos de Jesús. El Papa
Francisco nos ha recordado la vocación de todo bautizado a ser discípulo de
Jesús para que, con la fuerza del Evangelio, ser impulsado a evangelizar (EG
119- 120) Todo cristiano es discípulo misionero en la medida que se ha encontrado
con el Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, al estilo de la mujer
samaritana (Jn 4, 1ss) de Zaqueo (Lc 19, 1-11); de Pablo, el Heraldo de Cristo
(Hech 9, 20). Para el Papa Francisco discípulo de Jesús es todo aquel que lleva
dentro la disponibilidad de salir fuera para ir y anunciar el amor de Cristo,
de manera espontánea y en cualquier lugar donde se encuentre (EG 127).
Para san
Juan las condiciones para ser discípulos siguen vigentes hoy día: “Ustedes me aman sí hacen lo que yo les
diga” “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les diga” (Jn 15, 14-15) “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco
en el amor de mi Padre”. ¿Cuál es la clave para permanecer en amor de
Jesús? “Guardar sus Mandamientos: “Vayan
y anuncien todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28, 19s). EL Mandamiento
Regio: “Ámense los unos a los otros como
yo los he amado” (Jn 13, 34), y la Fracción del Pan: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19). El discípulo que ha dejado
sus nidos y sus madrigueras (Lc 9, 57), puede ahora reproducir la imagen de su
Maestro (Rm 8, 29), ser como Él, servidor de los demás (Jn 13, 15) y don de
Dios para los hombres, llevando una vida entregada y partida a favor de sus
hermanos, los hombres.
Para la gloria de Dios. Qué hermoso suenan las palabras del Apóstoles en los
oídos de todo auténtico discípulo del Señor Jesús: “Nosotros,
en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria
del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez
más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Co 3, 16). Lo
anterior es posible cuando del corazón del discípulo, brota como de su fuente,
la “Fidelidad al amor primero”, al amor de Jesús que según el Apóstol sólo
puede brotar de un “corazón limpio, de
una fe sincera y de una recta intención” (1 Tm 1, 5). En corazón del
discípulo se convierte entonces en “manantial” que se desborda y refresca a
muchas almas sedientas, y con la fuerza del Espíritu se convierte en “reparador
de casas en ruinas (Is 58, 6,ss).
Todo está
orientado para el discípulo de Jesús hacia la gloria de su Señor. Nada hace por
rivalidad ni por interés propio, tanto en la vida como en la muerte, su Señor
recibe el honor, la alabanza y la gloria. Por eso su descanso, su fuerza, su
aliento lo encuentra en la oración, en el contacto con la Palabra y en la
Eucaristía. Su alegría la encuentra en el servicio a sus hermanos a quienes es
enviado y por quienes se gasta y derrocha. Su cansancio y sus contradicciones,
sus posibles fracasos o derrotas son siempre una hermosa oportunidad para “ofrecerse como hostia viva, santa y
agradable a Dios” (cf Rom 12, 1) Todo a ejemplo de la “Humilde esclava del
Señor”.
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