LA PALABRA NOS LLEVA A VIVIR
UNA VIDA SAMARITANA.
El relato bíblico. “Se levantó un legista y
dijo para ponerlo a prueba: Maestro, ¿Qué he de hacer para tener vida eterna?”
Él le dijo: “¿Qué está escrito en el Ley? ¿Cómo lees? Respondió: “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con toda tu mente; y a tu próximo como a ti mismo”. Dice le entonces: “bien has
respondido. Haz eso y vivirás”. Pero él queriendo justificarse dijo a Jesús: “Y
¿Quién es mi prójimo?”
Jesús respondió: “Bajaba un hombre de Jerusalén a
Jericó, y cayó en manos en manos de salteadores, que, después de despojarlo y
golpearlo, se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel
camino un sacerdote y, al verlo dio un rodeo. De igual modo, un levita que
pasaba por aquel sitio lo vio y dio un rodeo.
Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a
él, y al verlo tuvo compasión; y acercándose, vendó sus heridas, echando aceite
y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó
de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo;
Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Quién de estos
tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él
dijo: “El que practicó la misericordia con él”. Dijo le Jesús: Vete y haz tu lo
mismo”. (Lc 10, 23- 42).
El Buen Samaritano. Los Padre de la Iglesia, de
los primeros siglos, están de acuerdo en decir que Jesús es el Buen Samaritano
que se ha acercado a una humanidad herida por el pecado. A una humanidad que se
encuentra al borde del camino, sin rumbo y sin esperanza, al margen de su
realización humana. Se ha acercado a una humanidad que se encuentra en proceso
de deshumanización y descomposición social. A esta humanidad Jesús le dice:
“Vengo para que tengas vida y la tengas en abundancia” (Jn 10, 10) Jesús ha
venido a destruir las obras del diablo (Hech 10, 38), a sacarnos de la
esclavitud de la ley y a traernos al Espíritu Santo que clama en nuestro
interior: “Abba Padre” (Gál 4, 4- 6) Lucas pone en la boca de Jesús estas
palabras: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, y como ardo en deseos
de que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 49). ¿De qué fuego se trata?.
¿Qué hace Jesús para
rescatar a la humanidad en estado de descomposición? “Lleno de compasión se dona y se entrega; se gasta
amando a los suyos hasta la muerte de cruz”. Para Lucas Jesús es el Buen Pastor
que busca a la oveja perdida y la busca hasta encontrarla, y cuando la
encuentra la pone sus hombros y la lleva al redil de las ovejas (Lc 15, 1-4) La
busca, la encuentra, la cura, la lleva al redil… el redil es la Iglesia… la
posada es la Iglesia, es la Comunidad Cristiana. Marcos dice que encontró a la
muchedumbre que andaba como ovejas sin pastor y lleno de compasión se puso a
enseñarles muchas cosas y al final del día les da de comer (cfr Mc 6, 34).
¿Qué enseña Jesús? Jesús, Maestro de Maestros,
enseña el arte de vivir en comunión con Dios, consigo mismo, con los demás y
con la naturaleza. En comunión con Dios como hijos y con los demás como
hermanos. Jesús nos enseña el arte de ser misericordiosos y compasivos: “Sed
misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36)
Jesús nos enseña el arte de amar hasta dar la vida, no sólo por los amigos,
sino, también por los enemigos: Amen a sus enemigos, hagan el bien… (Lc 6, 27-
28)
¿Cómo enseña Jesús? El Maestro de Nazaret enseña con sus palabras, con
sus milagros, con sus exorcismos y con su estilo de vida. En Jesús palabras y
acciones son inseparables. Dice lo que es, hace lo que dice. En Él no hay
divorcio entre su ser, su decir y su actuar. Nosotros en cambio, por un lado,
creemos y por otro lado actuamos. Razón por la que la gente dice que “enseña
con autoridad” y no como los escribas que dicen una cosa y hacen otra (Mc 1,
22)
El contexto histórico. Un jurista le pregunta a
Jesús sobre la vida eterna. En Mateo la pregunta es sobre cuál es el
Mandamiento más importante. Ambos contextos nos refieren al encuentro de Jesús
con el joven rico que también pregunta. “Maestro, ¿Qué de hacer para tener vida
eterna?” (Mc 10, 17) La respuesta es la misma: “Guarda los Mandamientos”. El
fin de ellos es el amor a Dios y el amor al prójimo. Amor que se expresa en el
servicio, en la donación y en la entrega.
Cuatro son las dimensiones del amor que nos enseñan que en el amor no
hay límites: dimensión hacia arriba, hacia abajo, hacia fuera y hacia adentro:
Amor a Dios a los demás, a uno mismo y a la Creación. De las cuatro sólo dos
son Mandamientos: Amar a Dios y a los demás.
La historia en la época de Jesús. Entre samaritanos y judíos
existe un odio de generaciones. Los judíos habían profanado el templo de
Garitzín y mutuamente entre ellos se llamaban herejes, idólatras, paganos…
Recodemos el pasaje de Jesús con la mujer llamada la samaritana: “Mujer dame de
beber”. La respuesta fue negativa: ¿Por qué me pides de beber? ¿Qué no sabes
que ustedes y nosotros somos enemigos? (Jn 4, 1ss) Para Jesús ellos no son
enemigos, son hermanos, hijos de su Padre, por eso se hace el encontradizo,
para llevarlos a la Verdad que los hará libres. Jesús quiere enseñar al jurista
que una religión vacía de misericordia nos es grata a Dios. Para esto elige a
un samaritano para mostrar el vacío de la religión y de los ritos del Templo.
Los personajes del relato. El herido. Un hombre, sin más. No se
dice su nombre. No sabemos de donde era, que religión tenía, si era pobre o
rico, judío o pagano, esclavo o libre, inteligente o tonto, si tiene o no
seguro de gastos médicos, con familia o sin ella… un hombre que pertenece a la
raza humana, es entonces de la familia, no nos debe ser extraño, nos pertenece.
Los ladrones: Los amantes de lo ajeno. Los que quieren tener o vivir bien a costa de
los demás han existido siempre. Qué otros trabajen, el ladrón en su momento se
aprovecha de la debilidad o de una situación de inferioridad de fuerzas y
despoja a su semejante de lo que necesita para vivir. No sabemos si roban por
necesidad o para tener ventajas económicas, el resultado es el mismo: hacen
daño a otras personas.
El sacerdote: el hombre del culto. Lleva prisa, tal vez, no quiere contaminarse para
poder celebrar el sacrificio en el templo. Tiene alma de fariseo, tal vez, se
ha formado en su escuela. Se caracteriza por su legalidad, rigorismo y
perfeccionismo, pero se olvida de lo más importante: la misericordia. Además de
sacerdote es catequista que enseña la doctrina de la Sagrada Escritura, pero de
frente aquel hombre herido, le hace al ciego y se olvida del anuncio del
profeta: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9, 13).
El Levita: un hombre al servicio de Dios en el templo de Jerusalén, educado en la
Ley de Moisés que pedía cumplir 613 preceptos para poder agradar a Dios, hace
lo mismo que el sacerdote: da un rodeo, evita involucrare en situaciones
difíciles. Para él no hay tiempo para perder, los servicios del Templo exigen
ser puntuales.
Los dos hombres, el sacerdote y el levita, no quiere decir que sean
malos funcionarios, sino que la observancia legal, para ellos estaba primero
que la práctica de la misericordia. Primero el culto que la persona; primero el
qué dirán que la persona… inversión de valores que descubre la ausencia de amor
fraterno.
El Samaritano: Lo que no hicieron los hombres encargados de la religión, lo hace un
extranjero que era considerado pagano, ateo, un enemigo de los judíos. Con esto
Jesús pone a un hereje como protagonista de una buena acción, y a la vez
desenmascara lo estéril de una religión sin obras de misericordia.
El posadero está al servicio de la posada. Le prometen una recompensa y le hacen un
pago por cuidar al herido. ¿Es un asalariado? O ¿alguien que trabaja con
alegría y hace suyo el trabajo que se le ha confiado?
Alguien ha dicho que todos estos personajes están
dentro de nosotros: podemos ser, tanto, el sacerdote, como el levita, el herido
como el posadero, el buen samaritano como los ladrones. Algunas veces hacemos
el bien con alegría, otras a la fuerza o de mala gana. Otras veces, vemos, pero
le hacemos al ciego. Oímos, pero le hacemos al sordo. En nuestro interior
llevamos la capacidad de hacer el bien y de hacer el mal. Podemos decir con San
Pablo: “No siempre hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (cfr Rom
7, 14ss).
Jesús alerta a sus discípulos diciéndoles: “Si vuestra justicia no supera la justicia
de los fariseos, no entraréis en el Reino de Dios”. (Mt 5, 20) Los fariseos
ayunaban dos veces a la semana; hacían oración cuatro veces diarias, pagaban
diezmo dos veces por semana, pero Jesús tiene algo contra ellos: No tenían
misericordia ni amor a su prójimo. Dos realidades que deben ser inseparables
amar a Dios y amar al prójimo.
Llamados a encarnar las actitudes del Buen
Samaritano.
1)
Se acercó y lo vio. Los ciegos y cortos de vista son personas atrofiadas por el pecado,
desnudas y desprovistas de los dones de Dios (cfr 2 Pe 1, 8s). Muchas veces le
hacemos al ciego para evitar perder nuestro valioso tiempo o para evitar el
compromiso. Unos más podrán decir: no puedo meter las manos porque me pueden
culpar, le sacamos al parche. El miedo es un enemigo que paraliza, no nos deja
manifestar el amor a los pobres, a los enfermos, a los que sufren.
Tener la mirada de la fe, es tener la mirada de
Jesús, de Dios, para vernos a nosotros mismos y a los demás como Dios los ve:
con amor, compasión, misericordia. El cristiano que tiene la mirada de Dios,
también tiene la mente, la voz y las manos del Señor. El hombre de Dios nunca
dice: “Pobrecito, Dios que lo bendiga”. La lástima no es lo nuestro, lo nuestro
es la compasión. El grito del espíritu cristiano sería: “¿En qué puedo ayudar?
¿De a cómo me toca? Ver las necesidades del otro; sus preocupaciones y penas.
Ver también significa descubrir la voluntad de Dios para la persona que Él ha
puesto en mi camino.
2) Tener
compasión. Es el
llamado a la compasión; un llamado a tener los mismos sentimientos de Cristo
(Fil 2,7). La compasión significa:
Padecer con; sufrir con el que sufre; es hacerse solidario, meterse en los
zapatos del otros; hacer nuestro su problema y su necesidad para responderle
con lazos fraternos. Es el llamado que Jesús hace a sus discípulos a ser
misericordiosos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es
misericordioso” (Lc 6, 36).
Pongamos los pies sobre la tierra: para ser
misericordiosos, es necesario desprendernos del traje de tinieblas que envuelve
nuestro corazón y revestirnos con las armas de luz que nos propone san Pablo:
“La noche va pasando el día se acerca ya, despojaos, pues del traje de
tinieblas y revestíos con la armadura de Dios” (Rom 13, 11s). La compasión no
crece en la soberbia, en la envidia, en la avaricia. Será por eso que san Pedro
nos recomienda: “Huyan de la corrupción para que puedan participar de la naturaleza
divina” (2 Pe 1, 4) No podemos llenarnos de Dios si antes no vaciamos el
corazón de todo aquello que es incompatible con la Gracia de Dios. Volviendo a
san Pablo encontramos una exhortación que nos ayuda a entender nuestro mensaje:
“Huyan de las relaciones sexuales impuras” (2 Cor 6, 18). El experto de Tarso
dice a la comunidad de Efeso: “Fortaleceos en el Señor, con la energía de su
poder, para que podáis resistir el día malo” (Ef 6, 10ss) Nadie que viva en la
mentira, en el odio, en la injusticia podrá ver la Gloria de Dios.
La misericordia y la compasión necesitan de un
corazón reconciliado, perdonado y renovado; que haya, y esté padeciendo la
acción del Espíritu para que pueda ser pobre, humilde, manso, casto, para que
pueda nacer y crecer el amor que Dios derrama en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que Él nos ha dado” (cfr Rom 5, 5). Para el autor de primera
carta de Juan, la condición mínima es romper con el pecado y guardar los
Mandamientos del Señor (1 Jn1,8ss; 1, Jn 2,1ss) En su Evangelio Juan nos dice: “El que conoce mis Mandamientos y los
guarda, ese es el que me ama, y a ese, lo amo yo y lo ama mi Padre y vendremos
y nos manifestamos en él” (Jn 14, 21) El Señor se manifiesta enseñándonos a
ser misericordiosos y compasivos. Dios es Misericordia y habita en corazón que
guarda sus palabras (cfr Jn 14, 23). Estas palabras son las Bienaventuranzas: “Limpios de corazón para poder ser
misericordiosos” (Mt 5, 3ss)
3) Acercarse.
Acercarse para hacerse prójimo, amigo, hermano, compañero de camino. Quisiera recordar aquí el texto del libro del
Éxodo: “He visto la opresión de mi
pueblo; he escuchado el clamor de mi pueblo; he bajado para liberar a mi
pueblo” (Ex. 3, 7) Acercarse exige levantarse, salir fuera para ir al
encuentro del pobre, del enfermo, de los hombres que están tirado al borde del
camino, al margen de su realización. Es buscar la oveja perdida para invitarla
a volver al camino que nos lleva a la casa del Padre. Esta acción, cuando es
movida por la caridad exige romper con el conformismo, con la dulce vida, con
la vida fácil. Veces hay que interrumpir el sueño, el descanso, abandonar la
televisión, etc.
Las experiencias de los misioneros de los enfermos
son muchísimas y muy hermosas. Regresan a la Parroquia con carretadas llenas de
enfermos, de leprosos, de cojos y paralíticos. Ancianos abandonados, sin la más
mínima ayuda, viviendo en situaciones de miseria, algunos sin los sacramentos,
otros, católicos, pero que por su enfermedad y soledad se habían retirado de la
Iglesia.
La caridad pastoral nos da la triple disponibilidad
para: hacer la voluntad del Padre, para acercarnos a una persona concreta para
iluminarla con la luz del Evangelio y disponibilidad para dar la vida por
realizar los dos objetivos anteriores. La exigencia es salir fuera movidos por
el amor. No perdamos de vista que el alma de la pastoral es el amor a Cristo, a
su Iglesia, a las almas, a los pobres.
4) Vendar las heridas. Es trabajo solo para experienciados: aquellos que antes
se han dejado curar y que ahora son terapeutas heridos. “Echó vino y aceite en las heridas de aquel
hombre”. El vino del consuelo y el aceite de la ternura. Teológicamente sabemos
que se trata del don del Espíritu Santo, el Consuelo que Dios nos ha dado para
que nosotros consolemos a los que sufren y padecen cualquier tipo de opresión
(cfr 2 Cor 4,1ss). Gracias a la presencia del Espíritu Santo en nuestros
corazones, movidos por la compasión tenemos palabras que animan, motivan,
exhortan, consuelan, alivian y dan vida a quienes las escuchan. Para consolar a
los que sufren hemos de aprender a escuchar los problemas, las angustias, el
dolor de los otros. Lavamos y vendamos heridas cuando damos amor, paz y
alegría. Cuando tratamos a los que sufren como personas, como hijos de Dios;
como seres valiosos, importantes y dignos.
5)
Llevar a la Posada y Pagar por los servicios. “Lo puso sobre su cabalgadura y lo llevó a la
posada”. El herido es un ser humano
creado a la imagen y semejanza de Dios; no me debe ser extraño; no es un
extranjero ni un forastero me pertenece, es de mi familia. Sólo entonces puedo
entender al Espíritu Santo que se mueve en mi corazón pidiendo: “carga con sus
debilidades” (Rom 15,1). El herido es un “don de Dios”, y Yo, soy un “don de
Dios para él”. El que ama no tiene miedo a manifestar su amor cargando las
debilidades de los demás. La acción de cargar con los enfermos y pobres pide
tener un corazón libre de apegos, de esclavitudes, de miedos para darse y
entregarse en servicio a los que sufren.
El Buen Samaritano lo puso sobre sus hombros antes
de ponerlo sobre su cabalgadura. Lo abrazó y se dejó abrazar. No hubo miedo
hacerse impuro. Recordemos a Jesús que se dejo tocar y abrazar por el leproso
que le pidió que lo curara. Jesús extendió su mano, lo toca con su poder y le
dice: “Quiero queda sano” (Mc 1, 40). Nos recuerda al Buen Pastor que pone a la
oveja que antes estaba perdida sobre sus hombros y regresa con ella al redil
(Lc 15, 4) Los hombros de Jesús son los hombros de Dios, es el poder de su
Espíritu que hace volver a los pecadores a la Iglesia. Ahí, en redil, frente a
la mirada curiosa de los presentes, Jesús cura las heridas y venda las heridas
de los enfermos para que los que están mirando, aprendan la pedagogía del
Médico de almas y de cuerpos para sanar a los enfermos.
Llevarlo a la posada significa no dejarlo en el
camino en que se le encontró; significa no abandonarlo, sino buscar la ayuda
adecuada, profesional, de otros. Algunas veces esta acción pide ir y buscar la
ayuda con los hermanos de la comunidad para compartir responsabilidades. “Vengan
encontré a un anciano abandonado”. “Encontré a una viuda con sus huérfanos
sumergidos en la miseria”. “Encontré a una familia y quieren que le llevemos la
Palabra, la oración, el amor de Dios”. Cargar
con el herido es poner en práctica el Mandamiento Nuevo (cfr Jn 13, 34) que
toca y llega hasta lo económico, hasta la cartera y nos invita hacernos
responsables de los gastos médicos y aún a desprendernos de nuestro tiempo y de
lo que podemos necesitar. Hagamos las cosas como hombres de Dios, movidos por
la compasión, y no, como hombres mundanos y paganos buscando la vanagloria.
6) El Buen
Samaritano dio al posadero dos denarios. Los Padres de la Iglesia ven en
este gesto el don de la “Palabra y de los Sacramentos” que el Señor Jesús dio a
su Iglesia como medios para sanar los corazones enfermos por el pecado. “No los
dejaré huérfanos, regresaré para estar con ustedes”. (Jn 14, 18) Soy testigo de
la presencia de Cristo en el Sacramento de la Reconciliación y del poder
sanador que hay en este sacramento.
7) Comprometerse
a volver. “A mi regreso, si, es necesario te pagaré”. Se
trata de acompañar al enfermo hasta su plena recuperación. No basta con darle
el pescado a los pobres, hay que enseñarlos a pescar sin crear dependencias.
Hay un momento de búsqueda, otro de acogida, y uno más de acompañamiento. La
sanación se va dando en el proceso que no siempre es fácil porque muchos tienen
mente servil de esclavos y un vestido de miseria. Pero, para el testigo del
Evangelio, Dios tiene poder para darnos lo que necesitamos y mucho más.
Pablo nos diría: “Todo lo puedo en Cristo
Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13) Jesús no sólo es nuestra fuerza, es también
nuestra Fuente de motivaciones: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 9,14),
es decir, nos anima y nos motiva. El acompañamiento es necesario para que el
enfermo se convierta en sujeto de su propio tratamiento, en agente de pastoral,
en dueño de su propio destino y en protagonista de su propia historia.
8)
Cuidar al enfermo. Es pastorear, es acompañar, es ayudar a crecer
en la fe, la esperanza y la caridad. Cuidar es dar de comer el alimento
espiritual. “Pastos de conocimiento y pastos de discernimiento” (Jer 4, 15). Es
ayudar para que aprenda a distinguir entre lo bueno y lo malo. Aprender a
discernir la voluntad de Dios es una urgencia del momento presente (Ef 6, 10).
Cuidar es estar con él en sus primeras luchas y en sus primeras pruebas para
animarlo y explicarle de que se trata. “Hijito
mío te has decido a servir al Señor prepárate para la prueba” (Eclo 2, 2)
Ánimo, La prueba no será mayor que tus
fuerzas (1 Cor 10, 13).
9)
El ánimo, esa es la señal de que Dios está
contigo y tú estás con él. Cuidar es enseñar a dar los primeros pasos del
crecimiento, de la misma manera que Jesús lo hizo con cada uno de nosotros,
terapeutas heridos, ahora al servicio del cuidado de los enfermos: “Cuando Israel era niño, yo lo amé; a Efraín
yo lo enseñé a caminar; lo atraía hacia mí con cuerdas de ternura y con lazos
de misericordia” (Os. 11, 1-5)
Oración: pidamos al Señor que nos ayude a encarnar
las actitudes del Buen Samaritano para que podamos ser discípulos misioneros de
Jesús en el mundo de hoy. Que la mano de María nuestra Madre nos guíe y nos
enseñe a ser misericordiosos y compasivos como su Hijo.
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