LA PALABRA DE DIOS ES LIBERADORA
Y RECONCILIADORA.
Iluminación: Reciban la palabra de Dios, no como palabra humana, sino como palabra divina, tal como es en realidad. (Cfr 1 Tesalonicenses 2, 13)
Jesús
enseña y expulsa demonios.
En aquel
tiempo, llegó Jesús a Cafarnaúm y el sábado siguiente fue a la sinagoga y se
puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba
como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: “¿Qué
es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar
hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”. Y muy pronto se extendió su fama
por toda Galilea. Marcos 1, 21-28
¿De dónde
le viene a Jesús su autoridad para enseñar?
Su poder le
viene de lo que sucedió en el rio Jordán: Fue Ungido con el Espíritu Santo para
anunciar la buena nueva a los pobres, para liberar a los cautivos, para dar
vista a os ciegos y proclamar el año de Gracia del Señor. (Lc 4, 18s)
Su poder
para enseñar le viene de su estilo de vida. Vivida en integridad, Jesús dice lo
que él hace y hace lo que él es: Emmanuel Dios con nosotros (Mt 1,23) En él no
hay división, ni confusión, ni engaña ni manipula, tolo lo que dice es por el Espíritu
de Verdad que está en él.
¿Qué enseña
Jesús a las multitudes?
Enseña a vivir en
comunión con Dios y con los hombres. Enseña a vivir como él vive y como él es.
Su enseñanza es divina recibida de su Padre: Jesús les
respondió: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. (Jn 7,
16) Jesús habla las Palabras divinas porque él es Dios- Y a los que envía les
da Espíritu Sato para que hablen palabra de Dios, así Pablo puede decirnos: De
ahí que también por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios porque, al
recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de
hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en
vosotros, los creyentes. (1 de Tes. 2, 13)
La Carta Magna de Jesús: las Bienaventuranzas.
«Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los
que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan
por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. (Mt 5, 3- 11)
Que nadie os engañe.
La Palabra de Dios nos consuela, nos anima, nos exhorta, nos
libera, nos reconcilia, nos salva y nos corrige. En cambio, la palabra de los
demonios nos divide, nos confunde, nos engaña, nos manipula, nos sofoca y nos mata.
Jesús nos ha dicho: “La boca habla de
los que hay en el corazón” (Lc 6, 45) Si Jesús está en nuestro corazón por la
fe (Ef 3, 17) Nuestras palabras son amable, limpias y veraces. El espíritu de
la Verdad nos guía, nos conduce y nos transforma en personas íntegras, honestas
y honradas.
Jesús expulsa el mal espíritu, el espíritu de impureza.
Había en la
sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué
quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros?
Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús le ordenó: “¡Cállate y sal de él!”
El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido,
salió de él. (Mc 1, 21- 28)
Un hombre
poseído por un espíritu inmundo que estaba cada sábado en la sinagoga, oraba,
cantaba, escuchaba la palabra y podía ser un servidor de la comunidad: La
Palabra de Jesús lo incomoda, se manifiesta, y comienza a gritar: “¿Qué quieres
tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Jesús ha
venido a destruir las obras del diablo; viene a liberarnos del dominio de los
vicios que nos arrastran y nos deshumanizan. Viene a liberarnos del dominio de la
opresión de los ídolos y del dominio de las concupiscencias que nos esclavizan.
El demonio
impuro confiesa que Jesús es la Santidad de Dios: Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. La santidad es lo contrario a la
impureza y a la idolatría. Según las mismas palabras de Jesús: Porque del
corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones,
robos, falsos testimonios, injurias. (Mt 15, 19)
¿Cómo nos exorciza
o libera Jesús?
Por la escucha
y obediencia de la Palabra estamos construyendo la casa sobre terreno firme y
fuerte (Mt 7, 24) “Crean y conviértanse” (Mt 4, 17; Mc 1, 15) Cuando e abrimos
la puerta de nuestro corazón (Apoc 3, 20). Jesús entra a nuestra vida a realizar la Obra
del Padre, Nuestra salvación, viene a purificar nuestra casa que había sido
convertida en cueva de ladrones para convertirla en casa de Dios. En la escucha
y obediencia de la Palabra nos despojamos del “hombre viejo y nos revestimos de
Jesucristo en justicia y en santidad (Ef 4, 23- 24) Salimos de las tinieblas y
entramos en la Luz (Ef 5, 7-8) La Luz es Cristo (Jn 8, 12) Luz que ilumina
nuestras tinieblas para que reconozcamos nuestros pecados, nos arrepentimos y
vamos a Jesús con un corazón arrepentido y abatido para recibir el perdón de
los pecados y el don del Espíritu Santo.
Ahora
ayudados con la Gracia de Dios desechamos la malicia, la mentira, la envidia,
la hipocresía y la maledicencia (1 de Pe 2, 1) Para crecer en la fe y dar los
frutos de la Luz: la bondad, la verdad, la justicia, (Ef 5, 9) La Humildad. La mansedumbre
y la misericordia (Col 3, 12) La fe, la esperanza y la caridad (1 de Tes 5, 8)
La piedad, el amor fraterno y la caridad (2 de Pe 1, 7-8) Y así crecer en la
Gracia de Dios y en el conocimiento de Dios e ir quedando llenos de Cristo,
este es el verdadero exorcismo, y poder decir con Pablo: “Para ser libres, nos
ha liberado Cristo”. (Gál 5, 1)
La Palabra
de Dios es liberadora: Decía, pues, Jesús a los judíos que habían
creído en él: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (Jn 8, 31- 32)
Libres de todo pecado y libres para amar y para servir a Cristo y a la Iglesia.
Caminemos en la Verdad para que el Amor de Dios se enraíce y arraigue en nuestros
corazones.
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