LA LEY REGIA DE CRISTO ES LA LEY DEL AMOR
Objetivo: Mostrar la Ley de Cristo como norma suprema para alcanzar la perfección cristiana, mediante la donación, la entrega y el servicio al Reino de Dios.
Iluminación: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las
cosas” (Apoc 21,5).
Jesús vino del Cielo, el lugar donde
vive Dios, a instaurar en la tierra el Reino de los Cielos o Reino de su Padre
o Reino de Dios. En primer lugar. aclaremos que la palabra Reino no se refiere
a ningún territorio concreto, sino y más bien, Jesús se refiere al poderío de
la acción divina en este mundo que va trasformando lo viejo en nuevo, lo
injusto en justo y lo enfermo en sano, y seguirá siendo así hasta que llegue a
cumplirse su voluntad en todas las cosas. El Reino de Dios no es algo estático,
ya hecho, sino algo dinámico, que está sucediendo y que crece con fuerza (Mc.
9,1-2)
Si
conocieras el don de Dios. El Espíritu Santo que Dios nos da en Cristo y por
Cristo, es infundido en nuestros corazones para que podamos comprender las
palabras de Jesús; nos consuela en los momentos difíciles; nos defiende en la
lucha contra los adversarios; nos da las palabras acertadas en los momentos de
prueba; nos capacita para discernir entre lo bueno y lo malo; nos guía por los
caminos de Dios; nos enseña a vivir en comunidad fraterna; nos capacita para
toda obra buena y nos configura con Jesús el Señor para que lleguemos a tener
sus mismos sentimientos de acuerdo a las palabras del Apóstol (Flp 2, 5).
Podemos decir que sin el Espíritu Santo, somos, sencillamente, un cadáver y
nuestra vida será estéril e infecunda, sin los frutos de la fe, llamados
también frutos del Espíritu (Gál 5, 22) Gracias a la presencia del Santo
Espíritu en nuestra vida se actualiza hoy día en nosotros la “Obra Redentora de
Cristo Jesús”, nos apropiamos de los Frutos de la Redención y podemos guardar
el Mandamiento de la Ley de Cristo, que es la ley del Amor.
El Mandamiento Regio. Jesús de Nazaret, hombre que se pasó la vida
haciendo el bien, curando a los enfermos, sanando a los oprimidos y enseñando
el camino de la verdad y del amor; defendió a las mujeres, jugó con los niños,
se sentó a la mesa con pecadores, se hizo amigo de publicanos y de prostitutas;
en los últimos días de su vida quiso dejar a sus amigos y discípulos el estilo
de vida que había vivido al recorrer los caminos de Galilea y Judea. “Llegado
el momento, después de haber amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn
13, 1); sentado a la mesa con ellos y después de haberles lavado los pies les
dijo: “Ustedes me llaman maestro y señor, y en verdad lo soy; y dicen bien.
Pues yo que soy maestro y señor les he lavado los pies, ustedes deben lavarse
los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan ustedes lo mismo”
(Jn 13, 13- 15).
Lavar pies significa ayudar a otros a crecer en la
fe y ayudarles a vivir una vida más digna. Podemos afirmar que lavar pies es
amar con humildad y sencillez; es amar haciéndose como niños. Para un creyente
que quiera vivir su fe de manera sincera y auténtica, lavar pies significa
servir al estilo de Jesús: por amor hasta las últimas consecuencias. Para el
cristiano servir es amar, es dar vida. Cristiano es el que es portador del amor
de Cristo. Sin amor nadie debería atreverse a llamarse cristiano. Jesús ha
venido a Jerusalén para graduarse como el Siervo de Dios; como el Cordero de
Dios que quita los pecados del mundo. Al hacerlo, invita a los suyos a
graduarse con él: “Hagan ustedes lo mismo”. Los constituye servidores de la
Humanidad; ministros de la Nueva Alianza.
Antes de terminar la cena, después de que Jesús
había anunciado la traición de uno de los suyos, Judas salió del cenáculo,
entonces Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha
sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo
glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. El Señor Jesús con su corazón
lleno de ternura y compasión dice a los suyos: “Hijitos, todavía estaré un poco
con ustedes”. Mirando a cada uno de sus discípulos les dejó su “legado”: “Les doy un mandamiento nuevo: ´que se amen
los unos a los otros, como yo los he amado´; y por este amor reconocerán todos
que ustedes son mis discípulos” (Jn 13, 31- 35).
Para creer en las palabras de Jesús y ser capaces
de ponerlas en práctica es necesario tener un corazón de pobre. Pobre es aquel
que reconoce sus debilidades y pecados para acercarse a Dios con un corazón
abatido y contrito para confesar sus culpas y recibir la misericordia del
Señor. Pobre es aquel que nada tiene, por eso puede poner su confianza en Dios
y amar desde su pobreza al compartir sus bienes porque no se considera amo y
señor, sino siervo y administrador de la multiforme gracia de Dios. Recordando
las palabras del Obispo Dom Cámara decimos: nadie es tan suficientemente rico
que no necesite de los demás, y nadie es tan suficientemente pobre que no tenga
algo para compartir con otros.
Las manifestaciones del
reino de Dios en los discípulos. Una de las manifestaciones claras de la presencia del reino es el
desprendimiento que se manifiesta en el compartir. El compartir es el primero
de los valores del reino que estamos llamados a cultivar. Otra manifestación es la dignidad humana compartida por todos los
seres humanos. La luz del reino nos da una mirada para ver a los otros como
iguales en dignidad.
Una de las
manifestaciones más claras del reino es la solidaridad humana. Solidario es el hombre
que se mete en los zapatos del otro, del pobre, del necesitado; hace propio el
sufrimiento y el dolor de los demás, a quienes ve como hermanos. Otra
manifestación es la humildad que se manifiesta en la donación, la entrega y en
el servicio. Sólo los humildes sirven con entusiasmo, fortaleza y amor. La
sencillez de vida que nos impide complicar la vida a los demás y que nos lleva
a la transparencia que nos arrebata la máscara de la hipocresía.
Para Jesús el Reino de Dios es Buena Noticia,
especialmente, para los pobres. Hablar del Reino es hablar del amor, la paz y la justicia. Justicia a Dios
y justicia a los hombres. Hacemos justicia a Dios cuando guardamos sus
Mandamientos que no tienen otro sentido que el amor y el servicio a los
hombres, pero, también hacemos justicia a Dios cuando elegimos el camino que Él
nos propone. Este camino es Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. Le hacemos
justicia a Jesucristo cuando elegimos el camino que nos propone: El Amor, que
es dar vida, es entregarse, es donarse a los otros para que vivan con dignidad.
Le hacemos justicia a los demás cuando los reconocemos, aceptamos y respetamos
como personas. Les ayudamos a remover los obstáculos que impiden su realización
personal y ponemos los medios que te poseemos a su disposición.
El Reino de Dios es para los
pobres. Jesús predicó su Evangelio a
un pueblo que vivía de las ideas y tradiciones del Antiguo Testamento. Cada uno
a su modo, todos esperaban el Reino de Dios: los fariseos en la fiel
observancia de la Ley; los esenios, en el retiro del desierto para ponerse al
margen de toda contaminación; los zelotes, por la observancia revolucionaria
con intereses políticos. Por otro lado existen los pobres de Yahvé, ellos
deseaban la venida de un rey, que por fin implantaría en la tierra el ideal de
la verdadera justicia (Is 11, 3-5; 32, 1-3) Los pobres esperaban una liberación
espiritual que sólo podría venir de Dios. La justicia de este rey esperado
consistiría en ser voz de los que no tienen voz; en defender a los que no
pueden defenderse por sí mismos. Así lo había dicho el Salmista: “Qué él
defienda a los humildes de su pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante
al explotador…El librará al pobre que pide auxilio, al afligido que no tiene
protección; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los
pobres; él vengará la vida de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos”
(Sal 72,4.12-14)
Cuando Jesús dice que ya llega el reino de Dios
quiere decir, (según el padre José
Pagola) que por fin se va a implantar la situación anhelada por los marginados
y despreciados de este mundo: por fin se va a realizar la justicia según Dios
para los desheredados, los oprimidos, los débiles los indefensos, los pequeños,
los pobres (Mt 5, 19; Mc. 10, 14; Lc. 6, 20).
Cuando Jesús dice que el reino de Dios que se acerca, es sobre todo para
los pecadores y no para los justos, se convierte en causa de escándalo (Mt. 6,
11), no está excluyendo a los justos, sino que éstos, están llamados a perder
terreno, a dejar de creerse buenos y mejores que los demás; dejar su soberbia y
hacerse humildes para reconocerse pecadores como el publicano del Evangelio y
llegar a ser como niños; por el camino del “Nuevo Nacimiento”, del cual le
habla Jesús a Nicodemo (Jn 3, 1- 5) Es entonces cuando se hacen candidatos para
que en ellos se manifieste el poder redentor del Cristo de Dios. Al decir Jesús que ha sido ungido para
evangelizar a los pobres (Lc 4, 18), Él quiere dar una esperanza a los que
nunca la tuvieron, por ser pobres y marginados. Las palabras del Señor Jesús al
estar llenas de esperanza hacen que los pobres se sientan amados por Dios. Él,
Jesús hace presente el reino de su Padre entre los hombres y lo siembra en sus
corazones.
¿Cómo lo hace? Movido por el
amor y la compasión: En primer lugar, anunciando la Buena Nueva: predicación y enseñanza. Jesús
siembra la semilla del Reino: “La Palabra de Dios”. Por medio de su Palabra
Jesús denuncia la injusticia y siembra “una esperanza en quienes lo escuchan y
acogen”. En segundo lugar Jesús ejercitó una
actividad liberadora por medio de sus milagros y de sus exorcismos. Ellos son
la señal que el Reino de Dios ha llegado (Mt 12, 28) Son obras a favor de quien
está necesitado y son a la vez la señal de que el fin del reinado del mal ha
llegado a su término. En tercer lugar Jesús promueve la solidaridad entre los
hombres. Él, no sólo enseña con Palabras, sino y de manera especial, con su
propio estilo de vida: se sienta a la mesa con pecadores, marginados y
oprimidos por lo sociedad, come y dialoga con ellos, para enseñarnos que
también ellos son invitados a sentarse a la “Mesa con el Padre Celestial”. En cuarto lugar, Jesús denuncia toda
acción, actitud o estructura que mantenga a los hombres divididos en lobos y en
corderos, en “orgullosos” y en “despreciados”. Jesús llama necio al rico
agricultor (Lc. 12, 16-18); condena al rico Epulón (Lc. 6, 19-319; llama
malditos a los que no ayudan a los pobres (Mt 25, 41-45).
Por último, Jesús vive y propone la práctica del amor como ley de vida en el Reino que se construye en la medida en que vivamos en el amor fraterno; amándonos como hermanos, nos sabemos amados por Dios mismo. Vivir según Dios es vivir amándonos porque Dios es amor. (1 de Jn 4,7) El reino de Dios es pues, reino de justicia, de amor, de paz, de vida y de verdad. (cfr Rm 14, 17). Por eso, la novedad del Anuncio de Jesús consiste: en que los pobres vuelven a la vida, a la justicia, a la verdad, a la libertad, a la dignidad del amor fraterno: "Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos" (cfr Mt 5, 3)
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