LA IGLESIA SERÁ FORMADA CON GENTE VENIDA DE TODAS LAS
NACIONES.
Iluminación: ¡Alabad a Yahveh, todas las naciones,
celebradle, pueblos todos! Porque es fuerte su amor hacia nosotros, la verdad
de Yahveh dura por siempre. (Slm 117, 1-2)
La Iglesia será formada con gente venida de todas las
naciones. Esta es la voluntad de Dios, adquirirse un Pueblo que sea reunido en
virtud de la sangre de Cristo para que celebre un culto en espíritu y en verdad.
Un pueblo de sacerdotes profetas y reyes para proclamar el “deseo santo de
Dios” que quiere salvar a todos los hombres y que lleguen al conocimiento de la
verdad (2 Tim 2, 4).
La salvación es un don gratuito e inmerecido, pero, no
es barato, pide fe y conversión (Ef 2, 4- 6; Mt 4, 17) Pide fe y amor (Gál 5, 6)
La salvación es “Es el deseo de Dios” que ni todos los
pecados de todos los hombres han podido anularlo. La profecía del Tercer Isaías
lo describe al decirnos: A las islas remotas que no oyeron mi fama ni vieron mi
gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Y traerán a todos
vuestros hermanos de todas las naciones como oblación a Yahveh - en caballos,
carros, literas, mulos y dromedarios - a mi monte santo de Jerusalén - dice
Yahveh - como traen los hijos de Israel la oblación en recipiente limpio a la
Casa de Yahveh. Y también de entre ellos tomaré para sacerdotes y levitas
- dice Yahveh. (Is 66, 20ss)
¿Cuándo se
cumple la profecía de Isaías? Podemos
afirmar la promesa del profeta se cumple en primer lugar con palabras de Pablo:
“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la
ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abbá, Padre!. (Gál 4, 4- 6)
En segundo lugar, con el cumplimiento de la muerte y
resurrección de Jesucristo que muere y resucita para reunir con su sacrificio a
judíos y gentiles. Mas ahora, en Cristo
Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar
cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos
pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la
enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus
preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo
la paz (Ef 2, 11- 15)
En tercer lugar, al integrarnos a Jesucristo por La fe
y el bautismo, entramos a formar parte de la Nueva Alianza (Rm 6, 3- 5; Gál 3, 26-
27)
Escuchemos al Misionero del Padre como responde a una
pregunta tan actual hoy como el siglo primero: Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras
caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se
salvan?» En la época de Jesús, los judíos decían que sólo el pueblo de la
Antigua Alianza se salvaría, los demás pueblos serían excluidos. Hoy día
escuchamos decir algunos que sólo se salvarán los de su “capilla”; otros han
dicho que sólo serán salvados 144,000; otros más han afirmado que sólo que tengan
los sacramentos de la Iglesia. Muchos son los que juzgan y condenan a los que
no son de su Iglesia o denominación. Es decir juzgan y condenan a la luz de la
“letra” que mata, y sin, el espíritu que da vida, Mateo en el evangelio nos
dice: “No todo el que me dice señor, señor, entra en la casa de mi Padre, sino
los que hacen la voluntad de mi Padre” (Mt 7, 21-23: cf Lc 8, 49)
El mandato de Dios, es decir, la voluntad de Dios en
Juan lo propone como “Creer en Jesús y amar a los hermanos (1 Jn 3, 23) El
Señor no responde directamente a la pregunta, aprovecha la oportunidad para
darnos una enseñanza.
El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta
estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. «Cuando
el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis
fuera a llamar a la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Y os responderá: “No
sé de dónde sois.” Entonces empezaréis a decir: “Hemos comido y bebido
contigo, y has enseñado en nuestras plazas;” y os volverá a decir: “No sé de
dónde sois. = ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!” «Allí
será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob
y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera.
Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa
en el Reino de Dios. «Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros
que serán últimos.» (Mt 20, 16).
Dos caminos
y dos puertas- Uno angosto y el otro es ancho. (cf Mt 7, 13- 14)
Muchos nos hemos imaginados tres caminos, además de
los dos caminos, imaginamos otro, el camino de en medio, uno que ni es tan
ancho y tan angosto. Este camino corresponde a lo que san Juan llama: camino de
tibieza, ni tan frío ni tan caliente. Ni tanto que queme al santo ni tanto que
no lo alumbre. Hasta he escuchado decir, soy creyente, pero no fanático. Soy
creyente, pero no practicante. Soy católico bautizado, pero hago lo que yo
quiero, y así muchos creyentes viven una vida mundana, pagana, pecaminosa,
mezclan lo frío con lo caliente, la luz con las tinieblas, la fe con creencias
ajenas a la revelación de la Biblia, y la Palabra, es clara: “Los tibios los
vomitaré de mi boca” (Apoc 3, 15- 16).
“No te
conozco” “No sé quién eres” Lo que significa “no me amas.” Se trata de un conocimiento amoroso. “No has guardado
mis Mandamientos” No has amado a tu hermano”. El Misionero del Padre, Jesús, el
Señor, al encontrarse a una de sus ovejas perdidas les dice: “Mi Padre te ama”,
“Andas equivocado, vuelve al camino que te lleva a la casa de mi Padre” “Con un
corazón contrito y arrepentido orienta tu vida hacia lo que todavía no eres,
pero que vas a llegar a ser” *** “Un hombre nuevo” ***Un hijo de Dios, hermano
de los demás y un servidor del Reino.
Hay un llamado a entrar al Reino de Dios; un llamado a
convertirse a Jesucristo, a su Evangelio y por ende a su Reino. Después del
encuentro con Cristo, con esperanza, con optimismo y alegría recorrimos el
camino de la fe “despojándose del hombre viejo y revistiéndose el hombre
nuevo.” El camino es estrecho y lleno de obstáculos y lleva a Jerusalén, la
ciudad en la que Jesús adquirió su título de “Siervo de Dios” dando su vida en
favor de la Humanidad.
A sus seguidores los promueve como discípulos
misioneros para que lleven el Anuncio de la Buena Nueva y decir al mundo que
Dios ha redimido a los hombres, está cambiando los corazones y perdonando los
pecados. Los que crean y se bauticen, se salvan y se convierten en discípulos
misioneros de Jesús al servicio del Reino. (cf Mc 16, 15)
El camino de la fe, el primero en recorrerlo fue
Jesús, después de él, María la madre de Jesús, los Apóstoles y miles y miles
que han aceptado la aventura de la fe como testigos del amor de Cristo: “seguir
las huellas de Jesús para seguir sus pasos y ser sus colaboradores en la
salvación de sus hermanos. Escuchemos a un profeta de Jesús decirnos: “No
habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el
pecado. Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo
mío, no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido
por él. Pues a quien ama el Señor, le
corrige; y azota a todos los hijos que acoge.
Sufrís para corrección vuestra. Como a hijos os trata Dios, y ¿qué hijo hay
a quien su padre no corrige? Cierto que ninguna corrección es de momento
agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados
en ella. Por tanto, levantad las manos caídas y las rodillas entumecidas y
enderezad para vuestros pies los caminos tortuosos, para que el cojo no se
descoyunte, sino que más bien se cure.” (Heb 12, 4-7. 11- 13)
El camino de la fe está lleno de tentaciones, pruebas
y luchas. La finalidad es la de fortalecerse con la energía de su Poder (Ef 6,
10) No caminamos solos, el Señor nos guía y acompaña, vamos en comunión con una
gran multitud de hermanos. Con la ayuda de Dios y nuestros esfuerzos
renunciamos a todo lo que estorba para entrar por la puerta estrecha. Sin
renuncias no hay vida y no hay virtudes. Renunciar es despojarse del hombre
viejo, huir de la corrupción y de las pasiones desordenas para participar de la
naturaleza divina-(2 Tim 2, 22; 2 Pe 1, 4)
Para vestirse con el traje de bodas, con vestiduras de
salvación y revestirse del hombre nuevo en justicia y santidad, humildad,
mansedumbre y misericordia (Ef 4, 24; Col 3, 12) Estas son las vestiduras de Jesús,
no las consideramos éxitos, sino “frutos de la fe”.(Gál 5, 22) Es con un
corazón justificado podemos ofrecer al Padre y escuchar su Voz admirable,
gozosa y liberadora para decirnos: “Ven bendito de mi Padre a participar del
gozo de tu Señor” “Ven a tomar posesión del Reino que mi Padre les ha preparado
desde antes de la creación del mundo.” (Mt 25, 31ss).
Con la fuerza del Espíritu Santo y con nuestros
esfuerzos adquirimos una voluntad firme y fuerte, renunciamos a todo lo que no
ayuda en la liberación y salvación hasta llegar al sacrificio espiritual, grato
a Dios (Rm 12, 1) se le llama espiritual, porque viene de dentro, del corazón y
se ofrece por amor. Esto es posible donde hay una fe sincera, un corazón limpio
y una conciencia recta (1 de Tim 1, 5).
Publicar un comentario