EL DECÁLOGO DEL
EVANGELIZADOR.
Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos;
pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» A otro dijo:
«Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Le
respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el
Reino de Dios.» También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes
despedirme de los de mi casa.» Lc 9, 58- 61)
Son diez perfiles
fundamentales que van dando rostro al evangelizador para configurase con Cristo
Jesús.
1.
Convertirse al Evangelio. Está
primera conversión implica reconocer la propia debilidad y el propio pecado,
aceptar que se está necesitado de ayuda, y aceptar el amor gratuito de Dios que
se nos da en Cristo Jesús. Convertirse es “llenarse de Cristo”, sacando fuera
todo lo que no “viene de la fe”. (Mt 4, 17; Rm 13, 13- 14)
2.
Vivir en comunión íntima con Jesús. Esto nos
pide romper en pedazos los ídolos que se llevan en el corazón en lugar de
Cristo. Ser evangelizador es vivir con Cristo, en Cristo y para Cristo, para
poder después ser trasparencia de él ante los demás. Porque el Evangelio es
Jesús mismo. (cfr Jn 3, 30)
3.
Dejarse guiar por el
Espíritu. El Espíritu es el alma de la Iglesia y el
primer agente de la Evangelización. La clave del éxito para todo evangelizador
es la “docilidad al Espíritu” para dejarse plasmar interiormente por Él, y
poder, así llegar a configurase con Cristo., hasta llegar a decir con San
pablo: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (R 8. 14; Gál 2,
19).
4.
Tener conciencia de enviado. Aunque
parezca lo contrario, en medio de nuestras muchas debilidades vamos encarnado
una doble certeza: Primero que Dios nos ama y nos ha elegido para ser sus
ministros. Segundo nosotros también lo amamos y con alegría y agradecimiento
hemos decidido servirlo y amarlo. (Lc 5. 1-1- 11)
5.
La docilidad a la voluntad de Dios. No
servimos a cualquier proyecto, sino al Proyecto que Dios ofrece a toda la
humanidad: El Reino de Dios. El Proyecto es de Dios y es para todos los
hombres, razón por la que nos hemos de sentir responsables de todos y cada uno
de ellos. Que nuestra única preocupación sea poner en práctica la voluntad del
Señor. (cfr Jn 4, 34)
6.
Vivir en comunión con la Iglesia. Jesús ha
confiado el Ministerio de su Palabra, de la Reconciliación y de la conducción a
su Iglesia. Ella animada por el Espíritu continua y prolonga en la Historia la
“Obra Redentora de su Fundador”. Ella llama, forma y envía a los
evangelizadores: Pone en su boca la Palabra que salva. (Mt 28, 18-20; Jn 20-
23).
7.
El amor apasionado por la Iglesia. Amarla
como es; débil, enferma y pecadora en sus miembros, pero también, fuerte, sana,
santa y consagrada. En la Iglesia no somos perfectos, tan solo perfectibles. El
evangelizador acoge con fidelidad el mensaje revelado que ella custodia y
trasmite, vive en ella la comunión de fe, de culto y de caridad, pone al
servicio de ella todos los dones recibidos de Dios y participa con su entrega
en sus tareas evangelizadoras. (Hch 3, 19).
8.
Tener valentía profética. Sin
confiar en sí mismo se lanza como el misionero de Cristo, confiando en la
fuerza del evangelio y en la acción del Espíritu Santo que superan todo
esfuerzo humano. Al evangelizador tan sólo se le pide su “obediencia
incondicional a Dios antes que a los hombres”. Sólo entonces tendrá la fuerza
para predicar el Evangelio, con
fidelidad en situaciones de conflicto, con plena libertad, para corregir,
denunciar y construir una nueva humanidad. (cfr Hch 5, 27 29).
9.
Amar a los hombres como Jesús los ha amado. El evangelizador, elegido por el Señor, ha sido también justificado y
glorificado (cfr Rom 8, 29). Dios ha derramado su Amor en su corazón (Rom 5, 5)
para que ame a Dios y a los que el Señor ama, de manera especial a los más
débiles y pobres. El evangelizador ama todo lo que Dios ama y se gasta por dar
vida a sus hermanos. (cfr Jn 13, 34- 35)
10.
Buscar a los descarriados. Superando
todas las fronteras y divisiones busca a los que se han perdido, comprende a
los pecadores, les corrige con amor, abre perspectivas nuevas de vida,
reconstruye los lazos de la fraternidad y entrega su vida por los demás. (Lc
15, 4-7)
En camino de crecimiento
espiritual.
La vida es un viaje que nos pide ponernos en camino
de crecimiento hasta llegar a la Meta. Buscar entender nuestras actitudes nos
pone de frente a una pregunta: ¿Cómo me comporto frente al dinero, al sexo, al
poder, al trabajo, servicio, a la fama, al prestigio? ¿Cómo me comporto frente
a un espíritu de soberbia, de lujuria, de amor a la riqueza? Podemos definir
las actitudes en grupos: positivas y negativas, pesimistas y optimistas, en
buenas y malas. A la luz del Evangelio decimos que las actitudes pesimistas,
negativas, derrotistas, deterministas, conformistas o totalitaristas no vienen
de la fe (cf Rm 14, 23), y por lo mismo, no nos ayudan a ser mejores personas o
mejores cristianos misioneros.
Las actitudes cristianas nacen y crecen a la sombra
de la Palabra de Dios, acompañadas por una vida de oración para que la Palabra
sea: escuchada, guardada, cumplida y
orada (Lc 8,21; 11,28). La actitud crece con el uso de su ejercicio, en la
práctica en buenos hábitos, de criterios sólidos, de virtudes cristianas hasta
llegar ser “armas de luz” (Rm 13, 12) o “armadura de Dios” (Ef 6, 11) para
“revestirse del Señor Jesucristo” y no dejarse conducir en la lucha contra el
mal por los deseos del instinto (Rm 13, 14). Una mente iluminada por el
Evangelio y una voluntad fortalecida por el Espíritu Santo hacen unidad con el
corazón para dar al misionero una “conciencia moral, misionera, llena de
amabilidad, generosidad, solidaridad con todos, bondad, justicia y verdad (cfr
Gál 5, 22; Ef 5, 9). Las actitudes cristianas del misionero de Cristo, cuando
se convierten en acciones concretas a favor de la obra del Reino de Dios son
para beneficio de toda la Iglesia. Hagamos presente lo que comúnmente se dice:
>>el que no crece disminuye; el que se estanca no avanza y el que no
avanza retrocede, como “el que no junta desparrama” (Mt 12, 30).
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