EL CAMINO Y LA ENTRADA QUE LLEVAN A LA VIDA ETERNA.

 

EL CAMINO Y LA ENTRADA QUE LLEVAN A LA VIDA ETERNA.



Iluminación. Andas equivocado, vuélvete al camino que te lleva a la Casa de mi Padre, porque Dios te ama, tal como eres, pero, tal vez, por la vida que llevas no puedes experimentar su Amor.

El Camino angosto es Cristo que anuncia la presencia del Reino: Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.» (Mt 4, 17) Convertirse es romper con el pecado para orientar la vida a Dios, conducido por la Palabra de vida: Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús. (Hch 3, 19- 20) La conversión empieza en la escucha de la Palabra de la cual nace la fe en Jesucristo para la justificación de nuestros pecados, para recibir el perdón, la paz y el don del Espíritu Santo. (Rm 5, 1; Gál 2, 16).

La Palabra es luz que ilumina nuestra Realidad: Nuestra manera de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. En el Camino angosto Cristo es nuestro Capitán, nuestro Jefe y nuestro Pastor; Hay que escuchar su Palabra, guardarla y ponerla en práctica (Lc 8, 21; Lc 11, 28)  Para poder construir la Casa sobre Roca (Mt 7, 24) Con Fe firme, fuerte y férrea para permanecer sentados a la Mesa del Señor, y no en la mesa de los demonios  (cfr 1 de Cor 10, 21) Convertirse es cambiar de Mesa, de la de los demonios, a la Mesa del Señor para poder comer del Árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios (Apoc 2, 7)

Convertirse es entrar por la Puerta estrecha que es una Puerta santa. (cfr Jn 10, 7)

«Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran. (Mt 7, 13- 14)

El Camino estrecho es Cristo profeta, que nos habla al corazón para invitarnos a Nacer de Dios, conducidos por su Palabra que es Luz que ilumina nuestra manera de vivir y reconocer que estamos equivocados. Palabra que nos convence que Dios nos ama y nos convence que nosotros somos pecadores. Arrepiéntanse y entreguen la Carga a Cristo Jesús para que podamos pasar por la Puerta estrecha, que es Cristo Crucificado:

 «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28- 30)

Creer por la Puerta estrecha es aceptar que Cristo como nuestro Salvador:  nos amó y se entregó por nosotros para el perdón de nuestros pecados y resucitó para darnos vida eterna. (Ef 5, 1-2; Rm 4, 25) Se ha dado el paso de las tinieblas a la Luz. “Permanezcan en la Luz, permanezcan en mi Amor, sigan el Camino de Cristo resucitado para seguir en conversión, dándole muerte al hombre viejo para revestirse de Cristo Jesús. (EF 4, 23- 24)

Convertirse es dejarse conducir por el Espíritu Santo.

“Abandonen los vicios y las pasiones desordenados para que busquen a Dios y lo encuentren en la fe, la esperanza y en la caridad (cfr (2 de Tm 2, 22) “Rompan con la “CARNE QUE ES EL PECADO” para que participen de la Naturaleza divina (2 de Pe 1, 4)

La conversión es un proceso que implica seguir creciendo en la fe: La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias. (Rm 13, 11- 14)

Para permanecer en la Luz hay que vivir la espiritualidad bíblica.

Que es una vida conducida por el Espíritu Santo, y no por cualquier otro espíritu que lleva al pecado (Rm 14, 23) El Espíritu Santo nos lleva a Cristo para que creamos en él, convirtamos, nos salvemos y nos revistemos de Cristo. La espiritualidad cristina que pide dejarse conducir por el Espíritu Santo, pide cinco pasos:

Caminar en la Luz: Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. (1 de Jn 1. 6-7)

Romper con el pecado: Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros. (1 de Jn 1, 8- 10)

Guardar los Mandamientos y la Palabra: En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. (1 de Jn 2, 3- 6)

Guardarse del Mundo: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. (1 de Jn 2, 15- 16) El que ama a Dios guarda sus Mandamientos y su Palabra (cfr Jn 14, 21. 23) El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 de Jn 2, 17)

Guárdense de los falsos profetas: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. (1 de Jn 2. 18- 19)

Por sus frutos los reconoceréis, dice el Señor Jesús.

«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego.

¿Cuáles son los frutos malos y cuáles son los frutos malos?

Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. (Gál 5, 19- 21)

En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. (Gál 5, 22- 23) Es Amor, Fortaleza y Dominio propio (2 de Tim 1, 7)

Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. (Gál 5, 24- 25)

Han pasado por la Puerta Estrecha, entregaron su carga y se abrazaron de la cruz para morir al pecado y vivir para Dios. Actuar en el Espíritu es Amar, darse y entregarse a la Voluntad de Dios, manifestada en Cristo Jesús. Amemos a Cristo y amemos a los hermanos (1 de Jn 3, 23)

 

 

 

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