DIOS NOS AMÓ
POR PRIMERO Y NOS ENTREGÓ A SU HIJO.
Iluminación:
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a
su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
(Jn 3, 16- 17) Para amar a Dios y a los hombres hemos de nacer de lo Alto.
Dios nos amó por primero para
que nos amemos unos a os otros.
Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros,
porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a
Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor que Dios
nos tiene se ha manifestado en que envió al mundo a su Hijo unigénito, para que
vivamos por él. El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de
expiación por nuestros pecados. (1 Juan 4, 7-10)
La fe, la esperanza y el amor vienen de la escucha
de la Palabra de Dios hecha carne.
La fe viene de lo que se escucha, la Palabra (Rm
10, 17) La esperanza viene de la fe y se expande hacia el amor (Rm 5, 1- 5)
Donde hay amor, hay fe y hay esperanza; donde hay esperanza hay fe y hay amor;
donde hay fe hay esperanza y hay amor. Las tres son inseparables. De la fe, antes
que venga la esperanza, llega la humidad, para vencer al más grande enemigo de
la fe, la soberbia que está a la raíz de todo pecado. De la humildad viene la
confianza que nos lleva a la esperanza que se despliega hacia el amor.
Por la fe en Jesucristo recibimos el perdón de nuestros pecados y el don
del Espíritu Santo: Nacemos de Dios.
Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz
con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también,
mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en
las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la
paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no
falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado. (Rm 5, 1- 5)
Ahora podemos entender que
los frutos de la fe son: En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra
tales cosas no hay ley. (Gál 5, 22. 23) Como son los frutos de la luz: la
bondad, la verdad y la justicia (Ef 5, 9)
Pedro, Pablo
y Juan están de acuerdo al hablar de la fe.
Por esta misma razón, poned
el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al
conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la
piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad. Pues si
tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no os dejarán inactivos ni
estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Quien no
las tenga es ciego y corto de vista; ha echado al olvido la purificación de sus
pecados pasados. (2 de Pe 1, 5- 9) Pablo nos dice que la fe y el amor son
inseparables: “Pues a nosotros nos mueve el
Espíritu a aguardar por la fe los bienes esperados por la justicia”.
(Gál 5, 6)
Los frutos de la fe son obra del Espíritu Santo y nuestra colaboración.
Fe y conversión; fe y amor; fe y obras. Porque lo ha dicho el apóstol Santiago:
Una fe sin obras está muerta. (Snt 2, 14) Juan nos lo recuerda al decirnos: “En esto
hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También
nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si alguno que posee bienes de la
tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede
permanecer en él el amor de Dios?” (1 de Jn 3, 16- 17)
El amor pide obras como son
guardar os Mandamientos y la Palabra de Dios (Jn 14, 21. 23) “En esto sabemos
que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le
conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en
él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado
a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en
él, debe vivir como vivió él”. (1 de Jn 2, 3- 6)
La primera
carta de Juan es un camino de espiritualidad bíblica.
Hay espiritualidad donde hay
vida espiritual y hay vida espiritual donde se mueve el Espíritu Santo, que
guía a los que son hijos de Dios (Rm 8, 14). Esta espiritualidad es el “arte de
amar” conducido por el Espíritu de Dios.
Si decimos
que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos
la verdad.
Permanezcan en la Luz. Pero si caminamos en la luz,
como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre
de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. (1 de Jn 1, 7) El que camina en
la luz camina en la Verdad que nos hace libres (Jn 8, 32)
Romper con el pecado. Si decimos: «No tenemos pecado»,
nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados,
fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no
está en nosotros. (1 de Jn 1, 8 10)
Reconciliarse
con Dios y con la Iglesia. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis.
Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el
Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los
nuestros, sino también por los del mundo entero. (1 de Jn 2, 1- 2)
Reconciliarse para volver a los brazos del Padre y volver a ser uno de sus
hijos.
Guardar los
Mandamientos: En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus
mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un
mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente
en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos
en él. (1 de Jn 2, 3- 5) El que guarda los Mandamientos camina en la Verdad y
en la Luz que es Cristo.
Guárdense
del Mundo, el enemigo de Cristo, porque lo niega y lo rechaza. No améis al
mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no
está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene
del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien
cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 de Jn 2, 15- 17).
Guárdense de los falsos
profetas. Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un
Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos
cuenta que es ya la última hora. Salieron de entre nosotros; pero no eran de
los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con
nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los
nuestros. ( 1 de Jn 2, 18- 19)
La vida
cristiana es un don y es una lucha. Luchamos entre el bien y el mal;
entre el amor y el odio, entre las virtudes y os vicios. Jesús recomienda; “Vigilen
y oren para no caer en tentación”. (Mt 26. 41) Pablo nos recuerda: Fortalézcanse
con la energía de su Poder” (Ef 6, 10) La fortaleza es hija de la fe y del
amor. (cfr Gál 5, 6)
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