|
CRITERIOS Y ACTITUDES DEL EVANGELIZADOR. |
Objetivo.
Mostrar la importancia del cultivo de criterios, principios y actitudes
cristianas en el evangelizador para que con su testimonio de vida y su acción
pastoral pueda ser un servidor probado. |
|
|
Iluminación:
A todos, pastores y fieles se les pide asumir y profundizar en la auténtica
espiritualidad cristiana. En efecto, espiritualidad que es un estilo o forma
de vivir según las exigencias cristianas, la cual es la “vida en Cristo” y
“en el Espíritu Santo”, que se acepta por la fe, se expresa por el amor y en
esperanza, es conducida a la vida dentro de la comunidad eclesial (I en A
29). Discípulos
misioneros de Jesús. "Quienes acogen con sinceridad la Buena
Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se reúnen, pues, en
el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos
constituyen una comunidad que es a la vez evangelizada y evangelizadora. La
orden dada a los Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale
también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro
los define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os
llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9). Estas son las
maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia lengua (cfr. Hch 2,
11). Por lo demás, la Buena Nueva del reino que llega y que ya ha comenzado
es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han
recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación pueden y deben
comunicarla y difundirla" (Pablo VI, EN 13). Por la
acción del Espíritu, y una respuesta generosa de nuestra parte, se produce en
el interior del hombre lo que Jesús el Señor llamó: “Nuevo Nacimiento” (Jn 3,
1-5); se da un verdadero despertar a la vida de la Gracia que nos hace poner
de pie, abandonar la vida arrastrada para comenzar a caminar con los pies
sobre la tierra, es decir, con dominio propio, con lucidez y valentía en el
“Camino que lleva a Jerusalén”, tras las huellas de Jesús como sus verdaderos
discípulos (cfr Lc 9, 23); nos vamos
haciendo servidores de la “Multiforme” Gracia de Dios como ministros de la
Nueva Alianza al servicio del Evangelio (cfr 1 Cor 4, 1-3). La guía en el
nuevo caminar es la Palabra de Dios que por la fe nos conduce a la salvación
(cfr Jn 8, 31; 2 de Tm 3, 14); el alimento que nutre y fortalece es la
Eucaristía (cfr Jn 6, 27); su aliento es la vida de oración (cfr Mt 26, 41);
la confianza es la fidelidad al único criterio que se nos da: “El Evangelio
de Jesucristo”: “No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que
suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (cfr Jn 15, 15). Dos
columnas sostienen la estructura del Evangelizador. No hay engaños, el camino a recorrer ha sido
ya transitado, primero por Jesús; luego por su Madre (Lc 9, 51- 52), después
por sus Apóstoles y luego por miles y miles de hombres y mujeres que
enamorados de la persona de Jesús, de su Evangelio, de su Iglesia… fueron al
desierto, hicieron alianza con el Señor, para luego ir con la fuerza del
Espíritu a proclamar la Buena Nueva, y al final, plasmaron su entrega con el
sacrifico de sus vidas, sometieron su voluntad a la voluntad de Dios, para
servirle con todo, al estilo de los grandes personajes de la Sagrada
Escritura: Moisés, Josué, los Profetas, María, los Apóstoles, San Agustín,
San Francisco, Monseñor Oscar Romero, Teresa de Calcuta y miles más. Todos
ellos realizaron el objetivo del Evangelio: la amistad con Jesucristo, el
amor fraterno y la donación de sus vidas. Primera
columna. Quién quiera servir al Señor ha de aceptar y respetar
incondicionalmente las “Leyes del Reino”. No hay lugar para vanas ilusiones o
falsos mesianismos. No se puede quemar etapas y ni cortar caminos para llegar
más rápido. Segunda columna. Dejar las
madrigueras y los nidos: “Las zorras tienen sus madrigueras y las aves sus
nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 52);
romper con infantilismos, vicios, ataduras, para entrar en el proceso que nos
lleva a “Encarnar las grandes actitudes que configuran y definen al cristiano
misionero o apóstol de Jesucristo”, elegido por voluntad del Padre para ser
servidor del Evangelio. Servidores llenos de compasión y misericordia para
con todos, al igual que su Maestro. La
actitud misionera exige una espiritualidad específica que concierne
especialmente a todos aquellos a quienes el Señor ha llamado a ser sus
misioneros. Este modo de vida es iluminado por la Palabra de Dios y fortalecido
por la Eucaristía que da la fuerza al misionero para ponerse de pie, salir
fuera e ir al encuentro de los hombres para iluminarlos con la “luz de la
verdad”; esto es, disponibilidad para el servicio evangélico. Actitudes
del Evangelizador. La
actitud, es una inclinación o tendencia hacia algo o hacia alguien, está
presente en la mente y en la voluntad del hombre antes de la acción. En el
fondo de las actitudes, cuando son cristianas, se va formando lo que en
espiritualidad misionera se llama “Pastoral de la caridad”: la triple
disponibilidad, para hacer la voluntad del Padre, para acercarse al hombre
concreto e iluminarlo con la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la
vida por realizar los dos objetivos anteriores. La
actitud misionera se forja en la respuesta al llamado iluminador de Dios que
invita a crecer y madurar en la fe, mediante el seguimiento de Jesús, El
Misionero del Padre. Nunca será lo mismo tener criterios mundanos o paganos
que a poseer criterios cristianos que son el fruto del cultivo de una
voluntad firme, férrea y fuerte para amar. La práctica asidua, continúa y
permanente de la lectura y escucha de la Palabra de Dios, unida a una vida
centrada en la Eucaristía, a una vida de intensa oración y abierta a la
práctica de las “obras de misericordia” son fuente de las actitudes y criterios
de los evangelizadores y misioneros de Jesús al servicio del Reino de Dios y
su justicia. El
itinerario del Discípulo Misionero de Cristo. El
Encuentro personal con Cristo a ejemplo de san Pablo. Es el punto de partida:
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente lo
rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que decía: “Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? El respondió: “Yo soy Jesús a quien tú
persigues”. Pero levántate entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que
hacer (Hech 9, 1ss). Pablo, elegido por el Señor para ser un instrumento de
elección para llevar su nombre a los gentiles, los reyes y los hijos de
Israel, recibe también el don de sufrir con Cristo, de padecer por su nombre”
(Hch. 9, 15- 17; Flp 1, 29). El
Encuentro con Cristo Resucitado divide la vida del Apóstol en dos: Antes,
Pablo el fariseo y perseguidor de la Iglesia: Después, Pablo el Apóstol, el
Misionero y Heraldo de Cristo. La
obediencia a la Palabra de Cristo. Para el
Nuevo Testamento la vida espiritual comienza cuando Dios, en Jesús, nos
dirige su Palabra y nos nosotros nos adherimos a ella con nuestro “Fiat”. A
medida que acogemos y vivimos su Palabra, ésta da fruto, y permite que la
vida espiritual, es decir, el hombre nuevo, crezca y se desarrolle hasta
alcanzar la plenitud en Cristo. Para el Apóstol sin obediencia a la Palabra
de Cristo no hay conversión, ni purificación ni renovación espiritual. “Que
la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col 3, 16). La
Palabra que se obedece nos trasmite el mismo modo de pensar y de actuar de
Cristo. Tener la mente de Cristo (cfr Fil 2, 5), exige renunciar a vivir
según los criterios mundanos y paganos que nos alejan de la verdad y de la
voluntad de Dios. (cfr Rom 12, 2) La
docilidad al Espíritu Santo. Para
Pablo no ser conducidos por el Espíritu Santo es vivir en “la carne”, una
vida mundana y pagana, vida de pecado que embota la mente, endurece el
corazón y nos lleva al desenfreno de las pasiones (cfr Ef 4, 18). Para el
Apóstol, cristiano, es el que vive según el Espíritu de Dios (cfr Gál 5, 25);
Espíritu de Libertad que es quien actúa la conversión en los creyentes: “Porque
el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí está la
Libertad. Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejamos como en un
espejo, la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con
esplendor creciente, bajo la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor 3, 17-
18). “Les pido que se dejen conducir por el Espíritu Santo y así no serán
arrastrados por los bajos deseos” de la carne (Gál 5, 16). En la
carta a los romanos nos dice: “En efecto todos los que son guiados por el
espíritu de Dios son hijos de Dios. El Espíritu mismo se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de somos hijos de Dios. Y si hijos, también
herederos; herederos de Dios coherederos de Cristo, ya que sufrimos con Él,
para ser también con Él glorificados” (Rom 8, 14. 17). Para el Apóstol, sólo
con la gracia del Espíritu Santo, el cristiano, puede llegar a ser lo que
debe ser: un hombre nuevo, justificado, perdonado, reconciliado y
comprometido con la causa de Cristo. La
pertenencia a Cristo. “Porque los que son de Cristo Jesús han
crucificado el instinto con su pasiones y deseos” (Gál 5, 24). Todo el que es
de Cristo es una nueva creación, ha pasado de la muerte a la vida, de la
esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz: “Porque si en un tiempo
fueron tinieblas, ahora son luz en el Señor: vivan como hijos de la luz,
dando los frutos de la luz: la bondad, la justicia y la verdad” (Ef 5, 8- 9).
“Pero ustedes no están animados por los bajos instintos, sino, por el
Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene
el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8, 9- 10). Toda la
vida del Apóstol estuvo proyectada hacia su meta: Cristo, Jesús su Señor,
hasta el grado de sentirse suave “aroma de Cristo” ofrecido a Dios: “hostia
viva, santa y agradable a Dios” (cfr Rom 12, 1). “Sé lo que es vivir en la
pobreza y también en la abundancia. Estoy plenamente acostumbrado a todo, a
la saciedad y al ayuno, a la abundancia y a la escasez: Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” (Flp 4, 12- 13). Por eso puede decirnos: “sean
imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (Flp 3, 17). Listo
para el envío. Cuando
el discípulo de Jesús ha encarnado en él la “libertad afectiva”, es decir, es
ya poseedor de una doble certeza: la certeza de que Dios lo ama
incondicionalmente y que él, también ama al Señor, acepta libremente el
llamado a ser enviado como apóstol mensajero. Acepta el compromiso de la
Misión que pide al misionero la experiencia del enamoramiento de Cristo y de
su Iglesia. |
Publicar un comentario