¿CÓMO VIVIR LA LEY NUEVA, LA LEY DEL AMOR?
Iluminación. “Eliminad la levadura vieja, para ser masa nueva,
pues todavía sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido
inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura
de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de sinceridad y verdad” (1Cor 5, 8).
Escuchemos la Palabra de
Dios. “En cuanto a vuestra vida
anterior, despojaos del hombre viejo, que se corrompe dejándose seducir por
deseos rastreros, renovad vuestra mente espiritual, y revestíos del Hombre
Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa” (Ef 4, 22-24) “Huyan de la corrupción
para que participen de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4,b) “Huyan de las
pasiones de la juventud y busquen la fe, la vida recta” (2 Tim 2,22) Rompan con
el pecado y guarden los Mandamientos de Dios (1 Jn 1, 8; 2, 3)
El Mensajero de la Gracia. El cristiano discípulo de Jesucristo es mensajero
del Evangelio de la gracia, no vive para sí mismo, sino para el Señor a quien
le sirve en sus hermanos por amor a Jesús (cf 1 Cor 4, 5). “Ésta es la
confianza que tenemos ante Dios, gracias a Cristo. Pues nosotros no podemos
atribuirnos cosa alguna, como si fuera nuestra, ya que nuestra capacidad viene
de Dios. Él nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de la
letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, más el Espíritu da vida. Pensemos que si el ministerio de la muerte,
grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso hasta el punto de
no poder los israelitas mirar el rostro de Moisés a causa del resplandor que
emitía — aunque pasajero—, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del
Espíritu!” (2 Cor 3, 4-8)
De acuerdo al Evangelio de la Gracia la salvación es un don gratuito de
Dios en Cristo Jesús. “Evidentemente sois
una carta de Cristo, redactada con nuestro ministerio; escrita no con tinta,
sino con el Espíritu de Dios vivo; y no en tablas de piedra, sino en tablas de
carne, en los corazones”. (2 Cor 3,3) Todo el que cree en el Evangelio de
la Gracia ha aceptado a Jesús como su Salvador, como su Maestro y como su
Señor, ha sido justificado por la gracia de la Fe; ha sido reconciliado,
salvado, santificado y glorificado (cf Rom 8, 29). Lo viejo ha pasado, lo viejo
es la ley antigua, la ley vieja, ahora ha entrado en la Nueva Alianza, sellada
con la sangre de Cristo y confirmada por el Espíritu Santo en Pentecostés.
La ley mosaica. La ley mosaica es la letra, escrita en tablas de
piedra, la ley vieja que muestra nuestra pecaminosidad, pero, no nos da la
gracia. Nos hace reconocer que somos pecadores, pero, no nos justifica y no nos
salva. A la luz del Nuevo Testamento nos dice que el hombre no puede salvarse
con sus solos esfuerzos: “Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley lo dice
para los que están sometidos a la ley, para que toda boca enmudezca y el mundo
entero se reconozca reo ante Dios, ya que nadie será justificado ante él porque
haya cumplido la ley, pues la ley sólo proporciona el conocimiento del pecado” (Rom
3, 19-20).
La ley del Espíritu. La ley del Espíritu es la ley interior, es la Ley
de Cristo, la Ley del Amor, escrita en nuestros corazones. “Es la ley que da
vida en Cristo Jesús y nos libera del pecado y de la muerte” (cf Rom 8, 2). La
letra mata, más el Espíritu da vida; la letra esclaviza, el Espíritu nos
libera. Según la teología de san Pablo: “Pero
ahora, independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios de
la que hablaron la ley y los profetas. Se trata de la justicia que Dios,
mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen —pues no hay
diferencia; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios—. Éstos son
justificados por Él gratuitamente, en virtud de la redención realizada en
Cristo Jesús (Rom 3, 20-24)
Ley – Gracia. ¿De dónde
viene la ley? ¿De dónde viene la gracia? (Jn 1, 17). Ambas vienen de Dios. La
ley nos fue dada por medio de Moisés. Pero, esta gracia viene de la muerte y
resurrección de Jesucristo y justifica al pecador: “Así pues,
una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en paz con
Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido,
también mediante la fe, el acceso a esta gracia en la que nos hallamos, y nos
gloriamos en la esperanza de participar de la gloria de Dios. Más aún, nos
gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la
paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la
esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rom 5, 1-5)
La Ley nueva, llamada también “Ley del Espíritu”, o
“Ley del Amor,” nos ha llegado por Jesucristo (Jn 1, 17). Ley que no fue
promulgada en el monte de las Bienaventuranzas, sino, la escrita por él en los
corazones, el día de Pentecostés. La ley Nueva es la misma gracia del Espíritu
Santo que se ha dado a los creyentes. Ley que actúa a través del amor que el
Espíritu Santo ha infundido en nuestros corazones (cf Rom 5, 5). Este amor es
el mismo con el que Dios nos ama y con el que, al mismo tiempo, hace que
nosotros le amemos a él y al prójimo. La ley Nueva es a lo que Jesús llama “El
Mandamiento Nuevo”. Por lo tanto, el amor, es una ley, “La Ley del Espíritu” “La
Ley de Cristo” que crea en el cristiano el dinamismo de hacer todo lo que Dios
quiere, porque ha hecho suya la voluntad de Dios y ama todo lo que Dios ama.
El Decálogo y la Ley del
Amor. Después de la venida de
Cristo subsiste de hecho la ley escrita: están los Mandamientos de Dios, el
Decálogo, están los preceptos evangélicos, ahora también las leyes
eclesiásticas y el Derecho Canónico. ¿Son cosas extrañas al cristianismo? ¿Las
debemos aceptar o rechazar? ¿Es algo que se nos impone? La respuesta cristiana
a este problema la encontramos en el Evangelio. Jesús dice: “No he venido abolir la ley y los profetas”
sino, a darle “plenitud y cumplimiento” (Mt 5, 17). ¿Y cuál es el
cumplimiento? A esto responde el Apóstol: “El
verdadero cumplimiento de la ley es “El Amor” (Rom 13, 10). Del Mandamiento
del amor, nos dice el Señor Jesús, dependen toda la ley y los profetas (Mt 22,
40) A la luz de lo anterior podemos decir que el sentido de los Mandamientos es
el amor y el servicio al prójimo.
Como ministros de la Nueva
Alianza ¿Qué debemos hacer? Por nuestro bautismo, todos hombres y mujeres, pobres y ricos, somos
sacerdotes, profetas y reyes. “Pero
vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,
destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas
a su admirable luz” (1 Pe 2, 9). En cuanto, servidores y administradores de
la Nueva Alianza, lo primero es saber que todo lo que somos, sabemos y tenemos
es gracia de Dios (1 Cor 4, 7) Por gracia de Dios “Somos ministros de la Nueva Alianza” para ayudar a nuestros
hermanos a vivir la novedad de la Gracia. Con la alegría del Espíritu podemos
decir: “Somos sacerdotes de la Nueva Alianza” “Tenemos los Sacramentos de la
Nueva Alianza” y “Somos el pueblo de la Nueva Alianza” Para la gloria de Dios y
el bien de la Iglesia.
¿Qué es lo que predicamos? Como ministros de la Nueva Alianza predicamos la
Buena Nueva del Reino de Dios: “Que Dios en Jesucristo ha redimido a la
Humanidad, está perdonando los pecados y está cambiando los corazones”. San
Pablo nos aclara esta situación y pone las palabras en nuestros labios. “Nosotros predicamos a un Cristo
crucificado”: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; más para
los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y
sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabía que las personas, y la
debilidad divina, más fuerte que las personas (1 Cor 1, 23s).
“No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo
Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús” (2 Cor 4, 5). La
salvación es un don gratuito e
inmerecido que Dios ofrece a los hombres por amor. Don gratuito, pero no
barato. El precio a pagar es abrazar la Voluntad de Dios y someterse a ella. No
olvidemos que Dios nos ama incondicionalmente, y nos amó primero. Lo anterior,
para que no veamos la salvación como premio o como recompensa por nuestras
buenas obras o por nuestros méritos personales.
Como mensajeros de la Nueva Alianza, predicamos la
necesidad de volverse a Dios para recibir el perdón de los pecados, la
exigencia de la conversión para entrar al reino de Dios según las palabras del
Señor Jesús: (Mc 1, 15). Conversión que nos hace vivir y abrazar la “Moral
cristiana” mediante la práctica de las virtudes para poder crecer en el
conocimiento de Dios (Col 1, 10). Somos los predicadores de la Buena Noticia
que enseñamos como se debe vivir en la Casa de Dios, columna y fundamento de la
Verdad (cf 1 Tim 3, 15)
Enseñamos el paso de la Antigua Alianza a la Nueva
Alianza que se dio hace más de dos mil años con Jesucristo, históricamente y ha
tenido lugar para siempre. Sacramentalmente se da por la fe y el bautismo, pero
existencial y espiritualmente debe tener lugar siempre de nuevo, en un estarse
renovando interiormente por la acción del Espíritu Santo (Rom 12, 2). En cada
sacramento bien recibido, en cada oración bien hecha, podemos y debemos renovar
la misma novedad. Renovar la Alianza pide hacer “un acto de fe en Dios que se
ha manifestado en Jesucristo” “Aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella”
“Hacer de la Palabra de Dios la Norma para nuestra vida”.
Somos Ministros de la Nueva Alianza. Como ministro de la Palabra debo ser anunciador “de
la gracia de Dios” que se ha manifestado en Cristo para nuestra salvación. Con
palabras de san Pablo: “Dar testimonio
del Evangelio de la gracia de Dios” (Hch 20, 24) Lo esencial no es el
mensaje de las obras de la fe, sino, y por encima de todo, lo que Dios ha hecho
por la humanidad. ”Nos amó primero”
(1Jn 4, 10) No es decir a la gente pórtense bien para que Dios los premie y no
los castigue, sino, decirles: “déjense amar por Dios”, para que les dé de lo
suyo: “su amor y su perdón, es decir, su gracia, para que puedan portarse bien
y convertirse al Reino de Dios. Lo primero es la acción de Dios manifestada en
Cristo Jesús: “Porque tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
No es lo mismo llevar a Cristo en nuestro corazón a
caminar vacíos de su presencia. No es lo mismo hacer cosas para salvarnos que
hacerlas porque ya estamos salvos, ya somos poseedores de la Gracia de Dios.
¿Desde cuándo? Desde día de mi Bautismo, que fui incorporado al Cuerpo de
Cristo y recibí el don de la Gracia. Desde el día de mi Encuentro con Cristo y
que libremente lo acepte como mi Salvador y mi Señor. Por eso la Escritura nos
llama hijos de Dios (cf Gál 3, 26) y “servidores y administradores de la multiforme
gracia de Dios” (1 Cor 4, 1).
“Por esto, investidos de
este ministerio por la misericordia de Dios, no desfallecemos. Antes bien, hemos repudiado el silencio
vergonzoso, evitando proceder con astucia o falsear la palabra de Dios; al
contrario, al manifestar la verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana
delante de Dios. Y si todavía se piensa que nuestro Evangelio está velado, lo
está para los que se pierden, para los incrédulos. El dios de este mundo cegó a
éstos su entendimiento, para impedir que vean el resplandor del glorioso Evangelio de Cristo, que es imagen de
Dios. No nos predicamos a nosotros
mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por
amor a Jesús (2 Cor 4, 1-5).
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