VEN Y SÍGUEME, UN LLAMADO QUE EXIGE UNA RESPUESTA.
OBJETIVO: Profundizar en el estilo de vida que el Señor
Jesús nos propone para tener más claridad en las exigencias del seguimiento y
poder responder generosamente a la invitación de ser discípulos misioneros del
Evangelio.
Iluminación. En
aquellos tiempos, el Señor le dijo a Elías: "Unge a Eliseo, el hijo de
Safat, originario de Abel-Mejolá para que sea profeta en lugar tuyo".
Elías partió luego y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Delante
de é1 trabajaban doce yuntas de bueyes y é1 trabajaba con la última. Elías
pasó junto a él y le echó encima su manto. Entonces Eliseo abandonó sus bueyes,
corrió detrás de E1ías y le dijo: “Déjame dar a mis padres el beso de despedida
y te seguiré". E1ías le contestó: "Ve y vuelve, porque bien sabes lo
que ha hecho el Señor contigo''. Se fue Eliseo, se llevó los dos bueyes de la
yunta, los sacrificó, asó la carne en la hoguera que hizo con la madera del
arado y la repartió a su gente para que se la comieran. Luego se levantó,
siguió a Elías y se puso a su servicio.
1 Re 19, 16. 21- 23) El profeta Eliseo es un modelo de los discípulos de Jesús
en el Nuevo Testamento
¿Hacia
dónde nos lleva Jesús? “¿Maestro bueno que he de hacer para tener
vida eterna?” Jesús le respondió: “Vete a vender lo que tienes, dáselo a los
pobres, que Dios será tu riqueza; luego, ven y sígueme” (Mc 10, 17.21). El Hijo de Dios se ha hecho
por nosotros camino, y ese camino nos lo ha enseñado con sus palabras y con su
testimonio de vida el estilo de vida que tenemos que seguir. ¿Qué nos pide
Jesús? No nos pide poco, tampoco nos pide mucho, Él lo pide todo… todo lo que
se tiene, todo lo que se sabe, todo lo que se es… todo ha de estar al servicio
del Reino; al servicio de la Evangelización, al servicio de los más pobres: los
que no conocen a Dios. Amar y seguir a Jesús significa una misma realidad:
Mirar en la misma dirección, tener sus mismos intereses, sus mismas
preocupaciones y sus mismas luchas. Nadie puede decir que ama a Jesús si no
quiere identificarse con Él, y nadie puede seguir a Jesús sin amarlo.
Las
condiciones para seguir a Jesús. “Mientras iban de camino, un hombre le dijo a
Jesús: Señor, deseo seguirte a donde quiera que vayas. Jesús le respondió: Las
zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene
donde reclinar la cabeza” (Lc
9, 57). La Verdad que es Jesús, está en el fundamento de todo seguimiento, a la
vez que al inicio de toda llamada. Jesús no engaña, no seduce con promesas
ilusorias. La Verdad es el fundamento de toda sinceridad y de toda honestidad,
de toda integridad, lealtad y fidelidad. No hay lugar para la búsqueda de
prestigio, de fama, de poder o de seguridades. No se debe buscar el que nos
vaya bien, como tampoco el quedar bien… hay que darlo todo para la “Gloria de
Dios” y para el bien de las almas, hasta llegar al total desprendimiento de sí
mismo. La verdad es que Jesús no quiere ser un “parche” de sus amigos, él
quiere ser el todo. A Jesús no se le debe seguir por lo que Él da, sino por lo
que él es. “Yo sé porque me siguen” (cfr Jn 6, 26), dice Jesús a sus
discípulos.
Jesús
le dijo a otro: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a
enterrar a mi padre. Jesús le contestó: deja que los muertos entierren a los
muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 59-60). La preocupación por las riquezas nos
hace olvidarnos de lo esencial y no poner la mirada en las cosas materiales.
“Dejar que los muertos entierren a los muertos”, es lo mismo que dedicarse a
pelear herencias, que para un discípulo equivale a perder el tiempo. “Busca
primero el reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura”.
“Otro
le dijo: Señor, quiero seguirte, pero, primero déjame ir a despedirme de los de
mi casa. Jesús le contestó: el que pone su mano en el arado y sigue mirando
atrás, no sirve para el reino de Dios (Lc 9, 62). Las ataduras, los apegos, los lazos familiares y el pasado
pueden ser un obstáculo para seguir a Jesús. Son las cebollas y los puerros de
Egipto. El peligro de volver a la mediocridad siempre está latente. El hombre
viejo que fue destronado, no se da por vencido y quiere recuperar el lugar
perdido.
La clave del seguimiento. “Luego
Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí
mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda la vida por causa mía la encontrará” (Mt 16, 24-25). Muchos son los que buscan la
felicidad al margen de Dios. Quieren sentirse bien y recurren a la química,
presente hoy en el alcohol, en la droga, en el poder, el placer y la riqueza.
Jesús nos invita a seguirlo, pero no de cualquier modo, sino negándose a sí mismo y cargando la cruz, entendiéndose como un
camino de realización propuesto por el mismo Jesús. La negación de sí mismo
lleva al desprendimiento de las cosas, de gustos, de personas o de las propias
ideas o maneras de pensar. Se deja algo, por algo mejor; lo que se deja puede
ser malo o puede ser bueno, pero siempre, lo mejor es Cristo. Por Jesús
renuncio a la riqueza, a la propia familia, a tener una esposa y unos hijos o a
un status de vida. Para seguir a Jesús, identificarme y configurarme con Él.
Por
lo pronto es necesario. “Simón Pedro le preguntó a Jesús: Señor, ¿A
dónde vas?, A donde yo voy, le contestó Jesús, no puedes seguirme ahora; pero
me seguirás después. Pedro le dijo: Señor, ¿Por qué no puedo seguirte ahora?
¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti! (Jn 13, 36-37). ¿Por qué Pedro no podía seguir a
Jesús en ese momento? En realidad, Pedro no sabía lo que hablaba. Era necesario
que Jesús fuera solo y puro a la cruz, a la que abrazó hasta el fondo por hacer
la voluntad de su Padre y con su muerte gloriosa salvar a la Humanidad, y abrir
el camino para que el Espíritu Santo viniera a los discípulos, y entonces
también ellos pudieran ir y estar con Jesús. Ese es su deseo: “Donde yo esté, estén también ustedes”
(Jn 12, 26). Necesitamos la Gracia de
Dios para guardar el Mandamiento Nuevo y para dar la vida por Jesús. Esta
Gracia es el “Don del Espíritu Santo”. Las solas fuerzas o los buenos deseos y
propósitos no son suficientes para dar la vida por el Maestro. Se necesita el
Poder de Dios y nuestras decisiones personales para ir con Jesús a Jerusalén y
morir con Él.
La
Meta de Jesús. “Habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al
Padre y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús no es de la tierra, es de
Arriba, vino de junto al Padre y a Él vuelve. Antes de la Ascensión al Cielo
Jesús vivió su Pascua: pasó por la Cruz y la Resurrección. Seguir a Jesús es
pasar por su Pascua: pasar de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz,
de la esclavitud a la libertad; es cambiar de paternidad y apropiarse de los
frutos de la Redención de Cristo: la Resurrección y el Don del Espíritu, el
Perdón y la Paz. De la Pascua de Cristo, brota como de su única fuente la
“Nueva Creación”, el hombre nuevo que se ha despojado de su antigua manera de
vivir para caminar con Jesús amando y haciendo el bien, dando testimonio del
poder de Dios.
Don
y tarea. La vida espiritual
es “don y tarea” y sirve para nutrir, fortalecer y transformarnos en hombres
nuevos teniendo a Jesús como Modelo que nos dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra”
(Jn 4, 34). ¿Cuál es la obra del Padre? Mostrar al mundo el rostro de bondad,
de misericordia, de perdón y de amor. Jesús nos revela el rostro de Dios y a la
vez el rostro del hombre. Él es lo que nosotros estamos llamados a ser: Hijo de
Dios y servidor de los hombres. La tarea para esta vida es “reproducir la imagen de Jesús” (Rom 8, 29). “Él es la Imagen del Padre” (Col 1, 15).
Nosotros estamos llamados a ser “imagen del
Hijo”, es decir, “ser hijos en el Hijo”. La clave para lograrlo es el
“seguimiento”, sin el cual no habrá identificación entre discípulo y Maestro;
sin seguimiento no hay santidad, y sin santidad, nadie verá al Señor. El hambre
de Dios es manifiesta el deseo de hacer la voluntad de Dios “la delicia de
nuestra vida”. Abrazar la voluntad de Dios es el alimento espiritual que nos
hace tener hambre y sed de Él, nos pide dejar de comer el alimento que entra
por los sentidos y que robustece al hombre viejo.
Un
evangelio sin componendas. Toma tu parte en los sufrimientos como un buen
soldado de Cristo Jesús. Ningún soldado en servicio activo se enreda en los
asuntos de la vida civil, porque tiene que agradar a su superior (2Tim 2, 4). El trabajo del soldado es
defender la patria. Para los soldados de Cristo es defender los intereses del
Reino: La fe, la esperanza y la caridad. Defender la dignidad de la persona y
de la familia. El sufrimiento que pueda venir, es propio del oficio y ha de
verse como un regalo de Dios (Fil 1, 29). El sufrir por Cristo tiene un sentido
oblativo, encuentra su fuerza en el amor a Aquel que nos amó hasta el extremo y
que ahora invita a los suyos a reinar con Él. Es un verdadero servicio a la
causa del Reino. Es el modo propio para dar vida a la familia, a los hombres,
al prójimo.
De la
misma manera el deportista no puede recibir el premio, si no lucha de acuerdo
con las reglas (2Tim 2, 5).
No hay medias tintas. No hay lugar para la mediocridad ni para la tibieza.
Jugar limpio es ser fieles al Evangelio de Jesús que supera todo conocimiento.
No podemos mezclar la vida mundana con el estilo de vida que Jesús propone a
los suyos. La mezcla resultaría en tibieza, enfermedad espiritual y mortal que
nos excluye de la Salud y nos priva de la gloria de Dios (cfr Rom 4, 23).
¿Cuáles son las reglas? Podemos hablar de
tres: “un corazón limpio, una fe sincera
y una conciencia recta” (1Tim 1, 5). El corazón limpio es el que se ha
lavado en la “Sangre del Cordero”, no busca sus propios intereses. La fe
sincera es la confianza en Dios y la obediencia incondicional a su Palabra. La
conciencia recta todo lo hace para la mayor gloria de Dios y para el bien de
las almas. En pocas palabras, la caridad de Cristo es el “alma de todo
apostolado”.
El
que trabaja en el campo tiene el derecho a ser el primero en recibir su parte
de la cosecha (2Tim 2, 6). El
primero en creer; el primero en vivir y el primero en anunciar lo que cree y lo
que ha vivido. No podemos decir a los demás que amen a Jesús si nosotros no lo
amamos primero. No podemos ser testigos falsos o predicadores vacíos por eso el
señor nos pide fidelidad a sus
Mandamientos y cultivar una recta conciencia para buscar siempre y en toda
circunstancia la Gloria de Dios. Buscar la propia gloria es equivocarse de
camino, es errar en el blanco.
El camino de la pascua. “Si
hemos muerto con Él, también viviremos con Él; si sufrimos con valor, tendremos
parte en su reino; si le negamos, también Él nos negará; si no somos fieles, Él
sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 11 - 13). Morir con Jesús para vivir con Él.
Sufrir con Jesús para reinar con Él, y dar testimonio de su grandeza entre los
hombres, es el camino que nos lleva a la Paz. Creo con firmeza y estoy
convencido que éste es el estilo de vida que Jesús propone a los suyos, a los
que creen en su Nombre a los que lo aman.
La fe cristiana será siempre, una fe pascual.
Por ella pasamos de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del
pecado a la gracia. Muerte y Resurrección son para los cristianos dos momentos
de un mismo acontecimiento. Realidad que se manifiesta en el seguimiento,
camino del discipulado, y que un día, el día del Señor, al ser enviados
seremos apóstoles, pero, sin dejar de ser discípulos, para nunca de dejar de
aprender del único Maestro, Jesucristo de Nazareth. El Hombre humilde y
manso de corazón que invita a sus discípulos a seguirlo, a estar con Él… para
poder darle vida al mundo, como ministros de la Nueva Alianza sellada con la
Muerte y Resurrección de Cristo Jesús.
La exhortación de Jesús a sus discípulos de
ayer, hoy y siempre: “Permanezcan en mi Amor” (Jn 15,9) puede ser interpretado
por “Permanezcan en mi Pascua” para que todo discípulo sea como su Maestro y
todo siervo sea como su Señor (Jn 13,16) El Apóstol Pablo nos dice lo mismo con
otras palabras: “pero los que son de Cristo han crucificado su naturaleza
humana con sus pasiones y malos deseos” (cf Gál 5, 24) Permanecer en el amor de
Cristo significa dejarse amar por él, y significa amarlo y servirlo, es decir guardar
sus mandamientos y sus palabras (cf Jn 14, 21- 23) Todo discípulo de Cristo ha
sido llamado a ser servidor del reino de Dios: existe para servir con alegría y
con amor.
El llamado de Jesús pide prontitud,
disponibilidad, desprendimiento, humildad y agradecimiento, al estilo del
profeta Eliseo, (1 Re 19, 16. 21- 23) y
de Zaqueo que prontitud y alegría obedece la invitación de Jesús de hospedarse
en su casa. (cf Lc 19, 1ss) Sin olvidar, como discípulos, la fidelidad a la
Voluntad de Dios, la obediencia a la Palabra de Cristo y a la docilidad al
Espíritu Santo. Digamos con María, la primera discípula de Cristo: “Hágase en
mí según su Palabra” (Lc 1, 38)
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