6.
¿Cómo se manifiesta la
justicia de Dios?
Objetivo: Mostrar con toda claridad la diferencia entre la justicia divina y la
justicia humana para que nadie ponga su confianza en sí mismo o en sus buenas
obras con miras a la salvación, don gratuito de Dios ofrecido en Cristo a favor
de toda la humanidad.
Iluminación: “El hombre es justificado
por la fe sin las obras de la ley” (Rm 3, 28; Gál 2, 16). “Murió para que
nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para nuestra justificación” (Rom 4, 25).
1. La Justicia de Dios. lA jUSTICIA DE DI0S ES EL PERDÓN QUE ÉL NOS OFRECE EN CRISTO JESÚS.
La justicia de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús,
enviado y nacido para nuestra salvación: “Murió
para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para nuestra
justificación” (Rm 4, 25). Se manifiesta perdonando y sanando,
reconciliando y promoviendo a los hombres: nos hace gratos y agradables a Dios.
El pecador justificado por la fe entra en el Reino de Dios, en virtud de la
sangre de Cristo en quien Dios nos muestra su justicia, pero no como castigo,
sino como manifestación de su amor, de su perdón, de su misericordia, para con
los pecadores y de esta manera hacerlos justos, es decir, gratos y agradables a
Él.
Que nos quede claro: No es nuestra justicia la que nos
abre las puertas del Reino, sino la bondad y la misericordia que se han
manifestado en Cristo Jesús. Tal como lo dice el Apóstol: «Cristo Jesús se hizo para nosotros sabiduría, justicia, santificación
y redención» (1 Co 1,30). «Para nosotros», ¡no para sí mismo!, ya que
nosotros pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos, habiéndonos él,
comprado a buen precio (1Co 6, 20), inversamente lo que es de Cristo nos
pertenece más que si fuera nuestro.
2.
Cristo es el buscador de las ovejas perdidas.
La religión de la Encarnación y de la Redención nos
hace decir que el cristianismo no comienza por lo que el hombre debe hacer para
salvarse, sino con lo que Dios ha hecho para salvarle. Jesús, buscador de las
ovejas perdidas irrumpe en la vida de los pecadores para decirles: Mi Padre les
ama, andan equivocados, vuélvanse al Camino que les lleva a la Casa del Padre.
Al final de sus días da su vida por todos.
Jesús invita a los hombres «a creer en Él»; lo que
significa, por lo tanto: pasar de la Antigua Alianza, basada en la ley, a la
Nueva Alianza, basada en la fe y en el amor. San Juan nos dice: “Creed en el que Dios ha enviado” (Jn 6,
39). “Creed en mí” (Jn 14, 1). Tanto para san Juan como para el Apóstol
Pablo la justificación se alcanza
mediante la fe. La única diferencia es debida a lo que ha sucedido,
mientras tanto, entre la predicación de Jesús y la de Pablo: Cristo ha sido
rechazado y llevado a la muerte por los pecados de los hombres. La fe «en el
Evangelio» («creed en el Evangelio») ahora se configura como fe «en
Jesucristo», «en el poder de su sangre» (Rm 3, 25).
3.
La
fe-apropiación.
Todo, por lo tanto, depende de la fe. ¿De qué fe se
trata cuando se habla de la justificación «mediante la fe»?. Se trata de una fe
del todo especial: la fe-apropiación. Recordemos las palabras de San Bernardo: «Por mi parte lo que no puedo obtener
por mí mismo me lo apropio con confianza del costado traspasado del Señor
porque está lleno de misericordia. Mi mérito, por eso, es la misericordia de
Dios. Mi mérito no es lo que yo he hecho, es la misericordia de Dios.
Ciertamente no soy pobre en lo que se refiere a méritos mientras siga siendo Él
rico en misericordia. Que si las misericordias del Señor son muchas (Sal 119,
156), también yo tendré méritos en abundancia. ¿Qué hay entonces de “mi”
justicia? Pues, Señor, recordaré sólo tu justicia, pues esa es también la mía,
porque tú eres para mí justicia de parte de Dios».
La fe-apropiación me hace renunciar a mi propia
justicia para apropiarme de la “justicia de Cristo”. Renuncio a querer salvarme
por mis obras para apropiarme de los frutos de la redención, mediante el “salto
de la fe”. Un salto de audacia que nos lleva a las mismas manos de Dios. Estar
en las manos de Dios es la “fe que mueve montañas”.
¿Cómo se logra? Acercándose a Jesús con la confianza
de que Él mismo nos atrae con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia: “Vengan a mí los que están cansados y
agobiados por la carga” (Mt 11, 28). Para luego abandonarse en sus manos,
renunciando a toda agarradera o atadura, para soltarse y dar el “Salto de la fe”.
Sólo la fe del que se encuentra en las manos de Dios es capaz de mover montañas
y plantar arbustos en el mar.
2.
Justificación
y confesión.
La justificación don gratuito, mediante la fe, debe
transformarse en experiencia vivida por el creyente. Los católicos tenemos en
eso una ventaja enorme: los Sacramentos y, en particular, el sacramento de la
reconciliación. Éste nos ofrece un medio excelente e infalible para
experimentar de nuevo cada vez la justificación mediante la fe. En ella se
renueva lo que sucedió una vez en el bautismo en el que, dice Pablo, el
cristiano ha sido «lavado, santificado y justificado» (cfr. 1Co 6, 11).
En la confesión ocurre cada vez el “admirable intercambio”.
Cristo toma sobre sí mis pecados y yo tomo sobre mí su justicia. En nuestra
ciudad, como en cualquier ciudad del mundo, hay desgraciadamente muchos
llamados vagabundos, pobres hermanos vestidos con sucios harapos que duermen a
la intemperie arrastrando consigo sus pocas cosas. Imaginemos qué sucedería si
un día se corriera la voz de que, en un Almacén muy importante y lujoso de ropa
de nuestra ciudad, hay una “ganga” donde cada uno de ellos puede acudir, dejar
sus harapos, darse una buena ducha, elegir la ropa que más le guste y
llevársela así, gratuitamente, «sin gastos ni dinero», porque por algún
desconocido motivo al propietario le ha dado por la generosidad.
Es lo que acontece en cada confesión bien hecha. Jesús
lo inculcó con la parábola del hijo pródigo: «Traed aprisa el mejor vestido» (Lc 15, 22). Levantándonos de nuevo
después de cada confesión podemos exclamar con las palabras de Isaías: «Me ha revestido de ropas de salvación, en
manto de justicia me ha
envuelto» (Is 61, 10). Se repite cada vez la historia del publicano: « ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy
pecador!». «Os digo que éste bajó a su casa justificado» (Lc 18, 13ss.). (Raniero Cantalamesa).
4.
¿Qué
es entonces creer en Jesús?
Cristiano es aquel que cree que las “obras de la Ley” no
pueden salvar a los hombres. Cristiano es aquel que cree que nadie puede
salvarse a sí mismo ni a otros. Cristiano es aquel que cree que sólo Cristo
puede darnos “vida eterna”. “Creer
entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad
por confianza a la persona que la atestigua” (Catic 177). “No debemos creer en
ningún otro que no sea Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Catic 178). “Creer
es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la
persona humana, y es, a la vez, un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede,
engendra, conduce y alimenta nuestra fe” (Catic 180- 181).
a.
Creer en Jesús es aceptar a Dios como Padre que nos
ama.
Padre que nos ama y perdona, que nos salva y que
nos da su Espíritu Santo. Lo primero es creer que Dios es Amor y nos ama
incondicionalmente e incansablemente, y que el amor de Dios ha tomado rostro
humano en la persona de Jesús para amarnos con corazón de hombre: “Murió para que nuestros pecados fueran
perdonados y resucitó para nuestra justificación” (Rm 4, 25).
b.
Creer es confiar en Jesús y confiar en Jesús es
creer en él.
Cuando se confía en Jesús se le acepta “como
nuestro único Salvador personal”:
“me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Es mi Redentor: con su sangre me
ha comprado para Dios: “Me ha sacado del
reino de tinieblas y me ha llevado al reino de la luz” (Col 1, 13). Creer en Jesús implica:
reconocerlo como nuestro Salvador personal, Señor de nuestras vidas,
consagrarle nuestra persona y nuestra vida. Él es el único que ha muerto y
resucitado por los pecadores (Rom 4, 25).
c.
Creer en Jesús es amar a Jesús y amar es creer en
él.
Creer es adherirse a su persona: entregarse darse y
servir a Aquel que nos amó y se entregó por nosotros. es hacerse uno con él,
buscando participar de su vida de su gloria y de sus luchas. Para Pablo lo
primero es la “justificación por la fe”, para luego, llegar a tener su rostro,
su mirada, tener sus pensamientos, sus sentimientos, sus intereses, sus
preocupaciones, para él lo esencial, la meta de su vida es “El vivir en
Cristo”. “Ser de Cristo” para que todo lo de Cristo sea también suyo (Flp 3,
7ss).
d.
Creer es obedecer a Jesús y obedecer en creer en él.
Creer en Jesús es aceptar su Palabra como “Norma”
para nuestra vida: Vivir según el Evangelio es vivir como hijo de Dios, hermano
de los hombres y servidor de los demás. Tiene fe quien obedece a Jesús. La
obediencia de la fe pide, guardar los mandamientos de la Ley de Dios (Jn 14,
21. 23)
e.
Creer es seguir a Jesús y seguir es creer en él.
Seguirlo para configurarse con él en su muerte y en
su resurrección como respuesta de
fidelidad a la Alianza, para que la obra de la salvación crezca siempre en
nosotros. San Juan nos dice en su Evangelio:
“El que quiera servirme que me siga, que donde yo esté estará también mi
servidor” (Jn 12, 26). Seguir a Jesús para servirlo llevando una vida
totalmente consagrada a él de acuerdo a las palabras de san Juan ha de ser
nuestro objetivo primordial de cada cristiano.
f.
Creer en Jesús es “caminar sobre el agua”
Es decir, “vencer el mal con el poder de la fe”
(cfr Mt 14, 22- 36). Cuando la fe nos falla, entonces se da el reinado del mal
en la vida de los hombres. Sin la fe es imposible dar el fruto que el Señor
espera que demos los que decimos creer en Él (Jn 15, 5-7). Quien es capaz de
caminar sobre el agua, es a la vez capaz de “caminar sobre las nubes”, lo que
significa que se camina en el poder de Dios. Es ya la fe que se hace amor,
donación, entrega y servicio.
5. ¿Qué implica el creer en Jesús?
Poner la mirada en Jesús, los ojos del corazón fijos en Él,
Autor y Consumador de nuestra fe (Heb. 12, 2). Él, Jesús, ha iniciado en nosotros la “obra de la fe” y no
descansará hasta llevarla a feliz término.
“Cristo invitó a la fe y a la conversión; Él no forzó jamás a nadie. Dio
testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que lo
contradecían. Pues su Reino no se impone por la fuerza (Catic 160). Creer
en Jesús implica:
a)
Confianza infinita en Dios. Dios que se nos ha
manifestado en Cristo Jesús que se
entregó a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
“El hombre es justificado por la fe sin
las obras de la ley” (Rm 3, 28; Gál 2, 16).
Significa que la salvación nunca es algo debido, sino
una gracia de Dios acogida por la fe. De esta manera el creyente nunca puede
gloriarse de sus obras o de su propia justicia ni apoyarse en sus obras, sino
más bien, como lo enseña Pablo: Creer con el corazón y confesar con la boca. “Porque, si confiesas con tu boca que Jesús
es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos,
serás salvo” (cf. Rom 10, 9). Creer es amar y amar es creer, como también
creer es confiar en Aquel en quien se cree: La persona de Jesús. Sólo puedo
adherirme auténtica y personalmente a aquél en quien confío y a quien amo, a
aquel que confía en mí y me ama.
b)
Obediencia a la Palabra de Cristo. “Haced lo que os diga” (Jn 2, 5). Sin la obediencia de la fe todo es vacío, muerte, caos. La obediencia a
la Palabra es la respuesta que el creyente da a la Voluntad de Dios,
manifestada en el Evangelio.
c)
Pertenencia
a Cristo Jesús: Somos del Señor, de Aquel que nos ha redimido,
que ha pagado el precio por nosotros (1Co 3, 21; Ef. 1, 7). La pertenencia en
la fe al Señor exige el amor al Padre, en Jesucristo por la acción del
Espíritu, como signo de liberación de la esclavitud del mal, de las cosas, de
las personas y de la esclavitud de la Ley: “Los
que son de Cristo han crucificado su carne con sus pasiones y sus apetencias”
(Gál 5, 24). Todo el que es de Cristo es nueva creación, ha sido incorporado a
su Cuerpo por la fe y el bautismo, por eso nuestra vida está escondida con
Cristo en Dios (2Cor 5, 17; Gál 3, 26; Col 3, 4).
d)
Abandono incondicional en las manos del Padre. “Yo sé en
quien he puesto mi confianza” “Quien pone su confianza en Él, no queda
defraudado” (2 Tim 1,12). El abandono
en sus manos es darse, entregarse a Él para amarlo y servirlo con toda la
mente, con todo el corazón y con todas las fuerzas, a la misma vez que pone en
las manos del Señor todas sus preocupaciones, intereses y luchas. El verdadero
creyente se preocupa por vivir con la gracia del Espíritu Santo, amando a Dios
y al prójimo, para que pueda llegar a la integración de fe y vida, y ser así,
un adorador en espíritu y en verdad.
e)
2.
Una mirada en María, la Madre del Salvador.
Una mirada a María nos ayudará a
comprender lo que es la fe. Para la Madre la fe es “don de Dios”, “es apertura
a la acción divina: confianza infinita y abandono en las manos del Padre”, “es
acogida de la voluntad de Dios”, es
“entrega, donación y servicio a la “Obra del Padre”.
3. Cristo es el
centro de la fe cristiana.
En Cristo y por medio de Él, el Padre vuelve su
rostro hacia los hombres, para amarlos con corazón de hombre. La Buena Nueva es
que ahora la humanidad puede honrar y agradar a Dios, en Cristo y por Cristo.
Puede conocerlo, amarlo y servirlo. Al ser portador el hombre de la vida divina
que Dios nos da en Cristo puede conocer la salvación, dejando atrás la sepultura
del pecado y el pozo de la muerte (Ez 37, 12), para vivir en Cristo, por la
acción del Espíritu Santo, en alianza de comunión, de fraternidad, de amor con
Dios y con los demás hombres, a quien debe reconocer como hermanos, iguales en
dignidad. No nos cansemos de proclamar que la salvación que Dios nos ofrece, es
don gratuito e inmerecido y se alcanza, sólo por la fe en Jesucristo y nunca
por nuestras obras. Nadie puede salvarse a sí mismo, ni salvar a los demás. Sólo
a la luz de la fe comprendemos las palabras del Apóstol:
“Todo
lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3, 17), para que podáis llegar a ser “alabanza de la gloria de
Dios” (Ef 1, 6).
6.
La
resurrección es el elemento esencial de nuestra fe cristiana.
La resurrección no es cosa del pasado, es una
fuerza vital que ha irrumpido en el mundo y en nuestra vida de pecado para
liberarnos de toda mentira, de todo odio y llenar los vacíos de nuestro corazón
y llenarlos con la Verdad, el Amor y la Vida que nos hace hijos de Dios:
hombres libres para amar.
Por la resurrección de Jesucristo en el corazón de
los hombres, la fe es la convicción de que Dios tiene poder para liberar,
salvar, dar vida a los muertos, y comenzar así, la nueva creación, en la que
todo lo viejo ha pasado, para dar lugar a la plenitud de una vida en la verdad,
la justicia, la libertad y en la caridad.
La experiencia me hace decir que la fe cristiana,
viva, auténtica e iluminada por la caridad es la convicción que no admite dudas
de que Dios ama incondicional a todos y cada hombre. Experiencia que tiene su
iniciativa en Dios que nos ama por primero (1 Jn 4, 10.19). En la acción del
Espíritu que irrumpe en nuestra vida para invitarnos a ponernos de pie, para
iniciar el proceso de regreso hacia la casa del Padre.
Convicción que me da la certeza que sólo Cristo
salva. Qué su Evangelio es la respuesta a todas incógnitas del corazón humano.
Y que sólo en Él podemos dar fruto bueno y en abundancia (cfr Jn 15, 1-5).
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