LA FRUSTRACIÓN COMO ARMA DE LA
MENTIRA.
Objetivo: Mostrar
la no proyección como el camino de la despersonalización y el origen del vacío
existencial, para comprender la necesidad de cultivarse a sí mismo.
Iluminación: “Y no os adaptéis a este mundo, sino
transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál
es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto” (Rm 12, 2).
1. La confusión es hija de la mentira.
De la
confusión se pasa a la parálisis, para luego entrar en la frustración, realidad
generadora de muerte. Es consecuencia de haber usado mal la libertad y de no
haber cultivado el barbecho del corazón, del cual nos habla el profeta (Jer
4,3) ¿Cómo y cuándo aparece? Llega cuando las cosas no han salido como se
esperaban. Cuando no se han cumplido las expectativas. La frustración genera
angustia, agresividad, violencia, aislamiento, soledad y más. Podemos afirmar
que este demonio recompensa con un “carácter fuerte o alterado”. Un hombre
frustrado generalmente es violento, opresor, manipulador y destructivo; un
buscador de razones para sentirse bien, para ser feliz, y generalmente lo hace,
tratando de afirmarse como dueño de la situación recurriendo a la violencia.
Cuando se altera pareciera que no piensa, no escucha, no reconoce… mata,
destruye, humilla, aplasta, infunde miedo a los que lo rodean.
2. La
Iglesia nos dice:
El
Concilio Vaticano II nos ha dicho: “Con demasiada frecuencia los hombres,
engañados por el Maligno se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron
el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las creaturas en vez de al
Creador. Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios, en este muriendo, están
expuestos a la desesperación más radical” (LG 16)
Este
modo de ser y de vivir que nos presenta el Concilio lleva sin dudas a la
frustración que hace decir: ¿Para qué fui médico? ¿Para qué me casé con esta
mujer? ¿Por qué fui sacerdote? ¿Por qué mejor no fui maestro? Nada me complace;
nada me llena… Lo que realmente estoy diciendo es que no soy feliz, porque
estoy frustrado.
Pero,
¿A quién culpar por todo esto? Muchos son los que culpan al otro, a la otra, a los otros, al gobierno, al
brujo, a los demonios… ellos son los culpables; no son los enemigos los que
tienen la culpa de mis desgracias personales. Algunas veces se niega tener
problemas, otras veces, se les ignora o se les entierra, y otras veces, se les
razona, se buscan justificaciones; como el pensar: así soy, no puedo cambiar,
ya no tengo remedio, así nací y así me quedo. Se abandona en las garras del
“conformismo o del totalitarismo”; modos de ser y de actuar que hacen que el
hombre se aleje de Dios, de la Familia, de la Comunidad. Se rompe el diálogo,
se pone distancia de por medio. Se prefiere ser un hombre “light” a un hombre
pleno. El hombre “light” es aquel que rechazando los “Valores humanos” elige
para él una vida cómoda, llena de diversiones, lujos, riquezas, modas; los
valores espirituales son un estorbo, para nada le sirven.
3. La auto justificación.
Como
mecanismo de defensa se recurre a la “auto justificación”; ésta será siempre el
principio de la decadencia; primero espiritual, luego moral, después familiar y
por último civil. Cuando el hombre ha caído en una situación de desgracia, de
no salvación, en vez de buscar en sí mismo la causa de su desgracia, la busca
fuera, en otros; podemos afirmar que se le “embota la mente, endurece el
corazón, ha llegado a la pérdida de lo moral y al desenfreno de las pasiones”
(Ef 4, 17. 18) No se piensa, no se escucha y no se ama. Situación que nos aísla
y nos sumerge en el “individualismo, el peor de los demonios que cuando reza
dice: “estando yo bien, los demás allá ellos”. Vivir para sí mismo no realiza,
no humaniza y no personaliza. Recordemos las palabras del Señor Jesús a sus
discípulos: “Ustedes son la sal del mundo” (Mt 5, 13).
La sal
es lo que le da sabor al caldo e impide que la carne se eche a perder, es
decir, le da sentido a la vida e impide que los discípulos pierdan el sabor y
entren en el sin sentido, en la frustración. Pablo en la carta a los Romanos
nos dice: “Si vivimos, para el Señor vivimos y si morimos, para el Señor
morimos, tanto en la vida como en la muerte somos del Señor (Rm 14,7-8) En vez
de auto justificarnos, reconozcamos que tenemos una necesidad real; confesemos
que nos hemos equivocado, que somos culpables y con un corazón contrito
busquemos la ayuda que sólo puede venir de Dios. Él escucha el clamor de
nuestro corazón.
4. El
hombre no se justifica a sí mismo.
Nosotros somos judíos de
nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el
hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en
Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la
justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las
obras de la ley nadie será justificado. (Gal 2, 15- 16)
Pero ahora,
independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay diferencia alguna; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios - y son justificados por el don
de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús. (Rm 3, 21-
23)
Habiendo, pues, recibido de
la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor
Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta
gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de
Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud
probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. (Rm
5, 1- 5)
La Justificación por la Fe
nos trae de manera GRATUITA el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo.
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