LA AGRESIVIDAD Y EL REINADO DE LOS IMPULSOS

 

LA AGRESIVIDAD Y EL REINADO DE LOS IMPULSOS.

 


Iluminación: Del corazón del hombre sale el enojo, la ira, la agresividad, la venganza, el rencor y el odio.

 

2. La agresividad es violencia que se manifiesta hacía el afuera.

 

El demonio de la agresividad es consecuencia de la no proyección, de la no realización; es, por ser la corona de la frustración, ausencia de felicidad y de armonía interior. En el vacío interior reinan los impulsos agresivos y violentos. La persona agresiva recurre a la violencia para relacionarse con los demás, especialmente a los de cerca, a los de casa. El hombre violento no actúa por una inteligencia iluminada por la verdad; su voluntad es débil, llena de anemia para controlar sus impulsos que son los que realmente lo dominan.

Es el hombre insensato que se da muerte y da muerte a otros, ya sea a golpes o mediante una lengua grosera. Sus armas son las groserías, las palabras obscenas, las críticas que son portadoras de una porción de egoísmo, de odio y de envidia. Sus juicios sobre los demás siempre son negativos y despectivos, están llenos de veneno mortal. Las personas agresivas presumen de tener un “carácter fuerte”. Éste, no es otra cosa que un carácter alterado, fuente de comportamientos neuróticos.

Un modelo de hombre agresivo lo encontramos en el Evangelio de Marcos: “Un hombre que habitaba en los sepulcros, haciéndose daño a sí mismo y a los demás; todo el mundo le tenía miedo”. Su nombre es “Legión”. Jesús lo convierte en hombre nuevo a quien sus paisanos encuentran sentado, vestido y en sano juicio; después de que Jesús lo libera y lo regenera, también lo envía como su primer misionero a tierra de paganos (Mc 5, 1ss)

La persona agresiva y violenta fácilmente pierde el control de sí misma, para caer en las garras de la ira, defecto de carácter o pecado capital. El Apóstol Pablo recomienda: “Enójense, pero que el enojo no les dure todo el día para no darle lugar al diablo” (Ef 4, 26); es decir, no den lugar a los resentimientos, rencores, odios, venganzas, a los deseos de matar y destruir a los demás. El agresivo será siempre un opresor que infunde miedo, bombardea con amenazas; como también manipula con promesas baratas que nunca será capaz de cumplir.

El arma para vencer al violento es la mansedumbre y el amor que es paciente, servicial, no es engreído, ni tiene envidia, todo lo puede. (1 de Cor 13, 4) La Escritura nos dice: Las palabras amables desarman a los temperamentos agitados” (cfr Prov.15,1); algo para tener siempre en la mente es que el mal, nunca vence al mal; es el bien el que vence al mal (cfr Rm 12, 21)

2. La manipulación es una ofensa a la dignidad humana.

 

Para muchos el peor de los demonios es la manipulación. El más grande, ya que es la peor ofensa contra la “dignidad humana”. La manipulación tiene por madre a la mentira y genera mentira, deshumaniza y despersonaliza. El manipulador es un ciego que no reconoce la dignidad de las personas, por eso, primero las cosifica, las instrumentaliza y luego las manipula. Sus mecanismos son el chantaje, la intriga, las promesas, las mentiras, las amenazas usadas para infundir miedo; cuando no se sale con la suya, entonces, recurre a la fuerza y aplasta al otro, a los otros. Cuando todo le falla, lo único que le queda es la “lástima”, la peor forma de manipular. Cuando recurre a la lástima para manipular a sus víctimas se arrastra ante ellas, se arrodilla, llora, pide perdón; recurre a la súplica… para luego reírse y carcajearse… hacer sufrir y explotar a su víctima en turno… después es capaz de botarla o destruirla.

El ser humano que toma su vida en serio debe estar en guerra contra cualquier forma de manipulación.  Ha de saber que ésta es parte de un proceso deshumanizador; primero el ser humano es cosificado, reducido a un simple objeto, a cosa, a un algo; después sigue el reinado de la instrumentalización: el hombre es usado como instrumento de placer o de trabajo. El manipulador frente a su víctima no le reconoce la dignidad como persona, por lo mismo tampoco le reconoce sus derechos.

Del demonio de la instrumentalización se pasa a manos del demonio de la manipulación, para luego, cuando la persona ya no sea útil, se le tira, se le bota, se le desecha o se le destruye o se le mata. Esta realidad la podemos ver en todos los estratos sociales, tanto, en las altas esferas de la política, como en la educación; lo hemos visto en círculos religiosos, en las industrias, en las mafias y en núcleos familiares. La manipulación es manifestación de una ausencia de madurez humana, es insensatez; un vacío de verdad, bondad y justicia.

Vigilad y orad nos ha recomendado el Señor para no caer en la tentación (Mt 26, 41), que nos lleva a la frustración de la vida… Hagamos un alto en nuestra vida para examinar nuestro interior, nuestras actitudes y comportamientos… no sea que estemos ya viviendo en el error y nos hayamos convertido en personas “light”, es decir, vacías.

Escuchemos al profeta Isaías: Ahora, así dice Yahveh tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. «No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. (Is 43, 1-4)

Para Dios el hombre o la mujer son un “alguien”, una Persona valiosa, importante y digna, única e irrepetible, no es copia ni títere de nadie; es un ser responsable, libre y capaz de amar y de servir con alegría. Son personas que merecen todo nuestro respeto; respeto de pensamiento de palabra, de obra y de omisión-

El arma para vencer la agresividad es conformar la vida con la de Cristo Jesús  que nos invita a ser "mansos y humildes de corazón" (Mt 11, 28)

Oremos con el Señor Jesús:Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada”.

 “Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: “tu Palabra es verdad”.

Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. (Jn 17, 1ss). Amén.

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