DE LA CONFUSIÓN A LA PARALISIS ESPIRITUAL.

 

1.    DE LA CONFUSIÓN A LA PARALISIS ESPIRITUAL. 


ilIluminación: Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarleDice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.»Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban.  Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida su mano. Mc 3, 1- 5)

i¿¿De qué parálisis se trata? Podemos hablar de parálisis de la mente, de la voluntad y del corazón. Manos tullidas… mente y órganos atrofiados responden a capacidades que no se usan… valores que dejan de cultivarse. Es común escuchar decir: “No puedo perdonar”, “No me nace”. Digamos que quien tenga un corazón de piedra o una parálisis en la voluntad, jamás le nacerá perdonar o amar a un enemigo. Perdonar es una decisión de amar a un alguien como es, permanentemente, es decir siempre.  Esto sólo es posible cuando existe un mínimo de libertad interior.

Cuando se sale de los terrenos del bien para entrar a los terrenos del mal y cultivarlo, al hombre se le atrofian sus mejores facultades para gozar de una parálisis existencial, que habla de ataduras, de nudos, de cegueras espirituales. La parálisis habla, no sólo de una pérdida de valores, sino, también de una inversión de valores; lo que los profetas llamaron “idolatría”. Ésta es consecuencia de dar la espalda a Dios para caer en la idolatría. Quien da culto a los ídolos es oprimido y esclavizado por ellos. El oprimido, no camina, se arrastra; se encuentra con un vacío de libertad interior; su corazón se descompone y pierde paulatinamente su capacidad de amar, aún a los de su propia casa. En vez de orientar la mente y la voluntad hacia el bien, ahora, lo hace en sentido opuesto; se orienta hacia el mal.

2.    El abandono de Dios.

Toda persona que orienta su mente, corazón y vida hacia el mal, se auto destruye, se auto deshumaniza y se auto despersonaliza. Del corazón de esta persona sale la vida para dar lugar a la muerte. Se abandona a un Dios que es Padre bueno para entregarse un padre malo y asesino (cfrJn 8, 44) San Pablo nos describe a estos hombres diciendo: “Están repletos de injusticia, maldad, codicia, malignidad; están llenos de envidia, homicidios, discordias, fraudes, perversión; son difamadores, calumniadores, enemigos de Dios, soberbios, arrogantes, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes con sus padres, sin juicio, desleales, crueles y despiadados” (Rm 1, 29- 31).  Creo que ésta es la mejor fotografía hablada de mi vida antes de conocer a Cristo, mi Salvador.

Jesús el Señor nos explica la parálisis espiritual: “Teniendo ojos no ven; teniendo boca no hablan; teniendo oídos no oyen y teniendo pies no caminan”. ¿Quiénes son los ciegos, los cojos, los sordos y los mudos del Evangelio? Somos nosotros cuando damos la espalda a Dios y nos lo que nos atrofia, aquello que hace daño y da muerte: el salario del pecado es la muerte (Rm 6, 20- 23) Pudiéramos seguir diciendo: Teniendo boca no comen, no beben el alimento espiritual. ¿Por qué no hay hambre ni sed del alimento que Dios nos ofrece? Por que los hombres se alimentan con el alimento chatarra: la maldad que el mundo les ofrece. Podemos escuchar a Jesús decirnos: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34).

Cuando el hombre responde realmente a lo que es: un ser para los demás, está siempre disponible para hacer la voluntad de Dios, para buscar a sus hermanos y compartir con ellos sus talentos, tanto materiales, como intelectuales o morales. Tanto, la abulia, como la apatía, son señales de desnutrición, desaliento y muerte existencial; el alimento chatarra que el mundo ofrece a los hambrientos de fama, prestigio, poder, aquellos que tienen hambre y sed de placer y riquezas, viene servido en bandeja de oro y plata, con apariencia de ser lo bueno y lo mejor, pero detrás de la fachada de bonito, hay un verdadero veneno que mata la inocencia de muchos y alimenta la maldad de otros (cfr Mc 16, 18), para dar lugar a la esclavitud y al desorden interior. Cuando la inteligencia y la voluntad han sido sometidas a los instintos, a los impulsos, o, a otros elementos externos, se atrofian, se oxidan, se deterioran: se paralizan  dejan de dar respuesta al fin para el cual fueron dadas al hombre.

La parálisis espiritual comienza por quitarnos el hambre de lo bueno: la vida de oración, la sed de lectura, la amabilidad, la generosidad, la capacidad de escucha y de comprensión, la capacidad de servicio… de todo lo que realmente nutre para llevarnos al desaliento, al desgano, al desmoronamiento, a la aflicción, a la angustia y a la tristeza que son los hijos del demonio de “la depresión”, pasando, no pocas veces, por el “activismo” que cansa y deshumaniza, paraliza y atrofia a hombres y mujeres que prometían ser “grandes” esposos, amantes, padres, servidores públicos, terminan cansándose, se dan por vencidos, y arrojan la toalla: Todo termina en frustración. Santiago apóstol nos diría: “Pudiendo hacer el bien no lo hacemos” (Snt. 4, 17) No se hace lo que se debe hacer porque no hay energía, no hay motivos, no hay vida. El proverbio popular nos dice: “Nadie da lo que no tiene”. Pablo nos dice: “No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero” (Rm 7,14ss). Realidad triste, pero, real: el mal esclaviza, domina y oprime y nos incapacita para hacer el bien que debemos.

3.    Prepararse para la lucha

¿Cómo defendernos del mal si no tenemos las armas para hacerlo? Cuando Pablo nos dice: “No se dejen vencer por el mal, al contrario, con el bien, venzan el mal” (Rm 21, 21) ¿Será que él da por supuesto que estamos llenos de lo bueno, de lo real, de lo verdadero? Es una verdad que “nadie da lo que no tiene”; pero, también es cierto que cuando el hombre cultiva hábitos malos cae en los vicios; los vicios son tinieblas, son cegueras, son mecanismos de opresión, manifiestan una ausencia o deficiencia de vida. Jesús, el Señor dijo a un hombre que tenía la mano tullida: “Extiende tu mano” (Mc 3, 1ss)

Extender la mano es poner el don de Dios al servicio de los demás. Moisés extendió, levantó su mano, su bastón y abrió el Mar Rojo en dos para que pasaran los Israelitas (Cfr Ex 14, 16). Extender la mano para compartir una capacidad, un talento que había estado enterrado, ahora, por la acción del Señor, es una bendición para la Comunidad. De la misma manera decimos: Quien cultiva hábitos buenos se reviste de energía y fuerza que llamamos virtudes, que crecen con el uso de su ejercicio. Éstas no aparecen en la vida de los hombres como por arte de magia, son el fruto de escuchar la “palabra de verdad” y ponerla en práctica; no basta con saber cosas buenas, se ha de renunciar a los vicios, de manera que podemos afirmar, que en cada renuncia brota la vida, la libertad, la virtud. Sin renuncias al desorden de los deseos de la carne, no hay virtudes.

4.    La Lucha es contra el mal.

La vida cristiana es don y lucha. La Escritura así lo afirma cuando san Pablo nos dice: Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Ef 6, 10.12). El apóstol Padreo nos dice: “Sed de espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar” (1Pe 5, 8). El mismo Jesús nos exhorta: “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41).

Las armas, llamadas armas de luz o armadura de Dios (Rm 13, 11s), son don y fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida: La verdad echa fuera la mentira, el amor echa fuera la muerte, la vida echa fuera la muerte, a la vez que nos revisten de Jesucristo (Col 3, 12). El cultivo de la verdad nos hace llegar a ser honestos, sinceros, íntegros, leales, fieles a la vocación de la libertad para el amor, la donación y la entrega.

Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos vamos construyendo, con otros, una estructura espiritual sólida, sin perder de vista virtudes como la sensatez, la prudencia, la constancia para no ser como niños zarandeados por cualquier viento de doctrinas… de modas… de criterios mundanos o paganos.

Oremos con Jesús: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.  Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.

He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos”. AMEN

 

 

 

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