LA
PÉRDIDA DEL SENTIDO.
1. Corona de la frustración.
La pérdida del sentido de
la vida es la consecuencia de haber vivido en la mentira; de no haber caminado
en la vida con dignidad y a la luz de los valores de la verdad, de la justicia,
de la libertad y del amor. Cuando el hombre no vive de encuentros con su
realidad; cuando se desvía a derecha o izquierda; cuando cae en la inversión de
valores… cuando todo aquello en lo que había puesto su confianza le falla…
entonces aparece en la vida del hombre el sin sentido.
¿Cuándo y cómo llega?
Cuando todo aquello en lo que yo confiaba me ha fallado; cuando mis dioses me
han abandonado; cuando lo que me daba placer ha dejado de funcionar; cuando el
edificio de mis ilusiones se ha derrumbado; cuando las cosas se hacen por obligación
y sin sentido, comienzo entonces a experimentar soledad, desamor, culpa,
angustia, tristeza. Cuando mis dioses no me han respondido; cuando mis ídolos
han caído de su altura y se me han hecho pedazos… es entonces cuando puedo
llegar a pensar: no vale la pena vivir, trabajar, seguir haciendo esfuerzos.
¿Qué es lo que realmente
está pasando en el interior del hombre?
La respuesta está a flor
de tierra: no hay realización humana. Se le ha perdiendo el sentido a la vida.
No vale la pena seguir viviendo. La familia es una carga, no vale la pena
invertir en los hijos. Se ha perdido la esperanza. ¿Será que se ha llegado a
tocar fondo? La fuerza de la frustración está tocando fondo: el fondo del pozo
del corazón. La persona ha entrado en una crisis existencial en la cual puede
hundirse y perderse, como también puede sacar una enseñanza y levantarse para
aceptar los retos que la vida le presenta.
2. Aquello que sobrevive.
¿Qué queda del ser
humano? En el fondo del pozo, aún queda, un bosquejo de persona, un hilacho
humano; un ser atrofiado; pero, a la vez, un alguien poseedor de una dignidad
que llevará con él hasta el último suspiro; sigue siendo un ser valioso,
importante y digno. ¿Lo sabrá? Lo más seguro es que no, tal vez, al encontrarse
en tinieblas, no tenga nada de claridad. En lo más profundo de su ser ha
aparecido la pérdida de sentido de la vida. Puede haber perdido su razón de ser
y los deseos de vivir, de luchar, de estar ahí. Pero, puede que aún haya en su
interior un deseo, una esperanza, una ilusión: ponerse de pie, salir fuera y
comenzar un nuevo estilo de vida. El
hombre en cualquier condición y circunstancia, tiene la última palabra: puede
decidir quedarse así o decidir seguir viviendo y luchar por una ilusión, por un
ideal, por un algo, por un amor (Frankl).
Puede decidir superarse a
sí mismo como puede también abandonarse y sumergirse es su propia sepultura: su
propia miseria. Quedarse ahí, como un ser arrojado a un lado del camino, al
margen de su propia realización; Como puede también, desear vivir al servicio
de una cosa o vivir por el amor a una persona. Un ejemplo es el ciego de Jericó
que grita con la fuerza que aún quedaba en sus débiles pulmones: “Jesús, hijo
de David, ten piedad de mí”. Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” La
respuesta, el clamor del ciego llegó hasta los Cielos: “Que yo recobre la
vista” (Lc 18, 35- 43). Del encuentro con Jesús emergió un hombre responsable y
libre que camina con el Señor hacia Jerusalén.
3. La última palabra es del hombre.
Esta
enseñanza evangélica nos confirma los que Víktor Frank ha dicho: El hombre no
es una máquina que debe ser reparada, no es un mero aparato estropeado, si lo
tomamos en serio como persona, como un ser libre y responsable, no importa su
estado de deshumanización, podemos también apelar a su libertad y
responsabilidad, sólo entonces le daremos una oportunidad para que tome las
riendas de su propio destino para que se trasforme y se supere. El hombre, aún
medio de situaciones y de circunstancias biológicas, psicológicas y
sociológicas desagradables, es libre para decidir adoptar una postura frente a
esas situaciones o circunstancias, ya sea resignándose a ellas o ya sea
superándolas haciendo uso de poder de obstinación de la mente.
(En el Principio era el Sentido. pág. 90, ed. Paidos).
Lo
anterior es reforzado por el mismo Doctor que dice: ser persona no significa,
nunca, tener que ser sólo así y nada más, sino que es poder ser siempre de otra
manera. Todo esto depende sólo de la propia persona que
libremente decide superarse, saliendo de la desilusión, del conformismo, del
totalitarismo, del individualismo; del vivir para sí mismo, y decide vivir para
los demás. Urge repetirlo para que no se nos olvide: Es decisión personal salir
y proyectarse como el quedarse encerrado lamentándose de sí mismo.
4. Sólo para recordar. El hombre no fue creado para vivir en solitario (Gn 2, 18).
El hombre solo no se realiza; es un ser necesitado de ayuda; necesita de Dios, de los otros y de lo otro. Cuando se habla de la autoformación y de la autorrealización del hombre, no se está afirmado que él pueda realizarse a sí mismo, sin la ayuda de los demás, sino que es él, quien ha de ser responsable y protagonista de su propia historia. Nunca poner la vida y el destino en manos de otros, sería un crimen.
El hombre se autoforma, es decir, es él quien decide con responsabilidad y libertad el camino a seguir. El camino no lo hace solo, otros caminan con él. Otros, con quienes está llamado a compartir sus debilidades y sus fortalezas; sus valores, talentos o capacidades. En ese intercambio, el hombre va saliendo de sí mismo para ser de otra manera. Va pasando de una situación de inmadurez para crecer como persona en un diálogo interpersonal y vivir de encuentros con su “Realidad”. La ex – peri - encia - de hacerse persona pide >>salir fuera>>, >>para ir hacia<< la propia >>realidad<< Para intercambiar palabras, ideas, experiencias, vida, con los otros. El hombre, abierto a la verdad decide por sí mismo ser lo que está llamado a ser: Una Plenitud de persona.
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