LA FE SIN CONVESIÓN ESTÁ VACIA Y ES ESTÉRIL.
Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada
en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador:
‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no
los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador
le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor
y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”. (Lc 13, 1-9)
Una
religión sin frutos es estéril. Como lo es una fe sin conversión.
Así lo dice Santiago: Si alguno se cree
religioso, pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio corazón,
su religión es vana. La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta:
visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse
incontaminado del mundo. (Snt 1, 26- 27) La religión pide amor, santidad
obediencia y justicia. (Is 1, 16- 19)
El camino de la conversión.
El encuentro personal con Jesús
Buen Pastor que busca al pecador para indicarle que anda equivocado y para
invitarlo a volver al camino que lo llevará a la “Casa del Padre”. Encuentro
que deja luz, que anima, que siembra esperanza y que pone en camino. Es el
punto de partida, es toda una iniciativa divina, al pecador le corresponde
dejarse encontrar.
Dejarse encontrar significa
reconocer que no somos felices, que nos hemos equivocado, que estamos
necesitados de ayuda y que esa ayuda sólo puede venir de Dios. Ayuda que Dios
nos da en su Hijo y que encontramos en la Iglesia. En el camino de la conversión
encontramos saber y darnos cuenta que lo primero es escuchar la Palabra de Dios.
La conversión a Cristo es un arrepentirse, hacer
penitencia, exige romper con el pecado para volverse a Dios y dar frutos de
vida eterna. Tal como lo dice san hablo: “Ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue
nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis a Dios, tras haber
abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero”. (1 de Tes 1, 9) El
fruto es el amor y el servicio a Dios y a los hombres.
Para Jesús la conversión es un Nuevo Nacimiento, un
nacer de Dios.
Es un encuentro vivo entre la Misericordia y la Miseria
de los hombres para intercambiar la carga de los pecados con el yugo del amor
(cf Mt 11, 28- 29) Es salir de la tierra de la esclavitud, el exilio, para ir
en camino d éxodo hacia la tierra prometida para ser libres y reconciliados,
nacer de nuevo y recibir el Espíritu de Cristo.
Las exigencias para el Nuevo Nacimiento.
Lo primero es escuchar la Palabra de Dios para quedar
embarazados de la Luz, del Poder y de la Misericordia de Dios. (Rm 10, 17)
Lo segundo es al ser iluminados con a Palabra de Dios
reconocemos nuestros pecados. La Palabra ilumina nuestros huesos secos que hay
están en los sepulcros (Ez 37, 12; Jn 16, 8)
Lo tercero es el arrepentimiento. Es el dolor de corazón por
haber ofendido a Dios. Un corazón contrito y arrepentido tu no lo desprecias
(Slm 51, 19) Y el
propósito de enmienda con el deseo de no volver a pecar, me levanto y voy al
juicio de Cristo Crucificado para entrar por la Puerta estrecha y poner mi carga
a los pies de la Cruz de Cristo. (Jn 16, 8- 11; Mt 7, 13- 14)
El cuarto paso es la confesión como la del publicano: "¡Oh
Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" (Lc 18, 13) Para
luego buscar el Sacramento de la Confesión y recibir por medio de la Iglesia el
perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo.
El quinto paso es la hacer la
penitencia que se nos fuera impuesta. Como un signo que queremos
participar de la pasión de Cristo en amor y en servicio. Para luego buscar el
alimento espiritual de Evangelio para crecer en fe, esperanza y caridad. (1 de
Pe 2, 2 3)
¿Qué actitudes
hemos de tener frente al Sacramento de la Confesión?
Una actitud de fe
en la Iglesia. El Señor Jesús, lleno de
misericordia y conociendo nuestras debilidades quiso dejarnos en la Iglesia un
Gran medio para darnos su perdón y su paz. Escuchemos la Palabra de Dios: “Como el Padre me envió, Yo os envío a
Ustedes”....Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados...a quienes se los retengáis les quedan retenidos.”(Jn. 20,
22). El sacerdote, no por méritos propios, sino, por los méritos de Cristo
y en virtud de su sangre preciosa, perdonas los pecados en el Nombre de Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Una actitud de Esperanza. La esperanza cristiana nos llena de confianza en la
misericordia de Dios, es fuerza para ponernos en camino. Ir al encuentro de
Cristo sabiendo que en la confesión vamos a un juicio, si nuestro
arrepentimiento es sincero, se dará un intercambio. Nosotros entregamos a
Cristo nuestra carga y Él, nos consigue la libertad; nos reviste con su Gracia
y llena nuestro corazón de Vida Nueva para que vivamos en la voluntad de Dios.
Por la esperanza quedamos libres.
Una actitud de
Caridad, es decir con la disponibilidad de
vivir en su palabra, guardando sus mandamientos: “El que conoce mis
mandamientos y los guarda, ese es el que me ama...” (Jn. 14, 21). Si no existe
el deseo de enamorarnos de Cristo y de su Iglesia...seguiremos siendo “caos”
“vacío” y “frustración”. La disponibilidad para amar y servir al Señor nos pide
guardar sus mandamientos y seguir a Cristo, el Servidor de todos.
El fruto de la conversión es
el hombre nuevo, es el amor y el servicio.
Hermanos: Cada uno de nosotros ha recibido la
gracia en la medida en que Cristo se la ha dado. Él fue quien concedió a unos
ser apóstoles; a otros, ser profetas; a otros, ser evangelizadores; a otros,
ser pastores y maestros. Y esto, para capacitar a los fieles, a fin de que,
desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo, hasta que
todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios,
y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la
plenitud de Cristo.
Así, ya no seremos como niños, zarandeados por las olas y llevados de un
lado para otro por el viento de cualquier doctrina, a merced de hombres
malvados y astutos, que conducen engañosamente al error. Por el contrario,
viviendo sinceramente en el amor, creceremos en todos sentidos, unidos a aquel
que es la cabeza: Cristo. De él, todo el cuerpo recibe su organización, su
cohesión y su vida, según la actividad propia de cada una de las partes, y así
el cuerpo va creciendo y construyéndose por medio del amor. (Ef 4, 7. 11-16)
Buscar la
Unidad en Cristo con Dios y con la Iglesia; buscar el crecimiento espiritual en
Cristo mediante la escucha y obediencia a la Palabra para poder entrar en la
Plenitud de Cristo mediante la fe y la conversión, para ir alcanzando la madurez
humana y cristiana para no set manipulados por intereses puramente humanos.
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