ACERCAOS A DIOS Y ÉL SE ACERCARÁ A VOSOTROS
Iluminación: “Vivid sometidos
a Dios. Resistid al Diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se
acercará a vosotros. Humillaos en la presencia del Señor y él os ensalzará”
(Snt 4, 7-8.10)
1.
¿Cómo entender
las palabras de Santiago?
La vida cristiana es don, respuesta y lucha. Se acoge como
don, pero, no se puede vivir de manera pasiva, esperando que dé frutos por sí
misma, se ha de proteger y cultivar, según las palabras del Génesis (Gn 2, 15).
San Pablo nos advierte al decirnos: “El que no trabaje que no coma” (2
Ts 3, 10). Esto quiere decir que a la Palabra que Dios nos dirige se ha de
responder con disponibilidad, prontitud y alegría al estilo de Zaqueo (cf Lc
19, 6). No basta con ir al templo ni basta con practicar ciertas
devociones, sino que se ha de vivir de “encuentros con Jesús”, el Revelador del
Padre y de su Voluntad. El texto de Santiago sólo podemos entenderlo a la luz
de la oración dominical que Jesús enseñó a sus Discípulos: el Padre Nuestro….
“Hágase tu voluntad”….
2. ¿Cómo
vivió Jesús el Señor?
Lo primero es mirar a Jesús el Señor y darnos cuenta cómo
vivió: Como Hijo de Dios, en obediencia a su Amado Padre, y, en amor a los
hombres sus hermanos a quienes los amó hasta el extremo. Los discípulos dijeron
de Él: “Se pasó la vida haciendo el bien” (Hec 10, 38); Amó a los suyos hasta
el extremo” (Jn 13, 1); pudo decir a los suyos: “Permanezcan en mi amor como yo
permanezco en el amor de mi Padre; si guardan mis mandamientos, permanecen en
mi amor, como yo guardo los mandamientos de mi Padre” y permanezco en su
amor (Jn 15, 9); “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34); “Mi
Padre siempre me escucha, porque yo hago lo que a él le agrada” (Jn 14, 31).
Jesús vivió libre y conscientemente en la obediencia a su
Padre, amando a sus hermanos y sirviendo al Padre en los hombres: “Yo no he
venido a ser servido, sino a servir y dar mi vida por muchos” (Mt 20, 28).
3. ¿Cómo
vivir sometidos a Dios?
“Hágase tu voluntad.” Mateo nos alerta al decirnos: “No
todo el que me diga señor, señor, entra en la “Casa de mi Padre”, sino los que
hacen su voluntad” (Mt 7, 21). No se trata de vivir siendo esclavos de Dios,
puesto que él no quiere vernos como esclavos, sino como hijos suyos, muy amados
y queridos por él. Es un hecho que Dios no hace acepción de personas, ama a
todos por igual, pero no en todos se manifiesta. Dios se manifiesta en aquellos
hombres y mujeres que han creído en su Hijo Jesucristo (cf 1 Jn 3, 23) y han
sido justificados por la fe (cf Rom 5, 1) en Aquel que nos amó y se entregó por
todos (Gál. 2, 20; Ef 5, 1; Ef 5, 25) En ellos Dios derrama su amor en sus
corazones con el Espíritu Santo que les ha dado (cfr Rom 5, 5). Este es el
único camino para aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella. Voluntad
manifestada en su Hijo Jesucristo y en cada hombre llamado a reproducir la
“imagen de su Hijo” (cfr Rom 8, 29). Dios Padre, no mira a los discípulos de su
hijo como pecadores, su primera mirada para ellos y en general para todos los
hombres, es una mirada de Padre, eso es lo primero. Él nos mira como a hijos.
No nos mira ni nos piensa como a esclavos, sino como hijos en su Hijo
Jesucristo (cf Ef 1, 5).
4. ¿Qué
es lo primero?
Lo primero será siempre creer que Dios (me) nos ama
incondicionalmente e incansablemente. Este amor de Dios manifestado a favor de
todos los hombres se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación:
murió y resucitó para nuestra justificación (cf 1 Jn 3, 23; Rom 4, 25). Con las
palabras de san Juan: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo al
mundo (Jn 3, 16), para que los hombres, por medio de la fe, tengan vida y
la tengan en abundancia (Jn 10, 10). Qué hermosas y profundas son la palabras
del apóstol Pedro: “Nosotros hemos creído que tu eres el Hijo de Dios, y
nosotros hemos probado lo bueno que es el Señor” (cf Jn 6, 67- 69)
Creer que Jesús es “el Don y el Hijo de Dios” y aceptarlo
como nuestro Salvador personal, es el paso para saborear lo bueno que es el
Señor que nos ofrece la “Salvación como don gratuito e inmerecido” para apropiarnos
de los “Frutos de la Redención: La filiación, el amor, la paz, la resurrección
y el don del Espíritu Santo. Se ha dado el “salto de la fe”, se han roto las
cadenas del pecado y se ha entrado al reino de Dios para alimentarse con los
frutos del “Árbol de la Vida “que está en el Paraíso de Dios” (Apoc 2, 7).
Ha habido un “nuevo nacimiento” (Jn 3, 1-5); ahora hay “una
nueva creación” (2 Cor 5, 17); ha habido el tránsito de la muerte a la vida,
del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la
libertad de los hijos de Dios; se ha pasado de la aridez y del vacío
existencial a las aguas vivas (cf Jer 2, 13). Hora podemos hablar de un antes
de conocer a Cristo y de un después, de acuerdo a la doctrina del Apóstol:
antes eráis tinieblas, pero al creer en Jesucristo, ahora sois luz en el Señor
(Ef 5, 8).
5. ¿Qué
es lo segundo?
La primera evangelizada y evangelizadora, María, nos
ha dicho: “Hagan lo que él os diga” (Jn 2, 5) Palabras que significan la
hermosura de la fe: crean en él, obedézcalo, ámenlo, síganlo, háganse sus
amigos, entréguense a él, conságrenle sus vidas, sírvanlo, y sobre todo, sean
como él, para que puedan vivir como hijos de Dios y hermanos de los hombres. Es
la invitación amorosa a vivir en comunión con Jesús, y en él con el Padre, para
poder dar frutos de vida eterna (cfr Jn 15, 1-7). Sólo en la amistad con él,
podemos gozar del descanso de Dios, anhelo de todo corazón humano.
6. ¿Cómo
resistir al Diablo?
El diablo significa el que divide, el que separa y busca
alejarnos de la presencia del Señor y de los hermanos. Mientras que Satanás es
el que pone obstáculos para que no se realice la voluntad de Dios en nuestra
vida y no alcancemos el Cielo que Dios nos tiene prometido a los que creen,
esperan y aman en el Nombre que está por encima de todo nombre, Jesús, el
Obediente, el Humilde, el Siervo (cf Flp 2, 6-11). Digamos con toda claridad
que en Cristo encontramos la clave para alcanzar la victoria: La oración y la
vigilancia (cf Mt 26, 41), la obediencia a su Padre y el amor a los hombres, la
docilidad al Espíritu Santo que lo llevo hasta la “donación y la entrega de sí
mismo como hostia santa e inmaculada a favor de toda la humanidad” (cf Jn 14,
31; Jn 15, 9-10; Heb 9, 14).
El Apóstol Pablo nos ha dejado una advertencia para todos y
para siempre: “Y no os acomodéis a la manera de pensar del mundo
presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de
forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno lo agradable,
lo perfecto” (Rom 12, 2). El hombre que ha tomado a Jesucristo en
serio, no debe conducirse por criterios paganos, su vida ha de vivirse conforme
a la verdad del Evangelio. Lo que realmente está haciendo el Apóstol es
invitando a los nuevos cristianos a “tomar la firme determinación de seguir a
Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo (cf Rom 8, 14) que nos asiste con los
dones de sabiduría y entendimiento espiritual para que podamos conocer plenamente
la voluntad de Dios y llevar una vida digna del Señor (cf Ef 1, 17-18; Col 1,
3- 9)
La Opción
fundamental por Cristo.
Tomar la firme determinación de seguir a Cristo, es la
opción radical, fundamento, de toda estructura espiritual que debe acompañar al
discípulo de Jesús a lo largo de toda su existencia, y por lo tanto, puede ser
renovada las veces que sean necesarias. Opción radical que debe de ir
acompañada por nuevas actitudes y nuevas acciones cristianas. Pensemos que la
“Opción fundamental” es el tronco del árbol, las actitudes son las ramas que
brotan, nacen, emergen de la “opción fundamental”, y las acciones son los
frutos que brotan de las ramas del árbol. Nadie vive sin dar frutos; sólo que
existen frutos malos y frutos buenos de acuerdo a la orientación que se le
quiera dar a la vida (cf Mt 7, 16).
Sin renuncias no hay vida.
A la luz de lo anterior afirmamos que la lucha espiritual
contra el Maligno, el mundo y la carne exigen esfuerzos, dedicación, renuncias,
sacrificios, y a la vez estar disponibles para llegar hasta la muerte por hacer
la voluntad de Dios y amar a los hermanos. La palabra clave que nos ha dejado
el Maestro, el Vencedor del Pecado, del mundo y del Maligno es: “Niégate a ti
mismo” (Lc 9, 23). Es decir, renuncia a tus criterios, a tus derechos, a tus
intereses por el Reino de Dios y su justicia. Algunas veces se renuncia a lo
malo, pero por algo bueno; otras veces se renuncia aún a lo bueno, pero, por
algo mejor. Lo Bueno y lo Mejor siempre será Cristo Jesús.
Resistir al mal es negarle el alimento al “hombre viejo”;
es matarlo de hambre; es no dar lugar a los deseos desordenados de las
concupiscencias del poder, del placer y del tener pasando por negarle al ojo, a
la mano y al pie, el placer de la complacencia egoísta y mal intencionada (cfr
Mt 5,27-30).
Resistir al mal es evitar comportamientos antievangélicos,
tanto como lenguajes en doble sentido que llevan la carga de la cizaña, aunque
envueltos en ropaje amable o cariñoso.
Resistir el mal de manera libre y consciente va dejando una
“voluntad firme, férrea y fuerte para “amar y servir”. Resistir al mal exige
evitar “todo comportamiento anti-evangélico”. Todo aquello que es incompatible
con el crecimiento del Reino.
8. ¿Qué
pide la resistencia al Mal?
“Aceptar la voluntad de Dios, someterse a ella y buscar lo
que a él le agrada.” Para el Apóstol Santiago todo queda claro al decirnos:
“Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes” (Snt 4, 8). Para Juan significa:
“estar en comunión con Cristo” (Jn 15,11). Es el camino para dar frutos de vida
eterna. ¿Cómo acercarnos a Dios? ¿Dónde buscarlo? Miremos al leproso del
evangelio de Marcos: “buscó a Jesús, se acercó a él, se arrodilló a sus
pies y le suplicó: Señor, si quieres puedes curarme”. Jesús extendió su mano,
lo tocó y le dijo: “quiero, queda sano” (Mc 1, 40ss)El Salmo nos dice debemos
acercarnos a Jesús: “Con un corazón contrito y arrepentido” (51,9) Cuando se le
busca de todo corazón, él se deja encontrar (cfr Jer 29, 13) A Dios lo
encontramos en el Amor, en el Perdón, en la Misericordia, en la Verdad,
en la Justicia, en la Solidaridad en el Servicio a los Pobres, en su
Palabra leída con fe y conversión, en la oración auténtica en la fe y el amor;
en la Liturgia de la Iglesia bien celebrada; con otras palabras en el vivir de
encuentros con Cristo, Buen Pastor y buscador de las ovejas perdidas (Lc 15, 4).
A todo esto lo podemos llamar a la luz de la fe: Revestíos
de Cristo en la obediencia a su Palabra y en la “práctica de las virtudes
cristianas”, entre ellas especialmente la fe, la esperanza y la caridad, la
humildad, la mansedumbre y la misericordia (cf Col 3, 12), para poder crecer en
el conocimiento de Aquel que nos creó a su imagen y semejanza (Col 3. 9-11)
Este es el camino para tener un testimonio vivo de nuestra fe, y es, a la misma
vez, el camino para tener una vida integrada entre fe y vida.
El apóstol Pablo, el especialista, el luchador nos ha
dicho: “Fortaleceos en el Señor con la energía de su Poder, para que puedan
resistir en día malo” (Ef 6, 10). Lo que el Apóstol nos quiere decir es la
apremiante necesidad de “revestirnos de Jesucristo” “con la armadura de Dios”
“con las armas de Luz” (Rom 13, 11ss) Qué Cristo sea el “fundamento” de nuestra
espiritualidad y de nuestra vida espiritual. “Revestirse es llenarse de Cristo;
es cubrirse con la verdad, la justicia, la misericordia, la fe, la Palabra de
Dios, la oración (Ef 6, 14ss) “Humildad, sencillez, mansedumbre, amor…” (Col 3,
12) Es construir una muralla alrededor para evitar el paso del enemigo y ser
saqueados. Según el pastor de Hermas, la muralla debe estar conformada por las
siete vírgenes que son descendencia de la fe y por lo tanto, frutos del
Espíritu Santo: la fe, la continencia, la sencillez de corazón, la pureza, la
santidad, la ciencia y el amor. Lo que Pablo llama, la fuente del amor: “un
corazón limpio, una fe sincera y una recta intención” (1 Tim 1, 5) para echar
fuera la vieja levadura del pecado, abandonando la vida de tinieblas para poder
gozar de los frutos de la “verdad, bondad y justicia” (cf 1 Ts 1, 9; Ef 5, 9),
exigencia para que Cristo habite en nuestro corazón, y se mueva a sus anchas
como en su propia casa (cfr Ef 3, 17- 19)
Como podemos ver, para sacar el inquilino de nuestro
interior, exige reconocer que estamos infestados de malos espíritus, al igual
que el hijo de Bartimeo (el hijo de lo impuro) No es suficiente con ir al
templo, practicar algunas devociones o realizar algunos rezos casi siempre de
labios para afuera. Sólo viviendo de encuentros con Cristo, en la obediencia a
su Palabra y en la docilidad al Espíritu Santo seremos purificados y renovados,
entraremos en plena comunión con Cristo, siguiendo sus huellas con un fuerte
sentido de pertenencia a él y a su Grupo.
El Señor nos sana como sanó a la suegra de Pedro para que
amemos, y que nuestro amor se haga servicio a la causa del Reino ( Mc 1, 29-
31). Jesús nos sana para que recobremos la semejanza con Dios y podamos así
hacer las cosas o las obras de Dios (cfr Ef 2, 10).
9. Humillaos
bajo la poderosa mano de Dios (Snt 4, 10).
Sólo los humildes son libres para obedecer, amar y servir
al Señor y a sus hermanos. Humillarse bajo la mano de Dios es “abrazar su voluntad hasta el fondo y someterse
a ella y buscar lo que a Dios le
agrada; tal como Jesús lo hizo. También
significa aceptar ser dependientes del Señor para no caer en la dependencia
enfermiza de las cosas o de las personas. La verdadera humildad tiene dos
principios: uno es negativo: reconozco que soy pecador y peco. El otro es
positivo: todo el bien que poseo es don de Dios, y es para mi propia
realización y la de mis hermanos (cfr 1 Cor 4, 7) No hay lugar para presumir o
para apantallar a los otros. La humildad es donación y entrega a Cristo en su
Iglesia a favor de los hombres. Cuando tocó el turno a Pedro, el hermano de
Andrés, para Jesús que le lavará los pies, se rehusó diciendo: “Jamás me
lavarás Tú los pies”. A lo que Jesús respondió; “Si no te lavo
los pies no tendrás parte en mi Reino” (Jn 13, 8- 9).
“El que se humilla será ensalzado, y el que se ensalza será
humillado” Mt 23, 12). Al
humilde Dios lo sienta en un “trono de gloria”, que conocemos con el nombre de
la “Cruz de Cristo”. Con este acto libérrimo de la voluntad de Dios, Cristo
promueve a sus amigos a ser sus colaboradores en la misión que el Padre le
encomendó: “El que quiera servirme que me siga, que donde yo esté estará
también mi servidor” (Jn 12, 26). Cristo está ahora sentado en su Trono
glorioso a la derecha del Padre, es decir, está sentado en el poder de su
divinidad, es Rey y Señor. En esta vida su trono fue de pobreza, de ignominia,
de sufrimiento y muerte: la cruz redentora. El discípulo de Jesús, aquel que ha
creído en él y lo ha aceptado como su Salvador, Maestro y Señor, su trono, su
lugar es la cruz de Jesús: “Todo el que es de Cristo está crucificado con él,
dando muerte a las pasiones de la carne y viviendo para Dios” (Gál 5, 24). Para
Pablo la cruz de Jesús es humildad (1Cor 4, 7), es amor fraterno (Rom 12, 9),
es castidad (Tit 2, 1ss). Humildad, caridad y castidad piden estar muriendo al
pecado para vivir para Dios (Rom 6, 10-11) Son armas poderosas para vencer el
orgullo, el odio y la lujuria. Son manifestaciones verdaderas de la presencia
de un Cristo vivo en el interior del cristiano.
Conclusión
Someterse a Dios no debe verse como algo negativo, la
alegría de Dios es estar con los hombres, es darles a ellos su Espíritu para
que lo invoquen como Padre (cfr Gál 4, 6). La verdad de Dios no se impone, no
violenta ni obliga a que la aceptemos, Él quiere que gocemos de la libertad de
los hijos de Dios (Gál 5, 13) para que libre, consciente y voluntariamente
decidamos hacer lo que Dios nos propone: “Creer en Jesucristo y amarnos como
hermanos (cfr 1 Jn 3, 23). Dios invita al hombre a colaborar con Él en la
regeneración de todos los seres humanos; invita a ser luchadores contra las
fuerzas del mal, sólo nos pide creer en su Hijo, aborrecer el mal y amar
apasionadamente el bien (cfr Rom 12, 9). La verdad es que mientras estemos
haciendo nuestra voluntad, lo que nos gusta, los que nos conviene de acuerdo a
nuestros intereses, aún estamos en las tinieblas del mundo.
Es Pablo en la carta a los Colosense quien nos explica con
detalles “él como vivir sometidos a Dios”: “Llevando una vida digna del Señor;
dando siempre los frutos de la fe, creciendo en el conocimiento de Dios,
mediante la práctica de las virtudes, fortalecidos con la energía de su poder,
llenos de alegría y con un corazón agradecido estallar en gritos de alabanza,
consagrándose al servicio de la salvación de los hombres (cfr Col 1, 3-12)
María, Modelo y Figura, es para la Iglesia Maestra para
todos los que quieran vivir en la verdad, practicando toda justicia, caminando
en libertad y amando sin límites a todos los consagrados.
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