Y USTEDES ¿QUIÉN
DICEN QUE SOY YO?
Objetivo. Mostrar el
modo para tener la respuesta auténtica sobre la pregunta del Señor Jesús, que
la Iglesia cultiva y profesa a los largo de la historia, para no dar respuestas
ficticias, al margen de la fe cristiana.
1.
Relato Evangélico.
En aquel
tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo.
Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos
le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros que Elías; y
otros, que alguno de os profetas”.
Entonces el les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Pedro le respondió: “Tú eres el Cristo”. Y él les ordenó que no se lo dijeran a
nadie. Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre
padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y
los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día (Mc 8,27- 30).
2.
¿Quién soy yo para ustedes?
“¿Quién soy
yo para ustedes?” La respuesta no
se puede buscar en los libros, tampoco se puede pedir prestada, ha de ser
personal. Brota de la experiencia del encuentro con Jesús, Buen Pastor que
busca a la oveja perdida y da su vida por ella. Pedro, con la ayuda del
Espíritu Santo nos da la respuesta de la Iglesia de todos los tiempos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
(Mt 16, 16). El conocer a Dios es posible por el camino de la fe, es un don de
la Gracia. Con su respuesta Pedro nos dice: “Jesús es el único que puede darnos
la verdadera alegría; traernos el perdón de Dios y llevarnos a la Casa del
Padre: Jesús nos libera de nuestras opresiones. El único que puede llenar los
vacíos de nuestro corazón y darle
sentido a nuestra vida.”
La Iglesia confiesa esto diciendo que Jesús: “se pasó la
vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10,
38). Este obrar de Jesús se dirigía ante todo, a los enfermos, consolaba a los
afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera,
de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas;
tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento
humano. Al mismo tiempo instruía, poniendo en el centro de la enseñanza las
ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diversos
sufrimientos en su vida temporal. Estos son los “pobres de espíritu, “los que
lloran”, “los que tienen hambre y sed de justicia”, “los que padecen
persecución por la justicia”, cuando los insultan, los persiguen y, con
mentira, dicen contra ellos todo género del mal…por Cristo. (Mt 5, 3-11).
Cristo probó además en sus días terrenos, la fatiga, el hambre, la falta de
casa, la incomprensión y toda su vida recibió de manera única el rechazo y la
hostilidad. Al final de sus días es clavado en el madero de la cruz.
Precisamente por ese sufrimiento suyo hace que el hombre tenga vida eterna.
3. ¿Es posible
conocer a Dios?
“Dichoso tú, Simón hijo de Jonás, porqué eso no te lo
ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos” (Mt 16, 17) Es posible porque Él se nos da a
conocer. En la Biblia, Dios se nos da a conocer; nos dice quien es Él, y, nos
revela el Misterio de su voluntad. A la pregunta del discípulo: “Maestro muéstranos al Padre, y nos basta”
Jesús responde: “¿tanto tiempo hace que estoy con ustedes y todavía no me
conoces Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 7) Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi
Padre, el Padre y yo somos uno” (cf Jn 17, 21).
El Padre se nos ha revelado en Cristo y nos ha
manifestado su amor: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi
Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) La obra del Padre es mostrar al
mundo su rostro de amor, de perdón, de ternura, de misericordia, de verdad…Todo
Dios se revela en Jesús, el Hijo amado del Padre. En Jesús y por Jesús Dios nos
ama, nos perdona, nos salva, nos da su Espíritu, nos hace hijos suyos y
hermanos de los hombres. Jesús viene a restaurar o reconstruir la Humanidad
enferma y dañada por el pecado: “Porque
tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo, para que todo el que crea en Él
no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Este es un amor
salvador. Un amor de Dios al hombre para que no muera sino que “tenga
vida eterna en abundancia”. Esta acción, Cristo la realiza en la cruz.
La
salvación que Dios nos ofrece en Cristo tiene dos dimensiones: por un lado nos
saca del mal y por el otro nos gana el don de la “Gracia”, el Espíritu Santo
que nos hace hijos de Dios. Jesús con su muerte y resurrección libera al hombre
del pecado y de la muerte. Pero sobre todo, borra de la historia del hombre el
dominio del pecado, y, quita además el dominio de la muerte. Jesús es el
Redentor y el Salvador de los hombres.
4. Jesús es el
Amor entregado
5.
Soy testigo del Poder de Dios.
Para poseer el verdadero conocimiento de Dios en
Cristo, el hombre es llamado a ser
testigo de la “muerte y resurrección de Cristo”. El hombre al apropiarse de los
frutos de la redención de Cristo, que son: El perdón, la paz, la resurrección y
el don del Espíritu Santo, puede gritar al mundo con toda la fuerza de sus
pulmones: “He visto a Dios”. Lo conozco y lo amo. Solo entonces se abre al amor
de Dios; descubre, por la acción del Espíritu en él, el sufrimiento redentor de
Cristo en sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe, enriquecidos con
un nuevo contenido y un nuevo sentido. Este descubrimiento hizo decir a san Pablo:
“Estoy crucificado con Cristo y ya no
vivo yo, es Cristo quien vive en mí, que me amó y se entregó por mí” (Gál
2, 19-20).
Pablo ha encarnado la doble certeza: Cristo lo ama, y él ama a Cristo. Cristo dio su vida
por Pablo y ahora el Apóstol da su vida por su Maestro, y lleno de alegría se
atreve a decir: “Cuanto a mí, jamás me
gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo
está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál. 6, 14). El Apóstol no se
detiene en la cruz, para él, los testigos de la pasión de Cristo, son también
testigos de la resurrección: “Para
conocerle a El y el poder de su Resurrección y la participación en sus
padecimientos, conformándose a El en su muerte por si logro alcanzar la
resurrección de los muertos” (Flp 3, 10-11).
6. Seguir a
Jesús
7.
¿Quién es Jesús para mí?
Sólo para ayudarnos a pensar un poco la pregunta que hizo a los suyos. Invirtamos la pregunta. Soy: ¿Hermano? ¿Amigo? ¿Discípulo? ¿Apóstol? ¿Servidor? ¿Enviado? ¿Profeta? ¿Confía el Señor en mí y cuenta conmigo? Jesús dice a todos los creyentes y discípulos: “Conmigo o contra mí, el que no junta conmigo, desparrama” (Mt 12, 30). Desparramar es dividir, confundir, engañar…. Hasta caer en el pozo de la muerte.
Por eso en Lucas nos dice: “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran”.(Lc 12, 35- 36)
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