LA
HUMILDAD ES EL PILAR DE LA FE Y DE LA CARIDAD.
Iluminación: Dijo María: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38)
Jesús nos ha invitado a todos sus discípulos
a ser mansos y humildes de corazón como él es. (Mt 11, 29) La humildad es inseparable
de la fe y de la caridad, y por lo mismo debe de acompañar siempre al discípulo
de Jesús. La humildad es la fuerza para
evitar toda soberbia, egoísmo, prepotencia y altanería. Escuchemos la Palabra
de Dios decirnos:
“De igual
manera, jóvenes, sed sumisos a los ancianos; revestíos todos de humildad en
vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a
los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada
la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida
de vosotros”. (1 de Pe 5, 6- 8)
Contra
la humildad está lo que dice el apóstol Pedro: “Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y
toda clase de maledicencias.” (1 de Pe 2, 1) Así como la humildad es la raíz
de la fe, la soberbia es la raíz de todo pecado. Y la mentira es la fuerza del
mal; mientras que la envidia, es la que nos lleva a vivir, tan solo, como
fachada de manera hipócrita. Teniendo presente lo que dice la Escritura que la
boca habla lo que lleva en el corazón, (Lc 6, 46) El Ego que viene del Hombre
viejo, es el padre de la soberbia y de todos los vicios que nos descubren como
fruto de un árbol malo (Mt 7, 18)
La humildad es el camino de la
madurez humana:
“Así, pues, os conjuro en virtud de toda exhortación en Cristo, de toda
persuasión de amor, de toda comunión en el Espíritu, de toda entrañable
compasión, que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo
amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad,
ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como
superiores a sí mismo, buscando cada
cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que Cristo” (Flp 2, 1- 5)
Sin
humildad no hay gracia de Dios y nuestra fe está vacía y muerta (Snt 2, 14) Sin
amor y sin compasión, sin desprendimiento y sin generosidad. Se vive sin la guía
del Espíritu Santo, es decir, sin la gracia de Dios. Vivimos en la carne, y sus
frutos son: Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación,
impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras,
rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas
semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen
tales cosas no heredarán el Reino de Dios. (Gál 5, 19- 21)
La clave de la humildad es tener la
mirada de Dios:
Pero Yahveh dijo a Samuel: «No mires su
apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no
es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh
mira el corazón.» (1 de Sm 16, 7) A la luz de la humildad todos somos
iguales en dignidad, Por eso el apóstol nos dice: “En virtud de la gracia que me fue dada, os
digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que
conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó
Dios a cada cual”. (Rm 12, 3)
El
evangelista san Mateo nos dice: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque
con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis
se os medirá”. (Mt 7, 1- 2) El apóstol Santiago nos dice: “Humillaos ante el
Señor y él os ensalzará. No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla
mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley y juzga a la Ley; y
si juzgas a la Ley, ya no eres un cumplidor de la Ley, sino un juez”. (Snt 4,
10- 11)
El humilde en verdad, se apropia de las Bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en
herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque
ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la
justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis
cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa”. (Mt 5, 3- 11)
Es el
servidor fiel y prudente, dispuesto hacer en todo la Voluntad de Dios para
salir fuera e ir al encuentro de los hermanos para servirlos. Es el que puede extender
la mano para compartir sus dones con los menos favorecidos (Mc 3, 5)
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