EL ESPÍRITU DE DIOS HABITA EN VOSOTROS LOS HIJOS DE DIOS.

 

EL ESPÍRITU DE DIOS HABITA EN VOSOTROS LOS HIJOS DE DIOS.

Los hijos de Dios son aquellos y aquellas que se han apropiado de los frutos de la Redención por su fe en Jesucristo: El perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo, es decir, están en la Gracia de Dios. Frente a estos están los que rechazan a Cristo, como también, los que dicen que creen en Él, pero, viven como si no existiera. Son de los que dice el evangelista san Juan: “Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios”. (Jn 1, 11- 13)

La lucha entre la carne y el Espíritu. Dos estilos de vida, el del hombre al natural y el del hombre que está en Cristo. La carne, para san Pablo es una vida mundana, pagana y pecadora: mientras que la vida en Cristo es una vida conducida por el único Espíritu, el de Dios. Mientras que la carne es una vida conducida por otros espíritus: “pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado”. (Rm 14, 23)

La vida en la carne no puede agradar a Dios. Porque no hay fe (Hb 11, 6) Pues las tendencias de la carne son muerte; más las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Más vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; (Rm 8, 6- 9)

Para ser libres no liberó Cristo (Gál 5, 1) Pero sin confundir la libertad con el libertinaje (Gál 5, 13) “Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros”. “Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!. Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. (Gál 5, 14- 17)

El llamado a la conversión es el cambio de la mente:  “Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas”. (Ef 4, 17- 19) El cambio de una mente mundana a tener la mente de Cristo: “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. (Rm 12, 2)

Las columnas del libertinaje son: la malicia, le mentira, la envidia, hipocresía y la maledicencia (1 de Pe 1, 2, 1) Es el reinado del Ego, hijo del hombre viejo, y padre de todos los vicios que esclavizan a los hombres y los excluyen de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos. Fruto del libertinaje es las “Obras de la carne”: Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. (Gál 5, 19- 21)

La fe viene de la escucha de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) “Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad”. (Ef 4, 20- 24) La verdad de Cristo nos libera de todo lo que hace daño para que seamos libres para amar y para servir, en justicia y en santidad. (cf Jn 8, 32)

La invitación es a ser conducidos por el Espíritu Santo: “En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”. (Rm 8, 14) El Espíritu nos lleva a Cristo Jesús.

Sabiendo que no recibimos un espíritu de miedo o de esclavitud: “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rm 8, 15) Espíritu de Amor, Fortaleza y Dominio propio (2 de Tm 1, 6)

El premio por la vida en el Espíritu es la participación de la naturaleza divina, rompiendo con el pecado. (2 de Pe 1, 4) “El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”. (Rm 8, 16- 18)

Oremos en el Espíritu. Qué el Espíritu ilumine nuestra mente, fortalezca nuestra voluntad e inflame nuestro corazón con el Amor de Dios para que podamos ser conducidos por el Espíritu que nos hace hijos de Dios. “Aborrezcamos el mal y amemos apasionadamente el bien” (Rm. 12,9) Caminando siembre en la Verdad de Cristo.

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