YO
SOY EL PAN VIVO QUE HA BAJADO DEL CIELO: JESUCRISTO
1. El Texto evangélico.
En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, por que había dicho: “Yo el pan vivo que ha bajado del cielo”, y decían: “¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”
Jesús les respondió: “No murmuren. Nadie puede venir a mí, sin no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ése sí ha visto al Padre.
Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna: Yo soy el pan de vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre: Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida” (Jn 6, 41-51).
2.
Vengan, coman de mi pan
Dios
Padre, que nos ha preparado el alimento, nos invita con insistencia a su
banquete: “Vengan, coman de mi pan” Dios desea colmarnos de Vida. Las fuerzas
del cuerpo se agotan, la vida física decae, pero Cristo nos quiere dar otra
vida: “el que coma de este pan vivirá para siempre”. Sólo en la Eucaristía se
contiene la vida verdadera y plena, la vida definitiva.
Además,
sólo alimentándonos de la Eucaristía podemos tener experiencia de la bondad y
ternura de Dios “¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!”. Pero, ¿cómo saborear
esta bondad sin masticar la carne de Dios? Es increíble hasta dónde llega la
intimidad que Cristo nos ofrece: hacerse uno con nosotros en la comunión,
inundándonos con la dulzura y el fuego de su sangre vestida en la cruz.
Comer a Cristo es sembrar en nosotros la resurrección de nuestro
propio cuerpo. Por eso, en la Eucaristía está todo: mientras “los ricos empobrecen
y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada” (Slm 34, 10-11). En
comer a Cristo consiste la máxima sabiduría. Pero no comerle de cualquier
forma, no con rutina o indiferencia, sino con ansia insaciables, con hambre de
Dios, llorando de amor.
3.
La
Eucaristía es el alimento de los fuertes.
“Y éste es el
testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo. Quien
tiene al Hijo, tiene la Vida; quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la Vida”
(1 Jn 5, 11- 12). Cuando alguien te proporciona el alimento es porque quiere
decirte que está contigo, que quiere que continúes viviendo; lo que realmente
te está diciendo es que te ama, que se preocupa por ti, que quiere que te
realices, que llegues muy lejos, que alcances tus metas. Dios nos encuentra
muchas veces cansados y desanimados sin ganas de caminar o de luchar en la vida
por alcanzar la perfección cristiana que pide renuncias, sacrificios, oraciones,
lucha, donación y entrega “El Espíritu y la Novia dicen: «¡Ven!» Y el
que oiga, que diga: «¡Ven!» El que tenga sed, que se acerque; el que quiera,
recibirá gratis agua de vida (CfrApoc
22, 17).
Sin deseos de construir y luchar por un
mundo más justo y más fraterno, no hay hambre ni sed de justicia. Esposos y
padres de familia aburridos, cansados y sin ganas de seguir invirtiendo en la
familia, Jesús nos invita a ir a él: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-
30). A todos Dios nos alimenta y nos levanta el
ánimo para que sigamos caminando en la vida con la mirada puesta en Jesús,
autor y consumador de nuestra fe (cfr Heb 12, 2), para que demos testimonio de
su Evangelio hecho vida en nosotros, y nos esforcemos para que todos conozcan y
amen al Señor que quiere darnos “vida eterna en abundancia” (Jn 10, 10).”
4.
¿Qué
hemos de hacer para tener vida eterna?
Jesús dice a los judíos de su época: “Ustedes
se pasan la vida leyendo las Escrituras, pero no han visto el rostro de Dios,
ni han escuchado su voz, y su palabra, no está en Ustedes por que no han creído
en aquel que Dios ha enviado” (cfr Jn 5, 39s). Para tener vida eterna hemos de
creer en Jesús. “Don de Dios para todos los hombres” “Creer en el que Dios ha enviado” (Jn 3, 16;
6, 39). Jesús ha venido a salvarnos, nos
amó, se entregó por nosotros (Ef 5, 2) y por amor, para quedarse con nosotros,
inventó, la Eucaristía, Pan de vida. Quien crea en Cristo vivirá para siempre
(Jn 11, 25).
Esa es la meta final que nos promete el
Señor. Para eso Él ha dado su vida y nos la da por medio de su Eucaristía;
quien no acepte a Jesús como su salvador personal y acepte su Evangelio como
norma para la vida, no ha creído realmente en él. Quien no acepte la Redención,
ni se alimente del Pan de Vida no podrá vivir para siempre. Por eso no
depositemos en Él nuestra fe para después vivir conforme a nuestros caprichos;
más bien, alimentados por Él seamos, ya desde ahora, criaturas nuevas en Cristo
manifestando que ya está en nosotros la Vida Nueva que Dios quiere que se
manifieste a través de nuestras buenas obras (cfr 2 Cor 5, 17).
5.
Creer
en Jesús es estar en camino de salvación.
Creer en Jesús nos pide confiar en el
Señor. Creer en Jesús es obedecerlo y amarlo,. Creer en Jesús es pertenecerle,
seguirlo y servirlo. Poner en Él nuestra vida para que Él haga su obra en
nosotros. Esta es la actitud que Dios espera de quienes creemos en Él y lo
amamos confiados, esperanzados en que Dios jamás desoye el grito de sus pobres
y de que, quienes en Él confían, jamás serán defraudados (2 Tim 1, 12).
Para Jesucristo, su alimento es hacer la voluntad
de su Padre y llevar a cabo su obra (Jn 4, 34), se abandonó en las manos de Él
y fue salvado de la muerte en actitud reverente y a su obediencia. Jesús, como
hombre, sabía que, aun cuando los caminos de Dios nos parecen muchas veces
incomprensibles, Dios bien sabe hacia dónde dirige nuestros pasos. Serle fieles
a Dios, dejarnos, conscientemente, guiar por su Espíritu, es la única forma de
lograr que la obra de Dios llegue a nosotros y, por medio nuestro a toda la
humanidad. Si confiamos en el Señor, si hemos puesto nuestra vida en Él, si
hemos tomado la decisión firme de proclamar su Evangelio con las obras y las
palabras, dejemos que Dios nos convierta en signos más claros y creíbles de su
amor, a pesar de que, en el proceso de nuestra propia purificación, tengamos
que pasar por numerosas pruebas que nos llenen de dolor; pues, así como el oro
se acrisola en el fuego, el justo se acrisola en el sufrimiento; entonces nos
gloriaremos junto con Cristo, que para entrar en su gloria tuvo que padecer por
nosotros.
6.
¿De
qué nos sirve recibir a alguien si después lo despreciamos?
¿De qué nos sirve convertirnos en amigos de
alguien, si después no lo escuchamos, o incluso nos oponemos a sus enseñanzas? Dios ha derramado en nuestros corazones el
Espíritu Santo. Él está en nosotros para conducirnos a la Verdad Plena (Jn 16,
13). Por su medio el Evangelio vuelve a resonar con toda su fuerza en nuestro
interior, y desde nosotros, puede resonar, también con toda su fuerza, en todo
el mundo. Antes que nada, le hemos de
permitir al Espíritu Santo que nos purifique de toda maldad para que, libres
del pecado, podamos actuar a impulsos de su presencia en nosotros; pues sólo Él
puede hacernos uno con Cristo y, por nuestra comunión con Él, hacer que en
verdad seamos hijos de Dios. Convertidos, por obra del Espíritu Santo, en la
prolongación histórica de la primera encarnación del Hijo de Dios (cfr Rom 8,
29), no podemos caminar de espaldas al Espíritu que Dios ha derramado en
nosotros.
Por eso no podemos seguir maldiciéndonos,
insultándonos, despreciándonos. El camino de quien es poseído y guiado por el
Espíritu Santo es el camino del perdón, del amor como Cristo nos ha amado, de
la proclamación del Evangelio ofrendando nuestra vida para que los demás tengan
vida, no porque vayamos a suplir la obra salvadora de Cristo, sino porque,
unidos a Él, nuestra vida tendrá todo el valor salvífico del Hijo de Dios,
hecho uno de nosotros.
7. La Eucaristía es Jesucristo Pan
de Vida.
Mediante la Eucaristía que
celebramos en la Iglesia, el Señor se nos convierte en el Pan que nos da Vida
eterna. Quien lo recibe con fe, se transforma en lo que come: Eucaristía: don
de Dios para los hombres, servidor de los demás. Algo para tener
siempre en cuenta es que nuestra Eucaristía no es indiferente de nuestro
comportamiento con Dios y con los hermanos. A la misma vez que denuncia nuestro
mal, también, lo sana, pero nunca en forma, mecánica ni al margen de nuestra
propia decisión y responsabilidad.
Celebrar la Eucaristía, implica: Discernir el pan para entrar en ese proceso de examinarse
uno a sí mismo, de esforzarse por juzgarse a sí mismo y salir de la propia
actitud indigna. Es un proceso que
nos va restaurando en Cristo hasta poder reesforzar nuestra unión con él y con
los hermanos comiendo el Pan y bebiendo la Copa. Es un proceso de sanación para
adquirir la libertad como amor.
8. Comer el Pan del camino y remedio de vida.
La Eucaristía es el pan del camino, es
el remedio de vida eterna. Jesús sigue compartiendo su mesa con pecadores. Pero
pecadores que han aceptado ser liberados y sanados. Pecadores redimidos que
tienen conciencia de que no pueden sanarse a sí mismos, pero Cristo si lo puede
hacer, nos ofrece su medicina en cada Eucaristía. Proceso de sanación que exige
el reconocimiento de nuestro pecado. Por último nos hemos de dejar interpelar por el Señor. Nos dejamos
interpelar por su Palabra que hace que arda nuestro corazón y nos hace desear
que Él se quede en nuestra vida, a la misma vez que le ofrecemos lo que somos y
tenemos, inclusive nuestra vida. Por eso celebremos con fe nuestra Eucaristía
es la “Herencia de Jesús a los suyos, a su Iglesia,” para darnos su propia
vida.
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