LAS LEYES DE CUARESMA.
Cada
una de las Leyes de Cuaresma son Palabras salidas de la boca de Dios. Palabras
a las que el profeta Isaías compara con la lluvia que baja y empapa la tierra
para hacerla fecunda (Is 55,9s). Por
eso, a las Leyes de Cuaresma anteceden los “Dones de Dios”. Podemos decir que
los dones de Dios nos descubren la Voluntad de Dios, el Camino que debemos
seguir y lo que debemos hacer. A) El don de la Palabra que ilumina nuestras
tinieblas, nos conduce a la fe y a la salvación. B) El don de la conciencia de
pecado. Somos pecadores necesitados de purificación. C) El don del “otro”. El
Otro ha de ser visto como don de Dios. Estos tres dones nos recuerdan que el
Señor no exige lo que antes no nos ha dado. “Nos ama por primero” (1 de Jn 4,
10) para que luego nosotros, tras haber probado lo bueno que él es, seducidos
por su bondad aceptemos las Leyes de Cuaresma como Camino que nos llevan a la
Casa del Padre.
a)
La primera de la las Leyes de Cuaresma es: dedícate a
buscar a Dios. Jeremías nos dice: “Si lo buscas de todo corazón, Él se
dejará encontrar por ti” (Jer 29, 13). ¿Dónde buscarlo? Los lugares para
encontrar a Cristo la Iglesia los pone a nuestro alcance: La Oración íntima y
cálida, La Palabra de Dios que escuchamos, meditamos y ponemos en práctica. La
Liturgia de la Iglesia, especialmente la Eucaristía y la Confesión, las Obras
de Misericordia, la Comunidad y el Apostolado.
b)
La segunda de las Leyes de Cuaresma es: Disminuir para
crecer. Con palabra del Bautista
decimos: “Es necesario que yo disminuya para que Cristo crezca” (Jn 3, 30) Es
hacerse pequeño, pobre, humilde para poder llegar al Nuevo Nacimiento y entrar
en el Reino de Dios.
El
Espíritu Santo está implícito en la Palabra que escuchamos. La Luz de Cristo ha
entrado en nuestros corazones para convencernos de que somos amados por Dios.
Nos convence de que Dios nos ama incondicionalmente, remueve las entrañas de
pecado, nos convence de que somos pecadores y nos conduce al encuentro con
Cristo. En el encuentro con Cristo somos liberados, reconciliados y salvados.
Entramos en hombros del Buen Pastor en la Casa del Padre para ser alimentados
con “los frutos del árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios” (Apoc 2,
7)
c)
La tercera Ley de Cuaresma es caminar tras las huellas
de Jesús. Para caminar hay que ponerse
de pie, hay que tener fortaleza y hay que saber hacia dónde vamos. Escuchemos
la enseñanza del primer papa decirnos: “Rechazad, por tanto, malicias y
engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién
nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella,
crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es
bueno” (1 Pe 2, 1-3).
Para caminar hay que alimentarse con el alimento que Dios nos propone, ya que el Camino de la Cuaresma está lleno de piedras, muros, obstáculos que hay que superar y vencer. Caminar en la Verdad, en el Amor y en la Justicia. Escuchemos al profeta Miqueas: “—«Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios.» (Mi 6, 8). Caminar con los ojos fijos en Jesús (Heb 12, 2) Sin desviarse ni a izquierda ni a derecha; sin mirar hacia atrás para no hundirse en el lodo del hedonismo. Saber que somos luz llamados a dar frutos de Luz: la bondad, la verdad y la justicia (Ef 5, 8)
d)
La cuarta Ley de la Cuaresma es seguir el camino del
grano de trigo: “Morir
para vivir: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto. El
que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará
para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí
estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará (Jn 12, 24-
26). Hemos entrado en la semana santa, para eso acompañamos al Señor. Por amor
a Él renunciamos a nuestro egoísmo y a nuestros intereses para estar con el
Señor, y padecer y sufrir con Él, morir y resucitar con Él (2 Tim 2, 11s).
2)
En Cierto momento del Camino cuaresmal, el Señor, nos lleva como de la mano a un momento de
Gracia para que hagamos “La Opción Fundamental por Cristo y por su Reino”. Es
una Opción Radical que va haciendo de nuestra vida el Regalo de Cristo para su
Iglesia. Es la firme decisión de seguir a Cristo y dar la vida por Él y por su
Iglesia. Es la respuesta al Amor incondicional de Cristo que nos ha llamado a
servirle como sus discípulos. Seguir a Cristo exige darle la espalda al Mundo y
todo aquello que ofende a Dios. Tres cosas dan consistencia a la Opción
Fundamental:
a)
Romper con el pecado (1 Jn 1, 8-9; 2 Pe 1, 4b; Col 3, 5-9) “Huye de las pasiones juveniles y corre al alcance de la justicia, de
la fe, de la caridad y de la paz, en unión de los que invocan al Señor con
corazón puro. Evita las discusiones necias y estúpidas; sabes muy bien que
engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser
amable con todos, pronto a enseñar, sufrido; que sepa corregir con mansedumbre
a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer
plenamente la verdad y volver al buen sentido, librándose así de los lazos del
diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad” (2 Tim 2, 22)
b)
Guardar los Mandamientos de la Ley de Dios (1 Jn ,3) “El que tiene mis mandamientos y los lleva
a la práctica, ése es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y
yo le amaré y me manifestaré a él.» Le preguntó Judas —no el Iscariote—:
«Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?»
Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le
amará; y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis
palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn 14, 21-
23)
c)
Cultivar la fe mediante la práctica de las virtudes (Col 3, 12) “Así
que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de
misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a
otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el
Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto,
revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Que la paz de Cristo
reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo.
Y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en vosotros con toda su
riqueza. Instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón
y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo cuanto hagáis, de
palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a
Dios Padre por medio de Él” (Col 3, 12. 17
3) El Grito de la
Cuaresma. Proclamen un ayuno, convoquen la asamblea…La Cuaresma es un
tiempo sagrado que nos desafía hacer un alto en nuestra vida, darnos la media
vuelta y entrar en el recinto de nuestro corazón para que nos demos cuenta del
desorden que llevamos dentro y nos demos a la tarea de limpiar la casa para que
nuestra vida se oriente hacia la Pascua de Cristo. Tiempo de Gracia para echar
fuera la vieja levadura:
“¿No
sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Eliminad la levadura
vieja, para ser masa nueva, pues todavía sois ázimos. Porque nuestro cordero
pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja
levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de
sinceridad y verdad (1 de Cor 5, 6- 7).
El
“grito de la Cuaresma” lo escuchamos del profeta Joel desde siglo IV antes de
Cristo: conviértanse a mí de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llantos…
Proclamen un ayuno, convoquen una asamblea, reúnan al pueblo, purifiquen la
comunidad… (Jl 2, 12.15) El profeta nos deja bien claro cuál es la finalidad de
la cuaresma: “practicar las obras de penitencia” “Purificar nuestros corazones”
“orientar la vida a Dios siguiendo las huellas de Jesús” que nos invita a subir
con Él a Jerusalén y participar de su fiesta de graduación como el Sirvo
doliente de Dios para luego resucitar con Él.
Es
una verdad que la Cuaresma hoy ha perdido muchas de las señales de antiguo,
como el ayuno, el recogimiento, las misiones, la oración, la penitencia, las
confesiones y otras obras de piedad. La semana santa es vista como tiempo de
vacaciones, diversiones y fiestas mundanas o paganas, pareciera que para muchos
católicos la Cuaresma no existe, hay una gran distorsión que debemos tener en
cuenta.
4)
Cuaresma
Camino de Discipulado. Como cristianos, aceptemos la
Cuaresma como un desafío personal y comunitario, entremos en ella con gusto y
vivámosla como discípulos responsables de nuestro propio camino escuchando las
Palabras del Maestro que nos dice: “Las zorras tienen sus madrigueras y las
aves del cielo tienen sus nidos, pero, el Hijo del Hombre no tiene donde
reclinar la cabeza” (Lc 9, 58).
Abandonemos las obras de la carne (1 Ts 1, 9), caminemos en la práctica de la
justicia a Dios y a los hombres; caminemos humildemente con nuestro Dios (Miq
6,8); con los ojos fijos en Jesús, el Autor y Consumador de nuestra Fe (Hb 12,
2), siguiendo sus huellas entremos en Jerusalén al final de la Cuaresma para
que podamos estar con Él la semana santa, para que luego, entrar con Él, en su
Pascua.
5)
El
Camino Cuaresmal está lleno de experiencias espirituales
que van dejando huella en nuestra vida. Tentaciones y pruebas, son como piedras
que se van encontrando a lo largo del
camino; Esfuerzos y renuncias, cuando se apoyan en la oración y en el ayuno,
nos llevan al “sacrificio espiritual” agradable a Dios: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para
la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de
adversidad. Pégate a él y no te separes, para que seas exaltado en tu final. Todo
lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en las humillaciones, porque el
oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios, en el horno de la
humillación. Confía en él, y él te ayudará; endereza tus caminos y espera
en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, no
sea que caigáis” (Eclo 2,1-7). La
prueba es un tiempo de gracia, es la visita del Señor a su siervo o discípulo.
Viene a confirmarlo en la fe y en la virtud o viene a corregirlo y a
purificarlo de toda inmundicia. En la prueba se acepta o se rechaza la Voluntad
de Dios. Es tiempo de adversidad, de crisis, de purificación y madurez humana.
Es tiempo de crecimiento en el Señor: paciencia, confianza, esperanza y
misericordia.
6)
El ayuno, en efecto es el alma de la oración, y
la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos pues son
inseparables. Quien sólo posee uno de los tres, no posee ninguno. Por lo tanto,
quien ora que ayune; quien ayuna que se compadezca. Compadecerse es abrirle los
oídos a los necesitados. Quien desea que Dios escuche sus ruegos, que también
él abra sus oídos al clamor de los pobres. Tanto la oración como el ayuno se
encuentran vacíos sino están acompañados por la misericordia. Lo que es la
lluvia para la tierra es la misericordia para el ayuno. Para el cristiano
solidario que ha pasado tiempos en oración con Dios, lleva una mano en el
corazón y la otra en el bolsillo de la cartera, Lleva siempre con él la
disponibilidad de darse y compartirse con los menos favorecidos.
El
don a los pobres no puede quedarse en unas migajas, sino que tienen que ser
parte del pan de la mesa. El cristiano solidario no gasta, no derrocha en cosas
inútiles, porque eso resulta en un fraude a sus hermanos los más pobres. “En esto se le acercó uno y le dijo:
«Maestro, ¿qué cosas buenas debo hacer para conseguir vida eterna?» Él le dijo:
«¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos.» «¿Cuáles?» —le preguntó él—. Jesús
respondió: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso
testimonio, honra a tu padre y a tu
madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Dícele el joven: «Todo eso lo he
guardado. ¿Qué más me falta?» Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda,
vende tus bienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos.
Luego sígueme.» Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque
tenía muchos bienes” (Mt 19, 17- 30).
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