LA RECONCILIACIÓN ES
NECESARIA PARA ENTRAR A LA GRACIA DE
DIOS.
Hemos escuchado a mucha
gente decir. “Yo no peco” “Yo no robo, yo no mato, yo ni cometo adultero”. Tal vez
sea cierto, pero, hay otra clase de pecados. Existe la soberbia, la mentira, la
envidia y de palabra. “Todos somos pecadores, y el salario del pecado es la
muerte” (Rm 3, 23)De que no sirve decir que no pecamos, si tampoco hacemos el
bien. Nos encerramos en nosotros mismos en un individualismo, hasta decir:
“Estando yo bien, los demás me vale”. El que no hace el bien el que no ama, se
atrofia y va quedando vacío de Caridad, de Verdad y de Vida (Jn 14, 6)
Escuchemos a Jesús en estos días de Cuaresma decir a todos sus discípulos:
«Porque os digo que, si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los Cielos.
La justicia o la piedad de
los escribas y fariseos estaba cimentada en la Ley: guardaban los Mandamientos,
rezaban cinco o siete veces al día, daban limosnas, pagaban diezmos y hacían
muchas abluciones. La mayoría de ellos, todo lo hacían para quedar bien o para
que en todo les fuera bien. Lo hacían sin amor y sin misericordia. Por eso
rechazaban y chocaban con Jesús y su enseñanza, Ellos decían “Yo no robo”, pero
no amaban, así lo dice la parábola del Buen Samaritano. Rezaban y mucho para
presumir como lo dice la parábola del Fariseo y el publicano. La Justicia de
los Discípulos ha de estar cimentada en el Amor, en la Verdad y en la Vida para
que su culto sea agradable a Dios.
«Habéis oído que se dijo a
los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues
yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el
tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el
Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de
fuego.” Jesús supera y cambia la ley que dice no “Matarás” Pero Jesús dice “el
que se enoje con su hermano, el que se burle de él y lo desprecie o rechace,
está pecando, su culto no es agradable a Dios, porque no tiene fe (Heb 11, 6)
San Pablo no dice: “Enójense, pero que el enojo no les dure todo el día, no le
den lugar al diablo” (Ef 4, 26) Y así se llenen de malos sentimientos, como la
venganza y los resentimientos.
Si, pues, al presentar tu
ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo
contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.
La Reconciliación es la
Obra de Dios que nos reconcilia con Él, con la Iglesia, con los demás, Pero
hemos de dar el primer paso: “Pedir perdón al que hemos ofendido.”
Reconciliarse es volver a ser hermanos, es volver a ser amigos, lo que equivale
a volver a ser hijos de Dios. Pedir perdón y dar perdón son cosas
indispensables para reconciliarse y entrar en la amistad con Dios.
Ponte enseguida a buenas
con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario
te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel.
Yo te aseguro: no saldrás
de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.
Antes de ir al juez, busca
a tu hermano y busca tu reconciliación. Arréglense entre ustedes para no ir a
los de fuera, Se pueden burlar de ustedes y hacerlos gastar hasta lo que no
tienen. Dios no hace acepción de personas, para Él todos somos iguales en
dignidad y todos tienen derecho al bien común, hombres y mujeres, todos son
herederos con derecho al patrimonio. La Justicia nos lleva a la Paz y a la
Reconciliación, a la Amistad con Dios y con los hombres. Por eso san Pablo nos
recomienda:
No salga de vuestra boca
palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y
hacer el bien a los que os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de
Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud,
ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de
entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos
mutuamente como os perdonó Dios en Cristo.
La medida del perdón que recibimos, es la medida del perdón que
damos. Así lo dice la oración del Padre Nuestro: «Vosotros, pues, orad así:
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu
Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan
cotidiano dánosle hoy y perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y
no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
El
culto a Dios ha de ser “vivo, santo agradable a Dios” (Rm 12,1) Lo que exige
vivir en Gracia de Dios.
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