LA
FUERZA DE LA SOBERBIA ES LA MENTIRA MIENTRAS QUE LA FUERZA DE LA HUMILDAD ES LA
VERDAD.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La
persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto
vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. (Rm 8, 35. 37)
Ni
todos los pecados de todos los hombres han podido cambiar el deseo de Dios de
salvar a todos los hombres. Jesús cargó con nuestros pecados (1 de Pe 2,
24) El buen Pastor se acerca al hombre
pecador enterrado en toneladas de basura lo saca, lo libera y lo carga para
llevarlo a su redil (cf Lc 15, 4) Así fueren vuestros pecados como la grana,
cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana
quedarán. (Is 1, 18) ¿Qué Dios hay como tú, que quite la culpa y pase por alto
el delito del Resto de tu heredad? No mantendrá su cólera por siempre pues se
complace en el amor; volverá a compadecerse de nosotros, pisoteará nuestras
culpas. ¡Tú arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados! (Mq 7, 18- 19)
Porque su amor es como un “Sulami” que se desborda por encima de nuestros
pecados para irrumpir en medio de nuestros pecados para liberarnos y salvarnos.
Los
proyectos de Dios no son como los nuestros. Sus planes no son nuestros planes,
la diferencia es tan grande que ni siquiera la podemos pensar o imaginarla. Los
planes de Dios son eternos, son planes de salvación. Así lo dices los profetas:”Mis
planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos —oráculo del
Señor—. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que
los vuestros, mis planes, que vuestros planes”. (Is 55, 8-9)
Pablo lo describe diciéndonos:
Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda
clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha
elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de
la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por
medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de
su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos
a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se
propuso de antemano, (Ef 1,3- 9) El Padre elabora su Plan desde la eternidad,
el Hijo viene y lo realiza en la Historia y el Espíritu Santo lo actualiza en
nuestra vida.
“La
mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón”. (1S 16, 7b) Dios no hace acepción
de personas, no las valora por lo que tienen, por lo que hacen o por lo que
saben, los valora en la verdad: por lo que son, personas, llamadas a ser hijos
de Dios. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su
sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. (Mt 5, 44- 45) Ama
a todos, pero, no en todos se manifiesta, solo en aquellos que creen y lo
obedecen: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el
que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» (Jn
14, 21)
¿Cómo se manifiesta Dios en nuestra
vida de creyentes? Nos llama a salir
del pecado. Nos libera, nos llama a la conversión, a salir del exilio para ir
la “Tierra prometida”. Luego nos reconcilia para que volvamos a ser de los
suyos, de su Familia. “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo os
aliviaré. Tráiganme su carga y acepten mi yugo que es suave y ligero” (cf Mt
11, 28- 29) Ir a Cristo con un corazón contrito y arrepentido para que nuestros
pecados sean perdonados y recibamos la gracia de Dios. La tercera manifestación
es la “Nueva Creación (2 de Cor 5, 17) Ser de su Familia: hijos del Padre y
hermanos entre nosotros. La cuarta manifestación es la “promoción”. De grandes
pecados en amigos y servidores de Dios, en discípulos y apóstoles de Cristo. Elegidos
para amar y para servir, pero, amar sin fingimiento, aborreciendo el mal y
amando apasionadamente el bien (Rm 12, 9)
El
modelo a seguir es Cristo Jesús. “Que siendo rico se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza” (2 de Cor 8,9) Su pobreza fue el hacerse hombre,
igual en todo a nosotros, menos en el pecado (Heb 4, 15) Su pobreza es su
pasión y su muerte para sacarnos del pozo de la muerte (Col 1,13) Y pagar el
precio por nuestros pecados, ya que el salario del pecado es la muerte, pero
Dios nos da la vida eterna en Cristo Jesús (Rm 6, 23) Jesús invita a sus
creyentes a ser sus discípulos y les dice: “Aprendan de mí que son manso y
humilde de corazón” (Mt 11, 29)
Nada
hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada
cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio
interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que
Cristo. (Flp 2, 3- 5) Que sin aferrarse a lo que le era propio: su divinidad,
se anonadó, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte de Cruz
(Flp 2, 6- 8) Por eso Pedro, siguiendo la doctrina de Pablo nos ha dicho:
“Sed
humildes unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia
a los humildes. Inclinaos bajo la poderosa mano de Dios, para que a su tiempo
os eleve. Descargad en él todas vuestras preocupaciones, porque él se interesa
por vosotros”. (1Pe 5, 5b-7)
La
soberbia es la raíz de todo pecado. Y el soberbio dice: no amaré, no obedeceré
y no serviré. Se hunde en su individualismo diciendo: Estando yo bien, los
demás no me preocupan. Mientras que el humilde se abre a os demás, diciendo: si
amaré, si obedeceré y si serviré, se abre a la comunión, a la participación y
la misión. La fuerza de la soberbia es la mentira, mientras que la fuerza de la
humildad es la verdad que nos hace libres (Jn 8, 32).
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