DIOS
QUIERE QUE TODOS LOS HOMBRES SE SALVEN Y LLEGUEN AL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD.
Dios
llama a todos a la existencia, a la vida, todos nacemos con una misión, venimos
con la torta debajo del brazo, la misión de amar y servir a los demás. Después
aparece el llamado a la fe, llamado a la conversión que pide salir del exilio,
de la esclavitud, del dominio del pecado. Para luego ser llamados a la Santidad
y a la perfección cristiana, por el amor. Para luego llamarnos a una vocación específica:
matrimonio, sacerdocio, vida consagrada y a la soltería. El llamado está en
referencia a un Pueblo que tiene como destino el Reino de Dios; como ley, la
Ley del Amor, como identidad la dignidad y la libertad. Es el Pueblo de Dios,
pueblo Mesiánico, al que hay que servirle y amarlo.
La
vocación o llamada es precedida por el Encuentro con Jesús el Señor. Encuentro liberador
y gozoso porque nos libera de nuestras cargas y nos hace partícipes del triunfo
de la resurrección. Jesús no engaña, no manipula, él nos seduce, nos conquista.
Así lo dice el profeta: “Me sedujiste Señor, y me dejé seducir”. (Jer 20, 7) En
el Encuentro nos damos cuenta que Dios nos ama y que somos pecadores,
necesitados de la Gracia de Dios. Del encuentro siguen algunas manifestaciones
que pueden ser: la liberación del pecado, la reconciliación con Dios y con los
demás, la nueva creación y la promoción al servicio. Es lo que le pasó a Isaías:
Y dije: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y
entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto
mis ojos!» Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la
mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, y tocó mi boca y
dijo: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu
pecado está expiado.» Y percibí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré?
¿y quién irá de parte nuestra»? Dije: «Heme aquí: envíame.» (Is 6, 5- 8)
Al
llamado a la Misión se le puede hacer resistencia: Abraham, ya soy un viejo: Moisés
no se hablar; Jeremías soy un niño, Isaías, soy de labios impuros; Pedro soy un
pecador; Pablo soy un aborto, perseguidos de la Iglesia. En la resistencia está
implícito, el embrión de la humildad apostólica que debe de acompañar al
apóstol a lo largo de toda su vida para que se dé cuenta que ha sido llamado por
gracia de Dios y no por méritos personales. El Señor acompaña al que es llamado
a la Misión a lo largo de toda su vida y siempre: Con Moisés, estaré en tu boca
y hablaré por ti (Gn 4, 5) a Jeremías, te daré palabras (Jer 1, 4) A la comunidad:
“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ustedes”. (Mt
18, 20) Y a los apóstoles: Yo estaré siempre con ustedes (Mt 28, 20) Con Pablo:
Cristo vive en mí (Gál 2, 20) Lo que se pide a los llamados es ser fieles a la
vocación. Fidelidad que pide confianza, obediencia, pertenecía, amor y oración.
Es decir, dejarse conducir como Abraham con la Palabra de Dios.
El
llamado o la vocación no hace referencia a uno mismo, sino a los demás, a la
comunidad, al pueblo para ser servidores de los demás. Nadie se pertenece a sí
mismo, nadie vive para sí mismo, vive para el Señor y para los demás: “Tanto en
la vida como en la muerte somos del Señor” (Rm, 14, 8) La Misión nos ayuda a
pasar de yo al nosotros, de lo mío a lo nuestro, de lo particular a la
comunidad. Para eso hemos sido bautizados para beber todos de un mismo Espíritu
y formar todos u solo Cuerpo, el de Cristo Jesús.
El
que llama es el Señor. A unos los llama en la infancia, a otros en la juventud,
a otros en la edad adulta o en la vejez, los llama a trabajar en su viña, es
decir, en su comunidad, en su pueblo o en su Iglesia. Los llama a estar juntos,
unidos, a trabajar juntos, a servir con los demás y a orar con ellos, es decir,
a realizarse con ellos, como comunidad en la que debe de haber una preocupación
mutua, una reconciliación continua y un compartir permanente. “Preocúpense de
tener todos la gracia de Dios (Heb 12, 15)
Al
atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: 'Llama a los
trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues
a los primeros'. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y
recibieron un denario cada uno. Cuando les llegó su turno a los primeros,
creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno.
Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: 'Esos que
llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo
que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor'. Pero él respondió
a uno de ellos: 'Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en
que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que
llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo
quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?' De igual manera, los
últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos".
¿Cuál es el denario que se recibe como
salario? Es el mismo para todos,
es la Gracia de Dios, es la Vida eterna, es la Santidad. Es Dios mismo, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, que se nos da como herencia a todos sus hijos
(Rm 8, 17) Si el salario del pecado es la muerte, Dios nos da la vida en Cristo
Jesús (Rm 6, 23) El que tiene la vida tiene a Cristo (1 de Jn 5, 12) Y el que
tiene la vida tiene la Luz que es Cristo (Jn 8, 12) Luz para poder comprender
la voluntad del Señor: que trabajemos en la Casa del Señor, todos, en la
Unidad, en la Verdad, en Libertad y en Santidad.
Para
que podamos realizar lo anterior, el Señor nos ha dado a su Pueblo sus dos
denarios: La Palabra y los Sacramentos. Denarios que responden a la voluntad de
Dios: la salvación de los hombres y que lleguen al conocimiento de la verdad.
(cf 1 de Tim 2, 4) El destino de este Pueblo es el Reino de Dios, un Reino de
Luz, de bondad, de verdad, y de justicia (Ef 5, 9) Para entrar hay que
responder al llamado de la fe y de la conversión (Mt 4, 17) Para luego amar y
seguir a Jesús para estar en comunión con él y poder dar furtos en abundancia.
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