VOSOTROS SOIS CIUDADANOS DEL
PUEBLO DE DIOS Y MIEMBROS DE LA FAMILIA DE DIOS.
El fruto de la Cruz y de la
Resurrección de Cristo Jesús, somos todos nosotros creyentes, discípulos y
misioneros del Señor. Comprados y lavados a precio de sangre por la que hemos
sido reconciliados con Dios y con los hombres. Ahora somos ciudadanos del Reino
de Dios, no somos turistas ni extranjeros: Somos pueblo y familiares de Dios:
“Ya no sois extranjeros ni
forasteros, sino que sois ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la
familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y
profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio
queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al
Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser
morada de Dios por el Espíritu.” (Ef 2, 19-22)
Somos casitas de Dios dentro de
una Casa grande, a la que se le llama Iglesia, la Asamblea de Dios. Casa
edificada sobre los Apóstoles que a la vez están edificados sobre el único
fundamento, la Piedra Angular, que es Cristo (1 de Cor 3, 11) “Acercándoos a
él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también
vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio
espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales,
aceptos a Dios por mediación de Jesucristo.” (1 de Pe 2, 4- 5)
Piedras vivas, redimidas,
salvadas y santificadas por la Obra de Cristo y por la acción del Espíritu
Santo para formar parte del templo espiritual. Piedras vivas por lo que Pablo
afirma: Os digo esto, hermanos: “La carne y la sangre no pueden heredar el
Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción.” (1 de Cor 15,
50) Sólo se entra por la fe y la conversión (Mt 4, 17; Mc 1, 15) La fe entra
por la escucha de la Palabra de Dios, y la conversión, por la práctica de la
virtudes, para revestirnos de Cristo (Rm 13, 14; Ef 4, 24) Para ser piedras
vivas, portadoras de la Gracia de Dios hay que creer con el corazón que Cristo
murió y resucitó para el perdón de los pecados y para darnos vida eterna (Rm 4,
25) Se sentó a la derecha del Padre y recibió el Espíritu Santo sin medida para
dárselo a los que creen en él, lo amen y lo sirvan:
“El Dios de nuestros padres
resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A
éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a
Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de
estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le
obedecen.” (Hch 5, 30- 32) A los que creen en su Hijo Jesucristo que recibió el
Espíritu Santo sin medida para que realizara la Voluntad de Dios hasta la
muerte de cruz. Jesús todo lo hizo para la gloria de Dios y para el bien de los
hombres. (1 de Jn 3, 23; Jn 3, 34; Jn 4,
34. Flp 2, 8).
Jesucristo antes de irse al
Padre le dijo a sus Apóstoles: “Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó
que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre,
«que oísteis de mí. Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados
en el Espíritu Santo dentro de pocos días». Los que estaban reunidos le
preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de
Israel?» El les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento
que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.»” (Hch 1, 4- 8)
El Espíritu Santo brota de la
cruz de Cristo que abrió el camino para que el Espíritu viniera a nosotros para
que actualizara en nuestras vidas la Obra redentora de Cristo Jesús. Desde
entonces: “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para
bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues
a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de
su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que
predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también
los glorificó”. (Rm 8, 28- 30) Ahora son
piedras vivas del Templo del Señor. Ahora comienza la lucha entre la vida y la
muerte, entre el bien y el mal. Ahora hay que crecer en el conocimiento de Dios
(Ef 4, 13) Ahora hay que actualizar el Nuevo Nacimiento en la escucha y en la
obediencia de la Palabra de Dios. (Jn 3,
1- 5)
Pongamos el Fundamento de la
Casa espiritual. ¿Cómo? Tomando la firme determinación de seguir a Cristo. Hagamos
nuestra Opción fundamental por Cristo. Y no os acomodéis al mundo presente,
antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que
podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo
perfecto (Rm 12, 2) ¿Cuál es la voluntad de Dios? Nuestra liberación, nuestra
salvación y nuestra santificación, (1 de Ts 5, 9) cultivando nuestra fe,
mediante una conversión sincera, honesta e integra. El cultivo de la fe nos
lleva a conocer su descendencia:
La fortaleza que es fuerza y
poder para vencer el mal y para hacer el bien. Sin fortaleza la fe es débil y
muere. La hija de la fortaleza que también es hija de la fe es la sencillez de
vida para vencer la malicia, la mentira, la envidia, la hipocresía y la
maledicencia (1 de Pe 2,1) La hija de la sencillez de vida es la pureza de
corazón, sin la cual no veremos a Dios. Para que aparezca en nuestra vida la
humildad, la mansedumbre y la misericordia para vencer la violencia, la soberbia
y la prepotencia. La fe sigue dando frutos, ahora, su hija que también es de la
pureza de corazón, es la santidad. Sin la cual llevamos una vida mundana y pagana,
pecaminosa y llena de ídolos. Sin conversión la fe está muerta. La hija de la
santidad es la ciencia, es decir, el conocimiento de Dios. A quien no lo conocemos
con la cabeza, sino con el corazón. La hija de la ciencia es el amor que brota
de una fe sincera, de un corazón limpio y de una conciencia recta (1 de Tim
1,5) El amor es la corona de todo el proceso, y es la señal que hemos pasado de
la muerte a la vida. (1 de Jn 3, 11- 18)
Por todo lo anterior, ahora a
trabajar: “Dios nos ha confiado el mensaje de la reconciliación. Por eso
nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara
por medio nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.”
(2Co 5, 19b-20) Reconciliarse con Dios para poder entrar en la Casa espiritual:
perdonados, reconciliados y salvados por la fe en Jesucristo (Rm 5, 1)
Somos como discípulos y
misioneros de Cristo, los enviados: "Jesús
se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en
la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo
lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo.»"(Mt 28- 20) Envío y mandato que llevan una
Promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
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