DE TODAS PARTES LOS CONGREGARÉ PARA
LLEVARLOS A SU TIERRA.
La promesa mesiánica tiene dos
columnas: la Promesa y el Acontecimiento. Miremos primero la Promesa:
Esto dice el Señor Dios: “Voy a
recoger de las naciones a donde emigraron, a todos los israelitas; de todas
partes los congregaré para llevarlos a su tierra. Haré de ellos un solo pueblo
en mi tierra, en los montes de Israel; habrá un solo rey para todos ellos y
nunca más volverán a ser dos naciones, ni a dividirse en dos reinos. Ya no
volverán a mancharse con sus ídolos, sus abominaciones y con todas sus
iniquidades; yo los salvaré de las infidelidades que cometieron y los
purificaré; ellos van a ser mi pueblo y yo voy a ser su Dios. (Ez 37, 21ss) Los
reuniré, los congregaré, los llevaré a su tierra, los purificaré, serán mi Dios
y yo seré su Dios.
Dios es Fiel, promete salvación,
porque es compasivo y misericordioso: Dije, «Aquí estoy, aquí estoy», a un
pueblo que no invocaba mi nombre. Tenía mis manos extendidas todo el día hacia
un pueblo rebelde, que andaba por el mal camino, siguiendo sus antojos, pueblo
que me provocaba en mi propia cara, continuamente. (Is 65, 1b-3ª) El profeta
Oseas confirma lo anterior al decirnos: “Cuando Israel era niño, yo le amé, y
de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los
Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a
caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de
ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como
los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de
comer. Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a
convertirse.”(Os 11, 1- 5)
El Acontecimiento de la Promesa es
Cristo Jesús en quien se realizan todas las promesas del Antiguo Testamento: "Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo
al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él."(Jn
3, 16- 17)
“Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era
sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Ustedes no saben nada. No comprenden que
conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación
perezca”. Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo
sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo
por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios,
que estaban dispersos. Por lo tanto, desde aquel día tomaron la decisión de
matarlo.” (Jn 11, 49- 52)
¿Qué tenemos que hacer para
salvarnos? Creer en Jesús. Creer que él es Hijo de Dios, la Justicia de Dios
que se ha manifestado en nuestro favor: “Pero ahora, independientemente de la
ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los
profeta, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen,
pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de
Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús” (Rm 3, 21- 23)
La Escritura dice que todos somos
pecadores, no tengamos miedo reconocerlo, porque Cristo vino al mundo a morir
por los pecadores (1 de Tim 1, 15) La fe en Cristo implica dos cosas
fundamentales: El amor de Dios a todos los hombres, justos o pecadores. Y el
reconocimiento de nuestros pecados. Cristo vino por todos: "En efecto,
cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por
los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre
de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama
es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros."(Rn
5, 6- 8)
Por eso no reconocernos pecadores,
es excluirnos de la salvación de Cristo. Seamos como el publicano que reconoció
sus pecados y pidió perdón por ellos. (Lc 18, 13) Escuchemos a san Juan
decirnos: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso
es él para perdonarnos y purificarnos de toda iniquidad.” (1Jn 1, 8-9)
Acercarnos a Jesús con un corazón contrito y arrepentido, él no nos rechaza, él
mismo extiende sus manos para recibirnos, porque él mismo nos llama a ir a él: ".«Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas.” (Mt 11, 28-29)
Dios no quiere que pequemos, pero,
si lo hacemos porque somos débiles y frágiles, escuchemos la Palabra de Dios
decirnos: “Abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es
propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los del
mundo entero.” (1Jn 2, 1b-2)
¿Qué hacer después del perdón? "Rechazad,
por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de
maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a
fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que
el Señor es bueno."(1 de Pe 2, 1- 3)
Dos cosas que hemos de tener
siempre presente, la primera es de Juan y la segunda es de Pedro: “Las
tinieblas van pasando y ya brilla la luz verdadera. Quien dice que está en la
luz y aborrece a su hermano está todavía en las tinieblas. Quien ama a su
hermano está siempre en la luz; y no hay ocasión de ruina en él.” (1Jn 2, 8b-10)
“Ya sabéis con qué os rescataron:
no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo,
el cordero sin defecto ni mancha. Ya de antes de la creación del mundo estaba
él predestinado para eso; y al fin de los tiempos se ha manifestado por amor a
vosotros. Por él creéis en Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo
glorificó. Así vuestra fe y esperanza se centran en Dios.” (1Pe 1, 18-21)
Oración: Dios nuestro, aunque
continuamente realizas la salvación de los hombres, sin embargo, concedes a tu
pueblo gracias más abundantes en este tiempo de Cuaresma; dígnate, pues, mirar
con amor el esfuerzo cuaresmal de tus elegidos y concede tu ayuda tanto a los
catecúmenos que van a recibir el bautismo como a tus hijos que ya lo hemos
recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
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