SEÑOR HASTA LOS DEMONIOS SE NOS SOMETEN
EN TU NOMBRE”.
En
aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le
dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Él
les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado
poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del
enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se
les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
En
aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó:
“¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente
sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha
entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Volviéndose
a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes
ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que
ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.
“Señor,
hasta los demonios se nos someten en tu nombre.” Hace ya algún tiempo estuve y
participe de un retiro de evangelización en una capilla llamada “Santa Cruz.”
En la Diócesis de Barcelona en el estado de Anzoátegui, Venezuela. Desde el
viernes, una señora sentada en la primera banca, lloraba y cada minuto mira
hacia atrás de la capilla, esperaba a su esposo que llegara borracho y la
sacara de la capilla a golpes. El sábado hablé con ella y me dijo que a su
esposo le llamaban “Satanás” que era muy violento que era capaz de todo.
El
domingo por la tarde, un poco antes de terminar el retiro, salí de la capilla
para agarrar un poco de aire porque por dentro estaba muy caluroso. Cerré la
puerta para que no entrara el sol y me senté a un lado de la puerta. Momentos
después un hombre negro entró por la puerta del atrio caminaba con paso firme.
Sus ojos estaban rojizos, me dije hacia dentro: Aquí viene Satanás. Pensé en meterme
al templo, pero luego me dije: yo no soy cría de correlones. Me levanté fui a
su encuentro, extendí la mano y tome la suya, al estilo mexicano, le dí dos o
tres mecidas, y le dije: “Bien venido hermano, te estaba esperando.” Lo atraje
a sí mí y lo abracé, diciéndole: “Dios te ama.” Puedo decirles a ustedes que yo
saludé y abracé a Satanás. Apestaba a puro alcohol, tenía tres días tomando.
Luego
le pregunté: ¿Buscas a tu esposa? Ven, yo te llevo con ella. Y abrí la puerta
con una mano, mientras con la otra le sostenía la suya. En la capilla había más
de trescientas personas. Casi todas lo conocían, y esperaban lo que seguía. El
coro empezó a cantar “Amémonos de corazón” Caminamos agarrados de la mano desde la puerta
hasta la primera banca donde estaba la señora. El coro y la asamblea cantaban y
oraban. Satanás no había dicho ni media palabra, sólo se dejaba conducir. Al
llegar toque él hombro de la mujer, volvió hacía mi y hacia su esposo, casi se
desmaya. Le dije le entrego a su esposo, y les uní sus manos. Tres o cuatro
cantos pasaron, de un de repente el Satanás se desplomó y cayó de rodillas abrazando
a su esposa a la altura de la cintura. A grito abierto, no lloraba más bien bramaba,
diciendo: Perdóname mujer por todo lo que te hecho sufrir a ti y a mis hijos. Perdóname,
El coro y la asamblea seguían orando y cantado. La mujer pasó sus manos sobre
los hombres de Satanás y lo abrazó.
Se
terminó el retiro y se fueron a casa. Seis meses después, Satanás era ahora un
hombre nuevo, no había vuelto a tomas bebidas alcohólicas, no había vuelto a
maltratar a su familia, era el sacristán de la capilla y un catequista de la
Comunidad. Hoy puedo decir: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu
nombre”. El hombre llegó en momentos antes de terminar el retiro y el Señor le
dio todo “El denario” y a la mujer le regaló un “esposo nuevo” y a la Comunidad
un “servidor.” Comprendí el poder de la oración de la Iglesia que atrajo
bendiciones sobre toda la Comunidad.
El
Señor revela sus maravillas a la gente sencilla y lleno de alegría, lo celebra
y alaba a Dios diciendo: “Gracias Padre porque manifiestas tu amor y tu poder a
los sencillos de corazón.”
¡Gracias,
Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha entregado mi Padre y nadie
conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. El conocer y amar a Dios es el don
de Cristo a los hombres. Para esto el Señor Jesús nos da Espíritu Santo que nos
lleva a Cristo para que lo conozcamos y para que lo amemos. Sin la acción del
divino Paráclito, no podemos hacer algo. Estamos ciegos, sordos, mudos y cojos,
sin la Gracia de Dios.
“Dichosos
los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y
reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes
oyen y no lo oyeron”. Los discípulos en ninguna parte de la Biblia hablan testimonio
del aspecto físico de Jesús. Si era alto o bajito, gordo o flaco, ojos azules,
rubio o moreno. Sólo hablan de su pobreza (Lc 9, 58) Nació, pobre, vivió pobre
y murió pobre y con esa pobreza nos ha hecho ricos (2 de Cor 8, 9) Sólo hablan
de la Verdad, del Amor, y de la Vida que se ha manifestado y se nos ha revelado:
"Lo que existía desde el principio,
lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna,
que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó - lo que hemos visto y
oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con
nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo."(
1 de Jn 1. 1- 3) Los discípulos dan testimonio que Jesús es el revelador del Padre
y del hombre: "Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Le
dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al
Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las
palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es
el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Al menos, creedlo por las obras."(Jn 14, 7- 11)
El
canto de “Colores” nos dice que Dios viene en todos los colores: en blancos,
negros, mestizos, amarillos, en fuertes, en débiles, en sanos y en enfermos, en
santos en pecadores. Hasta este punto llego Jesús al decirnos: “Lo que a ellos
les hiciste, a mí me lo hiciste” (Mt 25 40) "«Quien a vosotros os escucha,
a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me
rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.»"(Lc 10, 16)
Ver
y reconocer a Jesús en los demás, especialmente en los más débiles, es una maravilla,
acógelos, respétalos y ámalos como lo haría con el mismísimo Jesús. Dios tiene
poder para darnos y lo que ni siquiera podemos imaginar, para que podamos decir
con Jesús: “He visto a caer del cielo a Satanás como un rayo” “He visto la
cabeza de Satanás debajo de los pies de ustedes (cf Rm 16, 20)
“Alégrense
más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. La alegría de Dios es
sentarse a la Mesa del Reino con los pecadores redimidos en virtud de la Sangre
de Cristo y pasar la eternidad con ellos.
Publicar un comentario