LO QUE EL DOCUMENTO DE APARECIDA NOS ENTREGA A LOS
DISCÍPULOS DE JESÚS.
La admiración por la persona de Jesús, su
llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre
desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona
al saber que Cristo lo llama por su nombre (Cf. Jn 10, 3). Es un “sí” que
compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo,
Camino, Verdad y Vida (Cf. Jn 14, 6). Es una respuesta de amor a quien lo amó
primero “hasta el extremo” (Cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la
respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).
137. El Espíritu Santo,
que el Padre nos regala, nos identifica con Jesús-Camino, abriéndonos a su
misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos
identifica con Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y
propias ambiciones, y nos identifica con Jesús Vida, permitiéndonos abrazar su
plan de amor y entregarnos para que otros “tengan vida en Él”.
138. Para configurarse
verdaderamente con el Maestro, es necesario asumir la centralidad del
Mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense los unos a los
otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de
total donde sí, además de ser el distintivo de cada cristiano, no puede dejar
de ser la característica de su Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo
testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio,
“reconocerán todos que son discípulos míos” (Jn 13, 35).
139. En el seguimiento
de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el
estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su
compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los
pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don
de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los
Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos
hacer en las actuales circunstancias.
140. Identificarse con
Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará también el
que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano corre la misma suerte del Señor,
incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34). Nos alienta el
testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos
que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.
141. Imagen espléndida
de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es la Virgen
María. Desde su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la
belleza del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que
la plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos.
142. En América Latina
y El Caribe, innumerables cristianos buscan configurarse con el Señor al
encontrarlo en la escucha orante de la Palabra, recibir su perdón en el
Sacramento de la Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y
de los demás sacramentos, en la entrega solidaria a los hermanos más
necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con gozo al Señor
en medio de ellos.
Para el discípulo de Cristo, amar no es apapachar. Amar es salir fuera del Ego para ir al encuentro de los pobres y hacerles un lugar en nuestro corazón. Amar es darse, donarse y entregarse para servir y ayudar al otro a llevar una vida más digna, más humana, más cristiana y más fraterna.
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