Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el
que crea en mí no siga en las tinieblas
"Jesús
gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha
enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he
venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si
alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido
para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe
mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le
juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre
que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su
mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo
ha dicho a mí.»" (Jn 12, 44- 50)
Jesús
gritó y dijo. Gritó para que todos lo pudieran escuchar. Su grito aún hoy se
escucha hasta los confines de la tierra por medio de sus misioneros. «El que
cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a
mí, ve a aquel que me ha enviado. » Más delante el mismo Juan nos dirá: "«No
se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi
Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos
un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré
conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis
el camino.»" (Jn 14, 1- 4) “Volveré” es decir “Resucitaré” y os llevare
para que donde yo esté, estén también ustedes, en la Casa de mi Padre. Es decir
en la “Vida eterna”
¿Qué tenemos que hacer para tener vida eterna? Solamente una cosa, creer que Jesús es el unigénito del Padre: "Esta
es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú
has enviado, Jesucristo." (Jn 17, 3) "Y esta es la voluntad del que
me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite
el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al
Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»"
(Jn 6, 39- 40)
Creer
que Jesús es el hijo de Dios, enviado por el Padre para traernos a Dios: “Vengo
para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) Esa vida está en
Cristo, el que tiene a Cristo tiene la vida eterna, y el que no la tenga, no la
tiene (cf 1 Jn 5, 12) Creer en Jesús es confiar en Él, es obedecerlo, es
amarlo, se seguirlo y servirlo. Este es el mandato de Dios: "Y este es su
mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros tal como nos lo mandó." (1 de Jn 3, 23) El que cree en Jesús
confía, obedece y ama al Padre. Y el ama al padre le pertenece a Jesús, es su
amigo, su hermano, su discípulo y su misionero.
“Yo, la luz, he venido al mundo para que todo
el que crea en mí no siga en las tinieblas.” Jesús es la Luz del mundo, ha
venido a iluminar las tinieblas del corazón (Jn 8, 12) El que tenga esta Luz,
tiene el Amor, la Verdad y la Vida, tiene a Dios (Jn 14, 6) Caminar en la luz
equivale amar a Dios y al prójimo, no hace el mal, hace el bien, y con el bien
vence al mal (Rm 12, 21) Revestirse de Luz equivale a ponerse la armadura de
Dios, es revestirse de Cristo Jesús (Rm 13, 13- 14) “Fortaleceos con la energía
de su poder para que podáis vencer al mal (cf Ef 6, 10) Caminar en la Luz de
Cristo es amar a Dios y al prójimo.
Si
alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido
para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. Guardar las palabras de Jesús
es ponerlas en práctica, tal como lo dice san Juan: "Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no
guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que
me ha enviado." (Jn 14, 23- 24) Santiago en su carta nos dice: "Poned por obra la Palabra y no os
contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se
contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que
contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de
cómo es. En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad
y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella,
ése, practicándola, será feliz." (Snt 1, 22- 25)
Jesús no vino a juzgar ni a condenar a nadie. Él vino anunciar el reino de su Padre: Vino a reconciliar a
los hombres con Dios y entre ellos. Jesús vino a salvarnos y a traernos vida
eterna. Por su entrega y donación en su muerte de Cruz hemos sido perdonados de
nuestros pecados y por su resurrección nos dado Espíritu Santo, nos ha dado
“Vida eterna” (Rm 4, 25) Ahora podemos guardar su Palabra y guardar sus
Mandamientos, podemos practicar las virtudes para revestirnos de Luz y podemos caminar en la Verdad que nos hace
libres (cf Jn 8, 32) Ahora podemos dejar el dominio del hombre viejo para
someternos al dominio de Dios: "El nos
libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor"
(Col 1, 13) Ahora podemos llamarnos hijos de Dios y realmente lo somos
(1 Jn 3, 1) y participar de la Herencia de Dios (Rm 8, 17).
Entonces, ¿Quién nos juzga y condena? Esa es la obra de los hombres que rechazan a Jesús al no creer
en Él. Al rechazar la “Obra del Espíritu Santo” que quiere y trabaja para que
creamos en Jesús, quien rechaza la Palabra y los Mandamientos de Jesús, hace su
propia sepultura, se juzga y se condena a sí mismo, Jesús vino a salvarnos a
redimirnos, abre el camino para que venga el Espíritu Santo, y nos salve, nos
santifique y nos glorifique (Rm 8, 30)
Enamorémonos de
Jesús, de su Palabra, de su Obra, de sus Mandamientos. Entreguémosle nuestra
vida, tengamos la certeza que no seremos defraudados. Él nos hizo una Promesa
antes de volver al Padre: "Jesús se acercó
a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo
lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo.»" (Mt 28, 19-20)
“El
que crea y se bautice se salvará y el que no crea y no se bautice no se salvará”
(Mc 16, 16) El que crea y se bautice se hace discípulos de Jesús, es de él, le
pertenece. Jesús lo forma para el servicio del Reino de Dios. El discípulo se
convierte en Apóstol, sin dejar de ser discípulo de Jesús, su Maestro.
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