La Reconciliación con Dios y con la Iglesia
1. 1. ¿Cómo Reconciliarse con Dios?
Lo primero es dejarse encontrar por Jesús, Buen Pastor que se nos acerca para decirnos que andamos equivocados, y que nos volvamos al “Camino” que nos lleva a la Casa del Padre. La reconciliación implica tener la “Disponibilidad” para abrirle al Señor las puertas de nuestro corazón y dejarnos mirar por Él. Él no entra en nuestras vidas con las manos vacías; lleva en sus manos “los dones” de Dios: “La Palabra, el Perdón, la Paz, el Don de su Espíritu”.
Creemos que el Bautismo es la “puerta” para entrar a la Iglesia, y es, a la vez, el primero de los Sacramentos. Los padres y los padrinos se comprometen a educar a su hijo en la fe y en el amor a los hombres. A ellos se les confía en cuidar que esa “la luz de Cristo”, permanezca siempre encendida para que todo lo que hagan en su vida sea agradable a Dios. “La luz” que reciben es la Fe, la Esperanza y la Caridad, que el bautizado recibe gratuitamente de Dios por méritos de Cristo, para ser constituido en una “nueva creación” de acuerdo a las palabras de la Sagrada Escritura: “Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo, y todo proviene de Dios que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió en ministerio de la reconciliación” (2 de Cor 5, 17- 18).
La luz que recibe el bautizado es Cristo mismo que nos dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12) .Caminar en tinieblas es vivir en el pecado, realizando las obras de la carne; viviendo como un libertino de espaldas al “Plan de vida y de salvación” (Ef 1, 3-10) que Dios tiene, y ofrece a todos y a cada uno de los hombres en Cristo Jesús, Salvador y Redentor de los pecadores.
3. ¿Qué pasa cuando los hombres volvemos a pecar?
Cuando nosotros después del Bautismo hacemos el mal cometiendo pecados y de esta manera enlodamos el vestido blanco recibido en el Bautismo; es decir, pisoteamos la “Nueva dignidad de hijos de Dios”, perdemos la santidad o gracia santificante y volvemos a la muerte espiritual.
Jesucristo, conocedor de nuestras fragilidades y sabiendo que llevamos “su tesoro” en vasos de barro, quiso dejarnos un “medio muy eficaz” para darnos su perdón y su gracia santificante: El Sacramento de la Reconciliación”. En vida Jesús había dicho a Pedro, en él a toda la Iglesia: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos” ((Mt 16, 19). Después de la Resurrección, el Resucitado dice a sus discípulos: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió yo también os envío”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 21- 23)
Este Sacramento es “el segundo bautismo”. Es un “Encuentro liberador y gozoso con el Señor Jesús”. Liberador por que el Señor quita nuestras “cargas” y gozoso por que experimentamos el triunfo de la resurrección del Señor Jesús. El Bautismo de los hijos es una oportunidad para recurrir al Sacramento de la Confesión para recibir el perdón de nuestros pecados y ser reconciliados con Dios y con la Iglesia.
Reconciliarse con Dios a quien ofendimos es volver a ser hijos de Él, y “Hermanos de Jesús”, “Templos del Espíritu Santo” y miembros vivos de la “Comunidad fraterna” que es la Iglesia. Cuando Dios nos reconcilia, en virtud de la “Sangre de Cristo”, perdona nuestros pecados, nos saca de las tinieblas, nos quita el yugo de la esclavitud y nos restituye la “Gracia” recibidas en el Bautismo.
4. ¿Qué actitudes necesitamos
para una buena confesión?
5. Reconocimiento de los pecados y el arrepentimiento.
La Palabra nos ilumina y nos lleva al reconocimiento de nuestros pecados y al arrepentimiento. Nos duele haber ofendido a Dios que es un Padre misericordioso. A Dios lo ofendemos cuando despreciamos su amor y hacemos daño a los que Él ama. Por el arrepentimiento cuando es verdadero nos apartamos de lo malo: acciones, lugares, personas, y nos proponemos, confiados en la ayuda que Dios nos ofrece, no volver a pecar. ¿Esto es posible? Con la gracia de Dios y con nuestras decisiones, si podemos, para Dios no hay nada imposible.
Señor Jesús, te pido, por la intercesión de nuestra Madre Santísima me concedas la Luz de tu Espíritu Santo para que ilumine las tinieblas de mi corazón y, pueda yo reconocer mis muchos pecados,.
Te pido también la gracia de experimentar el dolor por haber ofendido al Padre celestial que tanto me ama, con el deseo de no volver a pecar. Señor me abandono en tus manos, haz de mí lo que quieras. Por lo que hagas conmigo te doy gracias.
6. La confesión, la penitencia y la reparación de daños.
Después vamos a la “Confesión”. Confesamos todos nuestros pecados al sacerdote, representante de Cristo y de la Iglesia. Él, no por méritos propios, sino por los méritos de Jesucristo, ha recibido el “Ministerio de la Reconciliación, y la “Potestad para perdonar los pecados”.
El abrazo de Dios y de la Iglesia….
El Sacerdote, ministro de Cristo y de la Iglesia, tiene presente que es, el instrumento de Dios y de la Iglesia para acoger a los “hijos pródigos” que están de regreso, por eso dice a cada uno de ellos:
La Iglesia es una Madre, cariñosa que anhela y espera el regreso de sus hijos e hijas ausentes, en el nombre de Cristo y de la Iglesia, yo te recibo. Bienvenido, te estábamos esperando.……La alegría de saberse amado
Después de la Confesión hemos de cumplir la “penitencia que se nos fuere impuesta como una disponibilidad de participar en la Pasión de Cristo y crecer en su amor, como miembros vivos de la Comunidad.
La conversión auténtica nos pone en el camino
de la responsabilidad, nos hace libres para amar, para ser capaces de reparar
los daños y las irresponsabilidades que habíamos causado por nuestros
pecados.
Publicar un comentario