LLAMADOS A FORMAR UNA ESTRUCTURA ESPIRITUAL
Iluminación: Así que doblo mis rodillas ante el
Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que,
en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior mediante la
acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en vuestros
corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en el amor, podáis
comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la
profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Y
que así os llenéis de toda la plenitud de Dios (Ef 3, 14- 19).
1. Sembrar para dar frutos
Se siembra la Palabra de Dios, si es
escuchada, el hombre entra en Comunión con Dios y con los creyentes. La Palabra
hace su obra en la vida del “oyente” que es llevado por la Luz de la Palabra a
reconocer su pecaminosidad y al encuentro con Cristo y con la Iglesia (cf Jn
16, 8s)
La Comunión es el alma de la
Comunidad y ésta es la manifestación de la Comunión. Marcos nos presenta el
recorrido de la Palabra: “El que crea y
se bautice se salvará” (Mc 16, 15) San Mateo confirma lo anterior al
recordarnos el gran envío: “Vayan y hagan discípulos míos” (Mt 28. 19) San
Pablo nos habla de la unidad de la fe que viene de la escucha de la Palabra de
Cristo (cf Rm 10, 17) y la integración al Cuerpo de Cristo por el Bautismo: “Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos a
merced el pedagogo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo, de modo
que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gál 3, 25- 27). Palabra y
Sacramentos, Fe y Comunidad, Fe y Obras, Cristo e Iglesia. Recordemos la
voluntad de Dios manifestada en la Sagrada Escritura: “Lo que Dios ha unido que no separe el hombre” (Mt 19, 6; Mc 10, 2-
16) San Pablo confirma al Evangelio diciendo: “Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (Ef
5, 32).
Los Sacramentos son acciones de
Cristo y son acciones de la Iglesia. Son para vivirse y con sus frutos
enriquecer la Iglesia. Cada uno de los Sacramentos es un encuentro con Cristo.
Son Sacramentos de la Nueva Alianza y por lo tanto, son canales de la Gracia de
Dios. Al igual que todos los demás dones de Dios han de ser: Don y Respuesta. Esto me hace decir que
la Vida espiritual es “don y conquista”. A la Palabra de Dios hay que responder
con disponibilidad, prontitud y alegría. Escuchemos al Espíritu Santo decirnos
por medio de san Pablo:
Ø “No os engañéis, pues de Dios nadie se burla. Cada cual cosechará lo que
siembre: el que siembre para su carne, de la carne cosechará corrupción; el que
siembre para el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos
de obrar el bien, que a su debido tiempo podremos cosechar, si no desfallecemos” (Gálatas 6, 7- 9).
Ø “Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el
que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia. Que cada cual dé
según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al
que da con alegría”
(2 Cor 9, 6- 7).
2. Para vivir el Sacramento.
Con el Sacramento del Bautismo empieza
nuestra historia de salvación, entramos en la Alianza de Cristo y recibimos el
don del Espíritu Santo. Hemos recibido el Espíritu de filiación que nos hace
hijos de Dios, hermanos y servidores de nuestros hermanos. Hay una llamada y
una tarea: Ser cristianos, y vivir como lo que somos. Cristiano, significa ser
conducido por el Espíritu Santo (cf Rm 8, 14) Una persona portadora del Amor de
Dios que lleva siempre la disponibilidad para compartir con los demás los dones
que Dios le ha dado para su propia realización y para los otros.
Para aquellos que hayamos errado en
el blanco y hayamos tenido la desgracia de desviarnos del Camino, el Señor
Jesús quiso dejarle a su Iglesia, el Sacramento de la Reconciliación (cf Jn 20,
20), llamado por los Padres de la Iglesia como el segundo Bautismo, una “tabla
de salvación,” para recibir el perdón de los pecados y restablecer la Alianza y
la Comunión de todos los que hubiéramos tenido la desgracia de haber caído en
pecado después de haber sido bautizados.
La espiritualidad cristiana, es el
vivir de la Gracia, vivir como hijos de Dios. Gracia recibida en los
Sacramentos, especialmente en el Sacramento del Bautismo, por el cual, entramos
en la Pascua del Señor Jesús para morir con él y resucitar con él a una Vida Nueva;
regenerados, justificados, salvados y santificados por la Misericordia de Dios
manifestada en Cristo Jesús (cf Rm 8, 29-30). El Bautismo nos propone seguir
ciertos lineamientos para no frustrar el proceso del crecimiento espiritual que
ha brotado del Encuentro con Cristo, y poder permanecer en su Pascua de Gozo,
de Paz y de Amor.
a)
Romper con el pecado. “Si
decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros. Si
reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y
purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él
un mentiroso y su palabra no está en nosotros” ( 1 Juan 1, 8-10)
b)
Guardar sus Mandamientos. “Estaremos
seguros de conocerle si cumplimos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco»
y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él (1
de Juan 2, 3-4). Quién guarda los Mandamientos de la ley de Dios por amor, es
fiel a su Voluntad y a su Palabra.
c)
Guardarse del mundo. “No
améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del
Padre no está en él. Porque todo cuanto hay en el mundo —la concupiscencia de
la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas— no
viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero
quien cumple la voluntad de Dios vivirá para siempre” (1 de Jn 2, 15- 17).
d)
Cultivar la fe para poder vivir el
proceso de conversión:
Ø “Por medio de ellas nos han sido concedidas las preciosas y sublimes
promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina,
huyendo de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”.
Ø Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la
virtud, a la virtud el conocimiento, al
conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia activa, a la paciencia
activa la piedad, a la piedad el amor
fraterno, y al amor fraterno la caridad. Pues si poseéis estas cosas en
abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles para llegar al conocimiento
perfecto de nuestro Señor Jesucristo”.
Ø “Quien no las tenga es ciego y corto de vista, y ha echado en olvido que
ya ha sido purificado de sus pecados pasados. Por tanto, hermanos, poned el
mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca
caeréis. Y así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo”
(1 de Pedro 1, 4- 11).
3. Edificar la estructura espiritual del cristiano.
La relación personal con
Dios está edificada a través de Su Hijo Jesucristo, la Roca de nuestra
salvación (cf 1 Cor 3, 11) . Es entrando por la Puerta estrecha que accedemos
al corazón de Dios y tenemos una verdadera amistad en su presencia (cf Mt 7,
13). Lo anterior el discípulo lo realiza viviendo de encuentros con su Maestro
y Señor en la Liturgia, en el servicio al Evangelio, en las obras de
Misericordia, en el amor al prójimo, en la Santa Eucaristía y en la experiencia
de ser comunidad fraterna, solidaria y misionera. Asegurar “El Cimiento espiritual” de
nuestra estructura espiritual, es Cristo, no hay otro. Aceptarlo como nuestro
Salvador, adherirse a su Persona y aceptar su Misión y su Destino, significa
aferrarse a Él, y tomar la firme
determinación de seguirlo como nuestro Maestro y Señor, para vivir como él
vivió. Cada cristiano es por la fe, “casita del Señor”, llamado a edificar el
templo del Señor, mediante el cultivo de las virtudes cristianas. Sin las
cuales estaríamos desnudos y desprovistos de la Gracia de Dios.
Ø Recordando las palabras de san Pablo:
“Somos salvados por la fe en Cristo Jesús”
(Rm 5, 1; Gál 2, 16) Dios no se impone y a nadie salva a fuerzas. Creer en
Cristo es dejarlo realizar su obra de salvación en nuestro interior y secundar
las mociones de su Espíritu.
Ø Además, cuando estuvimos entre
vosotros os mandamos esto: “Si alguno no
quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre
vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose
en todo”. (2 Ts 3, 10-11).
Para preguntarnos: ¿Cómo está nuestra
estructura espiritual? ¿Somos piedras vivas del templo del Señor? ¿Cómo es
nuestra respuesta a la vida que el Espíritu Santo qué nos llama y nos guía?
¿Vivimos cómo hijos de la Luz o como hijos de las tinieblas? ¿Podemos ver las
maravillas de Dios en nuestra vida? ¿Somos casitas de Dios o somos cueva de
ladrones?
4. Los elementos de la Estructura Espiritual.
La estructura espiritual está
conformada por todos aquellos elementos que fusionados entre sí, dan la
consistencia y la firmeza al edificio. ¿Cuáles son estos elementos? ¿Están
vivos y saludables o son nuestros huesos secos? Enumeremos algunos elementos de
nuestra estructura espiritual:
V La Palabra de Dios. “Vivir según el Evangelio de
Nuestro Señor Jesucristo” (Flp 1, 27). “No
me avergüenzo del Evangelio de Jesucristo que es Poder para cambiar nuestras
vidas” (cf Rom 1, 15) y sacarnos del pozo de la muerte y llevarnos a la Luz
de Cristo.
Ø «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica
se parecerá al hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia,
vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa,
pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca>>.
Ø Pero todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica se
parecerá al hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia,
vinieron los torrentes, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa,
que se derrumbó, y su ruina fue estrepitosa.» (Mt 7, 24- 27).
V Una vida empapada de Oración. La recomendación del Señor Jesús para los discípulos de
todos los tiempos es la misma: “Vigilad y
orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41). La oración es para la fe, como
el aire es para los pulmones. De la misma manera que una oración sin amor, es
como una fe sin obras (cf Snt 2, 14).
Ø Manteneos siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión por
medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos
los santos. Y orad también por mí, para que Dios me conceda la palabra adecuada
cuando abra mi boca para dar a conocer con valentía el misterio del Evangelio” (Ef 6, 18- 19).
Ø Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Y que
todos conozcan vuestra clemencia. El Señor está cerca. No os inquietéis por
cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones,
mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz
de Dios, que supera toda inteligencia, custodiará vuestros corazones y vuestras
mentes en Cristo Jesús (Flp 4, 7).
V Tener vida de Comunidad. Para aprender a vivir en Comunión con otros como miembros
todos de un mismo cuerpo (Rom 12, 5; 1 Cor 12, 12ss). En Comunidad aprendemos
el arte de amar y el arte de servir para poder vivir en la Comunión de los
hijos de Dios: “Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo
en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que
está en los cielos. Porque donde están dos
o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” (Mt 18, 19- 20)
Ø “Se
mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la
fracción del pan y en las oraciones. Pero el temor se apoderaba de todos, pues
los apóstoles realizaban muchos prodigios y signos”. ¿Qué enseñaban los
Apóstoles? Enseñaban lo mismo que Jesús les había enseñado a ellos: El arte de
vivir en Comunión, el arte de amar y el arte de servir (cf Jn 13, 13- 15. 34-
35)
Ø “Todos los creyentes estaban de acuerdo y tenían todo en común; vendían
sus posesiones y sus bienes y repartían el importe de las ventas entre todos, según
la necesidad de cada uno” (Hch 2, 42- 45).
V Una vida centrada en la Eucaristía. “Hagan esto en memoria
mía” (1 Cor 11, 25) El
primer nombre de la Misa es la “Fracción del pan”, la Eucaristía. La primitiva
Comunidad lleva una vida centrada en la Eucaristía: Pan de los fuertes, Don
para los amigos. La Eucaristía es Comunión con Dios y con los miembros del
Cuerpo de Cristo. Nos hace ser regalos de Dios para los demás: “Haced esto en
memoria mía”.
V Abrazar con amor la cruz de Cristo. Decía a todos: «Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me
siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida
por mí, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo
entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y
de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga
en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles (Lc 9. 23ss).
Sin la cruz no hay camino, no hay seguimiento y no hay madurez en Cristo (cf Ef
4, 13).
V La práctica de la caridad. La fe llegada a su
madurez es caridad (Gál 5, 6) Es la señal que hemos pasado de la muerte a
la vida (cf 1 Jn 3, 14), de las tinieblas a la luz (cf 1 Jn 2, 9) Santiago nos
dice: “Una fe sin obras está muerta”
(2, 14). La fe sin amor al prójimo está vacía, es estéril y no salva (cf 1 Cor
13, 1-3). La Caridad nos hace ser solidarios con todos especialmente, con los
que sufren, los menos favorecidos. La solidaridad nos hace ser compasivos y
misericordiosos y de esta manera nos hacer ser más humanos, es decir, menos
complicados y más sinceros, honestos, responsables y éticos para de este modo, estar más cerca de Dios.
V Aceptar las pruebas del camino. Mientras iban caminando, uno le dijo:
Ø «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús replicó: «Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza.» (Lc
9, 58). Libres de apegos, de ataduras y de infantilismos para caminar en la
Verdad tras las huellas de Jesús que no tenía tiempo ni para comer y descansar
(cf Mc 6, 30- 32)
Ø Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba. Endereza
tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a
él y no te separes, para que seas exaltado en tu final. Todo lo que te
sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en las humillaciones, porque el oro se
purifica en el fuego
(Eclo 2, 1ss). Las pruebas tienen la finalidad de purificar nuestras
intensiones y liberarnos de los ídolos y los apegos para poder crecer como
discípulos de Cristo y tener la disponibilidad caminar con él.
V El apostolado. Hablamos
de la acción del Apóstol, del enviado, del mensajero y del discípulo del Señor
Jesús. Al discipulado sigue el apostolado que tiene como alma el amor. Ser Apóstoles,
pero, sin dejar de ser discípulos.
En la escucha y en la obediencia de la Palabra, le abrimos la puerta del corazón a
Cristo (cf Apoc 3, 20), entra en nuestra vida y nos hacemos sus discípulos para
luego ser sus misioneros, llevando la consigna de saberse que hemos sido
elegidos por amor y elegidos para servir a los hombres llamados al conocimiento
de la verdad y a la salvación gratuita de Dios que ha sido ofrecida por
Jesucristo a la Humanidad. Recodemos el “Gran envío”
“Luego les dijo: «Id por todo el
mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstos son los signos que
acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en
lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y, aunque beban veneno, no
les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc
16, 15- 18)
Ø Jesús envió a estos doce, después de
darles las siguientes instrucciones: «No
toméis las rutas de los paganos ni entréis en poblados de samaritanos; dirigíos
más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y proclamad que el
Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad
leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os
procuréis oro, ni plata, ni cobre en vuestras fajas; ni alforja para el camino,
ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento
(Mt 19, 7- 10).
Cada cristiano es llamado edificar su propia estructura
espiritual, cimentada en Cristo, fortalecida con la fuerza del Espíritu y
cultivando las raíces de la fe: el amor, la
humildad y la mansedumbre (cf Ef 3, 16- 17) para no ser sacudidos por cualquier
viento de doctrina (cf Ef 4, 14) o ser arrasados por los vendavales que la vida
nos pueden presentar en cualquier momento (cf Mt 7, 26). Todo cristiano es
llamado a trabajar con otros en la edificación de la "Civilización del
Amor" Comunidad fraterna, solidaria y servicial (cf Jn 14, 6).
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