El encuentro con Jesús es liberador y gozoso.
Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre
llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era
Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se
adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por
allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo,
baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a
bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a
hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor:
«Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a
alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la
salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del
hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»" (Lc 19,
1- 10)
Jesús
es el hombre totalmente libre con una libertad interior. Esta libertad es la
que aparece también en su enseñanza y en su modo de existencia, del mismo modo
que aparecía en sus relaciones sociales. Sus oyentes quedaron impresionados por
su forma de enseñar: enseñaba con autoridad (Me 1, 22), no como los escribas y
fariseos. Estos no hacían más que comentar, Jesús parecía un creador. La idea
que de la ley y de la religión judías se forjaban los escribas y fariseos no
les permitía otra actitud. Por eso, el debate entre ellos y Jesús se concentra
en la manera con que él se refiere a la ley. Hay múltiples episodios en los
evangelios consagrados a las controversias que surgieron sobre temas de
observación ritual. Juzgando superficialmente las cosas, nos podría fácilmente
parecer exagerada la importancia que les conceden los evangelistas. En
realidad, esos episodios nos describen debates concretos para manifestarnos
hasta qué punto estaban ligadas en Jesús la enseñanza y la actitud. Su palabra
es un comentario de su comportamiento. A las acusaciones de los fariseos contra
sus discípulos de que no respetaban la tradición de los "antiguos"
(Me 7, 2), Jesús responde poniendo en cuestión el origen divino de esas
observancias; se trata de costumbres humanas y hay que juzgarlas humanamente.
Se les atribuye un valor desmesurado, hasta llegar a sacrificar por ellas el
mandamiento de Dios de no hacer daño a nadie (Me 7, 9-14). La trasgresión del
sábado ocasionó oposiciones violentas: Jesús muestra el sentido de su conducta
y de la de sus discípulos. O bien apela a la libertad que se tomó una de las
mayores figuras de la religión judía, David (Mt 12, 1-8), o bien recuerda
ciertos datos evidentes para todo el que no sea fanático: "El sábado está
hecho para el hombre". Los maestros de Israel son culpables de invertir el
orden, con el pretexto de honrar a Dios; se olvidan de que lo único que cuenta
a sus ojos es la misericordia, y no el sacrificio (Mt 12, 7). El sentido común
de Jesús denuncia la estupidez de la tacañería legal cuando le reprochan que
cura en día del sábado, en contra de las prescripciones de la ley: "¿Qué
hombre hay entre vosotros que tenga una sola oveja, y, si se le cae en un hoyo
en día festivo, no vaya a buscarla y sacarla?" (Mt 12, 11).
Así, pues, la imagen de la
personalidad que se impone a la lectura de los evangelios es la de un hombre
libre. No la de un "aristócrata" o la de un "superhombre"
que albergase exclusivamente en su ánimo el desprecio por la plebe. Al
contrario, la autoridad que demuestra Jesús en su enseñanza y que revela la
libertad de su comportamiento social y de su actitud religiosa no engendra ni
mucho menos ese respeto temeroso ante su presencia. Las turbas le oprimen por
todas partes, los enfermos le imploran, los pecadores se sienten perdonados,
los excluidos de la sociedad se ven comprendidos. Ni la libertad ni la
autoridad de Jesús lo separan de los pobres y de los pequeños. Por eso sería
una equivocación imaginarse a un Jesús lejano y situado por encima de los
demás. Su proximidad al pueblo demuestra, por el contrario, que su libertad fue
sencilla, como la de un niño. (Christian Ducquoc)
Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. A
Zaqueo muchos lo odiaban, tanto, los judíos, como los mismos publicanos y los
romanos. Los judíos porque tenían que darle el tributo, los publicanos por que
tenían que mocharse con el jefe y los
romanos porque sabían que se quedaba con el dinero de Roma. Los judíos miraban
a los publicanos como pecadores públicos, alejados de Dios y de la religión,
eran unos malditos.
Jesús se acercó a Jericó donde vivía Zaqueo. Éste quería ver a Jesús,
pero la gente no se lo permitía. Querer ver a Jesús equivale a querer ser
feliz, pero la gente no se lo permitía, por eso como que Zaqueo les dijo: ¿Con
qué no quieren que yo sea feliz? Entonces se subió al “Árbol de su grandeza” a
la cúspide de su “Monopolio de dinero” y desde lo más alto les dijo: “Con mi
dinero puedo comprar amistades, mujeres, lujos, poder, hasta alcanzar lo que yo
quiera.” Y así vivía aquel hombre, bajito de estatura, desfigurado por su
pecado, pero que desde el fondo de su corazón brotaba el deseo de ser feliz, de
conocer a Jesús. Alguien le había hablado de él.
Jesús se acerca a donde estaba Zaqueo. Lo seguían los doce, y detrás de
ellos unas 500 personas que seguían a Jesús, iban a Jerusalén a celebrar la
Pascua. Jesús pasa debajo del árbol y mira a Zaqueo, pasa y luego se detiene,
se da media vuelta y con un corazón rebosante de gozo, por alguien lo quería
conocer, lo llama por su nombre: “Zaqueo, conviene que hoy me quede en tu casa.”
Jesús se invito solo, no fue Zaqueo quien lo invitó a Jesús. Jesús toma la iniciativa,
“ama por primero” (1 de Jn 4, 10) Zaqueo, “Se apresuró a bajar y le recibió con
alegría.” Respondió al llamado que le había hecho Jesús, y corre a su casa,
guiando a Jesús y a los Doce, le abre las puertas de su casa le habla a doña
Zaquea, a los Zaqueitos y a su servidumbre para preparar la comida para él que
se había invitado a su casa.
Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un
hombre pecador.» La gente, en su inmensa rica, querían ver la profeta, querían
ver algún milagro. Se sienten desilusionados: “ha entrado a casa de un pecado
público” En la casa del jefe de los cobradores de impuestos. Jesús entró en la
casa de Zaqueo, cenaron juntos, se bebieron algunos vinos y sobre todo hablaron
de lo que ba a pasar en Jerusalén. La gente se había amotinado frente a la casa
de Zaqueo, murmuraban y criticaban a Jesús. Zaqueo, puesto en pie, dijo al
Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé
a alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús reconcilia a Zaqueo con la
comunidad, con los pobres y con aquellos a quienes les había robado. Ya no se
siente esclavo del dinero, Jesús lo había bajado del “Árbol de su Monopolio” A
partir del Encuentro con su Amigo, ahora es desprendido, solidario y capaz de
compartir la mitad de sus bienes a los pobres y
dar el cuádruplo a quienes les haya robado.
Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también
éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo
que estaba perdido.»" Para Jesús todos somos llamados a ser hijos
de Abraham, pues Dios quiere que todos los hombres se salven y que leguen al
conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4) Todo lo que pide es que tengamos el
deseo de Dios, el deseo de conocer a Jesús, que es querer ser felices.
"Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado
Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» El se levantó
y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron
muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al
verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los
publicanos y pecadores?» Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que
están fuertes sino los que están mal." (Mt 9, 9- 12) Era gran
fiesta, una gran comida para la despedida de Mateo a un estilo de vida, para
ahora seguir a Jesús que lo había invitado a ser de los suyos.
Jesús nos enseñó por medio de parábolas, pero, también, su vida es una parábola
se sienta a la mesa con publicanos y pecadores para enseñarnos que ellos
también son llamados a sentarse a la Mesa con el Padre celestial. Se hace amigo
de ellos para, luego, ayudarlos hacerse amigos de Dios.
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