RECHAZAD, POR TANTO,
MALICIAS Y ENGAÑOS, HIPOCRESÍAS, ENVIDIAS Y TODA CLASE DE MALEDICENCIAS.
Pues toda carne es como hierba, y
todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor, pero la
palabra del Señor permanece eternamente. Y ésta es la palabra: la Buena Nueva
que se os ha anunciado. (1 de Pe 1, 24- 25) La belleza, la riqueza, la fama y
el prestigio de este mundo pasan y no vuelven aparecer… en cambio Dios nos da
la vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Salvador (Rm 6, 23)
La herencia concedida por el Padre. Bendito sea el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia y mediante la
Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una
esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible,
reservada en los cielos para vosotros. El
poder de Dios, que se activa por medio de la fe, os protege para la
salvación, dispuesta ya para ser revelada en el último momento. ( 1 Pe 1, 3- 5)
¿De qué herencia se trata? Dos
textos de san Pablo nos hablan de esta herencia que ya la comenzamos a poseer
desde ahora, en esta vida: “He sabido cómo ustedes viven la fe según Cristo
Jesús y el amor para con todos los santos, por lo que no dejo de dar
gracias a Dios y de recordarlos en mis oraciones. Que el Dios de Cristo Jesús nuestro
Señor, el Padre que está en la gloria, se les manifieste dándoles espíritu de
sabiduría y de revelación para que lo puedan conocer. Que
les ilumine la mirada interior, para apreciar la esperanza a la que han sido
llamados por Dios, la herencia tan grande y gloriosa que reserva Dios a sus
santos, y la fuerza incomparable con que
actúa en favor de los que creemos. (Ef 1, 15- 19)
Todos aquellos a los
que guía el Espíritu de Dios son hijos e hijas de Dios. Entonces no vuelvan al miedo; ustedes no recibieron un
espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos, que nos permite
gritar: ¡Abba!, o sea: ¡Padre! El Espíritu asegura a nuestro espíritu que
somos hijos de Dios. Siendo hijos, son también herederos; la herencia de Dios será nuestra y la
compartiremos con Cristo. Y si hemos sufrido con él, estaremos con él
también en la Gloria. (Rm 8, 14- 17)
Esta herencia
es Dios vivo y bendito, es la misma de la cual hace referencia san Pedro: “… Nos ha
reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e
inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros.” Es la herencia que
Cristo, el heredero comparte con todos nosotros.
¿Cómo podemos poseerla? El
poder de Dios, que se activa por medio de la fe… Escuchemos al Apóstol decirnos: “Pero
Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos
muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura gracia
ustedes han sido salvados! Con Cristo Jesús y en él nos resucitó y nos
sentó en la morada celestial. En Cristo Jesús Dios es todo generosidad para con
nosotros, por lo que quiere manifestar en los siglos venideros la
extraordinaria riqueza de su gracia.
Ustedes
han sido salvados por la fe, y lo han sido por gracia. Esto no vino de ustedes,
sino que es un don de Dios; tampoco lo merecieron por sus obras, de
manera que nadie tiene por qué sentirse orgulloso. Lo que somos es obra
de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que
Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos en ellas. (Ef 2, 4- 10) Esta
salvación no se compra ni se vende.
Por la fe de Jesucristo hemos sido
justificados.
Nuestros pecados han sido perdonados y nos ha dado el Espíritu Santo (Rm 5, 1-5),
nos ha dado vida eterna (Jn 6, 39- 40) Por amor Cristo nos ha sacado del pozo de
la muerte y nos ha llevado a nuestra tierra, a nuestro suelo (cf Ez 37, 12) Una
tierra que mana leche y miel, paz y dulzura espiritual. Es la Tierra Prometida,
es Cristo Jesús. Para entrar a la tierra Prometida hay que creer y convertirse. “Por este
motivo, rebosáis sin duda de alegría, pero es preciso que todavía por algún
tiempo tengáis que soportar diversas
pruebas. De ese modo, cuando Jesucristo se manifieste, la calidad probada
de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego,
se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor. Amáis a Jesucristo,
aun sin haberle visto; creéis en él, aunque de momento no le veáis. Y lo hacéis
rebosantes de alegría indescriptible y gloriosa, alcanzando así la meta de
vuestra fe, la salvación de las almas. (1 de Pe. 1, 6- 9).
Con cuánta razón san Pablo nos dice: “Y si hemos sufrido con él, estaremos con él también en la
Gloria” (Rm 8, 17) Lo que equivale a lo que dice san Pedro: “pero es
preciso que todavía por algún tiempo tengáis
que soportar diversas pruebas.” “Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro
espíritu y sed sobrios; poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os
procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os
amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo en que eráis ignorantes. Al
contrario, que vuestra conducta sea santa en todo momento, como santo es el que
os ha llamado. Pues así está escrito: Seréis santos, porque santo soy yo. (1 Pe
13-16)
El tiempo de la ignorancia es la
época del hombre viejo, del dominio del pecado, de la esclavitud y de la muerte
espiritual, ahora por la fe en Jesucristo somos una Nueva Creación, le
pertenecemos a Cristo y por la fe, confiamos en él, lo obedecemos y lo amamos.
Estamos crucificados con él, muriendo al pecado y viviendo para Dios (Gál 5,
24) Ahora podemos permanecer en el Amor de Cristo, guardando sus Mandamientos y
practicando su Palabra (cf Jn 14, 21. 23). Escuchemos al Apóstol san Pablo
decirnos: “Si han sido
resucitados con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado
a la derecha de Dios. Preocúpense por las cosas de arriba, no por las de la
tierra. Pues han muerto, y su vida está ahora escondida con Cristo
en Dios. Cuando se manifieste el que es nuestra vida, también
ustedes se verán con él en la gloria. (Col 3, 1- 4) Y si nuestra vida
está escondida en Cristo y Cristo en Dios. ¿Qué nos podré hacer el Maligno?
La llamada o
advertencia viene de Dios: “Sean sobrios y estén vigilantes, porque su enemigo,
el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Resístanle firmes en la fe, sabiendo que nuestros hermanos
en este mundo se enfrentan con sufrimientos semejantes. Dios, de quien procede toda gracia, los ha llamado en
Cristo para que compartan su gloria eterna, y ahora deja que sufran por un
tiempo con el fin de amoldarlos, afirmarlos, hacerlos fuertes e inconmovibles. Gloria a él por los siglos de los siglos. Amén.” (1
Pe 5,8- 11)
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