1.
El Ayuno nos ayuda a donarnos a Dios.
"Queridos hermanos y hermanas, bien mirado, el ayuno tiene
como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía san Juan Pablo
II, a donarse totalmente a Dios. Que en
cada familia y comunidad cristiana, por tanto, se aproveche la Cuaresma para
alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el
alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un
mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la
Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la
Santa Misa dominical.
"Con
esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la
Cuaresma. Que nos acompañe la Bienaventurada Virgen María, Causa nuestra
alegría, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud
del pecado para que se convierta cada vez más en "tabernáculo viviente de
Dios". Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y
cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto
de corazón a todos la Bendición Apostólica".
Extraído
del Mensaje de Cuaresma del Papa Emérito Benedicto XVI
1.
2.
La Cuaresma (Del Papa Francisco)
Objetivo. Mostrar el camino de la generosidad para ser como Jesús junto
con muchos hermanos. |
Iluminación. Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8,
9)
1.
Queridos hermanos y
hermanas:
3.
Jesús se hizo pobre
para enriquecernos con su pobreza.
La finalidad de Jesús
al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino -dice san Pablo- «...para
enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una
expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica
de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no
hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien
da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El
amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se
hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia,
conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón,
entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es
el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra
miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio
de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san
Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de
todo» (Heb 1, 2).
4.
¿Qué es, pues, esta
pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?
Es precisamente su
modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se
acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del
camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera
salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura,
que quiere compartir con nosotros. La
pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne,
cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la
misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la
riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a
Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es
rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin
dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación
única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando
Jesús nos invita a tomar su "yugo llevadero", nos invita a
enriquecernos con esta "rica pobreza" y "pobre riqueza"
suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en
hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).
a)
La miseria material.
La miseria material es la que habitualmente
llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de
la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de
primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo,
la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su
servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas
que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos
vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a
Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que
cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones
y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se
convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa
de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a
la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
b)
La miseria moral
No es menos
preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del
vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus
miembros -a menudo joven- tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego
o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están
privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas
personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales
injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da
llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la
educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente.
c)
La miseria espiritual,
La miseria moral, que
también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria
espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor.
Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano,
porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un
camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.
Queridos hermanos y
hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y
solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material,
moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del
amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona.
Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo
pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado
para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin
de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la
verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión
penitencial. Desconfío de la limosna
que no cuesta y no duele.
|
Leamos y meditemos: Col 3, 5- 12.
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