El AYUNO
Objetivo: Contener
el propio yo con la fuerza del Espíritu Santo y nuestros esfuerzos para dejar
espacio a Dios y cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para amar y
servir a Dios y al prójimo.
Iluminación: "Jesús,
después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre".
¿Qué es la cuaresma? La Cuaresma es el
tiempo privilegiado de la peregrinación hacia Aquél que es la fuente de la Misericordia.
Es un tiempo dedicado a Dios caminando con alegría hacia él por el camino del
arrepentimiento, despojándose del “hombre viejo” siguiendo las huellas de Jesús
con nuestros ojos fijos en él (cf Heb 12, 2) Con todo nuestro ser orientado
hacia él para estar con Cristo el Señor en Semana Santa y entrar en su Pascua.
"Al
comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de
preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas
penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor: la oración, el ayuno y la limosna, para
disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, experimentar el poder
de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a
los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia,
doblega a los poderosos".
"En
mi tradicional Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a
reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno (Benedicto VXI).
En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor
vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el
Evangelio: "Jesús fue llevado por el
Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un
ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre".
Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley, o que Elías antes de
encontrar al Señor en el monte Horeb, Jesús orando y ayunando se preparó a su
misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento
con el tentador.
"Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para
nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil
para nuestro sustento. Las Sagradas
Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a
él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una
ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura
el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: "De cualquier árbol del jardín puedes
comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día
que comieres de él, morirás sin remedio". Comentando la orden divina,
San Basilio observa que "el ayuno
ya existía en el paraíso", y "la primera orden en este sentido
fue dada a Adán". Por lo tanto, concluye: "El 'no debes comer' es,
pues, la ley del ayuno y de la abstinencia".
1.
El Ayuno un medio para recuperar la amistad con Dios
"Puesto
que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el
Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a
la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar "para
humillarnos -dijo-delante de nuestro Dios". El Todopoderoso escuchó su
oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de
Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran,
proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: "A ver
si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no
perecemos". También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.
"En
el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando
la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones
que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste
más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto
y te recompensará". Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al
término de
los 40 días pasados en el desierto, que "no solo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el
"alimento verdadero", que es hacer la voluntad del Padre. Si, por
lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de "no comer del árbol de la
ciencia del bien y del mal", con el
ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y
misericordia.
2.
La fuerza del Ayuno para refrenar la fuerza del Mal
"La práctica del ayuno está muy presente
en la primera comunidad
cristiana. También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los
deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino
hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los
santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: "El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida
del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca;
que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le
oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le
súplica".
"En
nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor
espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del
bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del
propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero
para los creyentes es, en primer lugar,
una "terapia" para curar todo lo que les impide conformarse a la
voluntad de Dios. En la Constitución apostólica "Pænitemini" de 1966,
el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el
contexto de la llamada a todo cristiano a no "vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por
él y a vivir también para los hermanos".
3.
El Verdadero Ayuno nos lleva al hambre y sed de Dios.
"La Cuaresma podría ser una buena ocasión
para retomar las normas
contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico
y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón
al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y
compendio de todo el Evangelio.
"La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar
unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer
la intimidad con el Señor. San Agustín, que
conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía
"retorcidísima y enredadísima complicación de nudos", en su tratado
"La utilidad del ayuno", escribía: "Yo sufro, es verdad, para
que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea
agradable a sus ojos, para gustar su dulzura". Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una
disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de
salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el
hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
4.
El Ayuno nos ayuda a ser buenos samaritanos.
"Al
mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que
viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en
guardia: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está
necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de
Dios?". Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen
Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre.
"Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los
demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es
extraño. Precisamente para mantener viva esta
actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás
comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y
comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y
la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana,
en la que se hacían colectas especiales, y se invitaba a los fieles a dar a los
pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido. También hoy hay que
redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo
litúrgico cuaresmal.
"Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno
representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar
contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de
otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos
de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos
afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno
litúrgico cuaresmal exhorta: Usemos de manera más sobria las palabras, los
alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con
mayor atención".
5.
El Ayuno nos ayuda a donarnos a Dios.
"Queridos hermanos y hermanas, bien mirado, el ayuno tiene
como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía san Juan Pablo
II, a donarse totalmente a Dios. Que en
cada familia y comunidad cristiana, por tanto, se aproveche la Cuaresma para
alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el
alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un
mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la
Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la
Santa Misa dominical.
"Con
esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la
Cuaresma. Que nos acompañe la Bienaventurada Virgen María, Causa nuestra
alegría, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud
del pecado para que se convierta cada vez más en "tabernáculo viviente de
Dios". Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y
cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto
de corazón a todos la Bendición Apostólica".
Extraído
del Mensaje de Cuaresma del Papa Emérito Benedicto XVI
2.
La Cuaresma (Del Papa Francisco) Objetivo. Mostrar el camino de la generosidad para ser como Jesús junto
con muchos hermanos. |
Iluminación. Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8,
9) 1.
Queridos hermanos y
hermanas:
3.
Jesús se hizo pobre
para enriquecernos con su pobreza. La finalidad de Jesús
al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino -dice san Pablo- «...para
enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una
expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica
de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no
hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien
da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El
amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se
hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia,
conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón,
entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es
el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra
miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio
de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san
Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de
todo» (Heb 1, 2). 4.
¿Qué es, pues, esta
pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su
modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se
acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del
camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera
salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura,
que quiere compartir con nosotros. La
pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne,
cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la
misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la
riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a
Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es
rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin
dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación
única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando
Jesús nos invita a tomar su "yugo llevadero", nos invita a
enriquecernos con esta "rica pobreza" y "pobre riqueza"
suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en
hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).
a)
La miseria material. La miseria material es la que habitualmente
llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de
la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de
primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo,
la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su
servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas
que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos
vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a
Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que
cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones
y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se
convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa
de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a
la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
b)
La miseria moral No es menos
preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del
vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus
miembros -a menudo joven- tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego
o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están
privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas
personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales
injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da
llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la
educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. c)
La miseria espiritual, La miseria moral, que
también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria
espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor.
Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano,
porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un
camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.
Queridos hermanos y
hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y
solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material,
moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del
amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona.
Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo
pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado
para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin
de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la
verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión
penitencial. Desconfío de la limosna
que no cuesta y no duele.
|
Leamos
y meditemos: Col 3, 5- 12.
Oremos
con el salmo del Miserere. (50)
3. Los Caminos de la Penitencia
Objetivo: Conocer y profundizar en los modos que todo creyente tiene a su alcance
para alcanzar la espiritual tan necesaria para caminar en la vida con un
corazón sano y con una mirada puesta en las promesas de Dios.
Iluminación. “El propósito de
esa orden es que nos amemos unos a otros con el amor que procede de un corazón
limpio, con una fe sincera y con una conciencia recta” (1Tim 1, 5).
1.
Una realidad que existe.
Cuando nuestro corazón está enfermo, nuestra conducta casi siempre no
es la apropiada. Otras veces nos encontramos con la dura realidad que queremos
portarnos a la altura de hijos de Dios y no podemos. Hacemos el mal que no
queremos y el bien que queremos no lo hacemos. Descubrimos que nuestras
actitudes y nuestros criterios no son para nada cristianos, sino más bien,
mundanos, paganos o farisaicos: rigoristas, legalistas o perfeccionistas. El
fariseísmo no es grato a Dios, por eso Jesús dice a sus discípulos: “Si vuestra justicia no supera la justicia
de los fariseos, no entraréis al Reino de Dios” (Mt 5, 20).
“Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas,
porque pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo
más importante de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad.
Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera los vasos
y los platos, mientras que por dentro siguen sucios con rapacidad y codicia.
Fariseo ciego, limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio” (Mt 23, 23-26). Junto a las enfermedades del
rigorismo, del legalismo y del perfeccionismo, encontramos la rapacidad y la
codicia que llenan el corazón de endurecimiento, individualismo y relativismo.
El corazón enfermo nos lleva a vivir en las apariencias usando máscaras y en
las demostraciones de amor a los demás, dando lo que no tenemos, o exigiendo lo
que no hemos dado. Somos personas oprimidas y a la misma vez opresoras.
Cuando nuestro corazón está enfermos, no sólo nos atrofia también nos
incapacita para vivir la comunión con Dios, con la Comunidad y con los otros.
La Sagrada Escritura nos invita a salir de esta situación deshumanizadora y
despersonalizadora: “Por lo tanto,
despójense de toda clase de maldad, todo engaño, hipocresía, envidia y de toda
clase de chismes” (1 Pe 2, 1). A la misma vez, la Escritura nos invita a
buscar con ansia la leche espiritual pura, para que por medio de ella crezcan y
tengan salvación, ya que han gustado la bondad del Señor” (1 Pe 2, 2-3).
2.
. Los caminos de la sanación interior
a)
El primer camino de la penitencia es el
perdón. Pedir
perdón a quien ofendemos y dar perdón a quien nos ofendió. “Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y no
hay verdad en nosotros; pero sí confesaos nuestros pecados, podemos confiar en
Dios que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda
maldad” (1Jn 1, 8-9). También el profeta lo dijo: “Confesaré al Señor mi
culpa”, con la seguridad y confianza que Él perdonaría su culpa y su pecado.
Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta
confesión te obtendrá el perdón de tus pecados.
“Porque si vosotros perdonáis al prójimo sus
faltas, también os perdonará las vuestras vuestro Padre celestial.” Perdonar las
ofensas a los que nos han ofendido, de tal manera que poniendo a raya
nuestra ira, perdonemos a nuestros hermanos. En el Padre Nuestro decimos:
“Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros hermanos”. La
medida del perdón que recibimos es la medida del perdón que damos.
b)
El segundo camino es el ayuno. El ayuno unido a la oración y a la caridad es
fuerza y poder para destruir el “cuerpo de pecado” que nos oprime y nos
gobierna. A la vez, es poder de Dios que nos ayuda a profundizar nuestra fe,
renovar los odres para llenarlos del vino nuevo y renovar el vestido de la
Gracia para no terminar siendo estériles. La finalidad del ayuno, no es otra
que estar con el Señor: “¿Pueden los invitados a una boda estar tristes
mientras que el novio está con ellos? Llegará un día en que les arrebaten al
novio y entonces si ayunaran” (Mt 9, 15).
·
Cuando
ustedes ayunen no pongan cara triste, como los hipócritas, que desfiguran la
cara para hacer ver a la gente que ayunan. Les aseguro que ya han recibido su
paga.
·
Cuando
tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo
vean los demás, si no, tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve en lo
escondido, te lo pagará. Mateo 6, 16-18
c)
El tercer camino es la oración. “Vigilen
y oren”, “Oren
sin desfallecer”. Hablamos de la oración que brota de lo íntimo del corazón.
Existen muchas clases de oración, todas son buenas en cuanto vengan del corazón,
pero quisiera hacer referencia a la oración de alabanza unida a la oración de
acción de gracias como una oración poderosa. Para que nuestra Alabanza sea
oración Poderosa, requiere:
Ø Reconocer que solo
cuando damos a Dios el trono de nuestro corazón;
Ø Aceptar que fuera de Dios nada debe ser adorado;
Ø Poner la Voluntad de Dios por encima de la
nuestra y de la de cualquier otro ser humano.
Ø Buscar siempre la gloria de Dios: solo a Él la
Alabanza, el Poder y la Gloria.
Ø Que nuestra vida sea
un Testimonio de las Maravillas que Dios hace con sus hijos.
La Alabanza es oración poderosa porque es
Fuerza de Dios capaz de vaciar, de llenar y de trasformar; vaciarnos de todo
aquello que no es Dios; de todo lo que es incompatible con los designios
amorosos de Dios; de aquello que no sirve, que enferma, mata, divide; La
Alabanza es poder para llenarnos de vida, alegría, amor, paz; poder para
transformarnos en hijos de Dios; en hombres nuevos creados a su Imagen y
semejanza; en cristianos capaces de hablar lenguas nuevas; nuevas que bendicen,
dan gracias, alaban, y santifican el Nombre de Dios.
d)
El cuarto camino es la limosna, La limosna es hoy llamada caridad
o solidaridad. Jesús quiere sanar la lepra de nuestro corazón: Lleno de
compasión extendió su mana, tocó al leprosos y le dijo: “Quiero queda sano” (Mc
1, 40). San Juan en su primera carta nos dice: “Todo el que practica la justicia, es justo
como Él es Justo” (1Jn 3, 7). “Todo el que ama vive en la luz, y es de
Dios” (1Jn 2, 10). La caridad posee una grande y
extraordinaria virtualidad: El Poder de Dios.
Ø “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a
Dios” (1Jn 4, 7). Amar es practicar la justicia con Dios y con el prójimo.
Ø “Cada uno aporte lo que en conciencia se ha
propuesto, no de mala gana ni a la fuerza, porque Dios ama al que da con
alegría. Y Dios puede colmarlos de dones, de modo que, teniendo siempre lo
necesario, les sobre para hacer toda clase de obras buenas” (2Cor 9, 7-8).
Ø “Cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha; de ese modo tu limosna quedará escondida, y
tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará” (Mt 6, 3-4).
e)
El quinto camino es la humildad. La soberbia unida con el individualismo son
los peores enemigos de la fe y de la salvación. “Se te ha dicho oh hombre como tienes que vivir: que practiques la
justicia, que seas fiel y leal y camines humildemente con tu Dios” (Miq 6,
8). Si eres humilde y obras con
modestia tendrás en tus manos un hermoso instrumento para destruir el pecado.
Un ejemplo de humildad lo encontramos en el publicano, que si bien no pudo
recordar ante Dios su buena conducta presentó su humildad y se vio descargado
del gran peso de sus pecados. Tengamos también presente que la “humildad es la
casa de la caridad”.
Caminar humildemente con tú Dios es seguir a Cristo que invita a sus
discípulos a estar con él para un día enviarlos a predicar su Evangelio. (Mc 3,
13). Seguir a Jesús es la invitación a confiar en Él, obedecerlo, amarlo,
pertenecerle, y servirlo hasta que podamos llevar una vida totalmente
consagrada a Él en servicio a su Pueblo para la Gloria de Dios Padre.
3.
¿Cómo destruir el cuerpo del pecado?
Estos son los cinco caminos de la penitencia para destruir el cuerpo
del pecado. No te quedes por tanto ocioso, antes procura caminar cada día por
la senda de estos caminos. Recuerda la exhortación de Pablo: Aborrece el mal y
ama apasionadamente el bien (Rom 12, 9). Que nada te impida hacerlo, ni
siquiera tu pobreza porque también los pobres pueden amar y caminar en la
humildad con el Señor. ¿Quién puede negar que la enfermedad nos impide
trabajar, o al menos trabajar con efectividad? Podemos entonces decir, que
nuestra labor espiritual en la familia y en la Iglesia depende de la salud del
corazón. Jesús, el Señor nos dice: “El afuera depende del adentro”. Si el adentro está sucio, el afuera y toda
nuestra actividad, llevarán la huella de nuestro egoísmo o de nuestro pecado
que nos impiden vivir el designio de Dios, que se vive en la fe, en la
esperanza y en la caridad.
“El propósito de esa orden es que nos amemos
unos a otros con el amor que procede de un corazón limpio, con una fe sincera y
con una conciencia recta” (1Tim
1, 5). El corazón se lava en la sangre de Cristo y se purifica en el “horno de
fuego” donde es probada la fe y cualquier otra virtud que pensamos poseer (cfr
1Pe 1, 7). Nuestro interior también se purifica en desprendimiento de los
aspectos negativos que invaden el corazón humano y en dominio de las
concupiscencias de la carne. Sólo entonces podremos ofrecer a Dios un culto en
espíritu y en verdad que consiste en “ofrecerse como hostias vivas, santas y
agradables a Dios”. Este es el culto espiritual, es decir, que se hace en amor
y por amor a Dios y al prójimo (Rom 12, 1)
La mayor parte de la gente busca y espera de Dios una sanación
automática, como por arte de magia. Dios puede hacerlo de esta manera, pero
generalmente, Él, no quiere que lo tengamos como un ídolo mas, sino y sobre
todo quiere y espera de nosotros un crecimiento normal y sano en la vida
espiritual que ha puesto en nuestros corazones como semilla que se ha de
cultivar hasta que lleguemos a la edad adulta que corresponde a la plena
madurez en Cristo (Ef 4, 13). “Para que
no seamos como niños que cambian fácilmente de parecer y que son arrastrados
por el viento de cualquier nueva doctrina
hasta dejarse engañar por gente astuta que anda por caminos equivocados”
( Ef 4, 14).
4.
Medicina de Dios.
Estos cinco caminos son verdadera medicina para sanar las heridas del
pecado, decídete a usarlas y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte
confiado a la mesa del Señor y salir con gran gloria al encuentro del Rey de la
gloria, y alcanzar las gracias y las bendiciones necesarias para vivir en la
dignidad de los hijos de Dios, preparado para toda obra buena. Al hablar de los
“cinco caminos de la penitencia”, podemos a la vez hablar de “cinco piedritas”,
de cinco “armas poderosas” en la lucha contra el mal. Recordemos las señales
que han de acompañar a todo el que tiene una fe sincera.
5.
Señales de salud salvífica
“Vayan por todo el mundo proclamando la Buena Nueva a toda la
humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A
los creyentes acompañaran estas señales”:
Ø En mi nombre expulsaran demonios, Los demonios
son verdaderos obstáculos que podemos llevar en nuestro interior que impiden el
sano crecimiento del Reino de Dios en nuestras vidas.
Ø Hablaran lenguas nuevas, Las lenguas nuevas
hacen referencia a la “Glosalalia”, es decir, a las “lenguas de Dios”. Lenguas
amables, limpias y veraces que animan y motivan a los de ánimo débil; además
enseñan y corrigen a los extraviados; unen a los divididos y consuelan a los de
corazón triste.
Ø Agarrarán serpientes, Agarrar serpientes es
tener control sobre los malos deseos, los deseos desordenados y el mal carácter
para no dejarnos esclavizar por las concupiscencias de la carne.
Ø Si beben algún veneno, no les hará daño. Beber
veneno y no morirse, hace referencia al mal que viene de afuera, cuando hay el
antídoto, el contra veneno, permanecemos de pie (Mc 7, 14-15)
Ø Pondrán las manos sobre los enfermos y se
sanarán. Imponer las manos sobre los
enfermos, equivale a poner el don recibido al servicio de quien lo necesite.
“Extiende tu mano” (Mc 3, 5), o “Comparte tu vida” nos ha de hacer recordar las
palabras del Señor.
(Mc 16, 15- 18)
6.
El Señor nos sana para servir.
Ø Tuve hambre y me diste de comer. Compartir el
pan: todo lo que el ser humano necesita para su realización como persona, es
compartir la responsabilidad, la libertad, la solidaridad. (son los valores del
Reino)
Ø Tuve sed y me diste de beber. Es la invitación
a reconocer la dignidad de los otros, especialmente los menos favorecidos. Para
luego ser amables, generosos y serviciales con los demás, especialmente los de
casa, después por donde quiera que vayamos ir irradiando el amor de Cristo en
el rostro de los demás.
Ø Fui forastero y me hospedaste, Compartir la
casa: ser hospitalarios; saber dar acogida; abrir las puertas del corazón a los
otros, aún a los enemigos.
Ø Estaba desnudo y me vistieron. Compartir el
vestido: lavar pies, enseñar a los demás el arte de vivir siendo creativos,
cultivando los valores del Reino.
Ø Estuve enfermo y preso y me visitaron. Compartir el tiempo: romper con la
comodidad para disponerse a prestar un servicio. (Mateo 25, 34-36)
Es una exhortación a compartir los valores o los bienes con los demás,
especialmente los más débiles o menos
favorecidos. ¿Qué podemos compartir? Éstas son señales que nos garantizan que
estamos en camino de poseer un corazón capaz de hacer el bien; capaz de amar
con espontaneidad, con libertad interior. Un corazón que refleja y expresa la
vivencia de las “Bienaventuranzas”. Un corazón que ha padecido la acción del
Espíritu Santo. Su entrega por la causa de Jesús será sin límites para la
gloria de Dios y el bien de la Iglesia.
Creer
y bautizarse es llenarse de Cristo y revestirse de Él. Tener sus mismos sentimientos
y configurarse con Él.
4. La sencillez de corazón
Objetivo:
Mostrar de una manera clara y sencilla la importancia de la sencillez de
corazón como virtud cristiana que nos ayuda a identificarnos con Cristo para
poder seguir sus huellas y reproducir su imagen.
Iluminación.
“Acérquense
a Dios, y se acercará a ustedes. Purifiquen sus manos, pecadores, y santifiquen
sus conciencias, indecisos” (St 4, 8).
1.
Una
necesidad que urge.
La sencillez de corazón
es un “don del Espíritu” que a su vez es “hija de la fe”, que todo cristiano
necesita para poder crecer en el conocimiento de Dios y en el servicio a los
demás. Está al alcance de todo aquel que se abra a la Palabra de Dios, sin
prejuicio, sin vanidad, sin orgullo, más bien con una fe humilde buscando la
“enseñanza de Dios” para cada circunstancia de su vida. Esta sencillez nada
tiene que ver con un “infantilismo” que la haría parecer como un defecto o como
ignorancia que hace obrar de manera imprudente en los momentos difíciles o
creer al primero que se le presenta. Más que sencilla de corazón esta persona
sería “ingenua”; estaría falta de juicio, fácil de ser arrastrada por los
placeres de la vida, y por lo mismo, incapaz de servir a la causa de Cristo
(cfr Rm 16, 18).
2.
La
Sabiduría y la Sencillez de Corazón
En el libro de los
Proverbios “La Sabiduría divina” invita a los humanos a escuchar y a
reflexionar para poder poseer la prudencia que nos lleva a la sencillez de la
Paloma, liberados de toda rebeldía y del espíritu irreflexivo: “El que sea inexperto, que venga acá; al
falto de juicio le quiero hablar: vengan a comer de mis manjares y a beber del
vino que he mezclado. Dejen la inexperiencia y vivirán, sigan derecho el camino
de la inteligencia” (Prov 9, 4s).
“¿Hasta
cuándo inmaduros amarán la inmadurez, y ustedes insolentes, vivirán en la
insolencia, y ustedes necios odiaran el saber?... Porque aborrecieron el saber
y no escogieron el respeto al Señor… comerán del fruto de su conducta… la
rebeldía da muerte a los irreflexivos, la despreocupación acaba con los
imprudentes” (Prov 1, 22ss).
“A
ustedes hombres los llamo, a los seres humanos se dirige mi voz; los
inexpertos, aprendan prudencia; los necios aprendan a tener juicio” (Prov
8, 5s).
3.
Cuando
al hombre le falta la sabiduría
No hay duda, para la
Biblia, inteligente es el hombre que sabe vivir. Qué sabe administrarse; que
piensa las cosas antes de hacerlas; sabe hacer altos frecuentes en su vida para
reflexionar su conducta y los frutos que de ello se derivan. El que sabe vivir
no hace fiestas con dinero prestado, ni compra lo que no necesita. Quien sabe
vivir evita los conflictos con los demás, no les crea problema ni le complica
la vida a nadie. El hombre, que busca a Dios con sencillez de corazón a de
evitar toda doblez que implique desconfianza, razonamientos torcidos, palabras impuras, vida mundana y pagana,
murmuraciones inútiles, chismes o críticas, injusticias, etc.
4.
Busca
la sencillez de todo corazón
El Profeta Jeremías nos
decía: “Si me buscan de todo corazón me dejaré encontrar por ustedes” (Jer 29,
13). La sencillez de corazón contradice a la mediocridad, a la superficialidad
y a la charlatanería, tanto como a la división; no la puede alcanzar el que
tenga dos amores: “Dios y el dinero”; tener dos amores es tener un corazón
doble. El Apóstol Santiago nos muestra el camino para obtener la sencillez de
corazón: “Acérquense a Dios, y se
acercará a ustedes. Purifiquen sus manos, pecadores, y santifiquen sus
conciencias, indecisos” (St 4, 8).
5.
La
casa de la sencillez
·
La sencillez de corazón habita en un
corazón íntegro, fiel, sincero y recto que no falsea la verdad ni tiene
intenciones torcidas (cfr 1Re 9, 4).
·
En el cristiano que cultiva la
generosidad y se alegra cuando la descubre en los demás, “está libre de todo
egoísmo y envidia” (cfr 1Par 29, 17).
·
En su oración no duda, no vacila, sino
que la hace con toda confianza en el Señor y puede abandonarse en sus manos
(cfr St 1, 6).
·
Camina con sinceridad y evita toda
hipocresía (Prov 10, 9).
·
Los labios del hombre sencillo destilan
palabras amables, limpias y veraces (Jn 14, 6), además es rápido para escuchar,
pero lento para hablar (cfr Eclo 5, 9).
·
Sabe acoger con sencillez de corazón los
dones de Dios, y conoce el destino final de ellos; son para el bien de todos,
al estilo de la primera comunidad cristiana “Que a diario fielmente e íntimamente
asistían unidos al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida
con alegría y sencillez sincera” (Hech 2, 46).
·
La sencillez de corazón libera al
cristiano del apego a las cosas, a sus bienes y lo hace desprendido, capaz de
amar sin fingimiento, con amor sincero, al compartir sus bienes con los
necesitados (cfr Rm 12, 8-9).
El hombre de corazón
sencillo, camina con los pies sobre la tierra; camina no se arrastra. El hombre
que lleva una vida arrastrada, no se valora, es un ser manipulable que no
reconoce su dignidad como persona; un títere en manos de personas
manipuladoras; un ser gobernado por sus instintos en camino de descomposición.
El hombre de corazón
sencillo, al mismo tiempo que camina con los pies sobre la tierra, lleva la
frente levantada, camina con dignidad y con su mirada en la voluntad de Dios y
de Cristo: “la liberación y la santificación de los hombres” (Gál 5, 1; 1Ts 4,
3). Podemos entonces afirmar que la “lectura de la Biblia nos hace
inteligentes; creer en lo que la Biblia nos dice, nos hace salvos; y poner en
práctica lo que hemos leído y creído nos hace ser sencillos de corazón; es
decir, nos hace santos.
6.
La
pureza de intención
El hombre de corazón
sencillo no tiene problemas con la pobreza, la castidad y la obediencia. A
quien le cueste mucho trabajo ser fiel a estos principios evangélicos, podemos
deducir el porqué: le falta tener “La sencillez de corazón”; “le falta una fe
madura” capaz de dar frutos de vida eterna. El Apóstol San Pablo nos quiere
cuestionar al decirnos: “No se hagan ilusiones: de Dios nadie se burla. Lo que
uno siembra eso cosechará” (Gál 6, 7). La sencillez de corazón es la madre de
la “pureza de intención” que viene a ser la “lámpara del cuerpo”: “La lámpara
del cuerpo es el ojo: por lo tanto, si tu ojo está sano, todo tú cuerpo estará
lleno de luz” (Mt 6, 22). De la misma manera podemos decir que la “intención”
es el ojo de la acción; si la intención está sucia, toda la acción estará
sucia.
La pureza de intención
está simbolizada por la sencillez de la paloma: “Miren yo los envío como ovejas en medio de lobos: sean astutos como
serpientes y dóciles como palomas” (Mt 10, 16).
Las palabras del Señor Jesús
no son para los primeros cristianos que estaban expuestos a toda clase de
persecuciones, son también para todo cristiano que quiera hoy anunciar la Buena
Nueva con valentía y sin componendas; para todo aquel que haga una opción por
los pobres, por los menos favorecidos; de hecho también serán rechazados y
perseguidos, pero llevan con ellos una promesa:
“Yo
estaré con ustedes todos los días” para darles fortaleza, confianza y
generosidad para que puedan realizar la “La misión de instaurar en Reino de Dios
en el corazón de los hombres”.
7.
El
Decálogo de la sencillez
1.
Fe
y confianza. Cree en Dios y créele a Dios. Dios te
ama, te protege y te cuida para que tú corazón no desfallezca. Tan sólo te pide
que seas dócil a su amor en la fidelidad a su Palabra.
2.
Teme
a Dios. El Temor de Dios es la corona de la sabiduría que
nos hace inteligentes, salvos y santos. Quién teme a Dios, guarda sus
Mandamientos y habita en su presencia.
3.
Sé
veraz. Nunca mientas, la mentira no viene de la fe, por
lo tanto es pecado que tiene por padre al Diablo. “La verdad os hará libres,
nos ha dicho el Señor” (Jn 8, 31-36).
4.
Sé
casto y continente. La castidad es la virtud de los
discípulos del Señor. Te dará control y dominio propio; serás amo y señor en tu
propia casa. Vence la lujuria y huye de las pasiones de tu juventud.
5.
No
des lugar a la violencia en tu corazón. Ésta apoyándose en la
ira, engendra violencia, destruye la paz y la armonía y llena el corazón de
cizaña.
6.
Sé
paciente y perseverante. La paciencia engendra la
perseverancia. La desesperación es un pecado contra la esperanza cristiana. Ten
presente que las cosas de Dios se nos dan como semilla que hemos de cultivar:
todo es un proceso, vívelo. En la vida hay que aprender a luchar usando las
“armas de luz”.
7.
Evita
la tristeza. Existe una tristeza que lleva al
pecado y otra que lleva al arrepentimiento, y por ende, lleva a Dios. Es la
tristeza que lleva al pecado la que haz de evitar. Evita la envidia (tristeza
porque otros tienen) y vivirás contento.
8.
Orienta
tu vida hacia Dios. No te desvíes ni a izquierda ni a
derecha; práctica la justicia a Dios y al prójimo para que puedas ser:
generoso, amable y servicial.
9.
Sigue
a Jesús: Salvador, Maestro y Señor. Camina humildemente con
él, y él, te dará lo que tu corazón necesita. El premio por seguirlo será “un
corazón limpio” para amarlo y servirlo con un corazón puro, con fe sincera y
con recta intención (1Tim 1, 5).
10.
Práctica
la oración del corazón. Esta oración no pide palabras, no
las necesita; tan sólo desear con tu corazón lo que Él te promete. El deseo de
Dios es una oración que mientras tengas el deseo, tanto, si duermes como si
juegas o trabajas, permaneces en oración.
Oración:
Leer y meditar el Salmo
51. Para pedir la pureza de corazón y dar gracias a Dios por deseo que ha hecho
nacer en nuestros corazones
5.
VIVID
SOMETIDOS A DIOS.
“Vivid sometidos a Dios. Resistid al Diablo y huirá
de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Humillaos en la
presencia del Señor y él os ensalzará” (Snt 4, 7-8.10)
1.
¿Cómo entender las palabras de Santiago?
La vida
cristiana es don, respuesta y lucha. Se acoge como don, pero, no se puede vivir
de manera pasiva, esperando que dé frutos por sí misma, se ha de proteger y
cultivar, según las palabras del Génesis (Gn 2, 15). San Pablo nos advierte al
decirnos: “El que no trabaje que no coma”
(2 Ts 3, 10). Esto quiere decir que a la Palabra que Dios nos dirige se ha de
responder con disponibilidad y prontitud.
No basta con ir al templo ni basta con practicar ciertas devociones,
sino que se ha de vivir de “encuentros con Jesús”, el Revelador del Padre y de
su Voluntad. El texto de Santiago sólo podemos entenderlo a la luz de la
oración que Jesús dominical enseñó a sus Discípulos: el Padre Nuestro.
2.
¿Cómo
vivió Jesús el Señor?
Lo primero es mirar
a Jesús el Señor y darnos cuenta cómo vivió: Como Hijo de Dios, en obediencia a
su Amado Padre, y, en amor a los hombres sus hermanos a quienes los amó hasta
el extremo. Los discípulos dijeron de Él: “Se pasó la vida haciendo el bien”
(Hec 10, 38); Amó a los suyos hasta el extremo” (Jn 13, 1); pudo decir a los
suyos: “Permanezcan en mi amor como yo permanezco en el amor de mi Padre; si
guardan mis mandamientos, permanecen en mi amor, como yo guardo los mandamientos de mi Padre”
y permanezco en su amor (Jn 15, 9); “Mi alimento es hacer la voluntad de mi
Padre” (Jn 4, 34); “Mi Padre siempre me escucha, porque yo hago lo que a él le
agrada” (Jn 14, 31). Jesús vivió libre y conscientemente en la obediencia a su
Padre, amando a sus hermanos y sirviendo al Padre en los hombres: “Yo no he
venido a ser servido, sino a servir y dar mi vida por muchos” (Mt 20).
3.
¿Cómo
vivir sometidos a Dios?
Mateo nos alerta
al decirnos: “No todo el que me diga señor, señor, entra en la “Casa de mi
Padre”, sino los que hacen su voluntad” (Mt 7, 21). No se trata de vivir siendo
esclavos de Dios, puesto que él no quiere vernos como esclavos, sino como hijos
suyos, muy amados y queridos por él. Es un hecho que Dios no hace acepción de
personas, ama a todos por igual, pero no en todos se manifiesta. Dios se
manifiesta en aquellos hombres y mujeres que han creído en su Hijo Jesucristo y
han sido justificados por la fe en Aquel que nos amó y se entregó por todos
(Gál. 2, 20; Ef 5, 1; Ef 5, 25) En ellos Dios derrama su amor en sus corazones
con el Espíritu Santo que les ha dado (cfr Rom 5, 5). Este es el único camino
para aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella. Voluntad manifestada en su
Hijo Jesucristo y en cada hombre llamado a reproducir la “imagen de su Hijo”
(cfr Rom 8, 29). Dios Padre, no mira a los discípulos de su hijo como
pecadores, su primera mirada para ellos y en general para todos los hombres es
una mirada de Padre, Él nos mira como a hijos. No nos mira ni nos piensa como a
esclavos, sino como hijos en su Hijo Jesucristo.
4.
¿Qué
es lo primero?
Lo primero será
siempre creer que Dios nos ama incondicionalmente e incansablemente. Este amor
de Dios manifestado a favor de todos los hombres se ha manifestado en Cristo,
nacido para nuestra salvación: murió y resucitó para nuestra justificación (Rom
4, 25). Con las palabras de san Juan: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a
su Hijo al mundo (Jn 3, 16), para que los hombres, por medio de la fe, tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,
10). Creer que Jesús es el Hijo de Dios y aceptarlo como nuestro Salvador
personal, es el paso para apropiarse de los “Frutos de la Redención” el amor,
la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. Se ha dado el “salto de la
fe”, se han roto las cadenas del pecado y se ha entrado al Reino de Dios para
alimentarse con los frutos del “Árbol de la Vida “que está en el Paraíso de
Dios” (Apoc 2, 7).
Ha habido un
“nuevo nacimiento” (Jn 3, 1-5); ahora hay “una nueva creación” (2 Cor 5, 17);
ha habido el tránsito de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las
tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios; se ha
pasado de la aridez y del vacío existencial a las aguas vivas (cf Jer 2, 13).
Hora podemos hablar de un antes de conocer a Cristo y de un después, de acuerdo
a la doctrina del Apóstol: antes eráis tinieblas, pero al creer en Jesucristo,
ahora sois luz en el Señor (Ef 5, 8). Ahora comienza la lucha… Cuando se toma
la determinación de seguir a Cristo (cfr Eclo 2, 1ss)
5.
¿Qué
es lo segundo?
La primera
evangelizada y evangelizadora, María,
nos ha dicho: “Hagan lo que él os diga” (Jn 2, 5) Palabras que
significan la hermosura de la fe: crean en él, obedézcalo, ámenlo, síganlo,
háganse sus amigos, entréguense a él, conságrenle sus vidas, sírvanlo, y sobre
todo, sean como él, para que puedan vivir como hijos de Dios y hermanos de los
hombres. Es la invitación amorosa a vivir en comunión con Jesús, y en él con el
Padre, para poder dar frutos de vida eterna (cfr Jn 15, 1-7). Sólo en la
amistad con él, podemos gozar del descanso de Dios, anhelo de todo corazón
humano.
6.
¿Cómo
resistir al Diablo?
El diablo
significa el que divide, el que separa y busca alejarnos de la presencia del
Señor y de los hermanos. Mientras que Satanás es el que pone obstáculos para
que se realice la voluntad de Dios en nuestra vida y no alcancemos el Cielo que
Dios nos tiene prometido a los que creen, esperan y aman en el Nombre que está
por encima de todo nombre, Jesús, el Obediente, el Humilde, el Siervo. Digamos
con toda claridad que en Cristo encontramos la clave para alcanzar la victoria:
La oración y la vigilancia, la obediencia a su Padre y el amor a los hombres,
la docilidad al Espíritu Santo que lo llevo hasta la “donación y la entrega de
sí mismo como hostia santa e inmaculada a favor de toda la humanidad”.
El Apóstol Pablo
nos ha dejado una advertencia para todos y para siempre: “Y no os acomodéis a la manera de pensar del mundo presente; antes
bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno lo agradable, lo perfecto”
(Rom 12, 2). El hombre que ha tomado a Jesucristo en serio, no debe conducirse
por criterios paganos, su vida a de ser conforme a la verdad del Evangelio. Lo
que realmente está haciendo el Apóstol es invitando a los nuevos cristianos a
“tomar la firme determinación de seguir a Cristo, bajo la guía del Espíritu
Santo que nos asiste con los dones de sabiduría y entendimiento espiritual para
que podamos conocer plenamente la voluntad de Dios y llevar una vida digna del
Señor (Col 1, 3ss)
Tomar la firme
determinación de seguir a Cristo. Es la opción radical, fundamento, de toda
estructura espiritual que debe acompañar al discípulo de Jesús a lo largo de
toda su existencia, y por lo tanto, puede ser renovada las veces que sean
necesarias. Opción radical que debe de ir acompañada por nuevas actitudes y
acciones cristianas. Pensemos que la “Opción fundamental” es el tronco del
árbol, las actitudes son las ramas que brotan, nacen, emergen de la “opción fundamental”, y las acciones
son los frutos que brotan de las ramas del árbol. Nadie vive sin dar frutos;
sólo que existen frutos malos y frutos buenos de acuerdo a la orientación que
se le quiera dar a la vida.
7.
Escuchemos
la Escritura: Espada del Espíritu.
Escuchemos a
Isaías: “Vuestras manos están manchadas de sangre” “Lavaos
purificaos” “Aprendan a rechazar el mal
y hacer el bien” “Vengan y hagamos cuentas…” (Is. 1, 15ss)
Escuchemos a
Miqueas: “Se te ha hecho saber oh hombre
lo que es bueno, lo que el Señor espera de ti: tan sólo respetar el derecho,
amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios” (Miq 6, 8)
Escuchemos a
Jesús: “Vigilad y orad para no caer en
tentación” (Mt 26, 41) “… Si tu pie te hace pecar, córtatelo, más te vale
entrar cojo al Reino (Mt 5, 27- 30 ) Es decir, no busques la ocasión de pecar,
evita el escándalo; no te acerques al peligro; no eches las perlas a los
cerdos. “Del interior del hombre nace toda clase de maldad” (cfr Mc 7, 21ss
).
Escuchemos a
Pedro: “Vuestro adversario el Diablo anda
como león rugiente buscando a quien devorar, resístanle firmes en la fe” (1
Pe 5, 8-9) “huyan de la corrupción, para
que puedan participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4). La fe entendida
como confianza, obediencia, pertenencia, entrega, donación y servicio a la
Jesús el Señor. Esta es la fe viva, auténtica, animada por la caridad predicada
por la Iglesia apostólica (cfr Gál 5, 6; 2 Pe 1, 5ss)
Escuchemos a
Juan: “Rompan con el pecado” “hijitos
míos no pequéis” (1 Jn 1, 8-9; 2,1-2) “Guarden
mis Mandamientos y mis Palabras” (cfr Jn 14, 21- 23; 1 Jn 2, 3) “Vosotros hacéis las obras de vuestro padre” “Todo
el que peca tiene por padre al diablo, que es asesino y mentiroso, padre de
toda mentira (cfr Jn 8, 41-44). A la luz de estas palabras de Jesús podemos
afirmar que el odio, la mentira y toda injusticia son inseparables y llevan a
la muerte espiritual y al vacío de Dios y de valores.
Escuchemos a
Pablo: “Aborrezcan el mal y amen
apasionadamente el bien” (Rom 12, 9)
“No se dejen vencer por el mal, al contrario venzan con el bien al mal”
(Rom 12, 21) “huyan del adulterio y de la
fornicación (de toda relación de impureza)” (1 Cor 6, 18) “huye de las pasiones de tu juventud y
corre al alcance de fe, de la justicia, de la caridad y de la paz” (Tim 2,
12) “despojaos del hombre viejo que se
corrompe dejándose seducir por los deseos rastreros y revestíos del hombre
nuevo, creado según Dios (Ef 4, 22- 23 )
“Despójense del traje de tinieblas y revístanse con la armadura de Dios, el
traje de luz (Rom 13, 11ss).
A la luz de lo
anterior afirmamos que la lucha espiritual contra el Maligno, el mundo y la
carne exige esfuerzos, dedicación, renuncias, sacrificios, y a la vez estar
disponibles para llegar hasta la muerte por hacer la voluntad de Dios y amar a
los hermanos. La palabra clave que nos ha dejado el Maestro, el Vencedor del
Pecado, del mundo y del Maligno es: “Niégate a ti mismo” (Lc 9, 23). Es decir,
renuncia a tus criterios, a tus derechos, a tus intereses por el Reino de Dios
y su justicia. Algunas veces se renuncia a lo malo, pero por algo bueno; otras
veces se renuncia aún a lo bueno, pero algo mejor. Lo Bueno y lo Mejor siempre
será Cristo Jesús.
Resistir al mal
es negarle el alimento al “hombre viejo”; es matarlo de hambre; es no dar lugar
a los deseos desordenados de las concupiscencias del poder, del placer y del
tener pasando por negarle al ojo, a la mano y al pie, el placer de la
complacencia egoísta y mal intencionada (cfr Mt 5,27-30). Resistir al mal es
evitar comportamientos antievangélicos, tanto como lenguajes en doble sentido
que llevan la carga de la cizaña, aunque envueltos en ropaje amable o cariñoso.
Resistir el mal de manera libre y consciente va dejando una “voluntad firme,
férrea y fuerte para “amar y servir”. Resistir al mal exige evitar “todo
comportamiento anti-evangélico”. Todo aquello que es incompatible con el
crecimiento del Reino.
8.
¿Qué pide la
resistencia al Mal?
Para el Apóstol
Santiago todo queda claro al decirnos: “Acérquense a Dios y él se acercará a
ustedes” (Snt 4, 8). Para Juan significa: “estar en comunión con Cristo” (jn
15,11). Es el camino para dar frutos de vida eterna. ¿Cómo acercarnos a Dios?
¿Dónde buscarlo? Miremos al leproso del evangelio de Marcos: buscó a Jesús, se acercó a él, se
arrodilló a sus pies y le suplicó: Señor, si quieres puedes curarme”. Jesús
extendió su mano, lo tocó y le dijo: “quiero, queda sano” (Mc 1, 40ss)El Salmo
nos dice debemos acercarnos a Jesús: “Con un corazón contrito y arrepentido” (
50,9) Cuando se le busca de todo corazón, él se deja encontrar (cfr Jer 29, 13)
A Dios lo encontramos en el Amor, en el Perdón, en la Misericordia, en la
Verdad, en la Justicia, en la
Solidaridad en el Servicio a los Pobres, en su Palabra leída con fe y conversión,
en la oración auténtica en la fe y el amor; en la Liturgia de la Iglesia bien
celebrada; con otras palabras en el vivir de encuentros con Cristo, Buen Pastor
y buscador de las ovejas perdidas (Lc 15, 4) A todo esto lo podemos llamar a la
luz de la fe: la “práctica de las virtudes cristianas”, entre ellas
especialmente la fe, la esperanza y la caridad, para poder crecer en el
conocimiento de Aquel que nos creó a su imagen y semejanza (Col 3. 9-11)
Pablo, el
especialista, el luchador nos ha dicho: “Fortaleceos en el Señor con la energía
de su Poder, para que puedan resistir en día malo” (Ef 6, 10). Lo que el
Apóstol nos quiere decir es la apremiante necesidad de “revestirnos de
Jesucristo” “con la armadura de Dios” “con las armas de Luz” (Rom 13, 11ss )
Qué Cristo sea el “fundamento” de nuestra espiritualidad y de nuestra vida
espiritual. “Revestirse es llenarse de Cristo; es cubrirse con la verdad, la
justicia, la misericordia, la fe, la Palabra de Dios, la oración (Ef 6, 14ss)
“Humildad, sencillez, mansedumbre, amor…” (Col 3, 12) Es construir una muralla
alrededor para evitar el paso del enemigo y ser saqueados. La muralla debe
estar conformada por las siete vírgenes que son descendencia de la fe y por lo
tanto, frutos del Espíritu Santo: la fe, la continencia, la sencillez de
corazón, la pureza, la santidad, la ciencia y el amor. Lo que Pablo llama: “un
corazón limpio, una fe sincera y una recta intención” (1 Tim 1, 5) para echar
fuera la vieja levadura del pecado, abandonando la vida de tinieblas para pode
gozar de los frutos de la “verdad, bondad y justicia” (Ef 5, 9), exigencia para
que Cristo habite en nuestro corazón, y se mueva a sus anchas como en su propia
casa (cfr Ef 3, 16)
Como podemos
ver, para sacar el inquilino de nuestro interior, exige reconocer que estamos
infestados de malos espíritus, al igual que el hijo de Bartimeo (el hijo de lo
impuro) no es suficiente con ir al templo, practicar algunas devociones o
realizar algunos rezos casi siempre de labios para afuera. Sólo viviendo de
encuentros con Cristo, en la obediencia a su Palabra y en la docilidad al
Espíritu Santo seremos purificados y renovados, entraremos en plena comunión
con Cristo, siguiendo sus huellas con un fuerte sentido de pertenencia a él y a
su Grupo. El Señor nos sana como sanó a la suegra de Pedro para que amemos, y
que nuestro amor se haga servicio a la causa del Reino ( Mc 1, 29- 31). Jesús
nos sana para que recobremos la semejanza con Dios y podamos así hacer las
cosas o las obras de Dios (cfr Ef 2, 10).
9.
Humillaos bajo
la poderosa mano de Dios (Snt 4, 10).
Sólo los
humildes son libres para obedecer, amar y servir al Señor y a sus hermanos.
Humillarse bajo la mano de Dios es abrazar su voluntad hasta el fondo y
someterse a ella, tal como Jesús lo hizo. También significa aceptar ser
dependientes del Señor para no caer en la dependencia enfermiza de las cosas o
de las personas. La verdadera humildad tiene dos principios: uno es negativo:
reconozco que soy pecador y peco. El otro es positivo: todo el bien que poseo
es don de Dios, y es para mi propia realización y la de mis hermanos (cfr 1 Cor
4, 7) No hay lugar para presumir o para apantallar a los otros. La humildad es
donación y entrega a Cristo en su Iglesia a favor de los hombres. Cuando tocó
el turno a Pedro, el hermano de Andrés, para Jesús que le lavará los pies, se
rehusó diciendo: “Jamás me lavarás Tú los
pies”. A lo que Jesús respondió; “Si
no te lavo los pies no tendrás parte en mi Reino” (Jn 13, 8- 9). Jesús el
Humilde se humilló a sí mismo para destruir el pecado de los hombres (cfr Flp
2, 7-8). De la misma manera que el amor echa fuera el odio, la humildad echa
fuera la soberbia, el peor enemigo de la fe.
“El que se humilla será ensalzado, y el que se
ensalza será humillado” (Mt 23, 12).
Al humilde Dios lo sienta en un “trono de gloria”, que conocemos con el nombre
de la “Cruz de Cristo”. Con este acto libérrimo de la voluntad de Dios, Cristo
promueve a sus amigos a ser sus colaboradores en la misión que el Padre le
encomendó: “El que quiera servirme que me siga, que donde yo esté estará
también mi servidor” (Jn 12, 26). Cristo está ahora sentado en su Trono
glorioso a la derecha del Padre, es decir, está sentado en el poder de su
divinidad, es Rey y Señor. En esta vida su trono fue de pobreza, de ignominia,
de sufrimiento y muerte: la cruz redentora. El discípulo de Jesús, aquel que ha
creído en él y lo ha aceptado como su Salvador, Maestro y Señor, su trono, su
lugar es la cruz de Jesús: “Todo el que es de Cristo está crucificado con él,
dando muerte a las pasiones de la carne y viviendo para Dios” (Gál 5, 24). Para
Pablo la cruz de Jesús es humildad (1Cor 4, 7), es amor fraterno (Rom 12, 9),
es castidad (Tit 2, 1ss). Humildad, caridad y castidad piden estar muriendo al
pecado para vivir para Dios (Rom 6, 10-11) Son armas poderosas para vencer el
orgullo, el odio y la lujuria. Son manifestaciones verdaderas de la presencia
de un Cristo vivo en el interior del
cristiano.
Conclusión
Someterse a Dios
no debe verse como algo negativo, la alegría de Dios es estar con los hombres,
es darles a ellos su Espíritu para que lo invoquen como Padre (cfr Gál 4, 6).
La verdad de Dios no se impone, no violenta ni obliga a que la aceptemos, Él
quiere que gocemos de la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 13) para que
libre, consciente y voluntariamente decidamos hacer lo que Dios nos propone:
“Creer en Jesucristo y amarnos como hermanos (cfr 1 Jn 3, 23). Dios invita al
hombre a colaborar con Él en la regeneración de todos los seres humanos; invita
a ser luchadores contra las fuerzas del mal, sólo nos pide creer en su Hijo,
aborrecer el mal y amar apasionadamente el bien (cfr Rom 12, 9). La verdad es
que mientras estemos haciendo nuestra voluntad, lo que nos gusta, los que nos
conviene de acuerdo a nuestros intereses, aún estamos en las tinieblas del
mundo.
Es Pablo en la
carta a los Colosense quien nos explica con detalles “él como vivir sometidos a
Dios”: “Llevando una vida digna del Señor; dando siempre los frutos de la fe,
creciendo en el conocimiento de Dios, mediante la práctica de las virtudes,
fortalecidos con la energía de su poder, llenos de alegría y con un corazón
agradecido estallar en gritos de alabanza, consagrándose al servicio de la
salvación de los hombres (cfr Col 1, 3-12)
María es para la
Iglesia Maestra, Modelo y Figura para todos los que quieran vivir en la verdad,
practicando toda justicia,
caminando en libertad y amando sin límites a todos los consagrados.
6.
SE
HUMILLÓ A SÍ MISMO
Objetivo: resaltar la importancia del cultivo de
una disponibilidad sin máscaras para ir al encuentro con el Señor, buscando su
perdón, la reconciliación, la paz, para no ser despedidos con las manos vacías.
Iluminación.
Dos hombres fueron al templo a orar…
Lucas 18, 9, 14
1.
¿Qué
nos dice la Sagrada Escritura?
Dos personajes
que atraviesan la historia de la salvación: el fariseo y el publicano: dos
modos de ser y de actuar, uno es agradable a Dios, el otro es rechazado. Uno es
justificado, el otro se retira vacío. Cuánta razón tenía Jeremías al decir: “Si me buscáis de todo corazón me dejaré
encontrar por vosotros” (Cfr Jer 29, 13). El rey David nos dejó su propia
experiencia al decirnos que “Un corazón
contrito, Dios no lo rechaza” (Slm 51, 9). No sólo no nos rechaza, sino que
va a nuestro encuentro y nos espera con los brazos abiertos como un Padre lleno
de misericordia para darnos una bienvenida gozosa y liberadora (Cf Lc 15, 11ss)
2.
¿Cómo
acercarnos hoy a Cristo?
San Juan Pablo
II recomendó a los hijos de la Iglesia la búsqueda de Dios como lo primero para
esta vida: “Dedíquense a buscar a Dios”. Que esa sea la tarea permanente para
vuestra vida. En estos días de Cuaresma es una ilusión el acercarnos a Cristo
crucificado sin querer despojarnos de
nuestras grandezas; de nuestro orgullo, de nuestra vanidad. Hemos de ir a él
con la disponibilidad de entregarle todas nuestras cargas y nuestras miserias,
para poder revestirnos de la humildad de Cristo.
Escuchemos al
profeta decirnos “Será doblegado el
orgullo del mortal. Será humillada la arrogancia del hombre, sólo el Señor será
ensalzado aquel día” (Isaías 2, 17). ¿Cuál día? El día del Señor, cuando
con la fuerza del Espíritu exclama desde la Cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30). ¿Cómo doblega Dios el orgullo
de los hombres? Acaso: ¿los despojó de su poder? ¿Los humilló? O ¿los aniquiló?
No, lo ha doblegado: Anonadándose él: “se
humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la cruz” (Flp 2, 6-8). Doblegó
el orgullo y la arrogancia desde dentro. ¿Hasta dónde se humilló el Señor?
Hasta la muerte vergonzosa de cruz: hasta el desprecio, el rechazo y la burla de los hombres.
Nuevamente
Isaías nos saca de toda duda: “No tenía
apariencia humana” (Is 53, 2-4). Se humilló hasta cargar con el oprobio de
la cruz (los pecados del mundo). La cruz de Jesús es el sepulcro del orgullo,
la lujuria, y de toda arrogancia humana. En la roca del Calvario se rompen las
olas de la soberbia, del odio y de la envidia; y de allí no pasan. La Cruz de
Jesús es la “Roca” en la que se rompen las olas o los “sulamis” de nuestros
pecados. San Pablo nos da razón de todo esto: “Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo”. “Nuestra condición orgullosa fue clavada en
la cruz de Cristo” para darle muerte al hombre viejo, a nuestras pasiones
desordenados (cfr Gál 5, 24). Comprendamos que morir con Cristo es morir al
orgullo, al egoísmo, la pereza, al odio
para abrirse a la humildad, a la bondad, a la creatividad…
3.
¿Cuál
es la Buena Noticia para esta Cuaresma?
“Qué el Señor Jesús se humilló a sí mismo, cargó con
nuestros pecados y murió por nosotros en la Cruz” (Flp 2, 8; 2
Cor 5, 14) Esta es una hermosa verdad columna y fundamento de la fe. El murió
por todos, “para que los pecados fueran
perdonados” (Rom 4, 25). Para el apóstol todo bautizado participa de la
muerte, sepultura y resurrección de Cristo (cfr Rom 6, 4-6) de manera que
podamos decir que: todos murieron, si uno se rebajó, todos se rebajaron con él,
todos se humillaron con él, y todos
resucitaron con él.
La Buena Noticia
es que tenemos un Salvador que nos ha redimido, justificado, salvado y
santificado. Si yo quiero puedo hoy, apropiarme de los frutos del Amor
manifestado en Cristo Jesús. “Por la
obediencia de uno, todos se convirtieron en justos… por la humillación de
uno, se convirtieron en humildes (cfr
Rom 5, 19) La Buena Noticia es que al ser justificados por la fe en Jesucristo
(Rom 5, 1-3) ahora somos una Nueva creación (1 Cor 5, 17); ahora la soberbia ya
no nos pertenece; el odio no es lo nuestro, la envidia no es lo nuestro. Lo
nuestro es la verdad, el amor, la vida, la libertad. Y eso porque Cristo se
humilló a sí mismo para levantarnos de la postración del pecado y hacernos
partícipes de la “naturaleza divina” (2 Pe 1, 4b).
4.
¿Qué
es lo que ha sucedido?
Que Cristo
movido por el amor a su Padre y a los hombres abrazó la cruz con amor, por
obediencia a su Padre ha dado subida para que todos seamos uno con Dios y entre
nosotros: “Todo el que está en Cristo, es una nueva creación, es hombre nuevo,
lo viejo ha pasado. Lo viejo es el sepulcro, la muerte; lo nuevo es Cristo,
nuestra Paz (2 Co. 5, 17). Hemos sido liberados, reconciliados: ahora somos
familia, somos hijos de Dios y podemos llamarnos hermanos. Ahora podemos
amarnos y aceptar la Voluntad de Dios porque el amor de Cristo ha sido
derramado en nuestros corazones (Rom 5, 5).
5.
¿Qué
significa celebrar el Misterio de la Cruz?
Significa
aceptar la invitación de Cristo a ir a él y entregarle hoy mi condición
orgullosa; entregarle mi “carga, la de mis pecados” para que pueda destruirla
de hecho en su Cruz: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y Yo los
aliviaré, tráiganme sus cargas y acepten la mía” (Mt 11, 25ss). En el encuentro
con Cristo se actualizan las Palabras de Jesús del Evangelio de san Lucas: “He
venido a encender un fuego sobre la tierra y cuanto ardo en deseos de verlo
arder” (Lucas 12, 49) Es el fuego de la pasión de Cristo. Existe la “Hoguera de
la Pasión de Cristo”. Vengamos todos y vaciemos en ella nuestras cargas; cargas
de soberbia, de avaricia, de lujuria, de arrogancia. Vengamos y clavemos en la
Cruz de Cristo todas nuestras miserias. Sólo entonces podemos ser libres con la
libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 13). Ser libres para amar, conocer y
servir al Señor que se hace presente en los otros, en la familia, en los
pobres.
Hoy podemos
reconocer que la soberbia es causa de guerras, de lágrimas, de conflictos, de
pobreza y de miseria. La humildad en cambio nos hace ser más humanos, más
libres, más amables y más generosos. La soberbia es muerte, la humildad en
cambio es vida, es donación es entrega. Celebrar la Cuaresma es prepararnos
para estar con Jesús en la semana Santa y padecer con él, sufrir con él y morir
con él, para también vivir, servir y reinar con él (2 Tim 2, 11).
Para revestirnos
de humildad hemos de ir a Cristo con el corazón pobre y humilde como el del
publicano. El profeta Sofonías nos descubre los planes de Dios: en aquel día
dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre que se cobijará al amparo del
Señor (So 3, 12ss). El pueblo pobre y humilde nace y brota de la Cruz de
Cristo. “Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón” (Mt 11,29).
6.
¿Qué
hizo Jesús, el Señor para llamarse humilde?
“Tomó la condición de esclavo” (Flp 2,
7). Se hizo pequeño para servirnos. Esta es la invitación de Jesús que hace a
sus discípulos para entrar al reino de Dios: “Sí no os hacéis como niños” para
ser servidores (Mc 9, 36) Jesús se hizo el más pequeño de todos para morir por
todos. La humildad de Cristo está hecha de sencillez, de servicio y de
obediencia. La Cruz de Cristo es humildad, es pobreza, es amor, es obediencia,
es servicio. (Flp 2, 8). El orgullo se quiebra, tanto, mediante la sumisión a
Dios y a los que Él ha puesto como Autoridad, como en desprendimiento de las
cosas, de los lujos, del prestigio, del poder y de la fama.
7.
¿Qué es la humildad en Jesús?
En Jesús la
humildad es positiva, en nosotros es negativa. La humildad para Jesús es darse,
donarse, entregarse; es amar sin límites. Jesús en la cruz practicó la
humildad, la reveló y la creó. La humildad cristiana es participar del estado
de ánimo de Cristo en la Cruz: “tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”
(Flp 2, 5) La humildad cristiana es la fuerza de la cruz para salir de sí mismo
e ir al encuentro del otro para
servirlo, para amarlo, para cargar con sus debilidades. Sólo los humildes aman,
obedecen y sirven.
8.
¿Cómo
lograr poseer un corazón humilde y abatido?
Tres cosas son
necesarias: Pidamos ayuda al Espíritu Santo, abandonemos las defensas y
resistencias y echemos una mirada al espejo de nuestra conciencia. ¿Qué vemos?
Un corazón lleno de orgullo, vanidad, autosuficiencia; un corazón lleno de su
propia gloria y vacío de la “gloria de
Dios”. La respuesta del Espíritu Santo a nuestra petición siempre será
llevarnos a Cristo. En el encuentro con él, Satanás será echado fuera y a la
vez, seremos justificados, reconciliados y revestidos de Humildad. Bueno sería
que nunca olvidemos las palabras del Salmo: “Un corazón contrito y humillado es
un sacrificio agradable a Dios” (Salmo 51, 9) Sólo entonces podremos llegar a
decir con Pablo: “Qué tengo que no lo haya recibido de Dios? Todo don perfecto
viene de Dios, reconocer y no presumir es ya una manifestación de humildad;
para no echar a perder las cosas, la humildad nos ayuda a saber que los dones
de Dios son para nuestra propia realización y la de los demás. Cuando “todo lo
aprovecho para mi propia gloria” y me niego a compartirlos con los demás
reaparece el egoísmo que me hace ser un ladrón de la gloria de Dios (cfr 1 Cor
4, 7)
9.
¿Cómo
descubrir las barreras?
Existen
peligros, como el negar que somos pecadores; enterrar nuestros defectos y auto
justificarnos: No huyamos a otra parte, no nos enfademos diciendo este modo de
hablar es muy fuerte: Hagamos lo que el publicano, reconoció su pecado y lo
confesó; Hagamos lo que aquella multitud que asistió a la muerte de Cristo; se
volvieron a sus casas dándose golpes de pecho (Lc 23, 48) pidiendo a Dios
perdón por el crimen de haber dado muerte al Príncipe de la Gloria.
10.
¿Qué
tenemos que hacer?
Ante la
afirmación de los Apóstoles: “Ustedes mataron a Jesús de Nazaret por medio de
gente malvada” (Hch 2, 23) Aquellos hombres dijeron: “Hermanos, ¿qué debemos
hacer? La respuesta es la misma que Pedro y los Apóstoles dieron a la multitud:
Arrepiéntanse y conviértanse; háganse bautizar en el nombre del Señor Jesús
para que sus pecados sean perdonados y reciban el Espíritu Santo. (hechos 2,
36- 38).
Hemos escuchado
el Mensaje de la Iglesia Apostólica que proclamaba con toda Autoridad que
Jesucristo murió y resucitó para que obtengamos por la fe en Él la
justificación, juntamente con la necesidad de volverse a Dios para la
reconciliación.
11.
¿Cuál
es nuestro sacrificio? ¿A qué hemos venido al templo?
Hemos venido a
dar culto a Dios, a ofrecer un sacrificio: el de Cristo y el nuestro, que
consiste en: “Someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios” tal como lo
rezamos en el Padre nuestro o como Jesús rezó en el “Huerto de Getsemaní (Lc
22, 42). Dejar de hacer lo que yo quiero para hacer lo que a Dios le agrada: la
bondad, la verdad, la justicia, la misericordia, la compasión, la donación
entrega y servicios a favor de los más pobres (Mt 7, 21ss).
La verdad es que
mientras Jesús ha destruido con su muerte el muro que divide a los hombres: el
odio (Ef 2, 16), estos se empeñan en volverlo a construir: levantando murallas
de egoísmo, de odio entre ellos y excluyendo a mucho del patrimonio que es
común a todos.
Jesús es un
buscador de “perlas preciosas”. La Perla más preciosa para Dios es un corazón
quebrantado y humillado. La alegría de Jesús: darlo todo para que los pecadores
seamos libres e hijos de Dios. Sólo en la medida que seamos libres podremos
dejarlo todo, para ser discípulos, apóstoles, servidores del Señor que nos “amó
y se entregó por nosotros para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino,
para servirlo en nuestros hermanos.
Conclusión. La experiencia
de encuentro con Cristo nos libera y nos reviste de humildad para que sirvamos
con un corazón limpio, una fe sincera y una conciencia limpia al Señor de la
Gloria (1 Tim 1, 5). La experiencia de la cruz de Cristo nos hace humildes, nos
llena de amor fraterno y nos da el dominio propio (la castidad) para vencer las
pasiones desordenas. Muy importante es recordar las palabras de Jesús: “Vigilad
y orad (Mt 26, 41).
Vigilad y orad…
¿propuesta o mandamiento?.
7.
Hijo si te acercas a servir al
Señor permanece firme en la justicia y en el temor y prepárate para la prueba
Hijo, si te acercas a servir al Señor permanece, firme en la justicia y en el
temor, y prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te
angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al
final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la
adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que
agradan a Dios en el horno de la humillación. Confía en él y él te ayudará,
endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su
misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis. Los que teméis al Señor,
confiad en él, y no se retrasará vuestra recompensa. Los que teméis al Señor,
esperad bienes, gozo eterno y misericordia. Los que teméis al Señor, amadlo y
vuestros corazones se llenarán de luz.
Fijaos en las generaciones antiguas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó
defraudado?,
o ¿quién perseveró en su temor y fue abandonado?, o ¿quién lo invocó y fue
desatendido?
Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en
tiempo de desgracia, y protege a aquellos que lo buscan sinceramente. (Eclo
2,1-11)
Salmo
responsorial
R/. Encomienda tu camino al
Señor, y él actuará
V/.
Confía en el Señor y haz el bien, habitarás tu tierra y reposarás en ella en
fidelidad;
sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. R/.
V/. El
Señor vela por los días de los buenos, y su herencia durará siempre; no se
agostarán en tiempo de sequía, en tiempo de hambre se saciarán. R/.
V/.
Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama
la justicia y no abandona a sus fieles. Los inicuos son exterminados, la
estirpe de los malvados se extinguirá. R/.
V/. El
Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los
protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él.
R/.
Sal
36,3-4.18-19.27-28.39-40
El relato del Evangelio.
En aquel
tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se
enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de
muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían lo que decía, y les daba
miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: «¿De
qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más
importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el
primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño,
lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me
acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado». (Mc 9, 30-37)
El Señor Jesús,
es formador de discípulos.
“Al encontrarle a la orilla del mar, le
preguntaron: “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?” Jesús les respondió: “En
verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no porque habéis visto
signos, sino porque habéis comido pan y os habéis saciado” (Jn 6, 25- 26) El
Señor Jesús, en la primera etapa de su Ministerio se dedicó a las grandes
multitudes, les hacía milagros y exorcismos, eran muchísimos los que lo
seguían, Pero se dio cuenta que muchos no realmente habían creído en él. Entre
la gente había espías de Jerusalén que tomaban nota de lo que él enseñaba y le
hacía preguntas capciosas para hacer que cayera en la trampa y poder acusarlo.
De frente a la enseñanza de la Eucaristía muchos lo abandonaron: «En verdad, en
verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su
sangre, no tenéis vida en vosotros. El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el
último día. Porque mi carne es verdadera
comida y mi sangre verdadera bebida,” “Y decía: «Por esto os he dicho que nadie
puede venir a mí, si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se
volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn 6, 53- 55. 65)
En una segunda
etapa de su Ministerio, descubre que lo van a matar, y lo anuncia a sus
discípulos tres veces. Pero, toma la decisión de formar a los Doce para que
prolonguen en la historia la Obra redentora que él ha iniciado con su
predicación, con sus milagros, con sus exorcismos, con su pasión, su muerte y
resurrección. Jesús enseña con su Palabra, con su trabajo y con su vida. Elige
a los discípulos, pero no los obliga a seguirlo. Quiere cultivar en los suyos
la libertad afectiva, la del corazón para que respondan con amor y no por
servilismo: “Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis
marcharos?” Le respondió Simón Pedro:
«Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros
creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Jn 6, 67- 69) ¿Qué pensaría
Pedro? Volver a la casa de la suegra. Volver a las barcas y a las redes, viejas
y remendadas. Volver a la sinagoga donde
nos juzgan y nos van a correr. “Nosotros hemos probado lo bueno qué es el
Señor” “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Por el camino
seremos purificados y confirmados.
Muchísima es la
gente que dice: Dios me ama y me da todo lo que yo le pido. Gente que hace
oración, tienen alguna devoción, pero, realmente no conocen al Señor. No han
tomado la firme determinación de amarlo, seguirlo y servirlo. Se sigue a otro
espíritu, pero no al Señor. Cuando en todo nos va muy bien y quedamos bien con
los demás, prepárate, por que el Ángel de la purificación, está a la vuelta de
la esquina y en cualquier momento llega para realizar la “Obra de Dios”. El
Señor quiere darnos crecimiento espiritual y darnos madurez humana, para eso
manda un “Serafín” que significa “ardiente” para purificar los labios y poder
responder con generosidad. Experiencia de la que habla Isaías: “Entonces voló
hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas
había tomado de sobre el altar, y tocó
mi boca diciendo: «Como esto ha tocado tus labios, se ha retirado tu culpa, tu
pecado está expiado.” ( Is 6, 6- 7).
La experiencia
del encuentro con Jesús, deja en nosotros su Espíritu que nos lleva al desierto
para prepararnos para la Misión. En el desierto es lugar de la prueba, del
combate, del encuentro con ángeles buenos y con ángeles malos. Al final del
desierto se toma la “firme determinación de seguir a Cristo y romper con el
mundo”. Cuando no se conoce el desierto, como lugar donde habitan los demonios,
como la “victoria de Dios”, nuestra fe será siempre mediocre y superficial, más
que recoger desparramamos (cf Mt 12, 30)
El desierto es
una etapa de preparación y formación en el que aparecen las pruebas, pero no
como castigos, sino como un medio de crecimiento espiritual y madurez humana
cristiana. La Visita del Ángel de la purificación tiene dos características:
“Viene a confirmarnos en la fe y en el servicio al Reino, y viene, también, a
corregirnos para que enderecemos el camino y reorientemos nuestra vida en el
seguimiento del Señor Jesús.”
“Te aconsejo que
me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos
para que te cubras y no quede al descubierto tu vergonzosa desnudez, y un
colirio para que te eches en los ojos y recobres la vista. Yo reprendo y
corrijo a los que amo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.” (Apoc 3, 18- 19)
“De ese modo, cuando Jesucristo se manifieste, la calidad probada de vuestra
fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se
convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor.” (1 pe 1, 7) “¡Feliz el
hombre que soporta la prueba!, porque, una vez superada ésta, recibirá la
corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman.” (Snt 1, 12)
“Escucha el consejo, acepta la corrección y al final llegarás a sabio.” (Prov
19, 20). Durante la prueba espiritual, no digamos: ¿Por qué a mí? Más bien
digamos: ¿Para qué a mí?
¿Qué hacer cuando estemos dentro de la prueba
espiritual?
Aférrate al
Señor en íntima, cálida y sólida oración. “ Sé paciente, confía en él, espera
en él y en su misericordia” Cuatro hermosas virtudes se van apareciendo en el
rostro del discípulo que se deja enseñar durante la prueba por su Maestro:
Paciencia, Confianza, Esperanza y Misericordia, es el “Camino” para hacerse
como niños” para ser servidores aprobados que han pasado la “noche fría”, “el
desierto de la aridez.” Recordemos la experiencia de Jeremías: Entonces Yahvé
me dijo: “Si vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si
sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos vuelvan a ti, pero
no tú a ellos. Yo te haré para este
pueblo muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán,
pues contigo estoy yo para librarte y salvarte —oráculo de Yahvé—“ (Jer 15, 19-
20)
En la prueba, el
Señor nos da una doble porción de luz a la que no estamos acostumbrados,
haciendo entonces “berrinche”. La finalidad de esta iluminación es hacer que
reconozcamos nuestros, defectos de carácter, y dejemos de auto justificarnos,
creyendo que estamos bien y que le estamos sirviendo al Señor, cuando en
realidad nos servimos a nosotros mismos, y por lo mismo estamos en decadencia
espiritual, moral, familiar, comunitaria, civil… “no tires la toalla” “no
abandones el servicio” “No abandones el Ministerio” Diríamos con Job: Cíñete,
pues, de grandeza y majestad, vístete de gloria y esplendor” (Job 40, 10) Con
Pablo: Despójate del hombre viejo y revístete del hombre nuevo (Ef 4, 24) En la
prueba no estás sólo, el Señor está contigo, ha venido para que tengas vida y
en abundancia (cf Jn 10, 10). Pero también cerca el “ángel malo” que te
aconseja, que te mete miedo, diciendo: “no vas a poder” “no pierdas tu tiempo o
tu vida” “vas a vivir en la soledad en tu vejez, abandona tu sacerdocio y busca
compañera….”
En oración
íntima, humilde, sincera y confiada hagamos tres preguntas al Señor a quien
queremos servir: a) “Señor que me quieres enseñar” b) “Señor que quieras que yo
haga” c) “Aquí estoy Señor, haz conmigo lo que tú quieras.” La “prueba
espiritual es una visita del Señor; es un don de Dios; es una enseñanza para la
vida para purificar nuestro corazón y revestirlo de gracia. Con la ayuda del
Espíritu Santo reconocemos y aceptamos nuestras tinieblas, nuestros pecados, el
primer combate, es del Señor. Con humildad pedimos orientación: ¿Qué quieres
que yo haga? Que vuelvas a la oración, que vuelvas a la Palabra que
abandonaste; que te reconcilies y pidas o des perdón; que seas responsable de
tu familia y que no gastes lo que no tienes o pagues lo que debes. Este segundo
combate, si se acepta, es también del Señor. La victoria plena para recibir la
“corona” sigue el ejemplo de María (Lc 1, 38) “Acepto Señor, tu voluntad y me
somete a ella”. Pasa la prueba y deja huella. Se abandona las viejas
intenciones para seguir a Cristo por lo que es y no por lo que tiene. Ha sido
destruido el ídolo para dar lugar al Señor Jesús para que reine en nuestro
corazón. Hemos retomado el camino que lleva a la Verdad y a la Vida. La prueba
se hace victoria cuando terminamos Amando a Dios y al prójimo. Lo contrario no
dejó superación, crecimiento, santidad, amor.
Padre Santo y
Justo, por tu Hijo Jesucristo dadnos Espíritu Santo para nos guie y sea nuestro
Maestro interior y nos haga ver a Jesús como nuestro Salvador, Maestro y Señor.
8.
Para
el Tiempo de Cuaresma
¿Qué
es la Cuaresma?
La
Cuaresma es un tiempo fuerte que la Iglesia como
Madre nos presenta para invitar a sus hijos a Poner su mirada en Jesucristo, el
Autor y el Consumador de nuestra fe (Heb 12, 2). Él es el protagonista de la
Cuaresma, al decir a sus discípulos: “He tomado la firme determinación de subir
a Jerusalén” (Lc 9, 51) Jesús lleva en su corazón el el gran Proyecto de Dios
de reunir a los hombres para hacer la comunión con Dios y entre ellos.
Con el anuncio de su
Pasión nos dice que es lo que va a pasar en la ciudad Santa: va a padecer y a
sufrir la muerte de Cruz para convertirse en el Siervo Doliente y Sufriente de
Dios en favor de toda la humanidad. Para luego resucitar como el vencedor de la
muerte y ascender victorioso a la derecha del Padre para derramar al Espíritu
Santo sobre la humanidad. “Humanidad que significa llamada a la comunión
interpersonal”, escribe Juan Pablo 11 (MD, 7).
Hoy,
para nosotros, la Cuaresma es el inicio
de la Peregrinación hacia la Pascua. Salir del exilio para
ponerse en camino de éxodo hacia la Tierra Prometida que mana “leche y Miel”,
es decir, “Paz y Dulzura espiritual” (Ex
3, 8). El exilio es una situación de opresión y de servidumbre, de pecado que
nos aporta la muerte espiritual y rompe la Comunión con Dios y con los
hermanos: “Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y
toda clase de maledicencias” (1 Pe 2,1). Romper con el pecado para vivir en la
libertad de los hijos de Dios (Gál 5,1) “Como niños recién nacidos, desead la
leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es
bueno” (1 Pe 2, 2). El Camino del éxodo es un Camino lleno de experiencias,
veces dolorosas, veces liberadoras y
gloriosas, pero, todas necesarias en el caminar con el Señor. Un Camino lleno
de esfuerzos, renuncias, sacrificios, luchas y decisiones por Cristo y el Reino
de Dios: “Desde los
días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y
los violentos se hacen con él” (Mt 11, 12).
Por eso
podemos decir que la Cuaresma es un tiempo dedicado a Dios, Padre de toda
Misericordia y Dios que nos consuela en todos nuestros sufrimientos (cf 2 Cor
1, 4), y hoy como ayer, nos invita a regresar a Casa siguiendo las huellas de
Jesús, el Verbo del Padre que se hizo hombre para sacarnos de la postración del
pecado y llevarnos la Casa del Padre (cf
Col. 1, 13). El evangelista san Juan nos describe una realidad que sigue
pasando hoy día: “El Señor Jesús, vino a
los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Le dieron muerte por medio
de gente malvada, pero Dios lo resucitó y lo sentó a su derecha como Señor y
Cristo (Hch 2, 22.36).
El camino a la Casa del Padre pasa por la Pascua de
Jesús: Muerte y Resurrección (cf Jn 13, 1). La invitación es para todos, pero
en libertad de conciencia: “El que quiera servirme que me siga, para que donde
yo esté, también, esté mi servidor” (Jn 12, 23) ¿Qué es lo que nos hace seguir
a Jesús? Los Apóstoles tenían miedo seguirlo, sin embargo, Tomás, llamado
Dídimo les dijo: “Vamos también nosotros a morir con Él” (Jn 11, 16). La única
razón, es el Amor, hacia Aquel que nos amó primero y se entregó por nosotros
(cf 1 Jn 4, 10; Ef 5,2).
¿Qué
hacer en esta Cuaresma?
1)
Lo
primero es escuchar la Palabra de Dios. Palabra de vida y que
es para vivirse. Escucharla y rumiarla, ponerla en práctica para que se haga
vida en nosotros. La Palabra nos convence de que somos pecadores amados por
Dios incondicionalmente. La Palabra nos convence de que nuestro pecado nos
priva de la Gloria de Dios (Rom 3, 23). La Palabra nos convence que necesitamos
purificación e iluminación para conocernos y alcanzar la Meta. “Estar con el
Señor” y “Compartir su Destino y su Misión. La Palabra es poderosa y nos libera
de nuestras cargas (cf Jn 8, 32) La Palabra de Dios nos limpia y nos consagra (Jn
15, 7; Jn 17,17) La Palabra nos guía a la salvación por la fe en Cristo Jesús y
a la perfección Cristiana (2 Tim 3, 14ss).
2)
La
Cuaresma es un tiempo para hacer un alto en nuestra vida, dar media vuelta y
entrar en nuestro interior. “Entonces se puso a reflexionar y pensó: ‘¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero
de hambre! Me pondré en camino, iré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado
contra el cielo y ante ti” (Lc 15, 17- 18). Hacer
un alto, entrar dentro, para luego analizar las cargas de
conciencia y darnos cuenta de las cosas equivocadas que hemos hecho, reconocer,
tanto nuestros pecados, como las cosas buenas que llevamos en nuestro interior.
A la luz de la Palabra de Dios, convencernos de que Dios nos ama y que somos
pecadores. Y ¿ahora qué? Ahora orientemos nuestra vida hacia la Pascua de
Cristo siguiendo sus huellas para que experimentemos la fuerza de Cruz y
experimentemos el poder de la resurrección (cf Flp 3, 10)
3)
Cuaresma
es un tiempo, tiempo para profundizar la conversión, con la fuerza de la
Palabra y de la Oración. Palabra, Oración y Ayuno, nos llenan de Cristo y nos revisten de Él.
Que en los días de Cuaresma nuestra oración sea menos ruidosa, menos mitotera.
Y A la vez, nos ayude a disminuir, hasta desaparecer (cf Jn 3, 30). La escucha
de la Palabra nos pide saber hacer silencio interior y exterior. Qué nuestra
oración sea íntima, de dentro, del corazón. Que no sea de labios para afuera.
Que sea humilde como la del publicano que sabiéndose pecador pedía perdón de
corazón. Qué nuestra oración sea cálida, envuelta en la Caridad para que sea
agradable a Dios. Que nuestra oración sea extensa y perseverante envuelta en el
Deseo de Dios, de conocer su Voluntad y someternos a ella. Deseo de conocerlo,
amarlo y servirlo. Qué nuestra oración sea intercesora para que tengamos en
cuenta a la Iglesia, a la Familia, a los demás que sufren, especialmente por el
alejamiento de Dios. Que nuestra oración sea
ofrecimiento, por la cual nos ofrecemos como hostias vivas, santas y
agradables a Dios (Rom 12, 1).
4)
La
Cuaresma es un tiempo especial
“para buscar la Reconciliación” con Dios y con los demás. Reconciliarse con
Dios para volver a ser sus hijos; con los demás para volver a ser hermanos y
servidores unos de los otros. Es un tiempo de “integración y reprocidad e
igualdad fraterna”. Palabra y Oración nos llevan a Cristo que nos invita a
llevarle nuestras cargas para que pueda lavar nuestros corazones, perdonar
nuestros pecados y darnos el don del Espíritu Santo (cf Mt 11, 28). La
Reconciliación nos pide pedir perdón al que hemos ofendido y dar perdón al que
nos ofendió, tal y como lo enseño el Señor en la Oración Dominical del Padre
nuestro: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El Encuentro con Cristo nos, libera nos
limpia y nos consagra para que llevemos una vida digna y agradable a Dios en el
Servicio a los hermanos. Así lo dice la Palabra de Dios: “Habéis purificado
vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros
sinceramente como hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro”
(1 Pe 1,22).
5)
La Cuaresma
es en cuarto lugar un tiempo
dedicado a Dios que nos invita al servicio. Servir con amor y por amor al
Señor en los hermanos. Servir es lavar pies, es parte y expresión del
Mandamiento del Amor (Jn 13, 34- 35). En el Reino de Dios nadie vive para sí
mismo, pongamos la mirada fuera de nosotros, salgamos fuera y busquemos el
encuentro con los pobres y enfermos del Evangelio para compartir con ellos “Los
Dones de Dios”, viendo en cada rostro al Señor Jesús. Reconociendo en cada uno
la dignidad de hijos de Dios y poniendo nuestra vida al servicio de ellos como
una manifestación del Amor que se hace Servicio, es el modo como podemos trae a
la tierra la vida trinitaria en la práctica del amor recíproco.
Oh Dios que fuiste el primero en amarnos, y nos
diste a tu Hijo, para que por medio de él, recibiéramos la vida eterna, haz que
en el Espíritu Santo aprendamos amarnos unos a los otros, cómo él nos amó,
hasta darnos la vida unos a los otros.
9.
Las Leyes de la Cuaresma
1.
Las
Leyes de Cuaresma.
Cada una de las Leyes de Cuaresma son Palabras
salidas de la boca de Dios. Palabras a las que el profeta Isaías compara con la
lluvia que baja y empapa la tierra para hacerla fecunda (Is 55,9s). Por eso, a las Leyes de Cuaresma anteceden
los “Dones de Dios”. Podemos decir que los dones de Dios nos descubren la
Voluntad de Dios, el Camino que debemos seguir
y lo que debemos hacer. A) El don de la Palabra que ilumina nuestras
tinieblas, nos conduce a la fe y a la salvación (2 Tim 3, 14s). B) El don de la
conciencia de pecado (Jn 16, 8). Somos pecadores necesitados de purificación (1
Jn 1, 8-9). C) El don del “otro”. El otro ha de ser visto como don de Dios (Gn
2, 18). Estos tres dones nos recuerdan que el Señor no exige lo que antes no
nos ha dado. “Nos ama por primero” (1 Jn 4, 10) para que luego nosotros, tras
haber probado lo bueno que él es, seducidos por su bondad aceptemos las Leyes
de Cuaresma como caminos que nos llevan a la Casa del Padre.
a)
La primera de la las Leyes de
Cuaresma es:
dedícate a buscar a Dios. Jeremías nos dice: “Si lo buscas
de todo corazón, Él se dejará encontrar por ti” (Jer 29, 13). ¿Dónde buscarlo?
Los lugares para encontrar a Cristo la Iglesia los pone a nuestro alcance: La
Oración íntima y cálida, La Palabra de Dios que escuchamos, meditamos y ponemos
en práctica. La Liturgia de la Iglesia, especialmente la Eucaristía y la
Confesión, las Obras de Misericordia y el Apostolado.
b)
La
segunda de las Leyes de Cuaresma es: Disminuir para crecer.
Con palabra del Bautista decimos: “Es necesario que yo disminuya para que
Cristo crezca” (Jn 3, 30) Es hacerse pequeño, pobre, humilde para poder llegar
al Nuevo Nacimiento y entrar en el Reino de Dios.
c)
La
tercera Ley de Cuaresma es seguir el
camino del grano de trigo: Morir para vivir: “En verdad, en verdad os digo que
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si
muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida
en este mundo la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me
siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el
Padre le honrará (Jn 12, 24- 26). Hemos entrado en la semana santa, para eso
acompañamos al Señor. Por amor a Él renunciamos a nuestro egoísmo y a nuestros
intereses para estar con el Señor, y padecer y sufrir con Él, morir y resucitar
con Él (2 Tim 2, 11s). Escuchemos la enseñanza del primer papa
decirnos: “Rechazad,
por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de
maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a
fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que
habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 1-3).
d)
La cuarta Ley de la Cuaresma es caminar tras las huellas de
Jesús. Para caminar hay que ponerse de pie, hay que tener
fortaleza y hay que saber hacia dónde vamos. Escuchemos al Señor Jesús: Decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la
perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al
hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque
quien se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se
avergonzará de él cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los
santos ángeles” (Lc
9, 23- 26).
2.
El
Espíritu Santo es el “Agente principal de la Cuaresma”.
El Espíritu Santo está
implícito en la Palabra que escuchamos es nuestra guía hacia la Pascua (Jn 16,
8. 13). Con la escucha de la Palabra “La Luz de Cristo” ha entrado en nuestros
corazones para convencernos de que somos amados por Dios. Nos convence de que Dios
nos ama incondicionalmente, remueve las entrañas de pecado, nos convence de que
somos pecadores y nos conduce al encuentro con Cristo. En el encuentro con
Cristo somos liberados, reconciliados y salvados. Entramos en hombros del Buen
Pastor en la Casa del Padre para ser alimentados con “los frutos del árbol de
la Vida que está en el Paraíso de Dios” (Apoc 2, 7)
Para caminar hay que
alimentarse con el alimento que Dios nos propone, ya que el Camino de la
Cuaresma está lleno de piedras, muros, obstáculos que hay que superar y vencer
para “Caminar en la Verdad, en el Amor y
en la Justicia” (cf Ef 1, 8). Escuchemos al profeta Miqueas: “Se te ha hecho saber, hombre, lo
que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la
lealtad y proceder humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8). Caminar con los ojos
fijos en Jesús (Heb 12, 2) Sin desviarse ni a izquierda ni a derecha; sin mirar
hacia atrás para no hundirse en el lodo del hedonismo. Escuchemos las palabras
que el Señor dice a Josué a la muerte de Moisés:
«Sé fuerte y
valiente, porque tú eres quien va a dar a este pueblo la posesión del país que
juré dar a sus padres. Basta que seas muy fuerte y valiente, teniendo cuidado
de cumplir toda la Ley que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni un
ápice, para que tengas éxito adondequiera que vayas. Que el libro de esta Ley
no se aparte de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo
conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas.
¿No te he mandado que seas fuerte y valiente? Pues no tengas miedo ni te
acobardes, porque Yahvé tu Dios estará contigo adondequiera que vayas.» (Jos 1,
6- 9)
La
Cuaresma es el tiempo para destruir las guaridas de las zorras y los nidos de
las aves para afianzarse como discípulos de Jesucristo: Mientras iban
caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús replicó:
«Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» (Lc 9, 57- 58). Las guaridas hacen
referencia a la una vida mundana y pagana, a una vida en la carne (Gál 5, 19-
21) y los nidos a los infantilismos y a los vicios
La
Cuaresma es el tiempo para hacer la “Opción fundamental por Jesucristo” y dar
la espalda al mundo: Dijo a otro: «Sígueme.» Pero él respondió: «Déjame ir
primero a enterrar a mi padre.» Replicó Jesús: «Deja que los muertos entierren
a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios.» Hubo otro que le dijo: «Te
seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Replicó Jesús:
«Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de
Dios.» (Lc 9, 59- 62)
Oración:
Espíritu Santo; Espíritu de Luz y de Verdad, guía mis pasos por los caminos de
la vida para que encuentre al Único que puede llevarme a la Libertad de los
hijos de Dios para hacer de mí un hombre libre, capaz de amar y ofrecerme como
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf Rm 12, 1).
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