Creced,
pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Iluminación:
Dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra; que
manden en los peces del mar y en las aves del cielo, en las bestias y en todas
las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y
hembra los creó. Después los bendijo
Dios con estas palabras: «Sed fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y
sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal
que repta sobre la tierra. (Gn 1, 26- 28)
Con
la ayuda de Dios y nuestros esfuerzos nos ponemos en camino del crecimiento
integral. Hay crecimiento donde hay vida. Todo hombre desde
que nace está orientado hacia lo que todavía no es: una plenitud. Una persona
madura, plena, fértil, fecunda y fructífera. El hombre crece y madura viviendo
con otros y para otros. El crecimiento exige la unidad de las dimensiones
humanas básicas: la corporal, la mental, la espiritual, la social y la
histórica. Lo anterior me hace decir que el hombre no es unidimensional. Es
pluridimensional, y además necesita de otros y otros necesitan de él para
alcanzar la armonía de sus dimensiones. Dios se hizo hombre para llevarnos a la
armonía interior y exterior. El hombre tiene un adentro y tiene un afuera. El
crecimiento integral exige salir fuera para ponerse en camino de éxodo. Salir
de situaciones de esclavitud para conquistar su libertad interior y exterior,
para reconciliar consigo mismo y con el afuera: Dios, los otros y lo otro, la
creación. La clave del crecimiento es presentada por la Sagrada Escritura en
los labios de Juan Bautista: «Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del
cielo. «Vosotros mismos sois testigos de
que dije: ‘Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él.’ El que
tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, que está presente y le
oye, se alegra mucho con la voz del novio. Ésta es, pues, mi alegría, que ha
alcanzado su plenitud. “Es preciso que él crezca y que yo disminuya.” (Jn 3, 27-
30)
En
esa línea Jesús, el Señor dijo: “Si no se hacen como niños no entrarán al reino
de Dios” (Mt 18, 3) ¿Cómo lograrlo? Jesús lo dijo: Por el
camino del “Nuevo Nacimiento” (cf Jn 3, 1- 5) Nacer de lo alto, nacer de Dios:
“Vino a los suyos, mas los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su
nombre; éstos no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de
hombre, sino que nacieron de Dios.” (Jn 1, 11- 13) En nuevo nacimiento pide ir
a Jesús, creer en él, entregarle la carga del pecado para recibir el don del
Espíritu Santo, es decir, creer y conversión de la mente y corazón, retomar el
camino que lleva a la madurez humana y a la salvación. Ir a Jesús es creer en
él: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os
proporcionaré descanso. Tomad sobre
vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera.” (Mt 11, 28-29).
Escuchemos
al primer vicario de Cristo darnos una catequesis a los creyentes de todos los
tiempos: “Por medio de ellas nos han sido concedidas las
preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la
naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia. Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra
fe la virtud, a la virtud el conocimiento,
al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia activa, a la
paciencia activa la piedad, a la piedad
el amor fraterno, y al amor fraterno la caridad. Pues si poseéis estas cosas en abundancia, no
os dejarán inactivos ni estériles para llegar al conocimiento perfecto de
nuestro Señor Jesucristo. Quien no las
tenga es ciego y corto de vista, y ha echado en olvido que ya ha sido
purificado de sus pecados pasados. Por
tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra
elección. Obrando así nunca caeréis. Y
así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo.” (1 Pe 1, 4- 11).
San Pablo en sus cartas
nos pide despojarse del “hombre viejo y revestirse del hombre nuevo” en
justicia y santidad.” (Ef 4, 24) El hombre viejo es incapaz de conocer a Cristo
porque tiene la mente embotada por egoísmo, el corazón endurecido, ha perdido
la moral y lleva una vida arrastrada (cf Ef 4, 1- 18) Es incapaz de vivir en
comunión con los otros para intercambiar con ellos lo que sabe, lo que tiene y
lo puede. Se encierra en sí mismo y se ahoga en su propio mole. El grito de
Pablo a sus comunidades: despojaos del traje de tinieblas y huyan de las pasiones
de la juventud para que puedan crecer y madurar como personas y como discípulos
de Jesucristo (cf Rm 13, 13- 14; 2 Tim 2, 22) Realidad que se puede alcanzar
con la gracia de Dios y con nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios.
Recordando que la salvación es un don gratuito e inmerecido, pero, no barato.
El crecimiento pide alimento para poder tener la fuerza para caminar por los
caminos de la vida. Quien ha pasado por el Nuevo Nacimiento; ha pasado de la
muerte a la vida, dando muerte a lo viejo por la acción del Espíritu Santo:
“malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias.” Y ha
salido de las manos de Dios para aprender a caminar en la Verdad, en el Amor y
en la Justicia, nos dice el Apóstol:
“Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que,
gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es
bueno.” (1 de Pe 2, 2- 3)
Las
dimensiones del crecimiento integral. Entretanto, los
discípulos le insistían: «Rabbí, come.» Pero él replicó: «Yo tengo para comer
un alimento que vosotros no sabéis.» Los discípulos se decían entre sí: «¿Le
habrá traído alguien de comer?» Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. (Jn 4, 31- 34) Hacer la
voluntad de Voluntad de Dios es la verdadera clave para el crecimiento:
Alimento que fortalece, libera, reconcilia y transforma en los que estamos
llamados a ser: hijos de Dios, hermanos de los demás y en discípulos de
Jesucristo. Las dimensiones del crecimiento son cuatro: hacia abajo, hacia
arriba, hacia fuera y hacia dentro. Crecimiento que nos propone san Pablo para
vivir la comunión con Dios y con los hermanos, consigo mismo y con la creación: “Hasta que lleguemos todos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la
plena madurez de Cristo. Así ya no seremos como niños, llevados a la deriva
y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y
de la astucia que conduce al error. Antes bien, movidos por un amor sincero,
creceremos en todo hacia Cristo, que es la cabeza.” (Ef 4, 13- 15) El
crecimiento en la fe pide conversión, unidad, guardar los Mandamientos, y
permanecer en la cruz de Cristo para morir al pecado y vivir para Dios (cf Gál
5, 24) Lo que significa permanecer sentados a la “Mesa del Señor” para comer
del fruto del “Árbol de la vida” (cf Apoc 2, 7) Alimento que nos transforma en
lo que comemos.
Crecimiento hacia
abajo. Pide cultivar el barbecho del corazón (cf Jer 4, 3) Ponerle las raíces a
la fe para profundizar en la Verdad mediante la práctica de las virtudes: La
humildad, la mansedumbre, sencillez de corazón y la misericordia (cf Col 3, 12)
El crecimiento hacia
arriba de la fe verdadera es crecer en confianza en Jesús; en obediencia en
Jesús; en pertenencia a Jesús y amor a Jesús y al próximo: “El que tiene mis
mandamientos y los lleva a la práctica, ése es el que me ama; y el que me ame
será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.” Jesús le
respondió: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará; y
vendremos a él y haremos morada en él.” (Jn 14, 21. 23)
El crecimiento de la fe
hacia adentro nos pide cambio de entrañas de misericordia, cambiar la manera
mundana de pensar y cultivar las virtudes de la fe: La fortaleza, el amor, el
dominio propio, la pureza de corazón y la santidad: “Dios quiere vuestra
santificación: que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa
poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen
los gentiles que no conocen a Dios.”
El crecimiento de la fe
hacia fuera exige salir de sí mismo para darse, donarse y entregarse en
servicio a los demás. La práctica del amor fraterno, la piedad para vivir en
comunión con Dios y con los demás. La caridad pastoral vista como la
disponibilidad de amar y servir a los pobres como voluntad de Dios (cf Lc 6,
46) Esto nos convierte en discípulos verdaderos del Señor que invita a los
suyos a lavarse los pies unos a los otros (cf Jn 13, 13)
La advertencia de Pablo
para los que anhelan las cosas de arriba y mantenerse en obediencia a los que
Dios nos manda (cf Col 3, 1-4) es de vital importancia: “Como cooperadores
suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de
Dios. Dice él en la Escritura: En el
tiempo favorable te escuché, y en el día de la salvación te ayudé. ¡Pues éste
es el tiempo favorable; éste es el día de la salvación!.” (2 Cor 6, 1- 2) Todo
crecimiento pide fidelidad al proceso: remover los obstáculos que impidan
alcanzar la Meta y buscar los medios del crecimiento: la oración, la Palabra de
Dios, escucha y puesta en práctica, la Obras de Misericordia, la Liturgia, especialmente
la Confesión y la Eucaristía, la integración a una Comunidad de base y el
Apostolado.
El Apóstol recomienda:
“Por tanto, que la gente
nos tenga por servidores de Cristo y administradores de los misterios de
Dios. Ahora bien, lo que se exige de los
administradores es que sean fieles.” (1 Cor 4, 1- 2) “El que camina avanza; y
el que se duerme, no camina. “Levántate, toma tu camilla y vete a casa” (Mc 2,
11)
Fiel a la voluntad de Dios, a la Palabra de Cristo y fieles a
las mociones del Espíritu Santo.
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