Quiero ser un don de Dios para la Familia
y para la Humanidad
Iluminación:
“Bendito sea el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes
de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su
sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que
ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia” (Ef 1, 3- 8)
El encuentro entre dos caravanas:
una es de vida y la otra es de muerte. Al frente de una viene Jesús, lo siguen
los Doce y una gran multitud están en camino hacia Jerusalén para celebrar,
unos la pascua judía y otros a celebrar la pascua cristiana. La caravana de
muerte vienen a enterrar al único hijo de una viuda. Al frente llevan al
féretro, lo sigue su madre y detrás las plañideras, mujeres expertas en llorar
en los funerales, detrás de ellas, una gran multitud de familiares, amigos o
curiosos que se solidarizan con la viuda que ha perdido a su hijo. “Y sucedió que
a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y
una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a
enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que
acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella,
y le dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se
pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y
se puso a hablar, y él = se lo dio a su madre. = El temor se apoderó de todos,
y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre
nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de él, se
propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina. (Lc 7, 11- 17)
Jesús todo lo hace por
compasión. Se compadece de la viuda y le dice: “No llores” ¿Cómo no llorar si
ha perdido a su único hijo? Las palabras del Señor están llenas de consuelo y
llevan el alivio que la madre necesita. Jesús es el Consolador que el Padre ha
enviado a los que sufren (cf Lc 4, 18). Sus palabras son portadoras de una “esperanza”
que prometen vida en abundancia (cf Jn 10, 10) Luego se acerca y toca la
realidad del muerto: el féretro que es llevado en los hombros solidarios que lo
van a depositar en el hoyo de la tierra como último descanso de los que vuelven
a la tierra. La palabra sanadora y liberadora se deja escuchar de todos, pero
es al difunto a quien le dirige su Palabra: «Joven, a ti te digo: Levántate.»
Levantarse hace referencia a la “resurrección” El que estaba muerto, ahora está
vivo, se incorpora y se puso hablar. Hablar o comunicarse es señal de vida. Los
muertos no hablan, han entrado en el silencio de la muerte, ni ruido hacen.
El joven que antes
estaba muerto ha vuelto a su “nueva realidad” “Ha vuelto a la vida” Y el que lo
levantó de la muerte, con “inmensa compasión se lo entrega a la madre” Se
abrazan, tal vez lloran de alegría, pero la verdad que ahora, no sólo es su
hijo, es además “un don de Cristo a su Madre.” Vivirá para cuidarla,
alimentarla y vestirla. Podrá vivir él para ella, y ella, para él. Juntos
podrán compartir el pan de vida, la palabra, el tiempo, la casa y el camino.
La gente de las dos
caravanas estallan en gritos de júbilo alabando y glorificando a Dios por la “maravilla
de la cual han sido testigos: la resurrección de un muerto” Todos al unísono exclaman:
«Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su
pueblo». La caravana de muerte ha recobrado el ánimo, la alegría y regresa a
casa con la semilla de la fe en sus corazones. De parte de Jesús en continua su
camino hacia Jerusalén. “Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y
por toda la región circunvecina”.
Estoy convencido por
experiencia que todo aquel que vuelve al Señor porque Él lo hace volver. Todo
el que se convierte porque Él lo convierte. Todo aquel que es justificado,
salvado y santificado porque se ha incorporado al Señor, no se pertenece a sí
mismo, es propiedad del Señor, que con toda autoridad lo envía a dar testimonio
de la misericordia que Dios ha tenido para los enfermos o muertos (Cf Mc 5, 19)
Cómo olvidar las palabras que escuché de los labios del Sacerdote el día que
regresé a la Iglesia, Familia de Dios: “La Iglesia es una Madre cariñosa y
amorosa que anhela y espera el regreso de sus hijos ausentes. Bienvenido a su
Iglesia, lo estábamos esperando” “Con eso que usted derrocha en los “antros
nocturnos” comparta lo que gasta en una noche de parranda con una familia pobre”
Ahí, en esas palabras estaba el llamado a servir en el sacerdocio. La noche de parranda
era mi vida de pecado. Lo que derrochaba eran los dones que Dios me había dado
para mi realización y para la realización de los demás. La Familia pobre era la
“Iglesia pobre y necesitada de amor, luz y vida” a la que el Señor me llamaba a
servir como Sacerdote.
Jesús ha venido a
traernos a Dios, y a la misma vez, ha venido a llevar a los hombres a Dios. Ha
venido a traernos la vida, el amor y la verdad (Jn 14, 6) Ha ofrecido su propia
vida como sacrificio para sacarnos del pozo de la muerte, para darnos el perdón
de los pecados y ha resucitado para darnos vida eterna con el Espíritu Santo
que Él nos ha dado (Rm 4, 25; Rm 5, 5) Jesús nos ha dado su Vida, su Misión, su
Destino y su Espíritu. Nos comparte de su Único Sacerdocio, para que
participemos de su triple ministerio y seamos todos los creyentes bautizados:
sacerdote, profetas y reyes (cf 1 Pe 2, 9) Cada uno de nosotros somos regalo de
Dios para la Madre, la Iglesia, y en ella, somos regalo para toda la Humanidad.
Qué nadie se quede fuera: toda la Iglesia es enviada y no existe para sí misma.
Existe para servir a la Humanidad (cf Mt 28, 19- 20) Todo bautizado es un
discípulo de Cristo, y está llamado, a ser su misionero, un regalo para la “Madre.”
Qué hermosas palabras encontramos en la carta a los romanos: “Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por
vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio
de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del
linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo
Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la
obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los
cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo, a todos los amados
de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de
parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (Rm 1- 7)
Elegidos
por amor para servir. Llamados a pertenecer a Jesucristo y a formar parte de
una Iglesia, santa, apostólica y romana. Yo soy Iglesia, y con ella, existo para
servir. En el servicio que se hace por amor, se realizan los hijos de Dios.
Todo lo que se hace por amor, crece muy alto, se anuncia y se practica la
justicia que llega hasta los cielos. Que nadie se canse, digamos con el
salmista: “Y ahora que llega la vejez y las canas, ¡oh Dios, no me abandones!,
para que anuncie yo tu brazo a todas las edades venideras, ¡tu poderío y
tu justicia, oh Dios, hasta los cielos! Tú que has hecho grandes cosas, ¡oh
Dios!, ¿quién como tú? (Slm 71, 18- 19).
Oración:
Pongo, Señor, mi vida en tus manos, haz conmigo lo que quieras, por lo que hagas
conmigo, yo de doy gracias, y te pido que hagas de mi “una alabanza de Tú
gloria”
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