EL CAMINO DE LA FE ES ESTRECHO Y CON OBSTÁCULOS Y EXIGENCIAS
Objetivo: Resaltar la importancia de la
gratuidad de la salvación y el estilo de vida que el Señor Jesús nos propone,
para responder con generosidad a las exigencias del Reino de Dios.
Iluminación: Creer quiere decir abandonarse a Dios, poner en sus manos nuestro
destino. Creer quiere decir entablar una relación muy personal con nuestro
Creador y Redentor, en virtud del Espíritu Santo, y hacer que esta relación sea
el fundamento de toda la vida (Benedicto XVI. Homilía, 28 de mayo del
2006).
1.
¿Son pocos los que se salvan?
La gente siempre se ha preguntado sobre si serán
muchos o pocos los que se salvarán. El Señor Jesús responde a la pregunta
invitando que no es importante saber, sino el preparase para responder con la misma
vida: “Esfuércense por entrar por la
puerta estrecha” (Mt 7, 13). Lo que importa no es saber cuántos se
salvarán, sino el vivir de modo lúcido y responsable, después de recibir la
salvación gratuita que Dios ofrece a todos los hombres en Cristo Jesús, nuestro
Salvador.
Para alcanzar la salvación es necesario creer en
Jesús: “por la fe en Jesucristo hemos sido justificados” (Rm 5, 1ss) Es
necesario creer en Jesús, es decir, confiar en él, obedecerlo, amarlo, seguir
sus huellas, servirlo, pertenecerle. Una vida consagrada a él, conlleva
esfuerzos, renuncias, sacrificios para vencer el mal (CF Rm 12, 1), las
tentaciones y superar las crisis; es necesario confiar en su perdón y
abandonarse en sus manos. Recordemos que la fe que mueve montañas es la que
está en las manos de Dios.
Para el Señor Jesús, no hay rebaja, la salvación es
gratuita, pero no barata. Elprecio que hemos de pagar es aceptar la voluntad de
Dios y someternos a ellas (cf Mt 7, 21): “Sed compasivos como vuestro Padre
celestial es compasivo” (Lc 6, 36) “No juzguen, para no ser juzgados; no
condenen para no ser condenados; perdonen y serán perdonados” (Mt 7, 1s). “Han
oído que se dijo: No cometerás adulterio, más yo os digo…” (Mt 5, 27s), sin
obediencia a la Palabra de vida, la salvación puede perderse. El precio a pagar
es la “obediencia a la Palabra de Cristo.” Para abrirle las puertas de nuestro
corazón y hacernos discípulos del Señor (cf Apoc 3, 20)
2.
¿Qué es entrar por la puerta estrecha?
Entrar por la puerta estrecha es la experiencia de
todo discipulado caminando con Jesús hacia Jerusalén, para ser como él,
servidor de los demás. Es aprender de él, para vivir como él vivió: “Se pasó la
vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38)
Sanó a los enfermos, limpio a los leprosos,
expulsó demonios, resucito muertos, amó hasta el extremo y dio la vida, no sólo
por sus amigos, sino también por sus enemigos. Todo lo hizo por amor y
compasión. Comparte su Espíritu con sus discípulos y los envía como corderos en
medio de lobos, para que hagan lo mismo (Mt 10, 8ss).
Entrar por la puerta estrecha es tomar su cruz y
confiar en el Padre que lo ha resucitado. Se trata de responder al amor de Dios
con fidelidad y generosidad, sumergiéndose, así, en su voluntad en cualquier
circunstancia de nuestra vida. Jesús llama a los suyos para estar con él y para
enviarlos a predicar con el poder de su Espíritu (Mc 3, 13). Llamada que es
fuente de exigencias, pero no de angustias. Llamada que compromete, pero no
asfixia y no esclaviza. Llamada que libera, reconcilia, transforma y nos
compromete a servir en la “Nueva Alianza” a la “Ley Nueva” la Ley del Amor.
3.
Exigencias de la vida en la Verdad
No hay lugar para una vida laxa, en la que sólo se
hace lo placentero, lo agradable o lo útil. No hay lugar para una fe mediocre o
superficial. El verdadero conocimiento de Dios revelado en Cristo Jesús, no
está expuesto a la simple curiosidad ni a la charlatanería. Sin esfuerzos y
renuncias no se logra alcanzar la meta de la salvación. La vida en la verdad
nos llena de armonía; nos da coherencia; nos hace honestos, sinceros e
íntegros. Renunciar a la mentira, al engaño, al egoísmo, a toda forma de
manipulación; a lo que desfigura el rostro y nos hace vivir una realidad falsa.
Sin renuncias no hay vida, no hay virtud, no hay libertad y la persona no
crece, se queda fuera de la Plenitud que alcanzamos en Cristo y por Cristo (Col
2, 7). La verdad nos lleva al Amor.
4.
La vida verdadera es Amor.
El amor exige esfuerzos, renuncias y sacrificios.
Con la fuerza del amor, el cristiano puede destruir la maldad, el engaño, la
hipocresía, la envidia, el odio, los resentimientos y la maledicencia (1 Pe 2,
1; Col 3, 5ss) Puede renunciar a los propios intereses para orientar su vida
hacia el servicio libre y voluntario a los demás. El Apóstol Pablo nos invita a
crecer en el amor, de modo abundante y pleno (cfr 1 Ts 3, 12) “que vuestro amor abunde aún más y más en conocimiento verdadero
y en todo discernimiento,…” (Flp 1, 8-9) Amor que exige un modo nuevo de
relacionarnos con Dios, con los demás, con las cosas y con uno mismo. Sólo el
amor nos lleva a comprender que no hay libertad sin sacrificios; no hay
grandeza sin desprendimiento. Sin renuncias no se gana ni esta vida ni la
eterna.
5.
La radicalidad del Amor.
En la vida en Cristo o vida en el Espíritu, no hay
lugar para la comodidad, para una vida permisiva y laxa. Radicalidad significa
>>raíz<<, según Jesús no se puede servir a dos señores, “conmigo o
contra mí. El que no junta desparrama” (Mt 12, 30). EL Señor nos invita a
orientar la mente y el corazón hacia la verdad, la bondad y la justicia para
que podamos dar prioridad al amor a Dios y a los hermanos. Esforzarse para
entrar por la puerta estrecha es negarse a ser esclavo de los cosas; es negarse
a invertir los valores; es negarse a caer en el consumismo; es negarse a la
agresividad y a toda manipulación.
Recordemos que el Mensaje de Jesús que nosotros
hemos creído está lleno de exigencias liberadoras y gozosas, luminosas y
gloriosas. Crean tensión, pero no angustian; son fuente de exigencias, pero no,
de turbación estéril. La razón es que Jesucristo es la Puerta (Jn 10, 7) Puerta,
siempre abierta al perdón, a la donación y la entrega. Por eso, entrar por la
puerta estrecha es abrirse a los demás; es abrirse al servicio como
manifestación fiel del amor a Dios y a los demás; es vivir con solidaridad
preocupándose por los demás, reconciliándose con todos y compartiendo la vida con
ellos en “reciprocidad y en igualdad fundamental entre todos.
6.
El Amor nos pide ser tolerantes.
La tolerancia es una virtud social, necesaria para
la sana convivencia como seres que somos llamados a vivir en comunión con la “Realidad”.
La tolerancia nos ayuda a crecer y a madurar como personas y como hijos de
Dios. Es inseparable del amor, como la violencia es inseparable de la intolerancia.
Jesús invita a sus discípulos para que aprendamos de él a ser “mansos y
humildes de corazón” (Mt 11, 29).
La tolerancia, como virtud social es respeto a la
conciencia y a la dignidad de los otros. Es apertura y acogida a todo valor
humano. Es interés por todo lo que hace al ser humano más digno de ese nombre.
Es capacidad de soportar por amor las debilidades de los más débiles (Rm 15,
1). Es buscar siempre lo mejor para el ser humano. Ser tolerante es dialogar,
buscar juntos, construir un mejor futuro, sin despreciar ni excluir a nadie.
Pero, nunca será irresponsabilidad, abandono de valores, olvido de las
exigencias morales. Nunca será olvidar aquello que ayuda al hombre a vivir más
dignamente.
Jesús llama a vivir sin olvidar las exigencias
morales para que podamos llegar a realizar el objeto del evangelio: “la amistad
con él y el amor fraterno”. Trabajar por nuestra salvación pide vigilar y orar
siempre y sin desfallecer según las palabras del mismo Señor. (Mt 21, 46; Mc
14, 38). Por la virtud de la tolerancia podemos ser pacientes y aceptar que nos
vomiten con toda clase de atropellos e injurias que se soportan en el Nombre
del Señor. El Amor es paciente, tolerante y servicial (cf 1 Cor 13)
7.
Jesús lo ofrece todo, por eso lo pide todo.
“No hay amor más grande que dar la vida por los
amigos” (Jn 15, 13). Jesús lo hizo y fue más allá, hasta dar la vida por sus
enemigos: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Razón
por la que pide a sus discípulos que “amen y oren por sus enemigos” (Lc 6, 27)
Para que esto fuera posibles el Señor da a los suyos el don del Espíritu Santo
para que les recuerde las palabras del Maestro y los guie a la verdad
plena: “Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a
toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo
lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os
lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que El toma
de lo mío y os lo hará saber (Jn 16, 12- 15).
El Apóstol Pablo invita a su discípulo Timoteo y
hoy a nosotros a no tener miedo: “Por lo
cual te recuerdo que avives el fuego
del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro
Señor, ni de mí, prisionero suyo, sino participa conmigo en las aflicciones por
el evangelio, según el poder de Dios,… (2 Tim 1, 6-8).
Con la ayuda de la Gracia, el Espíritu Santo, sus
esfuerzos y renuncias, el cristiano, puede ir construyendo una voluntad firme,
férrea y fuerte para amar, para poder cumplir las exigencias del Evangelio,
para llegar a ser verdaderos discípulos de Jesús, testigos de la verdad,
acostumbrados a vivir en tensión misionera de frente a tentaciones y crisis.
El discípulo de Cristo no pide carta de
recomendaciones como tampoco exige que le va a ir bien o quedar bien.
Sencillamente, escucha, se levanta y se pone en camino de éxodo. Por el camino
verá las maravillas del Evangelio. No camina sólo, Jesús, prometió estar con él
hasta el final (cf Mt 28, 19- 20)
Publicar un comentario