¿Por qué me decís ‘Señor, Señor’ y
no hacéis lo que digo?
Iluminación.
“Se te ha hecho saber, hombre, lo que es
bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la lealtad
y proceder humildemente con tu Dios” (Miq 6, 8).
Haced de la voluntad de Dios nuestra delicia
El hombre de Dios, aquel que hace de la voluntad de su Señor la delicia de su vida, hace suyas las palabras que el Señor Jesús pronunció al entrar en este mundo: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. 6 Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡Aquí estoy, dispuesto —pues de mí está escrito en el rollo del libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Heb 10, 5, 7). La Voluntad de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús, nacido para nuestra salvación, para darnos vida en abundancia y darnos Espíritu Santo, razón por la que san Juan nos dice: “Y este es su mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros según el mandamiento que nos dio” (1Jn 3, 23) Creer en Jesucristo y amar a los consagrados encierran la voluntad de Dios (cf Ef 1, 15; Col 1, 3- 4).
El hombre de Dios, aquel que hace de la voluntad de su Señor la delicia de su vida, hace suyas las palabras que el Señor Jesús pronunció al entrar en este mundo: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. 6 Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡Aquí estoy, dispuesto —pues de mí está escrito en el rollo del libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Heb 10, 5, 7). La Voluntad de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús, nacido para nuestra salvación, para darnos vida en abundancia y darnos Espíritu Santo, razón por la que san Juan nos dice: “Y este es su mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros según el mandamiento que nos dio” (1Jn 3, 23) Creer en Jesucristo y amar a los consagrados encierran la voluntad de Dios (cf Ef 1, 15; Col 1, 3- 4).
La voluntad de Dios es para nuestro bien.
El mismo Jesús nos
garantiza que quien hace la voluntad de Dios entra en el reino de Dios y san Pablo
nos dice que llevar una vida digna, agradable en todo al Señor dando siempre
fruto (cf Col 1, 10) es consecuencia de hacer la voluntad de Dios: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que
está en los cielos” (Mt 7, 21). Para san Pablo, la voluntad de Dios es manifestada
a los discípulos de Cristo que hacen des su vida “un sacrificio, vivo, santo y
agradable a Dios” (Rm 12, 1) ”dejándose transformar en lo más íntimo de la
mente por la acción del Espíritu Santo (Rm 12, 2) para ir obteniendo la mente y
los sentimientos de Cristo Jesús. (cf Flp 2, 5).
La voluntad de Dios para
nosotros es hacernos tener parte con Él. La voluntad del Señor manda siempre lo
mejor para el hombre, aunque éste no lo alcance a ver de esta manera: “Porque ésta es la voluntad
de Dios: vuestra santificación” (1 Tes
4, 3). ¿Podrá existir algo mejor para nosotros que nuestra santificación?
Para san Pablo no hay
duda la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Ts 4, 3) en la obediencia
a la Palabra de Cristo (Rm 10, 17), en el seguimiento de Cristo (cf Flp 2, 6-11),
en la unidad en la fe, en el conocimiento
de Dios y en la madurez en Cristo (cf Ef
4, 13), en despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo,
Jesucristo (cf Ef 4, 17- 24; Col 3, 5-14; Rm 13, 11- 14) Para el Apóstol de los
gentiles la “voluntad de Dios” es para todo cristiano es “reproducir la imagen
de Jesús” (cf Rm 8, 29) y configurarnos con él en su muerte y resurrección (cf
Rm 6, 4- 11; cf Gál 2, 19; Flp 3, 10).
Razón por la que le enseña
a su discípulo Timoteo un estilo de vida que debe de seguir para poder llegar a
ser solidario con la causa del Señor Jesús: “Huye
de las pasiones juveniles y corre al alcance de la justicia, de la fe, de la
caridad y de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro. Evita
las discusiones necias y estúpidas; sabes muy bien que engendran altercados. Y
a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos,
pronto a enseñar, sufrido; que sepa corregir con mansedumbre a los adversarios,
por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad y volver al buen sentido, librándose así de
los lazos del diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad” (2Tim
2, 22- 26). Para el Apóstol, la práctica de la justicia es ser misericordioso,
amar con amor sincero para ser discípulo solidario de Cristo y de la Iglesia.
El Apóstol le da una
gran importancia a la instrucción para educar en la fe y en el amor (Rm 10, 17;
Ef 6, 4) Llega a presentarse a su discípulo como padre y maestro en la fe, en
usos y costumbres. Cómo siervo de Cristo se presenta como el primero en creer,
en vivir lo que cree y en anunciar lo que vive: “Hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me
has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean
capaces, a su vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen
soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los
negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta, que no recibe la corona
si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que
tiene derecho a percibir los frutos. Entiende lo que quiero decirte; seguro que el
Señor te hará comprender todo” (2 Tim 2, 1- 7)
La solidaridad en Cristo y con Cristo.
La Solidaridad con Cristo y con su Iglesia, significa hacernos responsables de la Misión de Cristo para instaurar el Reino de Dios en el corazón de los hombres y de las culturas. Responsables significa vivir de frente así mismo y vivir de frente a los demás para compartir con ellos nuestra vida y nuestras esperanzas. El hombre responsable es libre para amar, compartir y servir, según el Evangelio de Jesucristo: “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 25-28).
El camino de la solidaridad nos presenta
la obediencia a la Palabra de Dios, tal como la presenta el apóstol Santiago: “Poned por obra la palabra y no os
contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Si alguno se contenta
con oír la palabra sin ponerla por obra, se parece al que contemplaba sus
rasgos en un espejo: efectivamente, se contempló, pero, en cuanto se dio media
vuelta, se olvidó de cómo era. En cambio, el que considera atentamente la Ley
perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo, sino
como cumplidor de ella, será feliz practicándola. Si alguno se cree religioso,
pero no pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo y su religión es vana. La
religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a huérfanos y viudas
en sus tribulaciones y conservarse incontaminado del mundo” (Snt 1, 22- 27).
Háganse fuertes con la energía de su poder.
La obediencia de la fe nos hace fuertes
y solidarios para abandonar la fe mediocre y superficial, las apariencias y los
amores fingidos, la corrupción y despojarse del hombre viejo, para seguir las
huellas de Cristo Jesús y orientar nuestra vida hacia la Casa del Padre (cf 1
Ts 1, 9). La clave de la solidaridad cristiana es “fijar los ojos en Jesús, el autor y el consumador de nuestra fe”
(Heb 12, 2) y recordar siempre sus palabras: Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23) Para decir
con Jesús: “Heme aquí, oh Dios para hacer tu voluntad”.
San Mateo nos advierte lo que sucede
cuando las palabras de Santiago son puestas en práctica: “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica
se parecerá al hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia,
vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa,
pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. (En cambio, el que
no las pone en práctica) Pero todo el que
oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica se parecerá al hombre
insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, que se
derrumbó, y su ruina fue estrepitosa” (Mt 7, 24- 27).
Disminuir para crecer en Cristo
La Voluntad de Dios es que creamos en su
Hijo para que tengamos vida eterna (cf Jn 6, 39-40) Creer en Jesús nos dice
Juan Bautista hay que disminuir para que él crezca (cf Jn 3, 30) Para que
dejemos de confiar en nosotros mismos en nuestros Baales (cf Os 2, 18)
Recordando las palabras de Jeremías: “Esto
dice Yahvé: Maldito quien se fía de las personas y hace de las creaturas su
apoyo, y de Yahvé se aparta en su corazón” (Jer 17, 5). En cambio, el
Apóstol nos dice: “Por esto precisamente
soporto los sufrimientos que me aquejan. Pero no me siento un fracasado, porque
sé muy bien en quién tengo puesta mi fe; y estoy convencido de que es poderoso
para guardar mi depósito hasta aquel Día” (2 Tim 1, 12) Volviendo al
profeta Jeremías recordamos como tenemos que vivir la comunión con Dios en
Jesucristo: “Bendito quien se fía de
Yahvé, pues no defraudará su confianza. Es como árbol plantado a la vera del
agua, que enraiza junto a la corriente. No temerá cuando llegue el calor, su
follaje estará frondoso; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto”
(Jer 17, 7- 8).
Oración:
Padre, por tu Hijo Jesucristo concédenos el don del Espíritu Santo para que nos
ayude a conocer tu Voluntad y a ponerla en práctica, a ejemplo de nuestra Madre
María, la humilde esclava del Señor (Lc 1, 38)
Publicar un comentario